Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

OCT79. TRES ESTRELLAS AZULES, de Matilde Benegas

Mientras Efi calentaba por tercera vez el café en el Ibrik, Menderes me ha dicho que su patria le recuerda al color azul porque se encuentra entre tres mares. El Mármara, el Negro y el Mediterráneo.  Tres estrellas azules ha añadido sonriente. Entonces, hemos mirado los tres por la ventana absortos. La tarde sin pretensiones sucumbía a la noche. Afuera las bicicletas se bañaban en nuestro otoño berlinés.

OCT78. PIEKLO (Infierno en polaco), de Pablo Fidel Moncayo

Cae la noche. ¿Lo veré de nuevo?
Mi vista se desvía a la oxidada verja. Allí está. Elevado a escasos metros de mi carretilla en reposo, pía un ser magistral. Es un ave común, pero tres estrellas lo acompañan a modo de corona celestial, en una imagen de inconmensurable belleza. Está ahí, tan cerca y tan lejos.
Contemplo al pequeño pájaro piar en la verja, en la frontera entre el Cielo y el Infierno. Está gordo y tiene colores tan vivos que me cuesta admirarlo tal y como merece, acostumbrado al tono amarillento que observo cada noche gracias a los faroles que iluminan el Infierno. Con un movimiento casi arrogante, abre sus alas y se eleva.
Levanto la carretilla, vacía, y comienzo a moverla por el camino embarrado.
Continúo el camino a paso lento. He llegado al szpital. Los demonios de ojos azules salen entre risas. Me escupen. Sin miramientos, arrojan vidas segadas a la carretilla.
Camino y las lágrimas inundan mi cara. Ahí está, solo a unos cuantos postes de distancia. Qué bonito es. Me acerco despacio. Voy a acariciarle…
¡Bang!
Los demonios ríen. Ya no hay pajarillo, solo tres estrellas en el firmamento. Y un alma vacía.

OCT77. NADIE ES PERFECTO, de Elena Casero

Se repantigó sobre su sillón, se acarició la barba y sonrió satisfecho.  Observó con detenimiento los cielos azules, surcados de nubes blancas, como borreguitos traviesos, el mismo cielo en el que, al anochecer, contemplaba esas tres estrellas, a las que llamó planetas, abrazados por unos anillos multicolores, flotando en la nada.
El lago a sus pies, con el tono verde esmeralda que le confería la tarde nubosa; las montañas que lo rodeaban, altivas, difíciles de conquistar,  esculpidas con el cincel de un artesano. Sobre sus lomas cientos de árboles, verdes, poblados de pájaros cantarines. Correteando entre la espesura los animalillos salvajes.  Repasó cada uno de los elementos por él creados. Había hecho un buen trabajo y ahora correspondía descansar.
Sin embargo, algo vino a truncar sus planes. Al mirar de nuevo hacia abajo vio, paseando entre los árboles frutales, al único ser que había hecho a su imagen y semejanza. Su intuición le dijo que había hecho un mal negocio.

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OCT76. LA GLORIA, de José Antonio Tejeda Cárdenas

Con el pecho de revés y el corazón sin aliento va el poeta balbuceando lo que le susurra el viento:
« A mala estrella has confiado todos tus sentimientos. La estrella que has elegido huida está del firmamento.  Bajar le vieron ayer con una estela de versos. Llevaba un deseo tuyo entre tinieblas muy envuelto. No le volverás a ver. Tu poesía se ha muerto»

INSPIRACIÓN… DESDE LAS ESTRELLAS

Lo mismo que Adán la primera noche,  igual que los poetas la soledad primera o el primero sueño, yo descubrí mi constelación primera.

