7. Terapia interminable
Maribel hacía colección de desdichas, de las ajenas, porque las propias sólo podía sufrirlas. Me contaba que de esta forma sus desgracias parecían no existir, que mirando y analizando las tragedias de los demás, se daba cuenta de que su vida era estupenda.
Apenas tendría yo once años cuando me explicaba aquellas ideas que no alcanzaba a entender muy bien. Vivía justo en frente de nuestra puerta, y cuando mi madre tenía que meter horas extras en la fábrica, yo pasaba algunas tardes en su casa. Ella planchando y dándome palique, yo intentando hacer los deberes.
Un día que yo estaba muy aburrido me dijo:
-¡Ven Jaime! Te voy a enseñar mi galería secreta.
Me llevó escaleras abajo y abrió la puerta del sótano. Era como un despacho oscuro, húmedo y bastante amplio. Las paredes estaban forradas con papel de periódico donde aparecían esquelas, noticias de asesinatos, accidentes de tráfico, y cualquier tipo de titular que condujera al éxitus. También había baldas con álbumes de fotos.
– Mira, aquí guardo las que más me gustan.
Me mostró imágenes de funerales de algunos vecinos, algunos amigos de mis padres, e incluso encontré a mis abuelos.
Parecía tan contenta que no quise llorar.
Por mucho que nos quejemos siempre hay alguien que tiene más motivos justificados para lamentarse. Sin que ello constituya un consuelo, y sin que signifique alegrarse por los males ajenos, darse cuenta de esa realidad sí que puede servir, como a tu protagonista, como terapia para apreciar la existencia y vivir sin lamentos, un derroche de tiempo y energía inútil que no conduce a ningún sitio. Desde luego, esa colección de noticias no es nada común, situándose en el límite de lo morboso, cuanto menos. En cualquier caso, su afición la convierte en un personaje realmente curioso, con una filosofía de vida a considerar y quizá un modelo a seguir.
Me alegra leerte de nuevo.
Un abrazo y suerte, Estíbaliz.
Truculento, hipnótico y con una gran frase final.
Muy bueno, Estíbaliz.