Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

57. Charly revelado

Cuando lo del incendio yo no trabajaba aquí, pero se lo he escuchado contar al dueño muchas veces. A mí me contrató después de reconstruir el dinner y ya el primer día me advirtió que ese taburete, el que siempre había ocupado Charly, debería permanecer vacío como homenaje a su recuerdo. Charly era un payaso triste que se ganaba malamente la vida en fiestas infantiles después de que cerraran el Gran Circo Americano. Al jefe le debía de dar lástima y se le ocurrió que actuara en el cumpleaños de su hijo para la familia y los amigos del chaval. Ese fue el día de la desgracia. Un cortacircuitos en la instalación eléctrica provocó las llamas que enseguida se extendieron por todo el local. Todos corrieron hacia la calle para escapar del fuego menos el niño, que quedó atrapado. Fue Charly el primero que se dio cuenta de que faltaba y sin pensárselo dos veces, entró a rescatarle. Consiguió sacarle con vida, pero las quemaduras que sufrió, acabaron con la suya en el hospital.

Claro que puede tomar una foto señor, resultará curiosa con un asiento vacío en medio del local abarrotado.

56. ¿QUÉ ESTÁS MIRANDO? (Javier Puchades)

¿Qué miras? ¡Imbécil! ¿No hay más gente en toda la barra? Ya tengo que aguantar el codito de la tía esta de aquí al lado y ahora me faltabas tú.

¡Qué te he dicho que dejes de observarme! ¿Tengo monos en la cara o qué?

¿Qué no has visto nunca un payaso? Medía hora de descanso entre función y función y ni un café tranquilo me puedo tomar.

¡Pero bueno! ¡Gilipollas! La vamos a tener. Y encima escribiendo ¿no será sobre mí?  ¡Capullo!

Se acabó ¡Idiota! ¡¡¡Zas!!!… Y ni una palabra más.

 

55. INTERSECCIONES (Amparo Martínez Alonso)

“¿Por qué me miras como si fuera yo la que se ha escapado de un circo?
¿Qué te pasa? ¿No está bueno el café? ¡Quéjate a la camarera!, pero deja de mirarme a mí. ¡Mamarracho!”

Ahora, Clara se siente mejor, más animada (de pequeña practicaba con sus muñecas de porcelana). Humillar al prójimo (mentalmente, a gritos) le hace sentirse importante. Se atusa el mechón que le baila sobre la frente. Con desgana, saca de su viejo chaquetón el monedero que le regaló ese joven tan agradable (el nieto de la difunta casera; el que trajo regalos junto con las “encuestas” que deben rellenar cada uno de los cinco inquilinos; el que pasará a recogerlas el próximo jueves… ¡poca gente es tan amable hoy en día!). Sin dejar propina, abandona el local.

La camarera se acerca a la mesa. Frunce el ceño. “¡Señoritinga de pega!… Si yo hablara”, refunfuña mientras pasa la bayeta húmeda sobre los cercos de café y retira el servicio.

El payaso baja la mirada a su taza medio vacía. Gracias a la carpa del circo tendrá un techo donde dormir, pero qué será de la señorita Clara, de don Anselmo y del viejo matrimonio del principal.

54. ¿Cómo están ustedes? (La Marca Amarilla)

Joe es un tipo que se toma la vida tal como le viene. Sabe que es un perdedor de nacimiento, por eso todo lo que tiene lo disfruta y lo comparte con sus amigos, no vaya a ser que algún desgraciado como su padre se lo lleve todo un mal día.
Cuando aceptó el trabajo de payaso a domicilio pensó en que le pagarían por hacer reír a niños que seguramente de adultos le escupirían si le vieran sin disfraz, pero la satisfacción era poder donar una pequeña cantidad de dólares a los niños necesitados del distrito.
Hoy, antes de ir a otro estúpido cumpleaños, se pidió un café en aquel antro de oficinistas sumisos donde casi nadie, ni los camareros, le miraron, sólo el limpiabotas.
El ambiente le era familiar de una triste época en que pensaba que el mundo era un atractivo circo y decidió, a pesar de que el brebaje ardía, tomárselo rápido; no podía aguantar más en ese museo de autómatas.

