58. QUERER SABER (Belén Sáenz)
No quiso sentarse, no aceptó un café. Mi suegra entregó a Júnior la colección de cochecitos que David había dejado atrás cuando nos casamos, le dio un beso en la coronilla y se fue sin contestarle por qué iba toda vestida de negro. Los había de carreras, de policía. Incluso furgonetas de reparto. Metálicos, con ruedas de goma y las ventanillas transparentes. Nada de conejitos bomberos ni locomotoras de plástico chillón. «Son de mayores, mamá», y le acerqué a la boca el sándwich de nocilla para que diera un mordisco. Recorté una puerta en la caja de cartón y le propuse que los aparcara todos dentro, ordenados por colores, pero él prefirió formar un zigzag imperfecto. «Un choque». «Brrrrrmmmmm», y me fui a ponerme el collarín. Pero él seguía y seguía, persiguiéndome la mirada. Los dedos índice y corazón de mi hijo simularon dos personitas que subían al descapotable rojo, se lanzaban contra la fila en un impacto brutal mientras emitía un chirrido de frenos incontrolados, planeaban por el aire y terminaban desplomadas en la moqueta. ¿Cuándo vuelve papá? Y sin decir palabra, le levanté del suelo agarrándole del brazo y le di un par de azotes en el culo.
Nunca llegué a tener una colección de cochecitos metálicos, como los que tan bien has descrito, sí alguno suelto; recuerdo en concreto uno de la marca Guisval, «miniaturas en metal», un Tomaso Mangusta. Los que si los tuvieron fueron mis hijos cuando eran pequeños, y yo disfruté acompañándoles en sus juegos tanto o más que ellos. Hecho este pequeño inciso, quiero decirte que es muy buena idea poner este ejemplo de colección, para algunos, ya lo ves, muy evocadora.
En tu relato aparece la ingenuidad infantil, ese «querer saber», la curiosidad natural que hace que aprendamos y avancemos.
Al mismo tiempo, el candor de la infancia convive con ese refrán que dice: «Cuánto sufre el que sabe». Es mejor que este niño (con quien me han dado ganas de tirarme en el suelo junto a él para jugar) ignore ciertos detalles que solo podrían hacerle daño.
Pienso que queda un poco a la imaginación de cada lector los motivos que hacen que esa madre propine un par de azotes a su pequeño por una simple pregunta. Quizá, el padre tuvo un accidente de tráfico en compañía de una mujer que no era su madre. Si no es así, corrígeme, que hay confianza.
La frase: «Es un placer leerte» puede que suene a tópico, pero en tu caso es bien cierta.
Un abrazo y suerte, Belén.
Muchísimas gracias, como siempre Ángel, por tu visita y comentario. Además acompañados de tan bonitos recuerdos de tu infancia y la de tus hijos jugando con los cochecitos. El caso es que mi intención era sugerir que la madre había sido en cierto modo causante del accidente en el que fallece el padre, de ahí la frialdad de la suegra, el collarín y la reticencia a dar explicaciones a su hijo. Pero me he aventurado a dejar demasiados hilos sueltos y está claro que no he sabido transmitir la idea que pretendía, ya que si hay alguna persona que lee con atención y criterio los relatos que publicamos, ese es nuestro Enteciano de Honor. Un abrazo y gracias de nuevo, Ángel.
Nadie es infalible, Belén, el EdH menos que nadie. Tu relato es genial. Y si está abierto a la interpretación, mejor aún, solo hay que fijarse en el éxito de uno muy corto y famoso en el que sale un dinosaurio y nadie sabe lo que pasa.
Ahí va otro abrazo grande. Cuidaos mucho
Me gusta, Belén, este relato tan detallista, que dibuja una historia intencionadamente difusa a la vez que intensa.Es verdad que sugiere determinada información que pueda quedar algo abierta a interpretaciones, pero creo que eso le sienta bien a un texto como este, con un tono tan logrado. Que tengas mucha suerte.
No explicar diciéndolo todo es un arte, y tú de eso vas sobrada. Me ha gustado mucho la escena, cómo la describes, los personajes… Enhorabuena y mucha suerte, abrazos.
Me gusta esa elipsis es suficiente saber que el padre no está para que la escena tenga fuerza
Este micro te lleva desde la ingenuidad del.juego infantil, hasta la frustración y la tragedia con apenas tres pinceladas, como los buenos cuadros. Y, como los buenos cuadros, demasiadas pinceladas los sobrecargan… esas elipsis, esos huecos que desconciertan un poco ayudan a que la historia coja aire… un aire que le soplaremos nosotros mismos.
Gran micro! Felicidades y suerte, capi!