TÓPICOS Y EPÍTETOS
Hay quienes piensan que el mejor adjetivo es el que no existe. Se refieren, naturalmente a esa figura retórica utilizada para realzar las características propias de un nombre: El epíteto.
En realidad, lo que entendemos como epíteto, corresponde al tipo que se ha utilizado con asiduidad en poesía clásica. No obstante, una buena adjetivación aporta color a un texto pues, además de informarnos de las cualidades objetivas del nombre, nos sirve para crear una atmósfera o un tono narrativo si expresamos con ellos características subjetivas de nuestra personal consideración.
La corta extensión del microrrelato obliga a escoger las palabras justas y precisas que intervengan y den sentido a la narración. Aunque el tono sea lírico, utilizar definiciones como “la blanca nieve” o “la noche oscura” no añaden nada interesante, de igual manera que ocurre con las frases hechas y los lugares comunes a los que echamos mano, a veces sin darnos cuenta, y que rebajan la calidad del texto.
Os proponemos un ejercicio lúdico para esta acampada; se trata de encontrar adjetivos o frases adjetivales que sustituyan a las tópicas, y crear con ellos una frase original que corresponda al tono que elijáis: Humor, amor, terror, melancolía, etc.
Os presentamos un texto cuajado de “lugares comunes”. Podéis modificarlo o escribir otro que luego habrá de ser reescrito de forma original.
“Avanzaba bajo los blancos copos de la nieve. La noche comenzó a cubrir con su manto oscuro las primeras casa del pueblo hacia donde dirigía mis pasos. Al fondo de la calle, una cálida luz anunciaba la posada. Me las prometía muy felices cuando llamé a la puerta. Me abrió una anciana venerable indicándome que todas las habitaciones estaban reservadas, pero podía ofrecerme algo de comer. Al entrar, la vi. Sus cabellos de oro y sus formas redondeadas acompañadas de una cara angelical, hicieron que sintiera mariposas en el estómago. Fue un amor a primera vista…”.
(En la sección «Papel y tijera» podéis leer algo de teoría sobre este tema).
Yo lo hubiera contado asín:
Caía una nevada de la pera. Se estaba haciendo de noche y ya no se veía un carajo. Al fondo de la calle, vi luz en la ventana de una fonda. Pensé que igual tenían sitio y llamé a la puerta. Me abrió la puerta una abuela que me dijo que estaba lleno, pero que papeo si que tenían. Al entrar la vi. Una rubia maciza que me dejo p´allá. Fue un flechazo.
Esa Auro, qué chulo, tienes que explotar más esa vena coloquial. Lo único que me chirría aquí es «flechazo», me suena cursi. ¿Qué tal «me encoñé al instante»? O algo así.
Totalmente de acuerdo con Susana. Un texto muy gracioso en el que sobra el «flechazo» que es otro tópico.
Pues había pensado poner otra cosa, pero ¡ibais a pensar que plagiaba a Epi!, así que me corté. Para la próxima me animo.
Me gusta, es un lenguaje muy fresco y desenfadado. Si cambias el flechazo y quitas la segunda puerta, te queda de coña.
Coño, la segunda puerta!! M´s´ha colau!! Jopelines, que rabia!!
Mi pequeña aportación:
“La noche lanzaba bolas de algodón sobre la tierra para cicatrizar sus heridas. Espolvoreándolas como si fuera el yeso que se desprende tras cubrir la extremidad fracturada. Sus huellas dibujaban su peso y alzada entre la asentada nieve, creando nuevas heridas y descubriendo otras ya existentes. Señalaban al pueblo en sombras. Indicaban sus casas y calles. Buscaban el calor imaginado que allí esperaba encontrar. El susurro del viento se mezclaba con las voces lejanas que procedían del interior animado de un salón, en cuyo letrero de madera se leía posada. Sus puños golpearon la puerta y de sus entrañas surgió una anciana que lo invitó a guarecerse del frío, a la vez que le indicaba que todas las habitaciones estaban ya ocupadas para esta noche. Todos miraron al extraño que acababa de entrar. Incluidos los retratos que adornaban el salón. Todos menos ella y entonces supo que ya la había conocido antes. Recordaba el color del amanecer en sus cabellos. Sus formas de majestuosa perfección cinceladas por las manos de los dioses y su rostro que recordaba al brillo del rocío de la mañana. Volvieron los escalofríos a recorrer su cuerpo como si volviera a nacer, como si descubriera, en ese mismo momento en que él la vio y ella no, que volvía a la vida. Que la sentía una vez más.”
