20. Tocomocho
Contactó conmigo por Pinder y me conquistó en dos pantallazos. Captó mi atención porque nadie me había escrito con tanta formalidad. Un militar educado, a la vieja usanza. Empezamos a chatear por Pistagram y en dos semanas lo di por bueno. Le gustaba lo mismo que a mí, quería viajar a los mismos lugares y hasta bailaba pasodobles, cosa rara en un americano.
Al poco tiempo propuso quedar por Pims y empezamos a conectarnos una vez por semana. Yo usaba un avatar de cerdita con voz dulce e inocente y él uno de Rambo, con esa voz metálica y grave que me encantaba.
Los meses pasaron y mi soledad y nivel de inglés mejoraron notablemente en su compañía.
Hasta que un día desapareció tal como vino. De repente, dejó de haber rastro de él en internet. Supongo que se cansó de mí, de mis conversaciones fantasiosas de vejez acaudalada, de que no le enviase dinero. No lo sé.
Quizás descubrió que me llamo Antonio, que vivo en un piso de protección oficial y necesitaba aprobar el curso de idiomas para que no me quitasen la prestación.
Jajaja! Muy bueno, Óscar! Ya me estaba viendo venir un final truculento y, aun así, ha conseguido arrancarme una carcajada.
Para rematar la historia, yo me imagino a ese Rambo como una tímida bibliotecaria de la América profunda en busca de emociones fuertes, que abandonó Internet cuando, al fin, el sheriff le pidió matrimonio. Por ejemplo.
Me ha encantado tanto la historia como el ritmo que le imprimes a la narración.
Un abrazo.
Era lógico que este Rambo potencial acabase poniendo tierra de por medio al sospechar que todo era un engaño de principio a fin. El militar (si es que lo era) vivió un tiempo entretenido, mientras que Antonio mejoró su nivel de inglés. Todos contentos.
Un relato muy divertido, hasta en sus pequeños detalles, como los cambios de nombre de plataformas sociales y redes.
Un saludo y suerte, Óscar