Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

10. Lobos y chihuahuas (Jesús Mollinedo)

Madre e hijo adolescente hablando una tarde en el parque, junto al estanque.

Él tira una piedra y el proyectil rebota en el agua dejando una estela de ondas vacías e imperfectas.

-Madre, ¿es verdad que los lobos aúllan a la luz de la luna?

A padre se le erizan los pelos del cuerpo cuando vuelve con los amigos del bar por la noche. Aúlla como un lobo cada vez que te golpea una y otra vez y te fuerza delante de mi, mirándome con esos ojos rojos fuera de sí-.

-Madre, ¿los osos también aúllan como los lobos?

Padre me besa por las mañanas, me acaricia y me da muchos abrazos, el abrazo y la zarpa del oso, me dice, grande y poderosa-.

-Madre, y los chihuahuas, ¿aúllan también a la luz de la luna como los lobos o los osos?

Padre dice que me va a comprar uno por mi cumpleaños, que son cariñosos y protectores-.

-¿Sabes una cosa madre? Odio a padre cuando se le erizan los pelos, prefiero tus abrazos a los suyos, y no quiero tener chihuahua. Quiero una pistola cargada con balas de plata.

-Madre, ¿por qué lloras?-.

-Hijo, esta noche es luna llena-.

9. LUNA ANTE O POST MERIDIEM (Marcos Santander)

Salgo de casa. Miro a izquierda y derecha y, a pesar de que oigo el murmullo lógico del día y la hora, no veo a nadie, y ni tan siguiera veo ningún tipo de vehículo aparcado en ambos lados de la calle, no hay movimiento perceptible salvo la vibración del aire incidiendo en mis tímpanos, ese murmullo callejero habitual de cada día que me sujeta a la realidad. Me froto los ojos. Me preocupo e intento racionalizar el momento y las sensaciones, y llego a un par de, para mí, lúcidas conclusiones: o estoy soñando, o estoy en proceso de desaparecer de la faz de la tierra. Me palpo la muñeca izquierda. Giro el reloj. Señala las doce, ¿Ante o post meridiem? No logro saberlo. Mis ojos giran en dirección vertical y se percatan, me percato, de que varios rayos de sol han herido con sus corpúsculos sendas retinas. Durante un rato, repaso varias escenas de mi anodina vida, e incluso, vuelvo a jugar en aquella pequeña presa en la que aprendí a nadar. De pronto, el murmullo asidero se va haciendo más inteligible. “Pero papá, ¿Qué haces aquí en la calle, desnudo y a estas horas de la noche?”

8. Desliz (Blanca Oteiza)

Esta mañana en el autobús nos hemos cruzado la mirada, he sentido deseos de saludarte, pero tus ojos me han dicho en silencio que mejor lo deje como está.

El recuerdo de aquel verano, en cambio, ha sacudido mi memoria. Tambaleándome entre parada y parada he visto como bajabas una antes que yo. He querido salir corriendo detrás de ti, pero mis pies no se han movido hasta la siguiente.

Ya en la acera deambulaba como un mendigo de cariño, añorando tu compañía. De pronto el día se volvió turbio, eclipsado por tu ausencia que creía superada. En los escaparates veía tu rostro sonriendo como aquellos días de agosto.

En mi mente aún bailan las últimas palabras que me dijiste aquella noche de luna llena junto al mar que la reflejaba. Te observé ir hasta que te perdiste por la esquina de la calle que conduce a la iglesia.

 

7. LES PETITS ESPAGNOLS (J.Redondo)

El abuelo, enfundado en su largo abrigo, quedó desarbolado. El sombrero de fieltro, también gris, apenas dejaba ver la barbilla caída sobre su pecho. Sin más lágrimas quedó solo entre los bolardos y cornamusas del Musel.
El barco, un carguero francés con tripulación oriental, era ya solo un punto de tenue luz. El viaje debía transcurrir en horas nocturnas. El destructor “VELASCO”, tomado por los “Nacionales”, en misión de acecho, trataba de dificultar estas labores de la Cruz Roja Internacional.
A Dioni se le encomendó el cuidado de sus tres hermanos. Superada la edad para ser niño refugiado, al objeto de pasar inadvertido, la abuela le había afeitado las piernas.
Un estruendo, un cañonazo, les despertó. Mi padre sacó a sus hermanos a cubierta. La brisa marina alivió sus pulmones viciados por el aire de la sentina.
Bajo la luna llena los escoltaban sendas fortalezas flotantes llenas de lucecitas. El sonido ensordecedor de los motores, el chapoteo del agua cortada en proa y revuelta por las hélices a popa, aturdía a los niños. Se trataba de navíos de guerra de la flota inglesa que en misión de custodia aseguraron su llegada, sanos y salvos, a Pauillac, en la costa francesa.

