Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

126. No me llames mamá

Desde hace seis años solo en invierno parece despertar de su letargo. Los primeros copos de nieve le cambian el gesto; su mirada, siempre fija, entonces me busca, sus labios se crispan, se le enrojecen las manos de forma sutil y su tez, sin embargo, se vuelve más pálida. Yo espero. Poco a poco el color blanco conquista las calles, los parques, los bancos. No hay prisa. Como otros años nevará durante toda la noche y al amanecer, bien abrigados, seremos los primeros en salir a quebrantar tan inmaculado manto. Arrastraré su silla labrando un surco de ausencias, recordando imágenes y escuchando risas para siempre muertas. Cruzaremos el pueblo y por el camino del cementerio el rastro de las ruedas se hará más nítido, como él de las negras rodadas de aquel frenazo a destiempo, en aquella curva, hace seis años. Nunca me gustó, ni cuando al venirte a buscar insistía en llamarme mamá. Y ahora, cada año, somos los dos quienes venimos a verte. Las vueltas que da la vida. Reconozco que gozo al verlo sentirse culpable sin poder derramar una lágrima. Yo perdí una hija y el ganó una madre, hace seis años.

125. Intermezzo

 

           Había abandonado los elegantes salones literarios, las tribunas políticas, las armas revolucionarias, los recuerdos del exilio y de la muerte prematura de su amante, a causa de la tuberculosis.

            Se sentía viejo y cansado. Luchaba sin éxito contra la falta de esperanza, contra la pérdida de los ideales progresistas en que había creído. Regresaba a su casa solariega, como una fiera herida, para olvidar o para morir.

            Durante aquellos largos meses de invierno, enterrado bajo la nevada, sus tormentas se mezclaron con las modulaciones de la ventisca y con los aulidos de los lobos.

            Hundido en el sillón, frente al fuego crepitante, se dejó llevar por las alas de la melancolía. Poco a poco, su quema interior se apagó y consiguió reconciliarse consigo mismo.

            Se animó a salir, a recorrer los caminos nevados en el trineo tirado por caballos y volvió a contemplar la naturaleza con ojos ingenuos.

            A los primeros  brotes de la primavera, Alecsandri regresó a la capital, para cumplir con el papel que la sociedad le había otorgado, pero de aquel intermezzo invernal nació uno de los más bellos volúmenes de poesía, lleno de pureza y esplendor, cuyos versos curan y traen esperanza a las almas derrotadas.

124. FRÍA VENGANZA

Un aullido rasga la noche. Se sacude la nieve, salpicando algunas gotas de sangre. Una inmensa luna llena se filtra por cada resquicio entre las hojas de los árboles, derramando blanco sobre el blanco. Así es más sencillo distinguir las marcas de sus botas, aún frescas. Muestra los dientes en una sonrisa tensa y sigue el rastro. Ahora él es el cazador y ella la presa. Las heridas le escuecen y a cada paso aumenta su ira. No sabe si disfrutará más despedazándola o viendo su cara. Ella le da por muerto, desconoce su secreto. Lo averiguará demasiado tarde.

123. Madrigueras

Encontró  encolerizado las otras madrigueras de conejos donde

ella seguro  pasaba las largas tardes de invierno.

De aquella emanaban cálidas quejas causadas por el apoyo práctico

de los incesivos de aquel compañero sobre el costado blanquecino de ella.

Allí pasmado, de pie, medio escondido, no sólo escuchaba sino que

también veía los ya reconocidos destellos de luz roja que cuando su coño se llenaba

de placer ella trenzaba y salpicaban después siempre todo el espacio.

Éstos no sólo reflejaban la nieve de la entrada sino que también llamaban la atención

de otros animales que por allí pasaban.

En varias ocasiones, no muy seguro, tuvo que ahuyentar a más de un curioso que

con erecta disposición se acercaba con la intención de que aquello no quedase en dueto.

Una vez calmadas las ansias de sexo, ella recuperaba el aliento, asomaba su hocico,

que contraía y estiraba, mientras que poco a poco salía del escondite.