Fue Orion, un gigante cazador, guerrero o lo que fuera… En sus hombros lucían Rigel y Betelgeuse, que lo mismo podían ser nombres de estrellas que de caballos; en la cintura los tres Reyes Magos, que no supo decirme si lo atan como un cinturón o solo le señalan el camino.
¿Quién era Orion? Podía ser un gigante, como el Ursus de Quo vadis?, provisto de una maza y un escudo para defenderse del Toro. (El Toro era la constelación que estaba enfrente de él, cuya estrella Aldebarán, mira por dónde, tenía el mismo nombre que el cuarto rey mago que se inventó mi abuelo). (…)
Cerró la ventana, como se cierra una cartilla, y dijo:
—Míralas bien, porque ya dijo otro poeta que «una noche es la edad de las estrellas».
—¿Qué quiere decir eso, abuelo?
—Que al alba todas se mueren.
—No es verdad. Están todas las noches.
—Pero no son las mismas.
—¿Que no son las mismas?
—No. Nadie se baña dos veces en el mismo río n i ve dos veces la misma estrella. Aunque siempre podremos preguntarnos si es porque se apagan y se encienden cada noche o porque nuestros ojos son incapaces de verlas.
EMILIO PASCUAL. El fantasma anidó bajo el alero. Edit. Anaya

OCT75. CABALLO DE TROYA, de Ignacio Rubio Arese

Los fantasmas pusieron cerco a nuestra casa, hostigándonos cada noche con su ulular de laúd quejumbroso. Mamá calafateó las ventanas para cerrarles cualquier resquicio. Padre impregnó el tejado con resinas y alquitrán.
El desconcierto se apoderó de ellos. Vagaban entre las sombras con gesto confuso, lamiendo los muros en busca de alguna rendija. Terminaron por desistir. Sin más, desaparecieron de la comarca tras meses de acoso. Las estrellas regresaron de su exilio.
Pasado un tiempo encontramos en el patio un arcón de madera, una suerte de cofre semienterrado que contenía un televisor. Nadie en la aldea podía permitirse tamaña suntuosidad. ¿Qué demonios hacía ahí? Lo introdujimos sin demora en el cuarto de la lumbre, lo colocamos sobre una repisa y, con aires ceremoniosos, Padre lo puso en marcha. Imágenes en blanco y negro desfilaron ante nuestra mirada perpleja.
– ¡Hay que deshacerse de ese engendro! – gruñía la abuela Casandra desde su   poltrona –. ¡Solo traerá disgustos!
Esa tarde contemplé por primera vez la efigie del Caudillo, el rostro de sus acólitos. Estaban ahí, sin previo aviso, junto a la chimenea. Entonces comprendí la sutil celada que nos habían tendido. Finalmente, los fantasmas habían tomado nuestro hogar.

OCT74. ANHELO, de Virginia González Dorta

Por si alcanzaba alguna, para saber de su tacto y de su aroma, subió a la colina más alta.  Al llegar a la cima, seguían lejanas, inaccesibles.
Trepó  a una montaña mayor, luego a otra y a otra.
Incansable, se ganó todos los ochomiles, sin poder atisbar siquiera de dónde salía el titilar que lo cautivaba.
Desde el balcón contempla ahora el triángulo del verano.
Y en el cuerpo, tatuadas para siempre, fulgurantes, con su polvillo en la sangre, siente un rumor: el de los tres astros girando alrededor del corazón.

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OCT73. PESCADOR, de Fernando Andrés Puga

Temprano, antes del alba, suelta amarras. A veces sale acompañado; hoy no. Con sus redes, se hunde en la negrura del poniente y las arroja donde sabe que se encuentran los mejores cardúmenes. Espera y mientras, se tiende en la cubierta a contemplar el cielo que imperceptiblemente dará a luz un nuevo día.
Hoy está calmo. Sin nubes, sin vientos que hamaquen con violencia su reposo, aún sin ese frío de los amaneceres invernales. Hoy puede ser.
¡Son tantas las estrellas que pueblan la bóveda celeste! No es fácil dar con esas tres; las que se alinean en el último instante de la noche y señalan hacia el lugar donde van a parar las almas de los muertos.
Quiere saber. El día en que te fuiste recordó la leyenda que cuentan los nativos y decidió creer. Viene entonces a la negrura antes que el sol la borre y mira al firmamento. Irá hacia allá cuando sepa el camino; irá por fin hacia los peces.
Hoy puede ser. Sí, algo pasa. Una, dos, tres… ¡Sí! Son tres luceros señalando hacia el sol. ¡Allá…! ¡A toda máquina, compañera! Y ahí va la barcaza a perderse en la nada.
Amanece.