6. PRECIPITACIÓN LUNAR (Salvador Esteve)

Narciso Sánchez observaba en el espejo sus rasgos perfectos, ¡qué guapo era, diantre!  No comprendía cómo sus padres, dos carcamales de lo más vulgar, habían concebido un ser tan lindo.  Cuando acabó de acicalarse se cruzó con su hermano, el gordo, y con un gesto, mezcla perfecta de superioridad y desprecio, hizo que éste bajara la cabeza avergonzado.

Narciso salió a la calle e inspiró profundamente.  Cuando pasaba por la calle Arenal en la intersección con la avenida España, escuchó un fuerte ruido que le hizo levantar la mirada.  Entonces vio la luna, pero no la luna referente de poetas y trovadores, la que Neil Armstrong pisó, o bestializa a los licántropos, sino una luna de tres por dos que la señora Gutiérrez había comprado para decorar su vestíbulo.  Un cabo de la grúa se había roto en su intento de izarla al octavo piso.  De repente, vio su rostro reflejado en el espejo, cada vez lo veía más nítidamente, aún tuvo tiempo de pensar ¡qué lindo soy! antes de que la luna y su cara estallaran en rojo vanidad.

Narciso no murió en aquel accidente, pero su ego está en cuarto menguante.

 

5. LAS VIUDAS BLANCAS (Paloma Casado)

Dicen que en las noches de plenilunio, regresan para tejer juntas la ropita de los hijos que nunca parieron.

Uno del derecho y otro del revés o en punto bobo, van surgiendo de sus agujas plateadas jerseys y patucos tejidos con hilo lunar. Cantan a coro y sus voces se confunden con el rumor de las hojas de los álamos cercanos que agita el viento.

Luego recorren las calles del pueblo buscando a niños frágiles que vestir con sus mortajas. Por eso, las madres velan sin descanso las cunas de sus pequeños enfermos y a veces, tras un ondear de visillos, observan un estremecimiento en sus cuerpecitos y sienten la fría caricia de unos dedos.

Son las viudas de los jóvenes que marcharon al frente. Ellas murieron solas,  ellos en el campo de batalla, añorándolas.

 

 

 

4. Hombría (Mar Horno)

Eran un pueblo festivo. No terminaban una celebración cuando ya estaban preparando la siguiente. A pesar del  carácter parrandero de los vecinos, a nadie le terminaba de gustar «La Fiesta de las Hachas», que siempre se solemnizaba en luna llena. Con los años, las formas de esconderse se habían perfeccionado hasta convertirse en un refinado arte. Incluso algunos se perdieron para siempre. Pero la mayoría habíamos disfrutado en mayor o menor medida de  pequeños cortes que tomábamos como la penitencia necesaria en pago de nuestras faltas. Amputaciones que curábamos a base de contrición y paciencia. Menos las del Macario, arribado a  la aldea hace poco, y que,  a pesar de conocer la tradición, se veía con la Rosario a espaldas de su marido. Perdió su hombría de un certero tajo. Durante las partidas de dominó todos le enseñábamos algún muñón para consolarlo pero él negaba con la cabeza y salía del bar cabizbajo. Luego pasaba por debajo del balcón de su amada y lloraba porque ya nunca podría recitarle versos con lengua.

3. LA FIESTA (JAMS)

Aunque la romería se repita cada diez de agosto, la tradición señala celebrar el Martirio solo cuando la luna llena coincide con la noche de San Lorenzo. Suben de todo el valle. El lugar siempre es el mismo, la ermita del santo en la Braña de la Lumbre; un claro amplio y llano en medio de un monte de viejos castaños. En un extremo se delimita un espacio con cuatro postes que soportan guirnaldas, luces de colores y banderolas de países desconocidos.

