Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
6
horas
2
2
minutos
0
5
Segundos
5
2
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

47. PASION

Posé mi mano izquierda sobre su desnuda piel a la altura del fondo del valle de su espalda en su zona lumbar. Su piel era la piel. El trémulo calor que de aquel feraz valle emanaba, transmitiendo a mi mano la más placentera y cálida sensación que ningún dios tendría a su alcance, hizo estremecer cada parte sensible de mi cuerpo, pero sentí que aún no era el momento de perder la noción del tiempo, ni el sentido. Mi otra mano, la derecha, llevaba tiempo abrazada débilmente a su izquierda, y ambas separadas corta distancia de nuestros cuerpos, como palomas suspendidas en un claro y pulsante aire lleno de armónicos melodiosos y sutiles de la música que ocupaba el espacio del salón. Llevábamos bailando, abrazados y extáticos, varias horas. Justo en el momento de iniciar otra de las piezas del concierto, mis dos manos descendieron hasta alcanzar sus leves Hoyuelos de Venus que antojáronseme como lechos de lino sobre tibia escarcha. Cuando pude fijar mi vista sobre su boca que entreabierta esperaba la llegada de la mía, en un gesto mayor de gratitud y placer, pude ver a través de su antifaz, que de sus ojos afloraban sendas lágrimas.

45. Reality show

Despierta con el sonido contundente del tam tam. No puede moverse, está atado a un árbol. Cerca, Alex exclama:

-Eh, colega, nos han dado drogas gratis. ¡Es la leche!

Cuando consigue enfocar la vista, las sombras danzantes que los rodean se transforman en guerreros en taparrabos con el cuerpo pintado. Todos llevan máscaras. El que parece el jefe es un león con melena y todo. «Así me gusta, espectáculo, audiencia».

A su derecha, Jennifer grita histérica que quiere usar el comodín de inmunidad. La desatan y se la llevan, pero los alaridos persisten. «¡Bieeen ya es finalista!»

El león se acerca a su rival repitiendo una letanía indescifrable y le obliga a beber lo que parece sangre. Alex chilla como un energúmeno que se rinde y se quiere ir. «Será nenaza». Sonríe, el show es magnífico. Grita a pleno pulmón que ha ganado, pero «¿dónde están las cámaras, el presentador, su millón?»

Días después la cadena se enfrentará a varias demandas y al clamor del público horrorizado. Decidirán emitir un programa homenaje en memoria de las víctimas, y que la próxima temporada los concursantes lleven gps, por si se pierden en la selva.

44. Un gran baile

23 horas. Acuden los invitados, personalidades engalanadas con sus mejores trajes y joyas. El aderezo perfecto para  aquel ostentoso lugar, el Palacio de los Duques de Medinaflor. Comienza la fiesta de máscaras.

Su anfitrión, el Duque  Don Jaime,  exhibía vanidosamente su máscara de fulgentes diamantes y rubíes. Y aquel que osara adquirirla, asumiría deshacerse  de una verdadera fortuna.

Don Jaime estaba inquieto, miraba una y otra vez aquel reloj victoriano que tic taqueaba solemne, como si cada sonido fuera la orden de un general a su ejército. El grandioso salón, la joya de Palacio, se impregnaba del júbilo que los invitados  desprendían cómo nunca en aquella velada. Pero se sentía totalmente solo. Le falta algo, o quizá alguien. Sí, le faltaba ella. Pasado un buen rato, apareció. Se acercó a él. Éste le invitó a bailar. En el baile, la mirada de la dama enmascarada, penetraba más y más en los ojos de Don Jaime.

De repente, el Duque cayó al suelo. Todos los invitados se escandalizaron, algunos incluso llegaron a emitir gritos de horror. Don Jaime yacía tumbado, boca arriba. “¡No tiene ojos!”, repetían una y otra vez.

Lo consiguió, poseía aquella valiosa máscara. Ella reía a carcajadas. Lejos.

