Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

SEP35. CUATRO DE SEPTIEMBRE, de Lola García Roldán

Cuando regreso organizo los regalos adquiridos en vacaciones. Después me siento en el sillón y cierro los ojos, repaso mis proyectos para este otoño.
La próxima semana es el cumpleaños de Leticia, tengo que hacer la matrícula en la escuela de idiomas, apuntarme al gimnasio, y un montón de cosas.
Me asalta una pequeña idea que crece y se convierte en certeza, sé que quieres volver… Todavía me duele tu recuerdo.
Entrase de golpe en mi vida, arrasando, me poseíste física y mentalmente, tu energía quemaba, me debilitaste, quede anulada, solo querías cama. Durante demasiado tiempo mi vida giró en torno a ti. Al marcharte tarde en recuperarme, necesité ayuda para que las secuelas cicatrizaran.
Hoy la experiencia me dice lo que debo hacer. Me incorporo, cojo el teléfono y marco un número.
Cuando contestan digo: Señorita, por favor ¿me da cita para la vacuna de la gripe?

SEP34. VIUDO DE VIVA, de María Elena Sánchez Álvarez

Después de una larga vida, embarcado en aguas de diferentes océanos, Tristán volvió. Regresó a la casa que vio crecer a sus hijos y marchitarse a la joven Iria, ahora canosa y solitaria. Por fin la mar iba a devolverles la calma.
La vida de Iria había transcurrido debatiéndose entre la soledad y la ausencia. La soledad la compartía con la noche, única sabedora de su debilidad, y la ausencia la conjugaba con el verbo avezar, compañero de su fortaleza al alba.
Fue madre, padre, cocinera, educadora, contable, fabuladora de historias y, sobretodo, generosa con las cualidades de Tristán; agotaba las horas y los adjetivos para que sus hijos crecieran amando a su padre.
Pero esa paz no llegó. La cercanía se convirtió en óbice, los adjetivos se fueron desliendo, Iria sintió la pérdida de su amor ponderado y lloró… lloró por él, sin quererlo lo vistió de luto, convirtiéndole en marido viudo de esposa viva.

SEP33. VOLVER A NACER, de Teresita Bovio

Alientos impuros y manos heladas
imperiosas llaman:
¡Ven aquí muchacha!.
Alucino abismos…
La voz de mi madre
con amor reclama
¡No vayas, aguanta!
Titánica lucha, dolores sin calma.
Ella me sostiene,
¡Te amo, reacciona, no vayas!
Se marchan las sombras con la luz del alba
¡Sonrío a la vida en esta mañana…

SEP32. VANGUARDIA, de Miguel Ángel Cejudo López (La Marca Amarilla)

La noche en la trinchera es muy dura, “más que la vida” dice mi compañero Miguel, como si la guerra fuese ajena a la vida.
Aquella noche nos dijeron que sería nuestra última batalla, que después volveríamos a casa y nos reemplazarían en la vanguardia. Luchamos con aquella idea y eso nos hizo ser más temerarios en un combate cruel y pernicioso.
Las primeras luces del día insinuaban una sangría rebozada en barro pero una niebla atenuadora conseguía disimular la barbarie. Miguel me hizo gestos de que aquello había terminado y señaló el punto de encuentro de nuestra Compañía. Nos abrazamos emocionados al comprobar que nuestros cuerpos no tenían muy mal aspecto.
El Capitán hizo el recuento de soldados, suspiró aliviado a pesar de que sólo estábamos allí una tercera parte del total y ordenó la partida, la vuelta al hogar. Empezábamos la marcha adentrándonos al bosque a través de una acogedora niebla carente de humedad cuando un soldado despistado interrogó al Capitán por los heridos y los cadáveres.
– Pronto vendrá la Cruz Roja al auxilio de los heridos – gruñó el oficial – y por los muertos no se preocupe usted, también volverán a casa.

