Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
0
horas
0
6
minutos
5
7
Segundos
2
0
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

FEB98. LA SONRISA DE LA GIOCONDA, POR EL PROF. CLAUDIO CALZAZONI, de Rafa Heredero

Mucho trabajo ha costado descubrir la identidad de La Gioconda a historiadores y expertos en arte, cuyas numerosas investigaciones ya fueron compiladas en un excelente ensayo (1). Sin embargo, la polémica sobre qué provocó su enigmática sonrisa, tan magistralmente plasmada en el lienzo por Leonardo da Vinci, todavía sigue generando diversos debates. ¿Por qué sonríe de esa peculiar manera? ¿Qué es lo que la hace tan intrigante y al mismo tiempo tan cercana? Ya apunté algunas soluciones a este misterio en uno de mis anteriores estudios (2), y ahora vengo a confirmar esas primeras impresiones y a desvelar quizá de forma definitiva su secreto. Efectivamente, ese pícaro brillo en los ojos, la luz que emana de su rostro, el leve matiz que dibuja el perfil de sus labios… todo ello nos lleva a la evidente conclusión de que se la estaba pegando a su marido. ¡Si lo sabré yo! ¡La de veces que habré visto esa misma expresión a mi mujer!

……………………………………….
(1) Karl Bowaransky, Der Ehemann der Gioconda, Geweih Verlag GmbH & Co., Dormagen, 2002. [Hay traducción española: El marido de La Gioconda, Ediciones Las Ventas, Madrid, 2002.]

(2) Claudio Calzazoni, Donne e cortigiane nel Rinascimento italiano, Corno Editore SpA, Torino, 2004.

FEB97. ALLÍ DONDE LO ESCONDO, de Raúl Ariza Pallarés

Soy hombre de rostro suave. De líneas femeninas imperturbables al paso del tiempo. Soy hombre de labios que piden besos y demandan deseos. De finura esculpida por las manos sabias de un dios inspirado. De mirada familiar, cariñosa y aparentemente buena. Soy hombre de gestos cadenciosos, sonrisa amiga y abrazos prontos. Alguien a quien seguro es fácil querer. Soy paradigma.
Pero soy hombre. Y por tanto, crío miedos, dudas y necesidades. Y tengo por debilidad la belleza, mi propia belleza, y por pecado la envidia. Porque envidio cada instante que consumo. Yo me quiero joven. Solo joven. Y además tengo un pasado inimaginable, quizá sombrío, que habla de aquel día que me despreciaste. Viejo marica, me llamaste en un desaire. Y luego señalaste burlón un par de arrugas en mi rostro.
Que dónde escondo mi alma. Si quieres verla tendrás que bajar conmigo al sótano, cerrado siempre bajo siete llaves. Allí, entre cachivaches infantiles, herrumbres de la memoria y los agusanados pedazos de tu cadáver desmembrado, la tengo tapada bajo una sábana. Para guardarla del polvo.

http://elalmadifusa.blogspot.com

FEB96. REFLEJO PERMANENTE, de Sara Lew

Los pequeños golpecitos se sucedían una y otra vez. Con cada sutil pinchazo podía sentir la tinta surcando su piel, tatuando ese rostro extraño sobre el suyo. Se despertó en el suelo del baño. Su cara estaba tan ensangrentada y rota como el espejo que la había dibujado.

RELATO FUERA DE CONCURSO POR SER LA AUTORA PARTE DEL JURADO DE ESTE MES

FEB94. LAS CARAS DE LA ESPERANZA, de Víctor J. Menargues Ramón

Después de tanto tiempo ausente, en agosto decidí irme unos días al pueblo: ¿Tendría allí alguien noticias de Gustavo? Una tarde, en la plaza, un hombre mayor, que parecía conocernos a los dos, me dijo que Gustavo ejerció en Madrid; que se jubiló hace quince años: los mismos que lleva veraneando en el pueblo ―añadió―; que permanece soltero porque ―afirmó―, desde que se marchó a estudiar medicina, mantiene viva la esperanza de encontrarme y decirme lo que tantas veces le impidió su timidez durante el último curso de instituto: Que está enamorado de mí. Aseguró saber que todavía se le acelera el pulso al contemplar un retrato mío que guarda en la cartera. Yo le conté que también trabajé en Madrid, y que, como Gustavo, sigo soltera porque él era el chico que me gustaba, y continúo albergando la  esperanza de encontrarlo algún día.
Al despedirnos, de sus labios asomó el silencio y, de sus ojos, dos lágrimas. Fui yéndome despacio, pensativa: ¡Era casi tan tímido como Gustavo! Y casi tan alto. ¿Será…? ―dudé―. Caminando, contemplé el retrato que llevo siempre en el bolso: No, Gustavo ―hablaba sola―: Ese hombre tendrá unos ochenta años, y nosotros todavía somos jóvenes.