53. LA ÚLTIMA CAMPANADA (Sandra Sánchez (Pulgacroft) )

Después de toda la noche de agitación y ruido, necesito respirar aire fresco, salir de mi caravana, despegarme de él. Mi aspecto estrafalario no desentona mucho del de los borrachos que a estas horas de la mañana, un uno de enero, aún deambulan por la calle. Me meto en una cafetería abarrotada y me señalan riéndose. Como siempre. Siempre se ríen. Soy el payaso del que se ríe todo el mundo. Los niños se ríen, los mayores se ríen,  sin importarle a nadie las humillaciones dentro y fuera de la pista de ese clown de tres al cuarto que siempre se ha reído de mí.
Pido un chocolate y sigo oyendo las carcajadas del listo, del guapo que nunca se mancha la cara de merengue, del que se liga a todas…  Tiene gracia, el muy cabrón se había tatuado el nombre de la trapecista en el pecho después de que yo le dijera que la quería. Más carcajadas.
Año nuevo, vida nueva – dicen-  (No para todos). Le di el último hachazo justo con la última campanada.
Termino este chocolate con churros y me voy a darles el desayuno a las fieras. Hoy, ración extra.

52. Payaso callejero

Aparece casi a diario a media mañana, le sirvo su taza de café y lo dejo ensimismado, con los ojos vacíos y la mirada perdida. Siempre acude maquillado, con su traje de rombos y su sombrero. Cuando despertó, el circo ya no estaba allí. O eso dicen, aunque se desconoce en qué momento llegó, dónde vive, ni quién es en realidad. Desde la cafetería, justo enfrente, puedo ver la parada de autobuses donde se esfuerza por conseguir unas monedas o algo de comer. No es un espectáculo al uso, mira fijamente a la gente sin disimulo, con una expresión carente de emociones, a la vez divertida e incómoda, seductora y repulsiva. No hay un solo día en que no caiga en la tentación de observarle, y sin embargo, si me devuelve la mirada finjo interesarme de nuevo en cualquier otra cosa. Nadie sabe si está vivo o muerto. A veces nos hace reír.

51. Bultos (Virtudes Torres)

Es triste estar de nuevo en esta cafetería donde cada tarde bajo a comer el bocadillo o un plato combinado con el que compartir mi soledad y mis pensamientos. Pero es más triste que todos vengamos a la misma hora y siempre sea yo la que se queda de pie.

Además debo ser invisible pues el camarero ni siquiera se ha dado cuenta de que estoy aquí, la hora de descanso se me va a pasar y estoy cerca de este individuo que a saber cuáles serán sus intenciones.

Aquí está disfrazado de payaso, ¿no tendrá otra ropa mejor que ponerse? Además,  me da mala espina,  es feo, huele raro y está mirando a la puerta como queriendo escaquearse sin pagar el café que se está tomando.

Claro que, quizás le pasaba como a mí, que no le hacían caso y esta es la forma de hacerse notar.  No sé, bueno yo a lo mío que si no hoy me quedo sin comer.

¡Camarero, por favor!

50. Ultimas voluntades (Rufino García)

Me encanta cuidar ancianos, pero Charlie fue el último. Llegué a pasarme horas y horas escuchando sus asombrosas historias. Solo había un tema tabú, su familia. Nunca hablaba de ella.

Fuimos juntos a urgencias por un dolor repentino y acabó ingresado. Estaba con él cuando le dieron la noticia: “función renal paralizada”. No se podía hacer nada, era cuestión de horas. Charlie, visiblemente afectado, se acercó, me dio la mano, las gracias y una llave. “Eres la única persona en quien puedo confiar”, me dijo, “localiza a Robert, mi hijo, dale todo lo que hay en la caja fuerte y dile que me perdone. Ahora vete, quiero morir solo”. Falleció ocho horas después.

En la caja fuerte había una foto de un payaso en un bar. En el reverso tenía escrito, Reno 1963, un nombre y una dirección. Había un recorte de periódico. Mi escaso inglés me sirvió para entender que se trataba de un gran robo de diamantes realizado por alguien disfrazado de payaso. El resto de la caja estaba llena de saquitos con diamantes.

-“Disculpe señor, el jet está listo. Podemos despegar cuando usted desee”

La verdad, es que estoy teniendo enormes dificultades para encontrar a su hijo.

49. LA ÚLTIMA FUNCIÓN (MARÍA JOSÉ SÁNCHEZ)

Esto es lo que queda. Esto es lo que soy. Mi vida se reduce a un maldito disfraz bajo el cual se oculta un pasado con demasiado peso. Tomo cada día el café hirviendo y no soy faquir, pero quiero hacerme daño. Maldita sea, deseo hacerme mucho daño, que me duela en lo más profundo. Igual de profundo que el dolor que yo causé aquel asqueroso día… que intento olvidar y, sin embargo, regresa a mi mente una y otra vez para martirizarme. Si hubiese sabido lo que iba a ocurrir. Tendría que haberlo sabido. Era mi obligación. Para proteger a los míos, Dios. Ahora no debería estar ocupando un lugar en el mundo. No lo merezco.

