70. Todo un caballero (María Rojas)
Me encontré en Nueva York con un mansito que, harto de melancolía, lloraba sin sosiego por el desamor de una fermosa dama.
Cabalgaba por la 42 cuidando no estrellarse con los suspiros de tanto caballero andante
que, como él, se perdía en la alevosía de la gran ciudad.
En las tardes se encontraban en un local sin viento a poner a punto sus barbas, corazones y sueños.
Después, entre lanzas, adargas, celajes y demás trastos, vigilando las sombras de los malandrines, se iban los compadres camino al bar.
Dejaba el mansito un maravedí en la rocola y le dedicaba el cantar a la reina de sus amores.
Luego, solazando entre mujeres distraídas y soplando dichas, lo encontraban los gallos.
Afuera, cabalgando en los muslos de la noche, lo esperaba Sancho.
No hay mayor caballero que quien profesa un amor limpio y platónico. Es el caso de tu Quijote neoyorquino, desecho en un amor que no parece correspondido y, sobre todo, fiel siempre a su señora. Los tiempos cambian, pero hay esencias que permanecen.
Un abrazo y suerte, María
Curioso caballero ese mansito neoyorquino. Y curiosa la mezcla que has creado, trasplantando el siglo XVII a Nueva York.
Un abrazo y suerte.
Para los dos, muchas gracias por detenerse a comentar mi relato.
Abrazos
Rico en imaginación, léxico, metáforas y malicias. Por ejemplo, mucho recordar a su amor, pero luego bien que “solazaba entre mujeres distraídas”…