Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

93. Banda Sonora (Montesinadas)

Chun chun,  chun chun, chun chun, chun chun.

Y no soy capaz de dar un paso más. Allí me quedo, petrificado, en la orilla con un nudo en la garganta.

Chun chun, chun chun y la música me golpea de nuevo las sienes, me cierra el cardias y el corazón que bombea como si fueran dos.

Chun chun,  chun chun, chun chun, chun chun.

Me lame la ola los pies hundidos ya en la arena. Miro al frente, el sol reflejado en la superficie oceánica me ciega, pero llego a ver niños jugando con ruedas de neumáticos que flotan a la deriva.

Una esbelta rubia que nada deportiva hacia el fondo rompiendo por un hueco las olas. Una balsa de goma llena de adolescentes a punto de volcar y algo parecido a una aleta dorsal que ronda a todos, que se desplaza y vira al acecho.

Chun chun, chun  chun…

Vuelvo a la piscina de plástico que he preparado para mi hijo pequeño cerca de la orilla, la lleno de agua del mar y me doy un chapuzón con él y sus tiburones de plástico.
Han pasado más de treinta años, chun chun, chun chun. Pero aún no estoy preparado.

92. Mi hermana menor

Se me hace difícil verla en la pantalla; con la melena suelta, unas botas altas de charol y una minifalda de esas que dan vértigo. Mis amigos miran embobados la película, mientras yo no puedo evitar una punzada en el estómago cuando empieza a enseñar sus vergüenzas. Sin sus pestañas postizas y esos rabillos que se pinta en los ojos, vuelve a tener veintiún años.
—No seas antiguo —me dice ya en casa, enfundada en su pijama de franela—. España está cambiando.
Me entran ganas de decirle que, mientras el país se libera, los hombres siguen presos de los mismos instintos; pero ahora, visualizarlos solo cuesta una peseta.

91.Apocalypse now redux

Martes, diez de la mañana. Martín continúa tumbado en su cama, mirando al ventilador de techo que instaló cuando decidieron desconectar el aire acondicionado. Los gritos de su mujer exigiéndole que haga alguna cosa explotan en su interior como bombas. Se dirige un día más, hastiado, hacia la cola del paro. Allí observa a sus extraños compañeros de fila: chavales que se ríen de la guerra que viven, bailando y fumando porros; aquel extraño hombre que dice encantarle el olor que desprende la desesperación por las mañanas; personas que gritan a sus móviles como si estuviesen insultando al aire… Martín avanza como si todo aquello no existiese; hoy es un día importante. Ha conseguido, por fin, una audiencia con el director de la oficina; un hombre del que sus funcionarios hablan con una especie de respeto místico. Él le daría una solución.

Quince minutos después, aquel calvo sigue disertando sobre el horror que supone el desempleo y lo que puede llegar a hacer una persona sin esperanza. Martín, con aquella canción de The Doors rebotándole en la cabeza, comienza a pensar que un asesinato le mantendría alimentado durante veinte años; sin gritos acusadores que soportar.

90. Staying alive (Anna López / Relatos de Arena)

Staying alive, ah, ah, ah, ah… Sobreviví a los pantalones de campana y a las camisas con el cuello en uve; superé la extinción de las bolas de espejos y finalmente, tras meses de terapia, fui capaz de pasar frente al solar que había ocupado la mítica 2001 Odyssey sin tener un ataque de ansiedad.

Acepté que mis hijos dijeran que Travolta era ese tio que salía en Pulp Fiction, y hasta aguanté que se echaran unas risas con las pintas que lucíamos en las fotos de aquel fin de año —¿te acuerdas?—. Pero hay cosas que no puedo soportar. Tú dices que la genética es una cabrona con sentido del humor, y te cachondeas porque nadie se cree que somos gemelos. Pero yo me he leído todo lo que hay sobre Mendel y sus leyes, y ese monje de mierda no ha sido capaz de asegurarme que también vayas a quedarte calvo. Así que he tomado cartas en el asunto. No, no es el vino lo que te ha dado sueño. No pienso aguantar más risitas mientras te peinas el tupé.

Esta noche, te rapo. Y mañana mi foto de perfil le demostrará al mundo que somos idénticos.

89. La película de mi vida

Papá niega con la cabeza y mamá llora ante las palabras de un sacerdote.

