Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

17. Páginas de mi vida (Patricia Richmond)

Yo tenía una granja en África, en lo alto de una montaña mágica, donde las cumbres eran borrascosas…

Antes, cuando fui mortal, había vivido en una ciudad de cristal, en una casa desolada que abandoné tras el sueño de una noche de verano, siguiendo el rumor del viento en los sauces.

Llegué a las nieves del Kilimanjaro y encontré el jardín olvidado de mi vida querida. Confieso que he vivido en busca del tiempo perdido, atrapando las partículas elementales de la espuma de los días.

Una mañana, tras mil y una noches, escuché el grito de la lechuza que me dijo que había un marinero en tierra que, con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, podía llevarme a la isla del tesoro. Me dejé tentar por las doradas manzanas del sol, me transformé en la mujer del pirata, hija de la fortuna, y dejé de ser la dama de las camelias.

Ahora regento el club de la buena estrella, un lugar en el que celebro el desorden de tu nombre y, donde, si vienes, descubriremos juntos los juegos de la edad tardía.

 

16. PUNTO FINAL (Salvador Esteve)

Me enamoré perdidamente de ella en la página 5, de su mirada, de su sonrisa que al pasar por mi lado me brindó. En el profundo de sus ojos pude vislumbrar un atisbo de esperanza de que mi amor fuera correspondido. Pero ella era la protagonista, debía seguir su camino, y yo como simple personaje ambiental me quedaría aquí anclado, a las puertas de la página 6. Rogué, supliqué a ManoDiós que me dejara avanzar, pero él desestimó mis súplicas. Sabía de sus aventuras, y con el viento de aliado podía oler su esencia. Cuando me empezaron a llegar rumores desalentadores no pude aguantar más, con la esperanza de mochila avancé decidido entre las páginas. Todo lo que vi era pretérito, escarceos, fiestas, batallas, y de rastro su perfume. Tenía que encontrarla antes de que ManoDiós diera por acabada la historia. Cansado, desolado y casi resignado, la vi en el reverso de la página 342 al lado de un manantial, triste y pensativa. Me salté cuatro párrafos y sin leer palabra nos abrazamos.

ManoDiós repasó la última página, no recordaba haberla escrito así pero le gustó, cogió la pluma y rubricó el punto final.

15. En el infierno (Susana Revuelta)

—Jopeee, qué calor —refunfuña Ramón mientras se sube el saco hasta las cejas. Se cree así a salvo del enemigo, pero a ratos necesita respirar y al destaparse queda expuesto de nuevo a los ataques. Desde su trinchera de plumas enciende el móvil y alumbra alrededor: solo distingue sombras y los números de la pantalla. ¡Ostras, las cuatro de la mañana! Entonces empieza a arrepentirse de haber renunciado al sosiego de su casa para emprender esta travesía por tierras inhóspitas. ¡Cómo añora su cama! ¡Hogar, dulce hogar…! Pero es inútil lamentarse, ahora tiene que velar por su integridad y la de Marta, que ronca a su lado ajena al peligro que corren.

«No me rendiré o acabarán con nosotros». Inmóvil como un cesto, aguza el oído hasta que percibe un zumbido: ha localizado a otro intruso. Saca un brazo fuera del saco y sujetando el mapa ¡zas! lo aplasta de un golpe. Sonríe triunfante al imaginar los pegotes espachurrados en las páginas. De momento, va ganando la batalla.

―Oye, Ramón ―le recrimina Marta dándole la espalda― tú sigue embadurnando de sangre el plano y mañana me cuentas cómo encontramos la ruta. Es la última vez que salgo contigo de acampada.

 

14. LOS LIBROS DE MAMÁ (Purificación Rodríguez)

“¡Mira que te dije que no lo volvieras a hacer!”.

Así te reñía, mamá, cada vez que limpiando el polvo de los libros veía caer de alguno un billete que tú habías escondido dentro, hurtándolo de tu modesta pensión mensual.

Te defendías contestándome que te fiabas más de aquéllos viejos tomos que de los bancos y a mí me llevaban los demonios cada vez que quería desalojar los estantes para hacer sitio a nuevos títulos, porque tenía que revisar, uno a uno, todos los ejemplares descartados antes de meterlos en la caja para donar.

Tras tu muerte, me dediqué a sacudir todos los libros de la casa, como si fueran abanicos invertidos, esperando una lluvia de dichosos billetes pero, para mi sorpresa, no cayó absolutamente nada de ninguno.

