14 VEHEMENTE CALMA (Juan Manuel Pérez Torres)
Como un cuerpo desnudo que reposa agotado de amor, el camisón de Leo se abre a sus ojos y en su espejo se contempla. Cuando lo recoge de la cama lo acaricia, lo huele, cuidadosamente lo dobla, lo coloca en la mesita, junto al joyero. Despliega el edredón y las sábanas con delicada atención evocadora. Le gusta rememorar las horas pasadas, devolverlas a esta luz cuya caricia le infunde gozo, limpiar no sé qué máculas.
Cabe toda la mañana en estos gestos por cuyos bordes se escapan a diario sus maduras deidades y esta dulce batalla le aniquila nuevamente (o, cabe decir, esta nueva batalla le aniquila dulcemente) lo mismo que este amanecer en que la luz parece vacilar y, no obstante, con dulzura se impone a las sombras caducas. Y, como llevado por un viento oscuro que en la mañana de pronto su ira desata, mirando a lo invisible –quien yo amo, quien a mi vida sentido da, vibración y llama, no está- lanza su queja que es memoria en carne viva –o sí que está, pero sin estar, inútilmente.
Cuánto amor mana de su pecho estando solo, ella no lo sabrá.
Este relato, lleno de hermosas y ajustadas descripciones, concuerda como un guante con el título, un oximorón formado por dos términos opuestos, pero con sentido. El personaje se toma su tiempo, con serenidad aparente y cuanta delicadeza puede reunir, para doblar ese camisón, que hace las veces de reliquia, fetiche o altar consagrado a quien tanto quiso. Pero en esos movimientos no hay verdadera quietud. Al mismo tiempo y de forma inexorable, aflora el desasosiego de corroborar que ya no está la dueña de esa prenda, la rebeldía ante una ausencia que no es capaz de sobrellevar. En esa calma aparente hay una semilla de inquietud que le acompañará hasta el último aliento. Una pasión reprimida que le hace daño.
Una historia breve que es la crónica de una soledad impuesta y dolorosa, que hace que nos pongamos en su lugar.
Un abrazo y suerte, Juan Manuel
Gracias, Ángel por tu amable comentario, tan certero como acostumbras. Es el recuerdo, la remembranza de la pasión vivida, lo que alimenta el deseo, frustrado en este caso, con ardor amante en la fría soledad.
Quizá pudiera ser un buen padre de siete hijos. Suerte con tu magnífica historia.
Hola Juan Manuel. Preciosa mezcla de narración de una liturgia que es pasión y una elegía por el ser que la sigue generando, aunque ya no esté. Muy vívido. Maravillosos texto y título. Abrazos y suerte.
Gracias, Rafael. A veces es también la pena de la ausencia lo que alimenta y acrecienta la pasión, una pasión sin lujuria que se conmueve de sí misma.
Un abrazo.