Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

DIC143. AQUELLA NAVIDAD EN LA QUE ALGO CAMBIÓ, de Montserrat Acevedo J de Castro

Ahora comenzaba a entender tanta visita en la casa,  y ese derroche de abrazos y besos de gente a la que no conocía. Mi mente se había preguntado hasta entonces por qué aquellos días mamá trabajaba tanto en la cocina para preparar deliciosos manjares, y se olvidaba de jugar conmigo; y cuál era el motivo de cenar con los abuelos y los tíos, sobre coloridos manteles, con platos y vasos  especiales. Había luces y adornos por todas partes, pero hasta entonces,  no llegaba a asimilar el por qué.  Atrás quedaban las risas sin causa aparente y los villancicos, a los que yo contribuía aplaudiendo y terminando las frases como buenamente podía con mi media lengua de trapo e incluso aquel nerviosismo por algo así como Papá Noel y los Reyes Magos, que traían regalos, empezaba a tener algo de sentido.
Estaba traspasando la barrera de los dos a los tres años. Ya no era un bebé, sino un “niño grande”, y comenzaba a captar por mí mismo, alguno de los muchos secretos  de La Navidad.

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DIC142. EL ÁRBOL, de Javier Casado Tirado

Aquella Navidad, de niño, por fin me atreví, tuve que apartar las tiras de colores, las bombillitas y las bolas de cristal. Cuando miré en el interior con mi linterna de pilas, allí no había nadie, solo las ramas que se unían al tronco formando como un bosque, nadie vivía dentro del árbol de navidad, los había imaginado tantas veces, de tantas formas, que me sentí muy decepcionado.
Entonces pensé que sería estupendo poder jugar entre aquellas ramas y me hice pequeño, del tamaño de una ardilla. Así pude trepar hacia arriba y abajo, hasta que uno de ellos, en un descuido se dejó ver. Era un niño de mi edad, jugamos y nos hicimos amigos.
Hasta aquí es todo lo que os puedo decir, excepto que son mágicos y guardan el tesoro de la imaginación más allá de cuando se es un niño. Si quiero conservarlo no debo contar nada más, un trato es un trato.

DIC141. IDILIO, de Virginia González Dorta

Cajas de cartón, papeles marrones, musgos arrancados con suavidad. La ilusión de hacer el belén se renovaba cada año. Las figurillas de pintura desgastada, ovejas con falta de alguna pata, cerditos entre las hierbas para disimular los defectos del tiempo, las casas de corcho remendadas con alfileres.
Todo volvía a la vida y las estrellas platinadas lucían en un cielo de seda. Un año no vimos al pescador del lago. Por más que registramos, no estaba en ninguna caja. Parecía que los patos lo extrañaban, incluso aquél pingüino insólito y cristalino en lo alto del risco, miraba por el recodo, esperando su aparición.
Repasando los personajes, tampoco estaba la lavandera junto a la orilla. Extrañados, revisamos una por una todas las figuritas.

No nos habíamos percatado que la vara de San José era una caña de pescar y que la Virgen abrigaba al Niño con las mantitas recién lavadas.

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DIC140. CUENTO DE REYES MAGOS, de Purificación Menaya Moreno

Mi madre adornaba la ventana con estrellas de nieve que recortaba ella misma en papel de plata. Una noche del cinco de enero, entre aquellas estrellas, vi a los Reyes Magos montados en sus camellos, flotando en la noche. Emocionado, corrí a avisar a mis padres, pero su cama estaba vacía. Corrí al cuarto de estar y encontré junto a mis zapatos un montón de regalos, iluminados por las luces de colores del árbol de navidad. Me volví hacia la mesa y comprobé que se habían comido el turrón, habían apurado también las tres copitas de licor, y los camellos habían dado cuenta del agua y los dátiles. Pero no había sido suficiente, estaba claro: a cambio de los regalos, los Reyes se habían llevado a mis padres. Grité por la ventana hacia donde había visto los Reyes hacía un minuto:
—¡Mamá! ¡Papá! —las lágrimas me nublaron la vista.
Mi madre me cogió en brazos.
—¿Te han dejado volver? —pregunté angustiado—. ¿Y papá?
—Papá está aquí, cielo, no hemos ido  a ningún lado.
Entonces creí que las lágrimas siempre nos desvolverían a los seres queridos.

Ahora es navidad otra vez y ellos se han marchado. Pero la vida me ha enseñado que por mucho que mis lágrimas humedezcan mis ojos, ellas ya no podrán hacerlos volver.

