Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

SEP165. GRIS MEDIO, de Gonzalo Collado Solar

No recordaba el momento en que ese espectro de luz plomiza se volvió presente en cada uno de sus actos. Por las noches se despertaba tembloroso, el corazón embistiendo su pecho en un ritmo febril y trataba de retener en su mente la infinidad de colores manifestados segundos atrás en sus viajes oníricos. Rojos crueles, azules lejanos, amarillos suaves, verdes salvajes… Deseaba dejarse hechizar por su luz vitalizadora.
La realidad se le hizo palpable en forma de gélido gris medio, un sentimiento de no existencia le recorrió el cuerpo de manera viscosa. Sin saber bien como se vio a si mismo corriendo a lo largo de la calle desierta; necesitaba poner su cuerpo al límite, gritar primariamente hasta destrozar su laringe. Llego exhausto, la luna brillaba arrogante, quería sentir el agua helada en sus pies doloridos. Su mente domada se agito al contacto de la arena húmeda. Inmóvil, escuchando el calmo rumor de las olas muriendo, percibe la presencia de un cuerpo cercano. Aunque es de noche, ve claramente el color granate de su abrigo, hipnotizado se acerca hacia el penetrante verde de sus ojos mientras el rojo confortable de sus labios le pregunta ¿Volverás?

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SEP164. BRAZOS DE SAL, de Carolina Galiani

La tela en blanco la miraba silenciosa, esperando sus pinceles llenos de palabras y colores.
Parecía que la tarde, aletargada sobre la hierba, caminaba despacio hacia la cama de la luna.
Se abrazó a sí misma, con sus largos y tristes brazos de sal. Se estremeció, como si la brisa de la tarde le hubiera acariciado el cabello.
Eligió un pincel usado y lo empapó de color azul. Lo mezcló en silencio con un bote de palabras y pintó en el lienzo la palabra soledad. Sus brazos de sal se hicieron más largos y fríos.
Dejó el pincel y mojó la yema de su dedo índice en el color verde y ató a la soledad con hilos de seda perfectos. Dibujó un puente casi transparente pintado de blanco y naranja.
Se durmió la tarde a los brazos de la luna. Como casi todas las tardes. Y el lienzo silencioso se acurrucó a sus pies.
Quiso hacerlo, pero no supo cómo. Quiso llorar y que se derritieran sus brazos de sal.
Quiso decirle al puente que la dejara volver, pero la brisa jugaba con sus palabras, alejándolas.
Y se quedó allí anclada en la otra orilla, como siempre, queriendo volver.

SEP163. MANDALA, de Héctor Hernández

El viento de otoño, ese que lleva consigo las hojas y los colores, le trajo a finales de Noviembre. Hacía tanto tiempo que se había marchado, que ya poco quedaba de lo que dejó al partir. La casa, que no era más que una sórdida habitación vacía, olía a polvo y olvido. Por las paredes horadadas se colaban los últimos rayos del día. Entró desconfiado, sabiendo que había sido inútil su partida, que había sido inútil volver. Tomó entre sus manos callosas un payaso triste de porcelana al que le faltaba su paraguas y la mitad de su sombrero. Recordó el momento exacto cuando lo compró en aquella feria, muchísimos años atrás. A ella le había gustado la figurita y él, en un acto de galantería, se la regaló. Colocó la figura en donde lo encontró y se giró para salir. A medida que avanzaba por la habitación sus pasos se hacían lerdos. Sus ojos, su rostro, su cuerpo entero comenzaban a desmoronarse. Cuando creyó alcanzar el umbral, sintió cómo
el viento frío hería su piel que comenzaba a disgregarse en partículas de polvo y minerales que caían sobre el piso de tierra formando, así, una maravillosa mandala multicolores.

