Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

JUL27. LO QUE ME QUEDA DE INÉS, de Micaela Tochi

El día que Inés murió corrí con el cuerpo aún tibio al laboratorio del Augusto. Cuando me vio se puso pálido de terror. No quería hacerlo, pero no tenía alternativas. Yo sabía de sus investigaciones, de sus pruebas clandestinas con animalitos que quedaban inevitablemente huérfanos.
Augusto buscaba avances en el campo de la medicina y fuimos blanco fácil. El día que lo conocimos estábamos cansados de intentar ser padres.
Inés había pasado por prolongados tratamientos de fertilización: hormonas, análisis, pinchazos y punciones. Diez años peregrinando por instituciones médicas, curas sanadores, psicólogos y videntes.
Pero Augusto nos prometió que en seis meses como máximo, tendríamos el embarazo buscado. Era nuestra última posibilidad y accedimos ciegos de desesperación.
Todo parecía derrumbarse con la muerte de Inés, aunque quedaba una luz de esperanza.
Su cara de terror cambió con mis gritos: Augusto ¡se va! ¡Se apaga su vida! Tenés que hacerlo, por favor.
Me pidió que espere afuera y se puso a trabajar durante seis horas. Cuando me llamó estaba feliz. La salvamos, me dijo.
Por la puerta entre abierta pude ver a mi hija en una esfera de cristal. Se chupaba el dedo y nadaba suavemente. Estaba viva.

JUL26. DEJA VU, de Beto Montes Ros

Despierta y una extraña sensación le embarga, ha dejado de llover y, aunque preferiría no hacerlo, se levanta y se asoma al balcón. A esa hora de la noche el parque desierto y el brillo de las farolas les producen cierto desosiego. Piensa en parejas acurrucadas en sus camas o en los parroquianos de los bares que apuran su último trago para volver a sus casas. Al otro lado de la acera algo interrumpe sus elucubraciones: ha notado un movimiento. Detrás del almendro de la esquina alguien asecha. Desvía la mirada, le parece haber oído que han abierto el portón de salida, presta atención. Ve a una figura avanzar, corriendo. La silueta en el almendro se le abalanza, trata de advertirle, pero no escucha, observa como le hunde un cuchillo en el vientre. Estupefacto, reacciona y baja las escaleras, intenta socorrer a la víctima, cruza la calle. Una sombra se interpone ante él, siente que perforan su estómago, cae herido, mira hacia su casa y repara en el hombre que desde el balcón, gesticula y grita algo que no logra oír.

JUL25. PREFERIRÍA QUE NO, de Leticia Oliva

Preferiría no hacerlo… sus labios no fueron capaces de articular palabra alguna. Intentando contener las lágrimas para verse digna en ese último momento, dejó el anillo de bodas sobre la mesa del restaurante y tomo los papeles que le entregaba, firmo con cuidado, manteniendo una caligrafía pulcra y estilizada.
Lo miró por última vez, buscando en su mirada la respuesta a la pregunta que en su mente danzaba, ¿cuándo? Pero nadie respondió solo un frió resentimiento matizado en ojos castaños que le indicaban que ya no quedaba nada de aquello que llaman amor.

JUL24. PSICOSOMA, de Eva García

Mis ojos imploran su comprensión, pero es inútil. Se mantiene firme y, con gesto imperativo, me indica que lo haga. Bajo la cabeza sin poder contener las lágrimas y noto que mi garganta se rebela cerrándose con angustia. Siento naúseas, porque imagino lo que va a suceder cuando me meta aquello en la boca. Debo intentarlo por última vez y susurro:
―Por favor, no me obligues. Preferiría no hacerlo.
No sirve de nada. Sus ojos echan chispas, me agarra de la nuca y me lo introduce a la fuerza antes de que yo pueda reaccionar. Mis alarmas se disparan, trato de zafarme, quiero gritar, creo que voy a vomitar… pero me sorprendo saboreándolo. No está tan mal. La verdad es que me gusta.
―Dame más ―le pido avergonzado.
―No, no puede ser; hasta dentro de ocho horas no te toca la siguiente dosis. Es para que te pongas bueno, no una golosina ―me explica mientras lo guarda en lo más alto de la alacena, donde yo no pueda alcanzarlo.