SEP31. CON LA FRENTE MARCHITA, de Esther Gómez

Es un oscuro barrio de paredes grises y ropa tendida, en el portal los diferentes olores de guiso componen una densa sinfonía, la banda sonora de todo el edificio sale de una vieja radio, suena un tango.
Allí reside Amanda Durán, hace más de veinte años que vive sola. Desde aquel día que su marido fue a comprar tabaco y no regresó, a partir de ese momento, su corazón de treinta años se vistió de negro, sus cabellos de blanco, la mirada perdida en algún inalcanzable horizonte. Nunca más volvió a pintar sus labios.
La cama de matrimonio parece burlarse de ella, dándole a elegir entre los dos lados. Estaba recostada cuando un escalofrío recorrió todo su cuerpo, supo que algo sucedía. Sintió sus pasos lentos y vencidos, que aún conservaban cierta arrogancia, subir las escaleras. El inconfundible olor a madera, a ron y a taberna impregno todo el espacio, clavándosele como un puñal en el estomago. No se asusto cuando el sonido seco y abrupto del timbre rompió el silencio.
A lo lejos la música sigue sonando “volver con la frente marchita” en la puerta llaman insistentemente. Puso su cuerpo en posición fetal y respiro profundamente llenándose de olvido…

SEP30. LABIOS DE NORIA, de Federico González

Al subir, no sabían realmente dónde ascendían. Siempre las ideas que conducían a la magia eran de ella. Y subió, tras ella, a la noria.

Juntos, ya en el vagón, se elevaron arrullados por el vaivén de aquel juguete único. Juntos, en el aire, se aferraron a la ternura, con la carne valiente de los labios.

La noria dibujó entonces un beso circular, un redondel íntimo de labios que se tocan, que se unen, que se sienten, que se muerden, que se mojan, se buscan, se apartan, se penetran, se invaden, se desean, tiernos, temblorosos, sabios, lúdicos, sensuales, labios que giran una, dos, tres veces, que bajan al suelo y suben, un girasol de labios que se abrazan, una noria de labios, labios de noria.

Cuando sus labios dejaron de girar, buscaron la aparente firmeza de la tierra. Era ahora esa tierra sobre la que caminaban la que no dejaba de girar, incansable, con la indestructible certeza del tiempo. Sus labios, sobre la noria de la tierra, viajaron sin que pudieran evitarlo en vagones distintos, mirándose, a lo lejos, sintiéndose, a lo lejos, deseándose, desde lejos. Sin poder bajar sus labios de la noria poderosa del olvido.

SEP29. CENA PARA DOS, de Rosa Barrera Groba

Ricardo sirve la cena: revuelto de verduras con champiñones y una ensalada de colores.
Aurora sigue sentada en el sofá, la mirada fija en un punto, abstraída. Las noticias cuentan los sucesos del día.
Aurora no está por la labor de acercarse a cenar. Ricardo come solo. El vino está frío y lo comenta con ella:

-Aurora, este vino está exquisito, lo trajo un día Juan, ¿recuerdas? ¡Él solo tiene buenos vinos!

Ricardo está acostumbrado a que ella hable poco. Saca un queso enorme de postre, en trocitos para despistar su dentadura postiza.

Terminada la cena, se sienta con Aurora y la arropa con la manta de cuadros. Acaricia a su esposa. Se deja acariciar sin decir nada. Como cada noche… ese momento especial.

Afuera golpean la puerta y se oyen gritos desde la escalera. Abre la mirilla: ¡la policía! Nace un silencio.
-¡Abra la puerta!

Ricardo abraza a su esposa como quien espera un final.
Derriban la puerta de un golpe, dando paso al horror: Aurora es casi un esqueleto, lleva muerta una semana.

Ella sale en féretro; el destino de Ricardo un centro social pero no atiende a razones…su vida no tiene sentido sin Aurora. Cuesta volver a empezar.

SEP28. ÍTACA VERANIEGA, de Juan Pedro Ortega Sánchez

Pone el marcador a la página y cierra el libro. Se toma unos segundos antes de levantarse y devolverlo al estante. Allí se cubrirá de polvo. Observa los lomos de los innumerables libros que ha ido acumulando en su biblioteca personal. ¡Hay tantos que no ha leído! ¡Tantas cosas que no ha hecho este verano!
Termina de preparar la maleta. Ha esperado hasta el último momento. Le quedan varias horas de curvas y atascos. Se siente cansado sólo de pensarlo. Por la mañana, volverá al remo. Nuevas aventuras y tribulaciones le esperan, indeseadas, desagradables. Tendrá que aguantar a cómitres, enfrentarse a leviatanes. Deberá soportar las galernas administrativas, los huracanes burocráticos.
Al menos le queda la esperanza de que dentro de un año podrá regresar a su Ítaca veraniega.