Ale, ale, estáis escribiendo los inicios de unos cuentos que prometen. Y todo a partir de ese texto tonto que se me ocurrió.
Felicidades.
Me ha quedado un poco largo, pero ahí va.
Nevaba tanto que ni las cadenas eran suficiente. Tuve que dejar el coche a un lado de la carretera y caminar casi un kilómetro hasta llegar al pueblo. Por la mañana avisaría a la grúa, si es que la línea telefónica no estaba cortada. Deseé que ningún enemigo de lo ajeno se encariñara con mi vehículo. Aún me quedaban tres meses por pagar.
No tuve que adentrarme mucho en el pueblo. Enseguida vi el cartel de un hostal. ¿Tendrían habitaciones disponibles? Suspiré. Una cama, una ducha calentita y una buena sopa me vendrían de lujo.
Entré empapado a la recepción. Esperé tanto rato a que me atendieran que dejé varios charquitos en la alfombra.
Por fin llegó la recepcionista, una pura arruga encorvada, que frustró mis planes al decirme con voz carrasposa que no le quedaban habitaciones. Mi cerebro juró en varios idiomas. Tendría que volver al coche a congelarme.
Me indicó la cafetería del hostal. Al menos me tomaría un café bien caliente.
Al entrar, el olor de la cocina me hizo verme siendo un crío en casa de mi abuela, comiendo huevos fritos con patatas y chorizo.
Una oronda cocinera salió con una bandeja llena de filetes tan grandes como mantas. Mi estómago rugió tan fuerte que la cocinera soltó una carcajada más fuerte que mi rugido.
La miré con los ojos abiertos como platos. Después miré los filetes y ya no vi nada más hasta que la bandeja quedó reluciente y vacía.
Voy por partes.
Avanzaba bajo los blancos copos de nieve: Las pisadas sobre la nieve quedaban borradas en segundos por la ferocidad de la tormenta.
La noche comenzó a cubrir con su manto oscuro las primeras casas del pueblo hacia donde dirigía mis pasos: Con los guantes de lana, intentaba apartar la escarcha que se pegaba en las gafas y me impedía ver dos metros por delante.
Al fondo de la calle, una cálida luz anunciaba la posada: El parpadeo de una bombilla me guió hasta la primera cabaña, que resultó ser la posada de la aldea.
Me las prometía muy felices cuando llamé a la puerta: Golpeé dos veces con el aldabón y me sentí aliviado al oír abrirse la puerta.
Me abrió una anciana venerable indicándome que todas las habitaciones estaban reservadas, pero podía ofrecerme algo de comer: “Lo lamento, señor, todas las literas están ocupadas. Pero siéntese en esta mesa; de este puchero comemos todos”.
Al entrar la vi: “¿Qué hace esa preciosidad rodeada de escolares? ¿Será su profesora?
Sus cabellos de oro y sus formas redondeadas acompañadas de una cara angelical: “Pocas mujeres he visto que les quede tan bien un polar y un pantalón de gore tex. ¡Vaya pedazo de rubia!
Hicieron que sintiera mariposas en el estómago. Fue un amor a primera vista. Con el cuenco de sopa en las manos, me levanté de la silla y se acerqué hasta donde ella, confiado en que algo gracioso se me ocurriría.
Avanzaba bajo los copos de nieve. La noche comenzó a empujar a los habitantes a refugiarse en las casas hacia donde dirigía mis pasos. Al fondo de la calle, una bombilla macilenta anunciaba la posada. Me prometía una noche acurrucadito cuando llamé a la puerta. Me abrió una anciana verrugosa indicándome que todas las habitaciones estaban reservadas, pero podía ofrecerme algo de comer. Al entrar, la vi. Sus cabellos limpios y sus formas suaves acompañadas de una cara de campesina sana, hicieron que sintiera tirones en el estómago. Fue un olor a cocina casera y leños chisporroteando… aroma a hogar”.