FEB93. DE AMOR Y LUNA, de Inés Zapirain López

Mis noches de amor con  Abigail animaban mis pinceles cada amanecer. Esos crepúsculos de sexo vibrante desataban al genio que llevo dentro y, de mis dedos brotaban los más bellos paisajes. Su esencia era mi musa, la suavidad de su piel me inspiraba.
El cuerpo de Abi rozaba la perfección, por eso, la noticia de su enfermedad la hundió en el pozo más profundo. Perdió su luz. Yo no dormía buscando una solución, y, una noche de luna llena pensé en pintarle un retrato; un lienzo que la mostrara siempre bella, un dibujo de lo que sería si no estuviera enferma. Cuando aquella mañana Abigail se miró en aquel cuadro, no volvió a usar espejos, el lienzo fue su cristal azogado. Poco después sucedió lo inesperado: su salud comenzó a mejorar, sus ojos brillaban, comenzó a sonreír. Yo en cambio envejecía: mis manos ya no tenían fuerza, mi cabello, mi piel, eran las de un anciano. Mientras Abi resplandecía, yo, tristemente, perecía.

Debería romper el retrato que absorbe mi vida; pero nunca lo hago, siempre desisto …
Hoy, cansado, he resuelto abandonarme hasta morir, aunque Abi ya no me mire como a ese hombre al que besa, quiero entregarle mi vida.

FEB92. MEJOR DESPIERTA, de Eneritz Angulo

Despertó. La respiración agitada. El cuerpo sudoroso. En su memoria, a modo de retrato picassiano, aún grabada aquella imagen, tan lasciva como amenazante. Sobre fondo negro, lo que parecía un rostro en el que solo podían distinguirse unos labios gruesos y entreabiertos, de los que desafiante, salía una lengua de fuego de un rosa intenso.

Se estremeció al comprobar que aún sentía en su cuerpo la huella de las sensaciones que aquella ensoñación había evocado; el aliento de dos bocas entreabiertas buscándose con avidez. La carnosidad de aquellos labios entre los dientes. Las lenguas entrelazadas en una encarnizada danza tribal como preludio de un minucioso recorrido, que comenzando en la comisura de los labios, recorría lentamente su cuerpo, sin prisa pero sin pausa. Un camino húmedo, salpicado de besos y suaves mordiscos, se detenía susurrante en el cuello y jugueteaba entre sus pechos hasta llegar a la cavidad de su vientre. Y al compás de armoniosas contorsiones y gemidos… el dulzor de su sexo.

Un trago de agua la devolvió a la realidad. Otra vez lunes. Sin encender la luz comprobó en su móvil que aún había tiempo. Deslizó su mano bajo las sábanas y sonriendo susurró – ¿Cariño, estas despierto.

FEB91. EL RETRATO, de Luz Leira Rivas

Mañana se clausura la exposición itinerante y aún no sabe por qué lleva semanas casi atado al banquito, inmóvil, mirando el cuadro. La composición es simple: un rostro femenino que parece escudriñarlo, una ventana, el paisaje urbano que resulta familiar. Pero cada día percibe nuevos detalles. Hoy atisba dentro de la cabina telefónica la figura borrosa de un hombre alto. De repente recuerda esa plaza de Vancouver, y llevado de un súbito impulso, sale del museo, toma dos buses, y alcanza el auricular al quinto repiqueteo. La voz es dulce: «Estás muy lejos, cariño, acércate…». Regresa y obediente se aproxima al retrato, pudiendo advertir ahora, en las pupilas de la mujer, el reflejo escorzado de la habitación donde se encuentra. Un armario macizo y dos sillones rojos le permiten reconocer la pensión y no puede evitar acudir de nuevo. No le sorprende ya encontrarla allí, de cuerpo entero, aunque sí descubrir que estaba pintando. También verse
a sí mismo en el lienzo, inmóvil, observando, sentado en el escabel del museo.
– Disculpa las prisas -dice ella-, pero hoy mismo debía terminarlo. Y gracias por haberte acercado al cuadro, cielo: tanta distancia me impedía apreciar el color exacto de tus ojos.