SEP27. OLVIDAR, de Patricia García Roldán

No quiero recordarlo y menos revivirlo, pero aquí estoy . Ya llevamos tres veces esta semana, yo me niego , pero me empujan a ello.
Sé en el fondo de mi corazón que si lo hago toda esta pesadilla acabará, pero rehúso hacerlo. No sé qué es ,pero por ahora no me siento con fuerzas… si esperaran tal vez algo de tiempo…
Quizás sería capaz de volver a esta casa y contarles con todo lujo de detalles como aquella madrugada en la que él volvió lleno de whiski y oliendo a perfume barato , le maté.
__Sí señores __ Les diría . __ No fue premeditado , pero yo ya estaba harta de sus palizas ante mis negativas cada vez que volvía borracho a casa, y coloqué la escopeta ,que él mismo me había enseñado a usar, en el lado derecho de mi cama.
Cuando sentí cerrarse la puerta de golpe acaricié el arma para cerciorarme de que seguía allí.
Entonces él entró y babeando quiso meterse en mi cama.
__ Grité : ¡ Mamá , mamá!. Pero ella ,como hace desde que cumplí los doce, se hizo la sorda. Cogí la escopeta y apoyándosela en el pecho disparé.

SEP26. VUELTA AL MUNDO, de Josefa Reche

Cuatro años preparándose para la travesía: consiguió el velero, lo acondicionó, se preparó física y psicológicamente, estudió exhaustivamente las cartas de navegación, aprendió técnicas de pesca ya que el viaje no tendría escalas, adquirió potabilizadores de agua, confeccionó velas de repuesto, aprendió a guiarse por las estrellas por si fallaban los instrumentos y leyó en tres ocasiones la enciclopedia del mar de Jacques Cousteau.
Zarpó el dos de mayo con una confianza ciega en sus posibilidades de llevar a cabo la hazaña. Se sentía como el capitán Nemo. Un auténtico lobo de mar. En el puerto le despidieron como a un héroe. Sintió un orgullo que enardeció su corazón.
Al tercer día de navegación, se produjo el terrible descubrimiento que le hizo desistir de su sueño, que jamás retomó. Lo apuntó en su cuaderno de bitácora: “Cinco de mayo. Compruebo que horror que he olvidado la cerveza, ¡Hala! Pa casa”.

SEP25. LA RUPTURA DE HUMBERT HUMBERT, de Juan M. Sánchez

Ajustándose la corbata frente al espejo, aquel primer madrugón de septiembre se le hacía algo penoso. Echaba de menos la vestimenta ligera de las últimas semanas. También añoraba la imagen de aquel cuerpo desnudo que no solía madrugar y que reposaba, perezoso y sensual, sobre un mar de caóticas sábanas.
Su idilio estival se había terminado, pero sus recuerdos lo tenían algo confuso. Sabía que tantas caricias habían tenido precio a pesar de un creíble despliegue de arrumacos; incluso la escena de llantos del aeropuerto tenía cierta apariencia. Tratando de olvidar el desconcertante recuerdo, se dijo que, con o sin amor, al menos su dinero sirvió para el bienestar de una familia entera, a la que no le faltaría de nada en varios meses. Eso le daba razones para no sentirse culpable.
Lo abrumaba saber que debería reanudar otra relación el verano siguiente, ya que, tras tres veraneos seguidos con la misma pareja, los trece años se le hacían un tanto excesivos.
De camino al instituto donde trabajaba, leyó una noticia que le hizo pensar en la rigidez del Código Penal.

SEP24. LA CARTA, de Salvador Esteve

Una làgrima surcaba la mejilla de Lucrecia, sorteando caprichosamente rugosidades de maquillaje, saltando por la comisura de sus labios sobre la fria acera. Por cuarta vez leia la carta de sus padres, en ella le decian los orgullosos que estaban y le daban las gracias por el dinero que les mandaba todos los meses. En un principio sus padres fueron reacios a que abandonara el pueblo para irse a la ciudad a cientos de kilometros. Con el tiempo se fueron haciendo a la idea. Les había contado que trabajaba como dependienta en unos grandes almacenes y que, de vez en cuando, actuaba en pequeños papeles en obras de teatro, su gran sueño era ser actriz. Un automovil frenó bruscamente al lado de Lucrecia y le hizo una señal. Lucrecia guardó la carta en el bolso, secó sus làgrimas, forzo el contoneo de sus caderas y con paso tranquilo se dirigio al coche, mañana seguro que sí, esta vez sí, se plantearia volver.

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