Lo que estoy leyendo de vuestras aportaciones saca cosas de nosotros que ni nos imaginábamos. Eso es muy bueno.
Aprovechad cualquier oportunidad, como escritores o aficionados a la escritura, para poner vuestras vivencias en letras.
Sobre todo, vuestra voz.
No os quedéis como la seda (como la seda, otra expresión de las narices).
Salgamos de excursión. Física y mental. Sobre todo mental, valiéndonos de del fin de semana con los suegros o los amigos más procaces.
A mí lo único que me despista es … esa foto.
Qué mala gente hay por aquí…
Hombre, el anciano venerable de la posada, será!!
Esa foto es un tópico por si misma. El abuelito de Heidi.
Pues a mí se me ocurrió esto:
TÓPICOS
Cuando me bañé en las cálidas aguas del Caribe y me sentí acariciada por el ardiente sol y después de reposar en las rubias arenas, me di cuenta de que de que me había quedado dormida en las frías aguas de la bañera.
Es «de que de que» fue inconsciente y debido probablemente a la tiritera.
La nieve llenó de frío mis huesos y me animó a buscar refugio en el pueblo más cercano.
Deseoso de encontrar un lugar donde me sintiera protegido, llamé a la puerta del hostal.
Me abrió una mujer entrada en años y en carnes, de mirada agradable y sonrisa pronta, que me dio malas noticias.
No le quedaban habitaciones pero me podía ofrecer un sabroso guiso para entrar en calor.
Entré en la fonda y allí estaba ella, la mujer más bella que había visto en muchos años.
Entonces supe que esa noche iba a ser especial, aunque no tuviera donde dormir. Quizás sería ese el momento para abrir un nuevo capítulo en mi vida.
Estaba cayendo una nevá de “padre y muy señor mío”. Encima la luna se había ido de botellón y “no se veía tres en un burro”.
A lo lejos vi una luz en lo que parecía una cabaña. Me acerqué. Llamé. Salió “la vieja el visillo”, me miró de arriba abajo y al tiempo que retorcía la boca, sonaba los mocos, dijo algo así: “Ya sabía yo que alguien iba a venir. La idea de la nieve artificial iba a venir muy bien para mi negocio”.
-Tengo una habitación libre, el retrete en el corral y son cien euros la noche. ¿Lo tomas o lo dejas? Tú verás, con la que está cayendo, y los lobos ahí fuera…
Atisbé por ver si había alguna macizorra por ahí, que contrastara con la bruja que había salido.
Una mujerona de más de dos metros, que estaba recostá contra el mostrador, me mandó un besico estilo pez, que me deshizo.
Sin pensarlo dije: p´alante y “que sea lo que Dios quiera”
Avanzaba bajo la nevada. La noche teñia de oscuro las primeras casa del pueblo hacia donde diigia mis pasos. Al fondo de la calle, una luz pobre y rojiza anunciaba la posada. Lláme animado a la puerta
Abrió . Una vieja mujeruca indicándome que todas las habitaciones estaban resevadas pero podia ofrecerme algo de comer. Al entrar la vi. Tenía el pelo claro y su cuerpo más bien ampuloso acompañado de una cara de facciones armónicas, hicieron que la excitación se hiciera presente en mi cuerpo. En ese momento deseé rozar su carne..
Y otra más libre
Avanzaba bajo la nevada. Anochecía y las casas ante mí eran un amasijo oscuro e informe.
Al fondo del callejón un farol titubeante anunciaba la posada. Esperaba un pobre antro al llamar a la puerta.. Me abrió una vieja deslucida que masculló que quedaba un cuartucho cerca del pajar y que freiría unos torreznos y un huevo si tenía hambre. Al entrar La vi atizando la lumbre. Tenía el pelo rubio enmarañado y bajo sus tristes ropas se percibía una abundancia de carnes acompañadas de una cara entre procaz y simple.
Una ola de calor me recorrió desde los pies hasta el pecho. Fue un pellizco de deseo.