OCT71. TRES AMIGAS, de Marga González Acinas

Era una noche cálida.
En ese tiempo un verano era el inmenso espacio que se extendía desde el día que te daban las vacaciones hasta la vuelta al colegio.
Recuerdo que estábamos tumbadas en el jardín mirando el cielo y soñando con el mañana; vimos tres estrellas que brillaban como chinchetas clavadas en el universo y nos las repartimos,  me sentía feliz.
Pero llegó la vida y sus aguas nos arrastraron sin remedio;  teníamos una tarea que cumplir y lo hicimos; había que vivir.
Hubo  momentos felices y otros de frustración. Hemos cantado, reído, sufrido y dudado; como ustedes, como todos.
Pero nosotras hemos logrado permanecer como inseparables aún estando separadas y esa ha sido nuestra suerte: tenernos, conservarnos, disfrutarnos.
Esta noche he salido a la terraza y el cielo me ha recordado al de aquella lejana noche, pero hoy, solo he podido encontrar dos estrellas… una extraña congoja se ha apoderado de mí y he sabido que a partir de ahora el futuro será  un poco más triste y tendré que afrontarlo un poco más sola.

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OCT70. TRES ESTRELLAS, de Òscar Pareja Bañón

Observo al cielo y reflejo su oscuridad, mientras mi corazón se apaga, «poquito a poco» como dice la canción.
Muero.

 Tumbada en la terraza de casa, me  arropa la noche con su manto estrellado. Escucho los pasos de la muerte pero me asustaría más la posibilidad de no poder localizarlos en el firmamento por última vez. Tiembla mi mirada al esforzarse por encontrarlos. El dolor me provoca unos segundos de ceguera. Al abrir mis ojos, veo el triángulo de fantasía que siempre han formado, aunque desaparecieran en fechas distintas. Me sacan una última sonrisa, mientras los recuerdo uno a uno:  A la izquierda, el Italiano de los porqués, de las fábulas imposibles, de las canciones y de los cuentos por teléfono, el genio capaz de crear una gramática de la fantasía. En lo más alto, el Alemán interminable, el inventor de los hombres grises que nos roban el tiempo, el de los 13 salvajes, Lucas el Maquinista y Jim Botón. A la derecha, el Británico que hizo de su vida una serie de relatos inesperados y oscuros, capaz de imaginar una tableta de chocolate única, un melocotón gigante y una niña eternamente recordada como Matilda. Y…
desaparezco
en ellos.

OCT69. LAS SEÑALES DEL CIELO, de Esperanza Temprano

No quiere irse a la cama, esta noche no, se ha sentado en la puerta de casa para contemplar el cielo. Le tiemblan las comisuras de los labios  que no se sostienen  por el peso de las penas. Sus ojos vidriosos  están clavados en  esas tres estrellas que brillan por encima de las otras. Han vuelto.
 La primera vez se llevaron a Andresillo, el más pequeño, que se ahogó en el pozo.
 La segunda, no quiso mirarlas para ver si así pasaban de largo sin cobrar ningún tributo, pero Adela las vio, cogió la maleta y voló tras ellas. Aún, cada mañana, sale a otear el horizonte para ver si algún día la ve regresar entre las brumas y la niebla.
 Sabe a qué han venido esta vez y está preparado. Se acurruca en su primer beso; en el olor de los prados recién segados; en los pajares, cómplices de tanta pasión furtiva; en la lumbre solitaria del hogar… Las mira un último instante y cierra los ojos. El cárabo entona un réquiem, las luciérnagas apagan sus luces y el viejo  bastón descansa a los pies de su memoria.

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