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DIC139. CARBÓN POR NAVIDAD, de Jose Vicente Pérez Bris

El carbonero  vuelve a casa cansado y sucio.
Es nochebuena y la alegría se palpa en el ambiente.
Su hogar, sin embargo, tendrá una olla de patatas cocidas y de col, con suerte.
Cuando entra con restos de carbón en un pequeño saco, los pequeños se agolpan alrededor, ansiosos.
El hombre lo deposita ceremoniosamente en el frío suelo de la cocina.
La esposa sonríe cariñosa. Los niños abrazan al padre levantando una nube de polvo negro.
Pero no les importa. Es navidad y saben que empieza el ritual. Buscar sorpresas entre el bruno mineral. Primero, la niña. Por ser la pequeña tiene el privilegio. Mete las manitas entre las toscas piezas acharoladas, con la cara arrebolada de expectación. De pronto, sonríe pues los deditos han encontrado un paquete atado con cordel.
Alborozada, muestra sus manos negras que apresan el tesoro. Un pequeño objeto sujeto con bramante.
Ahora es el turno del muchacho, que ya sabe el contenido. El no está excitado, aunque fuerza una sonrisa mientras rebusca a su vez. Saca el suyo y observa a la niña saltando. <<Vamos a abrirlos>>, grita. El hermano sonríe y le ayuda con la cinta hasta que descubre el secreto: cuatro castañas asadas.

DIC138. NAVIDAD A BABOR, de Antonio Nieto Díaz

A los diecinueve años embarqué en Bilbao en un viejo barco de carga rumbo a un puerto griego. Quería ver mundo, precisamente, en un veintitrés de diciembre. Una  tripulación compuesta por marinos de diversas nacionalidades se resistía a soltar amarras en tan señaladas fechas. El armador no pareció tener corazón y salimos en medio de un temporal de viento y agua que hizo presagiar días de zozobra.
El barco, que ignoraba lo que era Navidad, se alió con la mar y el viento; nuestros cuerpos y nuestras mentes se ocuparon, solamente, en controlar a la bestia que furiosamente  azotaba las amuras de nuestra embarcación.  Dos días más tarde, nuestros estómagos empezaron acomodarse al movimiento y nuestras náuseas se estabilizaron. Entonces alguien gritó: ¿Sabéis que hoy es Navidad?
Miré a la mar y observé que  no había árboles con bolas de colores, ni luces intermitentes, ni escaparates musicales; tan solo un rugido, que poco a poco fue amainando hasta parecerme escuchar el estribillo de “Noche de Paz”. Recuerdo que el tripulante más feliz  a bordo fue el pavo vivo comprado para aquella ocasión, que nunca se celebró.

DIC137. LA ÚLTIMA NAVIDAD, de Belén Molina Moreno

La tata se casaba en Aralcázar  aquella Navidad y quería que fuéramos todos los niños que exprimíamos  las tardes con ella.
Su casa era como la de la colina del portal de Belén que montábamos todos los años en el aparador. Había una habitación tan grande como un mundo y allí nos acomodamos todos los niños.
Por la noche, antes de dormir, Asun preguntó qué habíamos pedido a los Reyes Magos y desfilaron juguetes, libros, mecanos y bicis de tantos colores, letras y formas que las paredes apenas podían cobijarlos. Todo se desvaneció cuando Ana dijo alto y claro “¿Así que no sabéis que los Reyes son los padres?” Casi nos la comimos entre gritos e insultos, pero  recordamos el vino no bebido por los Reyes, los mantecados intactos y la paja para los camellos impoluta.
Aquella última Navidad  la tata estaba resplandeciente con su vestido de princesa.

DIC136. UNA NOCHE BUENA, de Maribel Martínez Montoro

Aquella noche cenábamos en casa del tío Julián. Como era costumbre, pusieron una mesa para los niños, la diversión consistía en disparar migas de pan con las improvisadas cucharas-catapulta. Miré a mi madre, vi preocupación en sus ojos y presté atención a la conversación.
–       Cariño no bebas más, sabes que no te sienta bien.
–       Déjame mujer, un día es un día.
Seguí disfrutando de nuestros juegos. Los adultos salieron a la Iglesia de La Caridad para escuchar la misa del gallo, los niños nos quedamos con la abuela; el sueño nos fue venciendo y acomodando en los sillones, alfombras, camas…
En la mañana de Navidad desperté nervioso,  me sorprendí al verme vestido y en el sofá del salón, creía estar en casa con mis padres y hermanos. Mis tíos se acercaron serios, me abrazaron, las mejillas de mi tía estaban húmedas y la frase \»un día es un día\» martilleaba en mis oídos.
–       ¿Dónde están…?. No pude terminar la frase. Me derrumbé en un sollozo sin consuelo. A los 10 años, en una Noche no tan Buena, mi infancia se desvaneció. Comprendí que sólo hace falta un segundo para que el alcohol acabe con tu vida conocida.