43. BAILE DE MARDI GRAS

En cuanto entré hube de admitir que los sureños sabían organizar bailes de máscaras. La chabacanería que desbordaba Bourbon Street nada tenía que ver con la atmósfera de aquel salón, que combinaba la suntuosidad de las antiguas cortes centroeuropeas con la exquisitez veneciana. Entre crujidos de seda, fui saludando con inclinaciones de cabeza a aquellos rostros tatuados de macramé y encajes hasta que él me clavó su mirada. Tenía ojos azul hielo bajo la filigrana marfil que simulaba una estilizada calavera. Su acento francés arrulló mis oídos mientras bailaba entre sus brazos. Pronto nos retiramos a la habitación que me habían asignado y nuestros labios deshilaron la noche entre suspiros.

Cuando desperté él ya no estaba. Mi anfitriona me recibió con sonrisa conocedora aunque discreta. Tras desayunar ofreció mostrarme la casa y, desganada, me dejé llevar de estancia a estancia. Sólo me interesó la biblioteca, presidida por retratos de familia. De pronto unos ojos azul hielo congelaron mi sangre. Mi anfitriona me susurró al oído: “Es Philippe Gourvennec, mi ancestro más antiguo. Murió el Mardi Gras de 1786, pero dicen que regresa al baile cada año, y pasa la noche con una joven que nunca sobrevive al Miércoles de Ceniza”.

42. El Príncipe – Mendigo

Complemento mi atuendo con un antifaz. Doy a mi rostro unos retoques con tizne. Represento una especie extinta que solía arribar, durante épocas de abundancia y fiesta, a la capital del reino. Nadie ha vuelto a verlos desde  las reformas benéficas de mi abuelo, Otón el Santo. Hasta ahora en que, vestido de harapos, me dirijo, por una puerta oculta del dormitorio, a un escondrijo en los jardines imperiales.

— ¡Una limosna en nombre de Dios! —Y mi mano salta desde los arbustos para recibir  unas monedas de mis asustados súbditos.

Alguien me golpea en la nuca. Despierto en un saco, amordazado y atado de pies y manos. A través de la  tela del costal, escucho la voz del jefe de la guardia:

—Esta vez uno logró alcanzar el palacio. ¡Pudo haberlo visto el Príncipe Feliz!

Me alzan en alto. Siento el rebote contra una superficie hirviente, los chispazos de dolor y el tirón del fuego al quitarme la mordaza. Mis gritos quedan esparcidos entre las cenizas del horno de piedra.

41. IGUALDAD DE GÉNERO

La navaja roza su palpitante yugular. La mariposa, sostenida con decisión, está escoltada por una voz rota y grave que exige sus cosas de valor.

—Quítate la máscara, cobarde, despojo, quiero ver tu cara, malnacido, niñato. Sé hombre y muestra tu rostro, venga, sé un macho y no una mujerzuela. Permíteme ver quién eres, venga, atrévete.

Sin perder de vista su cuello, se la quita. Un rostro de mujer deja sin argumentos al valiente caballero.

40. DISFRAZ OPRESOR

Desde que tengo recuerdos, la lámpara de araña que cuelga en el salón me ha atemorizado. Sus lágrimas penden de enormes brazos, son como las que yo siempre he reprimido; algún día deberán caer para hacerse añicos.

Y esta noche de carnaval es la idónea.

Mis padres, perfectos anfitriones, están por el jardín y mi novia, de elegante Cleopatra, no me hace caso mientras  tontea con un Marco Antonio patético.

Decidido, subo al escenario y el salón enmudece. Mickey y Minnie, sorprendidos, descubren a su hijo micrófono en mano.

– Buenas noches. Espero que estén disfrutando de esta… velada. Algunos os preguntaréis de qué voy disfrazado. Pues bien… Voy, como toda mi vida, de perfecto y santo hijo varón -miro de reojo la lámpara del salón mientras una lágrima recorre mi mejilla.- Pero se acabó, hoy me quito este disfraz opresor… Queridos Mickey y Minnie, querida Cleopatra… Apreciados payasos, bucaneros, arlequines, princesas… Soy homosexual.

Ahora floto sobre pétreas estatuas, feliz, sin ceñidos ropajes ni falsos maquillajes. Liviano y descarado me dirijo hacia un apuesto marinero de agua tan dulce como su mirada y le pido que me invite a una copa en cualquier lugar donde no haya máscaras.

