55. Postura misionera
Después de santiguarse, hace ademán de acomodar sus rizos tras la oreja. Se frena, agarra la maleta y camina en dirección contraria al altar. Ahora que don Damián ha muerto ya nada la retiene. Cuidó de ella desde que la encontró en el confesionario dormida en un capacho. “Todos cargamos con la culpa, hija mía —le decía siempre—, pero es mejor no mostrarla”. Y, porque lo amaba, se dejaba el pelo suelto.
De la iglesia al autobús hay poca distancia, pero el equipaje pesa demasiado. Será por el misal que se lleva. En el salmo 40, una frase subrayada: Dichoso el que reconforta al desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. A eso quiere dedicarse: a aliviar a los necesitados. Además, disfruta entregándose al prójimo. Ha oído hablar de un lugar propicio. Y hacia allí se dirige.
Insolente, una mujer la observa desde la puerta a la que acaba de llamar. Palpa sus pechos: “Firmes y generosos”. “¿Cuál es tu nombre?”, pregunta. “Me llamo Virtudes” La madama se ríe: “Habrá que cambiártelo. ¿Qué tal Salomé?”. Y Salomé, redimida, deja a la vista el piquito que ha heredado en el borde de su oreja.
Está claro que los sacerdotes también son humanos y que las Sagradas Escrituras se pueden interpretar de muchas maneras, hay quien asegura que dan respuesta a todo, otra cosa es que cada uno vea lo que quiere ver en cada circunstancia, la historia de las religiones está llena de disidencias y distintos puntos de vista.
No es menos diáfano que existen muchos tipos de necesidades a satisfacer, por lo que lo de entregarse al prójimo puede cubrir un amplio espectro. Podría decirse que una hija del pecado o un desliz acaba volviendo a su mundo primigenio, comenzando por el nombre, de «Virtudes» a «Salomé».
Un relato muy bien pensado, lleno de detalles y segundas y lúcidas lecturas, comenzando por el propio título, que tanto abarca una labor generosa y elevada a partir de unas creencias, como una actividad más prosaica.
Un abrazo y suerte, María
Una vez más, muchas gracias por tu comentario. Ahora sí que está completo el relato. Así es, en las Sagradas Escrituras está la respuesta. Eso sí, hay tantas como lectores.
Un abrazo y nos vemos en Comillas.