Debajo se instala un escenario pequeño, con un toldo de lona verde, en el que se aprietan tres músicos. Están tocando un pasodoble instrumental que reconocería cualquiera. Nadie les escucha. En la pradera solo hay una docena de niños dándole patadas a un balón. Los demás están en el otro extremo; aplauden y jalean frente al atrio de la ermita, congregados en torno a la hoguera.

Gabriel desciende por la pista con su todoterreno. Llega tarde. Viene reprochando a su mujer que le haya entretenido con una estúpida oveja recién parida.

-Espero que aguante vivo más que el último -le dice. Baja la ventanilla, mujer, y escucha. Chilla como un cerdo el muy cabrón…

 

2. «Resacas» (Luis San José)

Crucé la carretera y bajé por un angosto sendero que llevaba hasta la cala que tantas veces había sido testigo de nuestras caricias. A la mitad del camino ya no se veían las ruinas del hotel. Me detuve en la misma piedra que había sido confidente de mi locura, donde retorcí el cigarro que utilicé para intentar borrar mi desesperación y mi ruina. Las olas reventaban en mis oídos reproduciendo los gritos de varios años atrás mientras la luna prolongaba su lujuria hasta el horizonte. Era la misma luna enorme y completa que quiso rivalizar en esplendor con las llamas del hotel, la que presenció impávida cómo se retorcían sus paredes y mi esperanza.

– Necesito respirar –me dijiste.

Eran tus ganas de vivir. Fue la carretera, sierpe silenciosa, quien te arrastró mucho más allá de los árboles, lo sé.

Llegué hasta la playa. La resaca se había llevado, inmisericorde, tu nombre, tus pisadas y la ilusión que guardada en aquel castillo de arena. Como entonces, vacié cientos de botellas en el agua. Me tumbé en la orilla con la boca muy abierta y me tragué todas las olas, esperando que otra resaca me devolviera tu nombre y tus pisadas.

129. La flor de los Monegros

No sabe porqué pero se ha despertado. Un par de vueltas más en la cama pero ya no puede dormir.  Se acerca a la ventana.  El mismo paisaje de siempre le da los buenos días.  Los camiones cruzan el desierto incansablemente, como una serpiente que zigzaguea en medio de la nada.  Abajo, en el bar, suena un bolero de los Panchos. Si tú me dices ven, lo dejo todo. A Lupe siempre le gustaron y hubo un tiempo en el que los bailaba con un empresario de Barcelona que prometió llevarla algún día con él. Ahora ya no lo espera. Sus ojos se cansaron de escudriñar el horizonte amarillo en busca de aquel Mercedes blanco que vendría a rescatarla.  El tiempo ha pasado y ella sigue allí, en ese viejo hotel de carretera donde ya no vende su cuerpo por dinero, sino su alma por conocer el mar.  Cada noche se reúne con el diablo y pactan nuevas condiciones, aunque de momento sigue allí, y mientras llegan a algún acuerdo, continúa marchitándose un poco más cada día, como una flor en un jarrón sin agua.

128. Nunca pasa nada en la 201

El cadáver espera paciente a que lleguen los operarios de la funeraria con el ataúd de pino que le correspondía según el contrato formalizado, muchos años atrás, con la compañía aseguradora de decesos. La rubia suplica a la policía para que le dejen irse y alega que ella nada tiene que ver con la muerte de aquel hombre, que es una honrada profesional de la prostitución que se dedica a hacer su trabajo lo mejor que puede, que cada vez era más difícil llevarse un sueldo digno a casa y encima hay que descontar la comisión del hotel y lo que se lleva su chulo. Que cuando el cliente le dijo el número de la habitación, a ella ya le había dado muy mala espina porque corrían rumores acerca del mal fario que tenía el numerito dichoso. La recepcionista se santigua una y otra vez repitiendo que es un castigo divino por aceptar dinero marcado por el pecado y que nunca tendría que haber aceptado aquel trabajo. El forense dictamina que ha sido ataque cardiaco y el comisario ordena, otra vez contrariado, retirar el precinto que había decretado sobre la maldita habitación doscientos uno.

 

 

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