.etodrecas nu ed sarbalap sal etna aroll ámam y azebac al noc agein ápaP

Papá niega con la cabeza y mamá llora aNTE LAS PALABRAS DE UN SACERDOTE.

.ETODRECAS NU ED SARBALAP SAL ETNa aroll ámam y azebac al noc agein ápaP

PAPÁ NIEGA CON LA CABEZA Y MAMÁ LLORA ANTE LAS PALABRAS DE UN SACERDOTE.

 

¿Quién grabó esta película? No se oye nada. ¿De qué hablaban? ¿La niña de la cama soy yo? No lo recuerdo. ¿Por qué estoy atada?… Argggrrr. Rajatratrajar. ¡Amo a Satán!

88. «Último tango en el tanatorio»

Llegué solo al tanatorio. Parecía que todo el mundo se hubiera congregado en el velatorio número cuatro. La viuda, sorteando a la concurrencia, avanzó con decisión hacia el féretro levantando un murmullo creciente. Con su pelo ensortijado, la mantequilla debajo del brazo y aquel picardías rojo que tantas veces había conseguido reanimarle. Estaba convencida que tenía que funcionar, como funcionó en París cuando estaban los dos al borde de la autodestrucción. Algunos intentaron disuadirla pero era muy persistente cuando quería meterse algo entre ceja y ceja.

Dos horas después, entre vítores y aplausos, tuvo que abandonar la sala con una mezcla de satisfacción y fracaso. Fue entonces cuando Julia, su amiga íntima, le pidió permiso para intentarlo a su manera. Todos conocían las maneras particulares de Julia. Sin embargo, nadie confiaba en que fueran suficientes.

Por un momento dudé que todo aquello estuviera sucediendo realmente pero no tenía tiempo para comprobarlo. Me fui a la sala que me habían asignado y empecé a recibir las condolencias antes de meterme en la caja y esperar mi suerte.

87. PERPIÑÁN (Rafa Heredero)

Véronique —medias de rejilla, zapatos de tacón y minifalda— espera frente a la entrada del cine a que termine la sesión. Desde que los españoles acuden a Perpiñán a ver las películas prohibidas en su país, no le falta trabajo. Todos quieren imitar lo que allí aprenden, y siempre hay alguno que la utiliza porque no puede esperar hasta encontrarse en España con su mujer.

Virtudes se persigna cien veces al día. Ya no sabe qué excusa poner a su marido. Echa la culpa a esas películas que ha visto en el extranjero, y se niega a hacer lo que le pide. Ella lo único que quiere es hablar con su confesor.

Don Anselmo reconoce la voz de doña Virtudes cuando oye el «Ave María purísima» a través de la celosía del confesionario. Escucha sus dudas entre sollozos y, antes de que la absuelva, le impone la penitencia: «resignación, hija mía, resignación, tienes que entregarte, sabes tan bien como yo que le debes obediencia a tu marido».

Manuel está satisfecho con la intercesión que le había prometido realizar don Anselmo a cambio de un donativo, aunque al final le haya resultado mucho más caro que los servicios de aquella francesita.

86. CUARENTA AÑOS NO SON NADA

Parece que fue ayer en el cine de verano de mi barrio, no pudiendo contener el grito de miedo al ver salir el bicho de la barriga del tripulante de la nave espacial.

Cuarenta años después me produce todavía casi la misma impresión al volverla a ver, tanta como cuando voy ahora con mi querido nieto al dentista para extraerle los dientes de leche.

Entre una época y otra seguimos siendo pasajeros en el dolor y en el amor.

85. Charla en el cinema (Óscar Quijada Reyes)

Las luces de la sala están apagadas, los cinéfilos lucen concentrados en la esperada Alien y yo mantengo una conversación desagradable con mi novia.
–¡Qué fastidio! –Expresa respecto a la película con voz de incomodidad.
–Pero si apenas comienza.
–No entiendo por qué te gustan tanto estas películas, no se atienen a la realidad. Recuerdo como te emocionaste con aquellos ridículos escualos de Tiburón.
–No mencionaste nada parecido sobre La pareja chiflada.
–Esa si fue divertida, mucho mejor que tu simio grotesco de King Kong.
–¡Estás pasando la raya! Yo no he dicho nada de La chica del adiós ni de Madame Rosa.
–¿Te duele?, y eso que no he hablado de los personajes infantiles de Star Wars y Superman.
–Yo no te dije nada sobre Una mujer descasada. Pero, ¿sabes qué?, si no te has dado cuenta, muchos de los presentes quieren que guardemos silencio.
–Está bien, ya me encargaré de Alien.
Esa fue la última vez que salimos juntos. Cuando alguien me pregunta por qué terminamos, suelo contestar: “Por diferencias irreconciliables”.