JUL23. MI FREGONA Y YO, de Amparo Martínez (Petra Acero)

Tragué saliva. ¡Preferiría no hacerlo!… Arrastré la fregona casi sin respirar, evitando que la sangre avanzara por el desnivel del garaje hacia la calle. Emborroné de rojo el suelo, desbordé afluentes… Pero el cauce seguía creciendo, ramificándose entre las baldosas como un árbol genealógico… Me acojoné ante esa especie de cráter cansado, que escupía a trompicones mientras se desangraba…
Preferiría haber llegado tarde, cuando todo hubiera terminado… “Lo siento, lo siento”, me disculpé sin sentido, a media voz,… aunque ella no me entendiera.
La erupción cesó. Cerró los ojos. Yo atajé la desembocadura viscosa antes de que llegara al portón. Fue entonces cuando ella levantó su cabeza del suelo. ¿Me buscaba? Sé que no me sonreía, lo sé, pero yo imité su mueca de oreja a oreja. “¡Muy bien! ¡Continúa, sigue así!”. Y ella siguió empujando… y ¡salieron siete!: pequeños, como ratillas negras, brillantes, recién lamidos.
Ella se comió la placenta. Yo lloré. Ella ladró, yo abracé a la fregona… por abrazar algo.

JUL22. APARIENCIAS, de Susana Revuelta

¡Tienes los pies fríos, cariño! ¡¡Atiza ese fuego, dame calooor!! ¡¡¡Grggg!!!
Tres noches sin pegar ojo enturbian la mente a cualquiera, incluso al más avezado explorador. Surcando los más impetuosos océanos, Vincent es capaz de dormir hasta en litera, pese a los temporales y los envites de las olas en alta mar. Pero aquí, en su propio palacete, o mejor dicho, el de su acaudalada Cècile, le resulta imposible conciliar el sueño con ese eco insolente retumbando en su cabeza. «Parece que no ha sido suficiente con despedir al mayordomo», se dice. Entonces se incorpora y sigiloso se dirige al salón. Le tiembla un poco el pulso al acallar los gritos, «¡¡…dame calooor, aaaghh…!!». En el porche se sacude las plumas pegadas a sus manos y regresa a la cama junto a la loro infiel, que sigue roncando como si nada. Habría preferido no tener que sacrificar esa pieza por la que tantos doblones pagó. ¡Qué excelente ejemplar!

JUL21. GULA Y LUJURIA, de Inés Zapirain López

Cada amanecer te comía a bocados. Mis mañanas, con tu sabor dulce en mi boca, eran más fructíferas y alegres. Aún recuerdo aquel día que, de camino al trabajo, saboreé con fruición un trozo generoso de tus glúteos firmes. Aquel trasero color melocotón me duró una semana. Tus brazos endulzaron mi boca un mes, y, aquel apéndice largo y sonrosado me acompaño una larga y tediosa tarde de domingo.
Mis dientes arrancaron numerosos bocados dulces de tu cuerpo de colores vivos. Hoy, sin embargo, ya no me queda nada de ti. Ayer acabé con el último trozo. Intenté mantenerlo en mi boca por tiempo indefinido; pero se fue deshaciendo al roce de mi lengua, dejándome sumida en la duda: ¿tendría que volver a hacerlo? Si quería conseguir otro cuerpo como el tuyo, sí. ¡Menudo fastidio!
Hoy vuelvo a perfumarme para mi encuentro con Ángel, el confitero. Le gusta el olor a freesia y la ropa interior de encaje negro. Tras nuestro encuentro, él creará otro dulce para mí. Una gominola gigante que hará mis delicias durante un largo periodo de tiempo. Aunque tengo que pedirle que cambie de molde; estoy harta de comerme las dos versiones de su cuerpo.

JUL20. LA ESCALERA, de Ginette Gilart


Cuando los cubistas pidieron a Marcel que cambiara el título de su cuadro “ Desnudo bajando una escalera” por caricaturesco, él respondió: “preferiría no hacerlo”. Tomó el lienzo bajo el brazo y marchó a Nueva York.

En la exposición Internacional de Arte Moderno de 1913, en el Armory Show, la obra de Duchamp fue todo un éxito; admirada y aplaudida. Era el comienzo de una gran trayectoria dadá.

