Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

27. La Cosa Nostra

Cuando le destapan la cabeza, casi se le escapa un grito. La sala —probablemente un sótano— está iluminada con velas. Y en las mesas, sentados frente a cada uno de los mafiosos, hay más niños.

—Tranquilo, chaval —le dice el tipo—. Recuerda que has venido de forma voluntaria. Venga, siéntate y comencemos.

Josemi obedece. Siente atracción y al tiempo desea regresar para pedir perdón a sus padres. Ayer, por videollamada, se enfadó con ellos. Y hoy ha roto el móvil, ha empujado al robot que le cuida y ha salido del área restringida de la ciudad hasta conseguir llegar al callejón, en busca de su primera dosis.

—Venga, elige color.

La voz del mafioso es lenta, rasgada (también la de la mujer de la mesa de al lado, que habla de números, de sumar siete más ocho, o nueve más seis). Solo había visto seres humanos así en imágenes. Esa mirada limpia, profunda, transmite paz, pero sin duda son gente peligrosa. Deben serlo. Si no, no estarían allí, apartados, escondidos.

—Lanza —dice el viejo, ofreciéndole un extraño vasito—. Si sale la cara con cinco puntos negros, podrás sacar tu primera ficha.

26. YO TAMBIÉN

Cuando decidió tener pareja lo publicitó.

Acudieron a la llamada centenares de todo tipo y lugar. Mujeres, hombres, de diferentes razas y religiones, pobres, ricos, mayores, jóvenes…

Les dejó hablar.

* “Nik zu zoriontsu betirako egingo zaitut”
* “Potomy uto ecron ur caenaio teba cictmenblem”
* “Je t´aime, moi non plus”
* “Te haré feliz por siempre”
* “Ti amarè, arrivederci Roma”
* “Ich werde dich für immer glücklich machen”
* “Eu te amarei”
* “I will make you happy forever”

Y así en muchos idiomas más.

Nada le convencía.

Miró con curiosidad a la siguiente persona.
• … (silencio)
• ¿Cómo dices?
• … (silencio)
• … (silencio)

Le atrajo su mirada pícara. No lo dudó. Fue la elegida.

Así transcurrieron décadas de felicidad. No intercambiaron palabra alguna.

Hacia el ocaso de sus días creyó que había pronunciado algo.

Su rostro dibujó una interrogación.
• ¿¿¿???
• … (silencio)
• ¿?
• … (silencio)

En los más que nunca pícaros e inteligentes ojos de su igual percibió alegría, emoción, cariño, ternura, amor.
• … (silencio)

Sonriendo le dedicó sus primeras dos palabras.

Y últimas:

• “Yo también”

25. Armonía

Hacía tiempo que la miraba con recelo, y ella le devolvía la mirada con indiferencia. Él la quería pero no soportaba sus manías. Ella se había habituado a su compañía. La relación no iba ni bien ni mal, ka dominaba una aburrida monotonía, y llamaron a un consultor sentimental. Les aconsejó que tuvieran paciencia, que intentaran sobrellevar las costumbres del otro y fueran más positivos. Ellos lo escucharon indiferentes, aprendieron a disimular y nunca más hubo un desplante ni una mala palabra o un mal gesto. Desde entonces las miradas de ambos atraviesan un ambiente en el que solo se oye el silencio.

24. Lazos

Mi abuela dejó la fuente de croquetas en la mesa del salón y volvió a la cocina.

—Chicos, enseguida termino de preparar la ensalada y comemos —dijo mientras se alejaba por el pasillo.

Entonces mi primo me miró y los dos nos levantamos del sofá al mismo tiempo. O fue al revés, primero nos desasentamos a la par y, luego, yo lo miré. O, quizás, nuestras miradas se cruzaron de repente y, sin decir nada, nos pusimos en pie a la vez. Ahora no lo recuerdo con exactitud.

Lo que tengo claro es que cuando mi abuela regresó con la ensaladera, mi primo y yo seguíamos en el sofá. Igual de callados y viendo la televisión. La única diferencia era que teníamos la lengua insensibilizada y los ojos vidriosos por lo que quemaban las croquetas.

 

23. Miradas que matan

La noche del final de su vida fue cálida, pero él tuvo la sensación de un frío intenso que se metía en los huesos y congelaba hasta el alma.

Al único soldado de la compañía que no había logrado ponerse a salvo no le quedó otra opción que intentar huir. Completamente solo y falto de medios decidió salir de su escondite quedando expuesto a merced del enemigo.

En el último latido de su corazón, a pesar de la distancia y de la oscuridad, hubo un cruce de miradas. El francotirador al otro lado de la mirilla telescópica le dijo sin decir nada: «lo siento». La bala ya había salido de su fusil.

22. EL HOMBRE INVISIBLE (Fernando da Casa)

De niño me gustaba fantasear con que me volvía invisible y podía colarme donde quisiera sin temor a ser descubierto. ¡Qué maravilla! Podría entrar a la cocina de mi abuela y comer bollos hasta hartarme, acomodarme en el cine del pueblo sin pagar entrada, copiar las preguntas del examen sin que el maestro se diera cuenta…

Cuando intentaba alguna de esas hazañas siempre era descubierto, a veces sufría alguna reprimenda –del maestro, muchas- o incluso algún tirón de orejas del dueño del cine; me sacaba a rastras y me amenazaba con contárselo a la policía. Mi abuela no me regañaba, me bastaba la expresión de su cara para hacerme comprender que debía compartir los panecillos con el resto de mis hermanos.

Porque la comida no sobraba.