84. Recuerdos (Nicoleta Ionescu)

El caramelo, duro y redondo, se me cayó al suelo y empezó a rodar, causando rumor e hilaridad, hasta chocarse contra el viejo escenario del cine.

No me acuerdo cuantos caramelos se me escaparon de las manos durante todos aquellos felices años, pero lo cierto es que nunca más volví a encontrarlos; me imaginaba que se colaban por una trampilla, y allí, abajo, cientos, miles de caramelos perdidos se reunían en un mundo secreto, para compartir sus recuerdos: el avión  de Belmondo, el autocar recorriendo Bélgica, los gendarmes de Saint Tropez, los ojos color violeta de Cleopatra, la prodigiosa Dolly, bandidos, indios y cowboys, un mundo loco, loco, loco, lleno de música y fantasía.

Estaba en el sexto grado cuando, por la última vez, se me cayó un caramelo. Me eché a correr por él, pero tropecé. Al levantarme, la sonrisa de Gatsby inundaba la pantalla, otros aviones bombardeaban Vietnam, Barbra Streissand entonaba otra canción. Un tipo del traje blanco detuvo mi camino, lanzando al aire mi caramelo, transformado en moneda: el futuro Padrino.

Eran ya los setenta, el mundo cambiaba y yo dejaba de ser la niñita que roía caramelos al cine, cada semana, junto a sus amigas.

83A. MUNDOS NUEVOS (Yolanda Nava)

Mi llegada a la ciudad me reveló un mundo que explosionó contra mis tímpanos llenos de silencios.

Mi tía tiraba de mi brazo, y yo, concentrada en no caerme, me dejaba llevar. De pronto nos paramos y cruzamos una alfombra rayada que los coches franqueaban, anochecía y las calles se vestían de neón aumentando mi aturdimiento.

-Llegamos -anunció aliviada-. Nos sobran diez minutos, lo justo para sacar las entradas.

-¿Estás contenta? Me miraba con ansiedad, seguramente no sabía muy bien cómo distraerme ni cómo afrontar su nueva vida a mi lado. También ella parecía un poco huérfana. Mi mirada escaló los brazos que me tendía hasta encontrar la suya para resbalar de nuevo hasta el suelo y soltar un tímido: «sí».

-Mira, echan “Tiburón” -dijo con falso entusiasmo-.

Hubiera dado lo mismo cualquier otra. El segundo mundo que descubría en una noche me hechizó por completo. Vinieron después muchas películas y nunca regresé. Quizá por eso hoy, mientras releo el guion que acaban de enviarme, siento una extraña mezcla de nostalgia y vértigo ante la idea de volver e interpretar la solitaria vida de una anciana provinciana.

 

82. Un momento de inspiración (Izaskun Albéniz)

—¿Has terminado ya?— le dice el anciano con impaciencia.

— No, papá, aún no— responde el muchacho mientras ajusticia con saña una hoja llena de garabatos.

Sabe que debería ayudarle pero durante las últimas horas no ha hecho más que ignorarlo. Sentado en el porche, ha hecho oídos sordos a las órdenes del anciano mientras le veía trajinar por el rancho recogiendo nueces y cortando el césped. Lleva meses trabajando en su último proyecto, pero su conocida superstición no le permite filmar la primera entrega hasta que no termine de escribir el guión de la segunda parte. Y ahí está el problema. Porque está absolutamente bloqueado y se siente cada vez más ansioso.

—¡Hijo, vamos, te necesito!—insiste el hombre.

El muchacho suelta un bufido de hastío. Una buena frase es cuanto necesita, pero la inspiración no llega.

—¡Muchacho, mírame cuando te hablo!—le increpa el anciano con autoridad.

El joven se revuelve en el banco de madera y contesta con rudeza:

—¡No me agobies, tío!

El hombre se detiene mientras frunce el ceño:

—¡George Walton Lucas!¡Un respeto!…¡Soy tu padre!

Un destello cruza las pupilas del muchacho mientras una sonrisa enorme inunda su cara. Ya puede comenzar el rodaje.

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