39. Súmate a la fiesta

Las máscaras que elaboraba eran tan reales que podían pasar por espejos. Hasta él mismo se asombraba de la perfección de sus trabajos. Poseía la virtud de imitar toda faz que se le presentase. Para ello, usaba una materia prima etérea e inagotable que le permitía emular la piel de todos ellos y reflejar con todo detalle las más variopintas facciones y dispares peculiaridades. Ojos verdes, azules, marrones, achinados, saltones…; narices respingonas, aguileñas, puntiagudas, celestiales…; caras ovaladas, alargadas, con mandíbula cuadrada…; labios carnosos, caídos, pintados…; lunares, verrugas, cicatrices, arrugas, bigotes… No había nada que se le resistiese para crear rostros de ficción. Por mucho tiempo que los dioses o las musas hubiesen dedicado a elaborar el rasgo de sus modelos altruistas, siempre igualaba su belleza.

Le entusiasmaba contemplar y admirar tanta diversidad alrededor suyo. Conseguía sacar lo mejor de todos ellos: la inocencia, el lado infantil que llevamos dentro y, lo más bonito, les estimulaba su imaginación y fantasía.

Y así seguían sumándose cada vez más máscaras para disfrutar de esta fiesta interminable a la que os había convocado.

36. CANSA SER

El hombre me observa con sus ojos pequeñitos, me clava una mirada azul e inquisitiva que yo esquivo. Entre decepcionado e irritado por la ausencia de respuesta, me llama por mi nombre. Creo que imposta su voz, grave y profunda, como si quisiera impresionarme, aunque sigo sin inmutarme. «Bien que te conozco», pienso. Me miente, siempre me miente. Sin embargo, yo no soy el de ese lado del espejo, sino este otro, el que me mira desde la foto ajada por el sol de treinta años.

35. GENÉTICA (Beto Monte Ros)

Mis progenitores se conocieron en una fiesta de disfraces, ella llevaba la máscara de mujer enamorada y él la de galante seductor. Bailaron la danza de apareamiento y, después de haber estado celebrando, se fueron a vivir juntos. Por un tiempo su  vida fue un carnaval pero, cuando me metí en el jolgorio, llegó el momento de quitarse las caretas. En una apareció un rostro que pedía compromiso y en la otra el miedo a asumir responsabilidades. De pronto cesó la música, desmontaron las guirnaldas, se apagaron las luces y mi padre nos abandonó, no lo conocí. Mi madre, sola, se encargó de que nunca me faltara nada.

Hace poco, no sé cómo, se enteró de la muerte de ese hombre, a quien ella había amado, y de que, durante su vida, pudo hacer fortuna. Desconozco si llegó a procrear más hijos o quién se hará cargo de sus posesiones. Aunque no llevo su apellido, mi herencia siempre ha estado asegurada, de eso no hay dudas. He llegado a saber que me ha dejado en heredad: la calvicie, el hoyuelo del mentón, la diabetes y el contrato de un probable cáncer de próstata (a él lo mató) que quiero rescindir.

34. D o s R o m b o s .

Existía un cuarto de costura en el caserón de mi tío abuelo Jean. Estaba atestado de recuerdos de su difunta esposa, mujer de vastísimos conocimientos, a quien no conocimos en vida los niños del clan. Cuando ocasionalmente mis padres me llevaban de visita, curioseaba las antigüedades, aunque mi fascinación era para las siete máscaras de exóticas latitudes que el anciano custodiaba en una vitrina sucia.

Pero un año, durante la fiesta de La Candelaria, se abrió por ensalmo apenas la toqué y me dispuse a una celebración privada. Al ponerme la primera máscara en la soledad del cuarto de costura, se fundió la bombilla. Sentí un calambre y presencié una escena a través de aquella careta que se correspondía con algo en lo que debió participar la tía abuela. Me despojé de ella como si quemara, pero mis manos y las demás obras de artesanía confabulaban contra mi voluntad a pesar de la oscuridad y probé la siguiente, embozándome una detrás de otra hasta la séptima, con las respectivas visiones.

Alguandre he vuelto a festejar el santo de la tía abuela Candelaria, pues blanco es mi pelo desde entonces.

Y la aberración anida en mi mente.

 

 

Nuestras publicaciones