“¡Bien!” -Pensé- “¡Por fin me hiciste caso y te gastaste ese dinero en algo útil!”.

Pero hoy, sentada en mi cama de la residencia de ancianos, decido abrir el único libro que me traje de casa. Es un diario que descubrí entre tu ropa y en el que una dedicatoria dice: “Lo siento, hija, pero nunca me gustó obedecer”.

Dormida entre sus páginas hay una pequeña fortuna en viejos billetes.

13. EL ESTIGMA DE SER MALDITO (Virtudes Torres)

Aquel día aciago, el sol quedó oculto tras la humareda.

Altas llamas devoraban los sueños, las verdades, las mentiras, las creencias, las ciencias, los amores…

De su interior, gritos de espanto, llantos desgarradores, se mezclaban con el crepitar de la hoguera.

Aquel día la humanidad perdió la memoria.

12. Marcapáginas (Eva García)

Comenzó usando cordeles en los dedos, cartas, aromas de flores y discos antiguos: después necesitó fotos y notas escritas. Cuando perdió definitivamente el hilo de su diario vital, metió sus recuerdos desordenados bajo llave, en un cajón de olvido que nadie pudo volver a abrir jamás.

11. LOCOS BAJITOS (Paloma Casado)

Aquel año, mi hermano mayor descubrió el amor con Margarita, hija de los propietarios de la librería del pueblo; circunstancia que le impulsó a gastarse en libros todos sus ahorros. Sin embargo, la timidez nunca le permitió declararle su pasión, y al descubrirla besándose con un veraneante, comenzó a aborrecer la lectura y decidió regalarnos a nosotros los pequeños,  los rehenes cautivos de su amor.

Los libros, guardados en cajas, se convirtieron en material de juegos ese verano. Anita los apilaba en la cocina para llegar a la estantería donde se guardaban las mermeladas, Cristina, armada con sus pinturas, decoró las hojas con garabatos de colores. Mateo decidió que había encontrado el lugar ideal para prensar las flores e insectos que coleccionaba.

Todos nos reímos cuando, años después, papá nos contó el susto que se había llevado al encontrar una mantis religiosa cuando leía las obras completas de Lovecraft.

Yo fui la única a la que le gustaban las letras. Mamá lo sospechó al encontrarme a menudo con la lengua negra, pero mi afición no quedó desvelada hasta que me ingresaron en el hospital, el día que descubrieron humedecidas de saliva, las páginas de Guerra y Paz.

 

10. LECTURAS MADURAS (MARCOS SANTANDER)

Amainaron todas las tormentas. Tenían decidido que su siguiente correría fuera en una biblioteca ¡Era tanto el placer que experimentaban ambos leyendo y estando cerca de libros, que pensaban que sus fluidos se movilizarían a nada que comenzaran a leerse mutuamente! Sin saber cómo, se vieron intentando escamotearse en un cálido rincón entre viejas estanterías de una venerable librería del centro, pero fueron sorprendidos por el viejo librero. Dos manzanas más adelante entraron en el magnífico edificio que albergaba la biblioteca. Esta vez sí. Cuando ya estaban solos, expandieron varios cientos de los libros más señeros por encima de una mesa grande de estudio y se mezclaron. Leyeron y leyeron sin resuello a lo largo de la noche. «Muérdeme en el sumario y el prólogo» «Léeme las páginas impares de la espalda de arriba abajo» «Moja el índice aquí y pasa página» «Mira qué párrafo más potente y terso» Dicen que se les oía susurrar. Lo de menos era dónde estaba el final, lo importante, el mientras tanto, el no saber si el aroma, los tactos y los sentidos eran de sexo, papel o tinta. Pero todo transcurrió, legiblemente, entre sus largas y flexibles páginas de piel biblia.

09. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo IV

Cogió aquella hoja amarillenta entre las páginas del libro y emprendió la búsqueda de aquel chico por las calles de la ciudad.

Tras un buen rato caminando, encontró la calle que buscaba. Se detuvo ante el portal y se quedo pensativa unos minutos.  Un trueno  la trajo de nuevo al portal, la tormenta se acercaba por lo que decidió entrar. Subió los escalones y llamó a la puerta.

Un chico de unos 19 años con barba de tres días, abrió la puerta.

– ¿Tú? ¿Qué haces aquí? – Preguntó el chico sorprendido al verla.