JUL19. MI ABUELA JULIA, de Sergio Sanmartín (Samuel Osda)

Fue mi padre el que llamó para decirme que la abuela había muerto. Ni me atreví a preguntarle cómo estaba mamá. Cuando entré en la sala del tanatorio la vi sentada, hablando con un matrimonio mayor, creo que eran familiares, no lo sé. Me acerqué y la abracé; se la veía tranquila. Es cierto que nos lo esperábamos, que con cada ictus la abuela huía de nuevo a ser niña, pero me impresionó igual, ver a mamá tan entera, tan aliviada. Entonces, me cogió la mano:
—¿Quieres entrar a verla? —me dijo.
Dije algo borroso y salí a fumar. La observé desde afuera: cómo entraba en la pequeña habitación y cómo salía. Empecé a sudar y entonces vi una luz anaranjada en el techo que apuntaba hacia mí. Tiré el cigarrillo al suelo y en cuatro zancadas me planté en el rellano de la pequeña habitación. Ahí me quedé, clavado, observando mi reflejo en el barniz de la puerta. Di la vuelta y salí a la calle, encendí un cigarrillo y me quedé mirando como el humo ascendía en bucles hacia el calefactor. Me recordaba tanto a su pelo que tuve la necesidad de alargar la mano… casi podía tocarlo.

JUL18. NO QUIERO HACERLO, de Teresita Bovio

Las dudas y temores, me dan imperiosas ganas de ir al baño.
¿Será de emoción por ser la primera vez?
No es que sea timorato, pero… tengo miedo. Preferiría no hacerlo.
Mis amigos aseguran que lo voy a disfrutar.
Necesito estudiar bien el asunto. Disimuladamente me hago el distraído y me acerco a la reja, a hurtadillas miro esa obsesiva figura… cálculo los riesgos… mido la altura…
ya vi donde está la puerta de salida….por las dudas que deba de ponerme a salvo.…
Me cuesta mucho decidirme, hay demasiada gente circulando alegremente por el predio.
Uy… ahí viene mi instigadora, en su mano agita un papelito azul.
¡Aquí está, vamos!
Satisfecha, sonríe, me empuja suavemente y en susurros, me alienta-
Ahora es el momento y estoy segura que te va a gustar.
Inútilmente trato de retroceder. Me siento como un condenado al cadalso. Cierro los ojos, me persigno y pido protección a mi ángel de la guarda, cruzo la reja y… valiente y audaz subo al brioso caballito de la calesita.

JUL17. MÁS ALLÁ HAY MONSTRUOS, de Eduardo Iáñez

No puede permitirse un solo despiste. Ha llegado al punto de no retorno y hay que concluir lo comenzado. La sangre bombea en su cabeza, el corazón retumba bajo su pecho, la sequedad le acartona los labios. Con la respiración entrecortada, es como si una espesa niebla rodease todos sus sentidos, como si toda su persona estuviese encapsulada en una dimensión ajena a la razón. No puede pensar, y no piensa.
Siente una vez más ese hormigueo en el muñón, el recordatorio de ese resto de sí mismo que percibe como un cuerpo extraño desde el día de la tragedia, desde que él ya no es él, desde que ambos se buscan mutuamente sin encontrarse. Y entonces la ve: allí, en el suelo, encogida sobre sí misma, está su amor, su compañera, su amante, su…
Sus sollozos, sus hipidos, lo reclaman como el canto de una ballena enamorada en los llanos coralinos. Acuciado por la necesidad de rematar lo irremediable, se acerca a ella y le dirige una mirada que pretende remedar la pasión, mientras acaricia los afilados dientes de una muerte blanca.

JUL16. EL HÉROE, de Jerónimo Hernández de Castro

Un día de estos no se levantará de la cama: tampoco ha de ser hoy. Desaliñado y adusto cae calle abajo camino de la oficina, donde percibe como algo insufrible las más simples tareas cotidianas. Los años pasan y su barbita de treintañero inconformista parece a su edad una muestra de dejadez intolerable que ahuyenta a los clientes. No ayuda mucho ese olor suyo, que la ducha semanal apenas alivia, mezclado con el de la chaqueta de trabajo que ha impregnado su cuerpo para siempre. Algo sucede pero no sabe muy bien de qué se trata y sus amigos, que ya empiezan a rehuir su compañía, tampoco son un gran apoyo. Resiste y, cada primero de mes, plantea nuevos objetivos para alejarse de su destino, en un dietario impecable que ella le regaló. Ahora que no está, él es el único que hace anotaciones.

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