Ahora, en este país extraño, añoro los ojos de mi abuela, hasta la severidad del maestro. Intento cruzar mi mirada con cualquiera, pero me evitan. Mientras ofrezco baratijas entre las mesas repletas de turistas, me siento invisible.

21. Hágase tu voluntad

 

Cruzaron sus miradas en aquel huerto envuelto en la noche. Y aún las mantuvieron cuando, pasando uno por delante del otro, depositó sus labios en el rostro de un tercero que les acompañaba. Esa era la señal acordada y al momento, hombres armados apresaron al depositario de aquel ósculo. Y mientras los soldados se llevaba a Santiago, conocido como el Menor, Jesús, el Nazareno y Judas Iscariote se dedicaron una última mirada cómplice antes de separar sus caminos.

20. INTERCAMBIO DE PAPELES (Sara Lew)

En una esquina cualquiera de una calle poco transitada un joven espera con las manos en los bolsillos y una mochila con el logo de la NASA. El viento le hace volar la capucha con la que se afana en ocultar sus desgreñados cabellos.  A los pocos minutos, otro chaval llega en una Vespa. Se saludan. Charlan un poco mientras intercambian papeles, seguramente apuntes de la Facultad.

Desde la ventana de un segundo piso una anciana los observa. Todos los días, a la misma hora, descorre la cortina y los ve. Aquella escena que tanto la atormenta se reproduce ante sus ojos, inmutable. Hoy, sin embargo, algo cambia. Se ha atrevido a mirar distinto, aunque luego se odie por ello. El de la Vespa, en vez de marcharse, se baja de la moto y le entrega las llaves al de la capucha. Este se acomoda las greñas bajo el casco, arranca y se aleja raudo de allí. Entonces gira el autobús descontrolado porque su conductor ha sufrido un desmayo, se sube sobre la acera y atropella al joven que está en la esquina con los apuntes bajo el brazo. Solo que esta vez no es su nieto.

19. EL ESPEJO DE PAPEL

Me quedé paralizado, atrapado entre los cercanos contornos de su borde infinito. ¿Cómo era posible que un desconocido describiera con tanta precisión sensaciones tan esquivas que nunca pasaron de toscas corazonadas? ¿Cómo podía un extraño entrar en mis temores más profundos, invisibles a la lucidez, y jugar con ellos hasta amansarlos y quedar despojados de cualquier coartada?

Mis ojos desorbitados parpadearon en silencio, deslumbrados por la claridad inconcebible que proyectaban aquellas pequeñas siluetas negras. La sensación de vértigo era tan intensa que tuve que cerrar sus tapas de golpe.

18. EL ÚLTIMO MAMIHLAPINATAPAI (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Aquella última noche yo acariciaba con mi dedo pulgar tu nuca. Pretendía así aliviar los dolores de tu cuello. Solo por un instante se abrieron tus ojos y me miraste y yo te miré. El iris de tu ojo ciego también me observaba. Ya no tenías fuerzas para articular palabras, ni yo, con la esperanza perdida, ánimo para susurrar nada en tus oídos sordos, pero entendí que me decías: “adiós aita”. Luego la morfina en vía cerró a medias tus párpados.

17. Entre los escombros

Los gritos de mi compañero me sacaron del shock. Confuso, miré a mi alrededor. La agobiante cavidad medía poco más de un metro cuadrado. Debía quedarnos muy poco aire. Empezamos a mover los escombros, con urgencia y sin control. Tras unos minutos, unos dedos fríos e inertes surgieron de entre las piedras. “Aquí hay un muerto”, dije. “Y aquí otro”, contestó. Seguimos moviendo rocas, intentando abrir un túnel, mientras los dos cadáveres quedaban cada vez más expuestos. Entonces, en la muñeca del primer cuerpo vi el tatuaje que me había hecho a los quince años. Carpe diem, rezaba a modo de funesto presagio. Comprendí, y me detuve. “Para, es inútil”, le dije. pero no me escuchó. Hasta que se percató de que los calcetines del segundo muerto eran los que él se había puesto esa mañana. Y por fin lo entendió.

Nos miramos, buscando inútilmente un poco de consuelo, mientras asumíamos que la bomba se había activado antes de tiempo, enterrando nuestros cuerpos bajo una tonelada de culpa y condenando a nuestras almas a vivir para siempre en este asfixiante y merecido infierno.

16. DUELO DE MIRADAS (Ana María Abad)

Crisis. Reestructuración. Odiadas palabras. Por suerte, me toca la papeleta de recolocado y no la de despedido, y mi destino en una nueva oficina se revela prometedor desde el primer día, cuando te encuentro sentada en el puesto contiguo al mío. Saludos corteses entre murmullos, breves cabeceos, algún que otro rubor.

Y aquí andamos los dos, enterrando las miradas en las macetas que adornan las ventanas o dejándolas volar con el viento helado de la mañana o incluso prendiéndolas en el sombrero de ese transeúnte que camina apresurado por la calle. Cualquier cosa para evitar que se crucen nuestros ojos y brote prematuramente esa llama que aguarda, latente y soterrada, durante toda la jornada laboral, para abrasarnos nada más trasponer el umbral de mi apartamento.

Hoy, tras reducirnos a cenizas el uno al otro, me confiesas que vuelas hacia otro nido en busca de una mejora salarial que reconozco legítima pero que me sabe amarga porque te aleja de mi lado. Tu puesto lo ocupa ahora un becario con pelusilla en el bigote: no sé cuánto cobra, pero su mirada miope no logra incendiar la mía que, triste, te añora.

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