– Hola Isaías, entiendo tu sorpresa pero necesito tu ayuda.

– ¿Qué quieres? Ya me dejo claro en el campamento que no querías saber nada de mí.

– ¿Recuerdas que dijiste que harías cualquier cosa por mi? Pues ha llegado ese momento.

Isaías recordó aquella conversación en torno a la hoguera y la invitó a pasar.

– Pasa Emma, no te quedes ahí y cuéntame en que puedo ayudarte.

Se sentaron en uno de los sofás del salón y mientras los relámpagos iluminaban la habitación, Emma le empezó a contar minuciosamente el plan que había preparado para recuperar a su amada.

07. B u s t r ó f e d o n .

El dédalo de callejuelas se precipitaba por la colina hasta ser ocultado por los barrancos. Huttong era La Ciudad Podrida hechizada gracias a la vegetación antediluviana y la tela de araña. Por encomienda de Ze Rycai Ziang , El Sogún, tres peregrinos anhelaban desentrañar su acceso: Lucas El Artesano de Celestas, Kongre El Hosco y Mateo El Ebrio en Primavera. Y para lograrlo, leían reverentes el volumen milenario depositado en el facistol del Cenador del Conciliábulo, en el pórtico. Según la diferente exégesis que cada uno componía, se abismaban hacia los monumentos abandonados. Los dos primeros sesudos no superaron Los Pensiles de Cancamusa y no se les volvió a ver.

Mateo, el armenio, alias El Ebrio En Primavera, un sansirolé despreocupado de las disposiciones de La Pagoda de Laca, triunfó. En las hermosísimas hojas del pergamino del kakemono, existía después de todo, la descripción privilegiada del tránsito seguro por Huttong. Entre sus renglones, aparecía inapreciable un segundo cifrado que debía leerse aplicando una curiosa disciplina. Consiguió incluso El Libro de Providencias para Rycai. Y es que dio la casualidad, que Mateo leía como andaba.

06. LIBROS DE HISTORIA (J.Redondo)

“Inhumadme en mi reino. Embalsamad mi corazón y que un noble caballero lo entierre en el Gólgota, en  Jerusalén”.

Dos reyes testaron así sobre sus restos; el uno para lograr ser emperador después de muerto y el otro para salvar su alma  excomulgada.

Dos caballeros colgaron sobre su pecho la reliquia y se pusieron en camino. Ninguno llegó a su destino.

4 de Abril de 1284, Alfonso X fallecía en Sevilla. La pertinaz hidropesía terminó con el más universal de los reyes medievales. Frey Juan Fernández, maestre templario, fue el comisionado. El corazón no pasó de Murcia, el lugar más cercano del reino a Jerusalén.  Allí quedó en el templo y en el escudo heráldico de esa tierra.

25 de Agosto de 1330, Al Ándalus. Hijo del lugarteniente de «Brave-Heart», el caballero James Douglas, depositario del corazón del primer rey de Escocia, Robert I, causa baja mortal bajo el castillo de la Estrella. Su cuerpo y el relicario con el corazón de su rey, son entregados, con honores, a Alfonso XI  por Muhammad IV, sultán Nazarí de Granada. Los caballeros escoceses supervivientes retornaron a Caledonia el cuerpo de Douglas y el corazón de su rey.

En Téba de Málaga encontraréis, relatada en granito, “aquesta” gesta.

05. Sensaciones (Ricardo González)

 

Entre las páginas 122 y 123 me deslumbró el aún brillante color rojo del pétalo de papaver rhoeas. Incluso creí percibir un sutil  aroma.

 

Volví al libro y, de perfil, pude apreciar que, unas cuantas después, guardaba nuevas sorpresas. Entre la 248 y 249, sí; surgía el dulce y mentolado olor australiano de las hojas, a la fuerza planas y resecas de eucalyptus  acaciiformis. Revivían.

 

Fue al tercer día de estudio cuando descubrí de la 340 y 341 que las finas agujas de los pinos sonaban a Respighi entre neblinas del amanecer en Vía Apia.

 

Infructuosamente lo intenté varias veces más entre páginas del libro y en otros muchos volúmenes de esta y otras bibliotecas, desconsolado.

 

Solo quien estudió con aquel tratado de botánica y la terquedad de mi profe de ciencias, en su empeño por enderezarme, me introdujeron en ese mundo de sensaciones, desconocido y absorbente.

 

Siguen amonestándome por oler los libros.

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