46. Tradición familiar (María José Escudero)
En su familia no se estilaba morir de viejo. Aquel que no moría por accidente, devastado por una grave enfermedad o de repente, se suicidaba. No había otra. Y ni uno solo de sus predecesores había logrado jamás pasar de los cincuenta. Sin embargo, ella estaba empeñada en romper la tradición y se protegía para esquivar la muerte y aunque muchas veces había escapado por los pelos, aquella noche, en el camino hacia su casa, sintió unos latidos discordantes y tuvo miedo de transitar por una calle inusualmente solitaria. Advirtió, además, que su reloj y el de la Estación marcaban horas diferentes y que las pisadas que la perseguían no eran otras que las de las tinieblas. Sobresaltada, aceleró la marcha, pero al doblar la esquina comprendió que la vida ya la miraba con gesto arisco. Y a pesar de que no quiso dejarse dominar por el pánico, apenas alcanzó el portal, cayó fulminada en contra de su terca voluntad.
La descubrió su hijo al regresar de un concierto y cuando la parca, obsequiosa, se arrimó para entregarle el testigo, el muchacho la miró con desdén y exhaló un suspiro de alivio, porque siempre había sabido que era adoptado.
Que todos tenemos una fecha de caducidad es algo innegable. Que hay personas marcadas por ciertos infortunios, también, incluso familias enteras.
Tu protagonista no puede escapar del fin prematuro al que parece destinada de serie, por una maldición no escrita, lo cual, aunque seguro que no le hizo ninguna gracia, tampoco fue para ella sino lo esperado. Otra cosa es que su hijo haya sido capaz de sorprender a la misma muerte, que se las sabe todas, al comprobar que no causa en él el efecto lógico, poniendo fin a la profecía fatal.
Un relato en el que el destino y eso que llaman providencia es una losa de la que nadie puede zafarse, o sí. Tal vez sea verdad que todo está escrito como algunos afirman, el mérito es contarlo de forma tan original y amena.
Suerte y un abrazo, María José
El desenlace estaba anunciado, pero la protagonista no estaba dispuesta a ponérselo fácil al destino y con la adopción de su hijo consiguió, al menos por su parte, frenar la terrible tradición familiar. Muchísimas gracias, Ángel por acercarte y comentar. Tus palabras son un estímulo siempre. De nuevo, gracias y un abrazo.
Por mucho que huyamos, acaba atrapándonos. De esta no nos libramos, me temo. Aunque tu protagonista ha intentado desviar su destino de todas las maneras posibles. Me ha gustado mucho. Un abrazo, María José.
El personaje no tenía escapatoria, llevaba su final escrito en los genes. Pero no estaba dispuesta a ponerlo fácil… Muchísimas gracias, Aurora por la visita y por el comentario. Besos.
Hola, María José.
El relato me llamó la atención desde el principio, como narras esa macabra y consabida maldición familiar que la protagonista se empeña en contradecir sin éxito. Hay una frase que me ha impactado de forma especial: «la vida ya la miraba con gesto arisco». Para rematar, ese encuentro con la parca del presunto heredero que sabedor de su condición de adoptado, le mantiene, inconscientemente, la mirada a tan poderoso ente. En fin y en resumidas cuentas, que me gustó mucho.
Un cálido saludo.
Hola Ángel. Hay tradiciones familiares terribles, algunas, como en este caso, imposibles de esquivar. Pero el personaje tenía que intentarlo y por su parte rompió la cadena que ya es algo. Me alegra mucho que te haya gustado mi propuesta y sobre todo, me alegra la visita. Muchas gracias por tu amabilidad. Un abrazo, querido Barceló.
No se puede eludir a la muerte, por más que lo queramos; ya lo dice el refrán: «A cada chancho le llega su San Martín», y eso en el caso de la madre, que no pudo zafar… ¡Y bien que lo intentó!… Ahora bien, en el caso del hijo, me vino a la mente otro refrán, y bien distinto: «No hay mal que por bien no venga», ¡y vaya si lo sabe él, que es adoptado! No es fácil sorprender a la Parca, pero este chico lo hizo, y más que ampliamente…
Muy buen micro, María José… ¡Me encantó!
Cariños,
Mariángeles
Hola, Mariangeles. Me alegra que te haya gustado el cuento y, sobre todo, me alegra la visita y agradezco mucho lel comentario. Efectivamente, el refranero siempre acierta con sus sabias sentencias. Gracias de nuevo y besos desde Santander.
Qué bueno, María José. Esa pobre familia no ha podido librarse de la maldición, y mira que la protagonista ha puesto todo de su parte para evitarlo… Pero al final nos esperaba una sorpresa cargada de alivio y esperanza. En este caso el ser adoptado es la salvación del hijo. Muy ingeniosa salida. Me ha encantado. Felicidades y suerte. Besos.
Me alegra mucho que te haya gustado. Juana Mª. Muchísimas gracias por acercarte y comentar. Besos. Y disculpa porque no lo había visto antes.