FEB90. PINCELADAS ATRAPANTES, de Camilla Mora

Una mujer contemplaba la pintura que plasmaba el retrato de un hombre anónimo, creación del artista ya fallecido hacía cientos de años.
¡Qué facciones! La piel blanquecina, delineada a la perfección y perfilada por negros cabellos. Los ojos oscuros y profundos miraban escrutadores y embargando de emociones a quien los vislumbrara. Los labios, no demasiado rellenos y un poco amplios para el pequeño rostro, aunque le daban un carácter exótico.
No pudo soportarlo más, tenía que alcanzar ese rostro. Hacía tiempo que los veía desfilar por delante, pero nunca antes había sentido la imperiosa necesidad de posar su palma sobre uno como sobre aquel.
De pronto, las luces centellearon y la pintura comenzó a ondular hasta sacudirse frenéticamente, asustando a la fémina que miraba el acontecimiento con ojos desorbitados. La cara del hombre se separó del paño con dificultad, como si un intenso pegamento lo mantuviera cautivo. Una mano escapó del cuadro y rozó apenas la tersa mejilla femenina. La expresión masculina evidenciaba el sinfín de emociones que lo invadían: veneración, alegría, esperanza, incredibilidad… La vida se encontraba a solo un paso.
—Si me ayudas, creo que podré sacar el resto de mi —arguyó el retrato.

FEB88. DOS ALMAS… DOS RETRATOS, de Ángeles Medina

Acurrucada en la vieja manta de las “hadas del sueño”, (así solía llamarla de niña) permanecí varios minutos ensimismada ante sus ojos grises y su amplia sonrisa bufona.
Debía de llevar mucho tiempo guardado en el arcón, a juzgar por el marco, algo deteriorado.
No recuerdo enfados descomunales, que lograrán alterar su afable expresión, pero un día su rostro enmudeció por siempre. La desaparición de su nieta, una lluviosa mañana de primavera, lo sumió en una profunda tristeza.
Cada noche, se dirigía a su habitación.
-Aún percibo su olor.- manifestaba en voz alta.
Con sigilo se sentaba en su cama, junto a sus suspiros ahogados , las lágrimas teñían su alma de negro tormento.
Un minúsculo estante sostenía una fotografía. El día anterior estuvieron paseando en el parque, como cada sábado; decidía entonces, posar su mirada cansada en el único instante que lograba robarle de nuevo su pequeña Lucía una fugaz ilusión.
Ahora, son dos almas dibujando estelas en el mar. Quizás una ola traiga su pelo dorado y la sonrisa del abuelo.

FEB87. AUTORRETRATO PERFECTO, de José Antonio Tejeda Cárdenas

La rutina de los desayunos se vio quebrantada por los estremecedores gritos de nuestra casera. La alarma venía de la segunda planta, de la habitación del anciano Don Alberto: el pintor.
Le conocí hace años, recién llegado a la residencia. La soledad hizo de nosotros: amigos inseparables.
Toda su vida ejerció como pintor ambulante. En el Parque Central pintaba retratos al óleo de cuanto transeúnte curioso se le arrimase.
Pero de un tiempo a esta parte, estaba muy cambiado. Le obsesionaba la proximidad de su muerte, la urgencia por cumplir un sueño: el retrato perfecto. Respiraba con la ayuda de aquella idea y ya no abandonaba su habitación.
Al verme aparecer, la casera dejó de gritar, enmudeció, y con un ilimitado repertorio de gestos espasmódicos, no hacía más que señalar hacía el interior de la habitación.
Tendido sobre el suelo estaba el cuerpo decapitado del anciano. Sin rastros de sangre, ni signos de violencia, era imposible explicarse la tragedia.
Buscando nuevas pistas, alcé la vista hasta el caballete, y me tropecé con la inconfundible mirada de Don Alberto. Estaba allí, satisfecho, orgulloso, pletórico de gloria, atrapado en la inmortalidad de su obra. Lo había conseguido: el autorretrato perfecto.

FEB86. LA CULPA, de Jone Miren Asteinza

¿Por qué será que cuando nos vemos siempre terminamos jugando a este peligroso sueño? Yo me desnudo hasta la cintura. Tú, mientras me miras de reojo preparas los pinceles y empiezas a hacer extrañas mezclas de colores sobre la paleta. Me paso horas posando para un retrato que no tiene final pues nunca tuvo un principio. Y cada día, de todos los días que están por venir, espero  pacientemente que me permitas acercarme a ti, tocar tu soledad, y dejar que seques con tus labios las huellas que en mi rostro deja tu llanto.

Nuestras publicaciones