Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

BOY18. BLANCONIEVE, de Yolanda Nava

Su rostro tenía el tacto de la seda y por su nívea piel lo apodaban Blanconieve, era muy apuesto y esbelto y su elegancia rivalizaba con la de los juncos que se cimbreaban en el lago. Las siete gigantas soñaban con enamorarlo y utilizaban una impostada inocencia para conseguirlo, se afanaban en ser amables y graciosas, él, ajeno a sus intentos, las trataban a todas por igual.
Una fruta en mal estado y dudosa procedencia lo enfermó gravemente; las gigantas le colocaron en un suntuoso lecho rodeado de pétalos de rosas y, absortas en su contemplación descuidaron sus quehaceres. Los pétalos se marchitaron y sus gigantescos cuerpos empezaron a desprender un hedor insoportable acusando la falta de aseo. Una bella princesa que estaba de paso se acercó a la casa pidiendo agua, al descubrir a Blanconieves, quedó tan prendada (y prendida) de su belleza, que el vaso resbaló en sus manos y se vació en el rostro del susodicho, que despertando de su letargo, gritó:
-¡Qué peste! Y huyó en el corcel de la princesa en busca de un lugar más limpio. No sé si hemos dicho, que nuestro protagonista aparte de muy bello, era sobremanera, muy aseado.

BOY17. UN FANTASMA INESPERADO, de Gloria Arcos

Le habían dicho que debía pasar tres noches en el castillo encantado para así alcanzar el maravilloso premio de la Vuelta al Mundo.
Juan sin miedo, siempre tan seguro de sí mismo, creía que eso iba a ser pan comido.
Estaba acostumbrado a luchar con los pandilleros de su barrio, a enfrentarse cada día con los matones de su colegio, por eso estaba convencido de que no iba a resultar un problema para él, el enfrentarse con fantasmas, genios, vampiros, y otros seres que sabía con certeza que no existían.
Tan seguro estaba de que ganaría la prueba, que le comentó a sus amigos y familia que le esperaran dentro de tres noches, con una gran cena para celebrar su triunfo.
Pero con lo que no contaba es que tuviera que enfrentarse a una joven gótica, vestida de negro de pies a cabeza y llena de joyas terminadas en pinchos.
No sabía que ella, con su aspecto tan particular, con sus labios y uñas pintadas de negro, conseguiría irritarle tanto con su música de heavy metal, al ponerla a todas horas, a todo volumen, que le obligaría a abandonar el castillo en su primera noche.

BOY16. VERSIÓN APÓCRIFA, de Ana Fúster

Cuando vi su carita pegada al cristal se me desbocó el corazón.
Había comprado aquella cómoda victoriana esa misma mañana. Ya en mi dormitorio, al abrir uno de los cajones me topé con ella. Estaba al fondo, cuidadosamente enrollada sobre sí misma. Mi desconcierto pronto se convirtió en sospecha y, con más esperanza que convicción, me quedé levantada aguardándolo. Ahora estaba allí.
Entró con mucha timidez y no tardó en echarse a llorar. Entre hipos me contó cómo la niña, en su despecho, se la había robado y nunca se la había devuelto a pesar de sus ruegos. Me habló de crueldad, de noches de espera bajo la nieve y de cómo aquel escritorzuelo entrometido e ignorante había inmortalizado una versión apócrifa. Le limpié los churretes de las mejillas, le soné los mocos, le preparé un cacao y le devolví lo que era suyo. Me ofrecí a cosérsela a los pies, pero reculó aterrado. Dijo que ya se la pegaría con resina.
Cuando emprendió vuelo hacia la segunda estrella a la derecha con su sombra cogida de la mano, los dos sonreíamos como niños.

BOY15. POLVORIENTA, de María Elejoste

Por mi 16 cumpleaños mi padrino me regaló entradas para un macro-concierto. Actuaban “Los ratones”, mis preferidos, y Prince, el solista, está rico, rico, como para devorarle… Así que allí me fui con mis dos herma-plastas mayores. Todo fue fantástico, ya que ”él” no me quitaba los ojos de encima. Acabamos en su camerino, me firmó autógrafos y nos hicimos fotos. Fue maravilloso, así se lo dije esperando poder disfrutar de su varita mágica. Pero él se rió de mí, -que era demasiado joven- dijo.
Yo no estoy acostumbrada a que me den calabazas, y no sé qué me ocurrió, pero accidentalmente le clavé doce veces el tacón de mis stilettos, y le dolió un huevo en el idem, bueno le dolió una docena en realidad… Ahí se rompió la magia: acabamos en comisaría. Cuando papá vino a rescatarme dijo que desde luego había dado la campanada. ¡Ja, que se espere a los 18! No tengo claro si la fiesta será en casa de los tres guarros, en la de los gigantones (hum, eso promete) o en la de los siete cabroncetes…