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DIC135. GRUPITO DE LA SUERTE, de Manoli Asenjo Ferrer

—¡Estoy emocionada!  —exclamó una
—Sí, sí,  hoy es un día tan especial…  —suspiró  otra
—¡Yupi!  ¡Qué sitio tan bonito!  —saltaron jaleando las cuatro pequeñajas
—Vamos, vamos, ¡formalidad!   —la mayor
—Hoy asistimos al primer día del resto de nuestra vida  —la filósofa
—Pero ¡cállate tía! Qué asco, puaf, pedazo de cursi   —la chabacana, muy arrugada, sin maquillar sus pecas marrones.
El resto  contemplaba extasiado la belleza de los platos, el brillo de las copas, los colores de las flores, la elegancia de las velas… Tanto lujo a su alrededor.
Apenas se oyó una  tímida voz al fondo:
—¿Qué  hacemos aquí? No sé,  no me gusta. Tengo un mal presentimiento  —temblaba —algo horrible va a suceder cuando suene el gong…
Todas giraron clavando una mirada asesina en la aguafiestas de su hermana, la “intuitiva”.
Papá  se burló de mí cuando un día  le conté cómo oía hablar a las cosas.  Y nunca comprendió  que,  desde aquel las Navidades de mis ocho años,  me negara a comer las uvas. Pronto perdí mis facultades,  pero aun hoy, a mis treinta años y pese al disgusto de todos, sigo acostándome antes de las doce cada 31 de Diciembre.

DIC133. GUERRA, de Mei Morán

Durante toda la Navidad anduvo nervioso. Cada vez que se le ocurría una travesura se mordía los labios para no llevarla a cabo. Quedaban dos semanas para los regalos y se había propuesto terminar con las maldades, por si aún fuera posible cambiar la opinión de Baltasar, que era su favorito. Sus padres ya le habían vaticinado que tendría muy pocos regalos y que se estaba ganando a pulso el cargamento de carbón.
Empezó a ayudar a su madre en las tareas de la casa y era especialmente amable con su hermano mayor al que tenía continuamente amedrantado.
La noche antes de Reyes no pudo dormir. Daba vueltas en la cama y oía cualquier ruido que se producía en la casa. A la una le pareció percibir el trotecillo de los camellos sobre el parquet. Con el corazón en vendaval, se acercó al comedor para ver a los recién llegados de Oriente. Presenció, sin embargo, la escena con la mirada afilada de un traicionado en busca de venganza. Mamá ponía con cuidado los regalos deseados de su hermano junto a sus zapatos. Papá, el sinvergüenza, le dejaba a él, el negro mineral delante de las botas. Entonces supo que a partir del día siguiente no le quedaba otra opción que librar con su familia, por muchos años, una lucha sin cuartel.

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DIC132. UNA SÁBANA PARA EL RECUERDO, de Elysa Brioa Escudero

Aquella Navidad se planteaba triste para los pocos niños que habitaban en aquel minúsculo pueblo, cercados por grandes montañas de nieve pensaban que los Reyes Magos no podrían llegar.
No entendían porque los mayores habían decidido reunirlos en el salón de una de las casas y el porqué de aquella sábana que lo dividía en dos colgada de una cuerda. Oían cuchicheos y susurros tras ella, sentados en el borde de las sillas, se interrogaban con la mirada.
Después de atenuar las luces y pedir silencio, una de las madres presentes fue descorriendo la tela. Deslumbrados por la decoración brillante del fondo de la pared, no distinguían nada. Lo primero que alcanzaron a reconocer fue un montón de bultos por el suelo y en medio  tres personajes vestidos con largas capas que anunciaban que ninguna nevada los detenía. Durante unos segundos interminables reinó el silencio, después todo fueron gritos, risas y una algarabía de voces infantiles que se lanzaron con frenesí sobre los paquetes.
Aquellos niños vivieron esa Navidad como una de las mejores de su vida. Años después rememoraban, con una sonrisa agradecida, el misterio de aquella sábana mágica que encontraron a la mañana siguiente tiznada de negro.

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