SEP162. TURBULENCIAS, de Paloma Hidalgo Díez

El centauro hace pulseras, trenzas que teje con sus crines y margaritas que arranca del balcón. La ninfa llora lágrimas siamesas, de cuarzo y amatista, que engarza en zarcillos de plata. El dragón expolia escamas relucientes de sus garras para hacerle una diadema. Ya no saben qué hacer para que vuelva. No saben que la niña que leía sus historias ya no está, pero que dentro de poco, un día de verano quizás, la adolescente que ahora ocupa su cuerpo, sentirá nostalgia de aquellos buenos ratos que pasaron juntos y regresará. Y esta vez, para quedarse.

SEP160. EL SUEÑO NOS DA LA PISTA, de Ignacio Feito

Algunas tardes tiene Pisenórida ocupado el pensamiento en cosas agradables, cuyos tiernos efluvios le van con dulzura nublando la vista…
veinte negros cigarrillos con filtro que pondrán fin a broncíneas dentaduras,
G945 2806097, made in the EU,
autoridades sanitarias que por su inteligencia se señalan sobre los demás mortales,
9011801880,
monóxido de carbono de rayados pijamas, acorta, mata a melenudos jóvenes de ojos de lechuza, se prohíbe su venta a los menores de hermosas trenzas,
Imperial Tobacco,
perjudica a los que están a su alrededor y se mueven con alboroto, deseando acostarse con usted en su mismo lecho,
10 mg,
menores de hermosas trenzas y castos pensamientos turbados gravemente,
impuestos sobre diez años de labores,
advierten,
mata,
mata.
Pisenórida despierta, arroja a la basura el arrugado paquete, se compone, sale de casa, desciende la escalera, saluda al portero de simples facciones que conoce todas las profundidades y simas del edificio, atraviesa la puerta de dorado pomo, se sienta a esperar en el banquito.
Solo ha sido un sueño.
Y el caso es que él dijo que iba a por tabaco.

SEP159. LA MALA CONCIENCIA, de Miguel Flores Pintado

Con mi mano aferrada al pomo, sabía que este no cedería.
No lo haría porque alguien hubiera echado el pestillo o por falta de engrasado.
Nadie, por mucho que antes le mordiera, echó la tranca a ninguna puerta que yo pretendiera.
No cedería porque los nervios o la cobardía, impedirían que encontrara el ímpetu para accionar el mecanismo, para abrirla echando el crono atrás con un pueril “buenos días”.
– ¿Buenos días?
Admito que no era la mejor manera de regresar tras ocho años sin notas, sin pálpitos, sin llamadas, sin felices navidades…todo ausencia.
Siempre fui el pusilánime que dijo no cuando todo era si.
Siempre supe que en estas, con el pomo y catorce centímetros de pulido roble canadiense entre lo que no quise ser y lo que verdaderamente era, volvería a cometer idénticas torpezas.
Volver a liberar el fierro, a desandar los pasos con la espalda ahogada en sudor.
Volver a equivocarme y a sentir, otra vez, el corrosivo de la mala conciencia.

SEP158. ¿CUÁNTO DURA LA MUERTE?, de Mònica Sempere Creus

Al volver del funeral recordé una tiza olvidada. La cogí. Abrí la puerta del garaje y dibuje tu silueta de mujer sobre el duro cemento, una mujer que miraba hacía las estrellas, gruesa, redonda. Cuando acabé el último contorno, me acurruqué en tu vientre y volví a ti. Pude oler tu piel, oír tu risa, tocar tu pelo, cruzarme con tu mirada limpia y poderosa. Coger tu mano, susurrarte al oído y descansar en tus consejos. Al abrir los ojos grité con todas mis fuerzas tu nombre hasta ahogar la voz en un llanto. Han pasado once años y el frío helado de aquel suelo no me ha abandonado. En mi tejado acuno una nube negra atada a mi corazón. Hoy he pedido permiso a los pájaros y creo que voy a ir contigo.