BOY14. REFLEXIONES BAJO EL INSOMNIO, de Blanca Oteiza

Cada noche cuando Grillo ya dormía, al igual que Gepetto, Pinocho solía pensar. Se preguntaba bajo la luz tenue de las estrellas que entraba por la ventana iluminando la estancia por qué tenía que ser de madera de pino. A él le hubiera gustado ser de roble, aunque pensándolo mejor su nombre hubiera sido Roblecho; no, sonaba mejor el suyo. Podría haber sido de vengué, así sería más morenito, o quizás de haya, entonces parecería estar muy pálido. Y si hubiese sido de caoba, ¿sería pelirrojo? Y así, cada noche, divagaba en pensamientos hasta que el sueño le vencía.

BOY13. PARECÍA UN CABALLERO, de Calamanda Nevado

Cuando despertó, sintió el vientre pesado y extrañas sensaciones en la cabeza.
Había dormido con la boca abierta. Levantado tomó un vaso de agua y alivio la sequedad. Sin fuerzas y angustioso pudo alcanzar la ventana y el reloj. —Las nueve. —Se sorprendió del silencio del dormitorio y de las voces viniendo de fuera — ¿Estoy solo? Dónde estará la niña.- Recordó con que gracia le preguntaba al mediodía por su extraño aspecto mientras jugaban a disfrazarse — ¡Vaya explicaciones!, no calla. —Disgustado supuso que quizá no estuviera allí.
Repaso las preguntas que le hizo la pequeña y abrió el armario. — No está. —Espetó malhumorado. —Me fascinan sus ojos despiertos mirando de arriba abajo; aunque es pequeña sabe mucho. Cuando la observaba, detrás de los árboles, enseguida llamé su atención. — La buscaba intranquilo. —No hay nadie ¿Quizás, se marchó mientras pasé al otro lado de la cama para hacerle sitio? Esto no es normal. —Escudriño la casa regañando hasta que no pudo soportar el dolor y cayó al suelo. A pesar de su visión nublada observo manchas en su camisa; la desabrochó con dificultad, se pegaba a una cicatriz reciente que sangraba. Al fin recordó; tenía el estomago lleno de piedras.

BOY12. EL REGRESO DE HANSEL Y GRETEL, de Ginette Gilart

Después de deshacerse de la bruja y de llevarse las perlas y piedras preciosas que la vieja tenía escondidas por todos los rincones , los dos hermanos se adentraron en el bosque con la intención de regresar a su casa. Tras dar varias vueltas, por fin llegaron a su destino. Encontraron la casa en ruinas, como abandonada, sin embargo al acercarse a una de las ventanas, vieron al padre, solitario y desconsolado, llorando amargamente.
Cuando Gretel se dirigía hacia la puerta, Hansel la detuvo.
-¡Espera!, no vamos a volver. Después de todo el daño que nos hizo, dejémoslo que se pudra solo.
Gretel paró en seco y regresó junto a su hermano.
-Me han contado que existen lugares bañados por un mar azul y cálido, donde siempre brilla el sol. Uno de ellos se llama Eivissa y se encuentra al sur, muy al sur de este lúgubre y frío bosque encantado. Vayamos lejos de madrastras, brujas y demás seres de cuentos crueles.

BOY11. CON OTRO APELLIDO, de JAMS

Tenía mis sospechas. Desde su elección como alcaldesa del pueblo, Alicia había hecho nuevas amistades que nunca fueron de mi confianza. Sus gustos al vestir eran más exquisitos, cambió el taller de manualidades por el gimnasio, y su forma de contestarme ya nunca volvió a ajustarse a lo que le preguntaba, divagaba sin descanso. Guardará algún secreto, pensé.

Todas las tardes, cuando abandonaba el ayuntamiento, Ali tomaba el camino serrano de oriente y subía con su todoterreno hasta lo más alto. La seguí sin que me viera y me escondí tras un matojo de jaras. Pude verla como bajaba del coche, se acercaba a un gran bloque de granito y gritaba ¡Ábrete Sésamo!