Toda esta gente evita mirarme; si acaso, soportan estoicamente mi presencia porque suponen que me marcharé pronto a llorarle a mis cuatro paredes, a la añeja soledad que me engulle.
Pues se equivocan. No. Hoy no. No habrá más funciones llenas de niños igualitos a unos que ya se fueron, llenas de mamás igualitas a una que ya no está. Mañana tendrán que buscarme sustituto. El payaso burlón dejará esta misma noche de ser lo que ya no soporta ser. Se irá. Silencioso.

48. Relatividad espacio-temporal (José A. Barrionuevo)

Tengo que confesaros que no soy consciente de cuánto llevo aquí, sentado en este taburete desvencijado, en una barra desangelada a pesar de que hoy, nadie sabe por qué, hay clientela. Hace ya días, meses tal vez, que no tengo claro absolutamente nada. No sé cuánto hace que acabé con mi cuerpo liviano en este bar de carretera ni tampoco si este es mi lugar. Los recuerdos son confusos, agolpados en una amalgama extraña y nebulosa, donde no distingo lo real de lo ficticio. Solo tengo nítido, y no del todo, lo de aquella noche, de no sé qué día, cuando la vi, tan hermosa como la luna llena. No estaba sola. Desnudos ambos, Jimmy, el hábil lanzador de cuchillos, la amaba en mi lugar. Irrumpí violento en la caravana. Sorpresa. Insultos. Amenazas. Un puñetazo. No supe ni pude hacer nada más. Media vuelta y sentir entonces un agudo penetrar en mi espalda, certero como una pedrada. Y caer al suelo. Luego, una luz poderosa que me indicaba un camino que no seguí para acabar, tras desorientada peregrinación, dando conmigo mismo en esta perdida cafetería, sentado en esta banqueta ajada por el tiempo. Aquí estoy. O quizás no.

47. Gente rara

Por qué se disfrazan así. Esas ropas grises, los abrigos peludos y húmedos. Tienen cara enfermiza, amarillenta, y la piel reseca como la de los ajos olvidados. Están solos, no se miran.
El Palms estaba vacío cuando he llegado y hemos estado charlando, Rocco y yo, él secando vasos, yo esperando a Gino. Al poco ha ido entrando esta gente, como en procesión. Ninguno toma su café, miran al infinito jugando con la cucharilla entre las manos. Estamos incómodos los dos. Preferimos hablar sin voz, solo mirándonos. Abro mucho los ojos, gente rara, le digo. Pestañea él, ni que lo digas, me contesta.
Se oyen roces ásperos cuando se levantan y un repique de campanillas rotas al caer las cucharillas en los platos. Ordenadamente van saliendo. Al desaparecer el último se abre de nuevo la puerta y asoma la cara de Gino aguantándose la risa. Rocco y yo nos hemos apagado, pero volvemos a la realidad y le felicitamos: estrena traje, de seda blanca, gola celeste y bordes plateados, así viene la moda. A él le gusta ser un pierrot, siempre elegante. A los augustos como yo nos importa más un maquillaje colorido.

46. Terapia de grupo (Alvaro Abad)

– Y ahora repartíos estas fotografías. Coged una y pasad las demás al compañero de la derecha. Es la misma foto para todos, una instantánea en blanco y negro de 1963. ¿Qué veis en ella? Tomaos vuestro tiempo.

Pasados un par de  minutos comenzaron las respuestas.

– ¿La perversión del capitalismo?

– ¿El egoísmo de una sociedad falta de comunicación entre sus miembros?

– Yo creo ver la evolución cuasi intangible del hastío irracional

– ¿La trascendencia atemporal del alma?

– Para mí, la foto expresa claramente la fuerte contraposición del grupo frente al individuo.

– ¿Puede representar la inmadurez provocada por una sobreprotección en la infancia?

Intentando a duras penas aguantar la risa, el psicoanalista respondió:

– ¡Cabrones! Es sólo un actor maquillado de payaso triste en un descanso de su función teatral. No le pasa nada, está disfrazado para su trabajo. No hay nada más en la foto. Ya os vale, ¡no os relajáis ni en el bar!

Así, entre risas y cañas, el gabinete de psicología intenta mantener la cordura tras cada insufrible jornada en el hospital psiquiátrico.

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