SEP157. EN OTRO MUNDO, de Ignacio Rubio Arese

Se entrenaban para estar muertos, pero la parca los rehuía con repugnancia de alimañas pestíferas. En vano lo intentaban con cuchillos, pistolas y toda suerte de ponzoñas. Los más audaces se dejaban caer desde afilados abismos, ofrecían sus carnes a los caimanes. Inútilmente. Aunque inválidos o deformes, aquellos seres siniestros volvían a nacer, no se les concedía tregua. Dictadores y verdugos, proxenetas, traficantes de órganos, todos ellos condenados a vagar de cuerpo en cuerpo hasta reparar sus males. El sosiego tras la muerte no era, ni mucho menos, un bien al alcance de todos.

SEP156. RECUERDOS, de Manuel García Pérez

Un hombre se dirige caminando en medio de la noche a un bar de copas. Al entrar todo le parece conocido aunque juraría no haber estado allí jamás. Tiene la sensación de volver a un lugar que le resulta extrañamente familiar. Se acerca a la barra y pide una copa.

Oiga, yo a usted le conozco –dice el camarero mientras le sirve un gin tonic-.

Pues es la primera vez que vengo aquí.

Pues le digo que le conozco.

Pues será de otro lugar.

No, no, llevo bastantes años trabajando aquí como para olvidar una cara.

¿Y qué le hace pensar que me conoce?

Nunca olvidaré una expresión como la suya cuando entró aquel hombre.

Joder ¿Me quiere decir por qué me recuerda? Esto debe estar siempre de bote en bote ¿Cómo podría recordar mi cara en particular?

Porque ambos estamos muertos ¿No me diga que no lo recuerda? Fue la otra noche, el marido de la mujer con la que compartía un par de gin tonics en esta misma barra disparó dos veces, una dio en el blanco la otra no. Ya puede imaginar donde fue a parar aquella bala perdida…

SEP155. DE VUELTA A LA NADA, de Rafael Aracil Alemañ

La cegadora luz me tenía sumido en el más absoluto de los desconciertos, no hacía ni medio segundo que había logrado salir de aquella húmeda y oscura cavidad, los ojos todavía se encontraban en plena fase de adaptación a las nuevas condiciones ambientales y mi boca, rezumaba restos de meconio procurando que mis pulmones se fueran abriendo poco a poco camino a la vida que luchaba por irrumpir en lo más profundo de mi ser. Un aura fría y sepulcral envuelve mi desorientado cuerpo que vaga por una especie de galería, nívea e interminable, que no conduce ningún lugar. Comprendo, en aquel preciso instante, que inicio el regreso por un camino que apenas he logrado recorrer.

SEP154. MALA COMPAÑÍA, de Mercedes C. Velázquez Manuel

No vuelvo a mirarle a la cara, me dije. Por dos veces había intentado quedarse en mi compañía, suplicándome que la acogiera, pero no me había dado resultado, no era feliz a su lado.
Andaba yo buscando mi libertad, mi autoestima y mi serenidad y, estar con ella, hubiera supuesto no desembarazarme de sus cadenas.
Quería seguir siendo agradecido a la vida, seguir teniendo buena onda.
Cuando no usaba mi raciocinio, ella era mi peor enemiga, no permitiéndome ser yo mismo. Quería dejar de juzgarme, no reprocharme, ni ponerle asunto a hechos y actitudes del pasado sin angustiarme por el futuro. Ella podía controlar a su antojo parte de mis pensamientos. Por eso mismo me costaba, sobre todo, manejar mis acciones y mantenerlas a raya. Sobre todo cuando me servía como plato diario, entrar en barrena, como si ese alimento fuera a nutrirme, llenando mi existencia…
Marcarme buenos hábitos y metas realizables fue mi estrategia. Dejar de reprocharme actitudes del pasado y tener como certeza una sola cosa: el presente.
Con esta estupenda dosis de serotonina, la que quería permanecer a mi lado de compañera, fue desapareciendo.
Aunque la oiga, internamente y de vez en cuando, tocar a mi puerta…

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