76. Terapia
Menuda pinta tenía su marido. Todos aquellos años soportando que la reprendiera por su forma de vestir y allí estaba él ahora, con el cuello de la camisa tan tieso que se le desbordaba la papada y embutido en un traje que podría haber sido de su abuelo. Incluso su postura, inmóvil, hierática, resultaba artificiosa, con un gesto inmutable, una mueca que le recordaba a la Mona Lisa, mezcla imposible entre disgusto y felicidad. Con todo, era el silencio, tan profundo que oía hasta los latidos en sus sienes, tan enloquecedor como los gritos con los que la había sometido, lo que le resultaba más irritante cada vez que le asestaba una nueva puñalada. Exhausta, tapó de nuevo el ataúd con la certeza de que por fin lograría conciliar el sueño. Siempre le venía insomnio antes de los entierros.
Tras este entierro es fácil que no pueda conciliar bien el sueño, no se mata a una persona todos los días. En tu protagonista se agolpan sensaciones contradictorias, como las de Mona Lisa, entre disgusto y felicidad. Tras lA tormenta de los gritos vino el tormento del silencio.
Un relato que juega muy bien con un equilibrio de enociones contrastadas.
Un abrazo, suerte y feliz año, Lluís