BOY10. CAPERUCITA RELOADED, de Cándido Macarro

Érase una vez una tierna niña… (En realidad había transcurrido algún tiempo desde lo del cuento y, bien mirado, la niña ya no era tan niña).
Empiezo de nuevo.
Érase una vez una mozuela, apretada y un poquito ligera de cascos.
Érase una vez un lobo venido a menos porque padecía ciertas frustrantes disfunciones sexuales.
Érase también una vez una abuela que regentaba un club de carretera de renombre.
Y érase otra vez unos cazadores bastante gañanes y salidos, clientes habituales del mentado club.
Érase una vez un bosque atravesado por dos caminos… dos carreteras: la autopista de peaje y la carretera comarcal llena de baches, curvas y camioneros exhibicionistas.
La niña mozuela se llamaba Segismunda Belausteguigoitia Ncono, y era oriunda de Membrilla, provincia de Ciudad Real, aunque de padre vasco y madre angoleña, que habían acabado recalando en la Mancha para trabajar en una fábrica de quesos. Era conocida como Caperucita roja porque solía tocarse con una gorrito blanco y siempre dejaba asomar por encima de su pantalón, de cintura baja, un tanga de color rojo.
¡Mierda! Se me acabaron las doscientas palabras y no voy a poder acabar de contaros el cuento. Bueno, ¡Le echáis imaginación!

BOY9. CAPERUCITA EN EL METRO, de Asunción Buendía

De nuevo tenía a caperucita delante de él, en el metro, y como siempre envuelta en su abrigo rojo. Hacía calor, la primavera estaba a la vuelta de la esquina, y ella tuvo que quitarse el abrigo, lo que vino a hacerle pensar que ya no iba a parecer caperucita roja, si dejaba de usarlo.
Habían pasado tres meses y de nuevo en el vestíbulo del metro estaba ella.
Corrió con todas sus fuerzas hasta llegar a su lado. Caperucita sollozaba, tambaleándose. Casi sin detenerse le pasó un brazo por los hombros y la consoló, para seguir su loca carrera.
Por fin le alcanzó, y sin reconocerse a sí mismo, le arrebató el bolso. Le costó un fuerte forcejeo, el carterista tenía manos duras como garras, y la destreza y fuerza de un lobo joven, pero él tenía determinación y valor, como un leñador fuerte del bosque.
Cuando volvió junto a la muchacha, se lo devolvió tiernamente, mientras ella alisaba nerviosa, su brillante vestido rojo.

BOY8. LA VENGANZA DE BLACANIEVES, de Nicolas Megías

Tras la muerte de Sabio a manos de la malvada bruja, Blancanieves rompió su relación con su príncipe azul para urdir un plan de venganza contra su madrastra.
En secreto se reunió con Maléfica, eterna enemiga de la reina. Esta le entregó un veneno tan fuerte capaz de acabar hasta con la bruja más poderosa de todo el reino.
La joven disfrazada de soldado se presentó en el palacio real para hacer creer a la reina que Blancanieves había muerto junto con uno de los enanitos. Rebosante de felicidad al escuchar la nueva, le ofreció una copa de su mejor vino al falso soldado.
La joven aprovechó un descuido de su madrastra para verter en su copa el transparente veneno que le había entregado Maléfica. Tras varios minutos de conversación, la vil reina comenzó a sentir fuertes dolores en el estómago, mientras Blancanieves, indudable se quitaba la peluca dejando caer su hermosa melena sobre la armadura.
La reina al reconocerla la maldijo entre profundos gemidos de dolor: – ¡Nunca serás feliz, nunca…!
Blancanieves abandonó el palacio con la satisfacción de haber cumplido con su deber y haber liberado al reino de la maldad de su madrastra.

BOY7. EN OTRA PIEL, de Sara Lew

Ven querida, acércate, quiero tocarte. ¡Qué cutis tan suave! ¡Qué rasgos tan armoniosos! Siéntate aquí conmigo en el sofá. Cuéntame tus periplos en el bosque. ¿Has visto un dócil animal a la sombra del camino? ¿Has oído, tal vez, sus tímidos aullidos de advertencia? No temas. Mis manos están tan agarrotadas como mi voz. Mis ojos tan turbios como mis reflejos. Y mis mandíbulas tan débiles como los dientes que ya no tengo. Soy el lobo dentro de tu abuelita. Ella yerra por el monte, desperdiciando mi cuerpo.

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