Él al mirarla se quedaría atónito al descubrir que no era su coneja la que allí estaba;

sino que otra que como la suya disfrutaba.

122. Rojo sobre blanco

El espectáculo era espantoso. Pequeños bultos redondos de piel blanca golpeados hasta su muerte o la extenuación de sus agresores. Regueros rojos desde la orilla hasta una máquina infernal donde los amontonaban. Palos y manos teñidos de rojo inocente, que gritaban y reían, que reían y juraban. De pronto alguien gritó, “me ha mordido” y soltó momentáneamente a su presa, para que otros la remataran. Me fijé que la sangre fluía de sus dedos y dejaba pequeños rastros de gotas, muy diferentes de los del resto.

Cuando todos desaparecieron, yo, La Gran Foca Madre hice un juramento, “seguiría esas huellas en la nieve, encontraría a su dueño, y me lo comería a mordiscos, y no pararía hasta su muerte o mi agotamiento”.

121. Huellas

Nieva en el pueblo y como siempre todos los vecinos corremos a refugiarnos en la iglesia. Cuando era un niño me divertía ver la urgencia de mis padres por coger unas cuantas cosas y salir pitando para encerrarnos con los demás. Mientras los mayores pasaban las horas cuchicheando, los niños jugábamos y por lo bajini pedíamos que no dejara de nevar. Durante los días de encierro estábamos libres de cualquier tarea, tan solo teníamos que evitar molestar a los adultos en sus plegarias y cavilaciones. Había una única prohibición: no abrir, bajo castigo severísimo, ni puertas ni ventanas. Cuando al fin podíamos salir del templo nos percatábamos de la amenaza al oír los sollozos de las mujeres y las miradas hoscas de los hombres, que contemplaban temblorosos, las huellas de pisadas extrañas que aparecían en la puerta del santuario y los arañazos grandes y hundidos que la marcaban. Hoy me he confinado con todos los demás y aunque ya soy un adulto sigo ignorando qué nos obliga a encerrarnos. Rezo lleno de angustia para que mi hijo haya encontrado refugio, no quiero ser uno de los que sollozan cuando esas huellas aparecen.

120. El muñeco de nieve

Se despertó con el primer rayo de sol y bajó las escaleras como lo hacía los días de excursión. En la cocina se puso de puntillas para asomarse a la ventana, pero estaba llena de vaho. Acercó su diminuta mano para descubrir que tenía el poder de hacer que se viera otra vez a través de ella. Pero en lugar de su muñeco de nieve, encontró a un ser con las cuencas de los ojos vacías, al que le habían arrancado la nariz y quitado la ropa. Ya no había una bufanda a cuadros protegiendo su cuello y los tres botones de su abrigo también habían desaparecido. Está muerto, pensó. En ese momento, entró su madre y lo vio con los ojos temblorosos ¿Qué te pasa, cariño? ¿Tienes hambre? Y le dio un beso tierno en la mejilla caliente. Pero el niño no encontró consuelo. Se quedó allí, de pie, mirando su muñeco muerto. Hasta que la ventana dejó otra vez de ser ventana, justo en el momento en que su madre abrió la tapa de la olla que había sobre el fuego, de la que emanaba un leve aroma a zanahoria.

119. Decisión

 

El recuerdo me ha invadido. Gélido y profundo.

Necesito tu calor.

No te supe valorar. Aquel día en que marchaste sola con tu dolor, no dije nada, quedé mirando mientras te alejabas.

¿Por qué no te detuve? ¿Tan importante era mi orgullo?

Desde la fotografía, tu mirada triste me condena, el tiempo no se detiene y un nuevo invierno se instala en mi alma, el frio de la soledad doblega mi espíritu, no imagino donde estarás, el espacio que dejaste sigue allí, y duele.

Desde mi puerta veo la nieve caer, en el blanco manto adivino aquellas que fueron tus huellas.

No resisto más…

Voy tras ellas.

118. Celebración checa

Caminaba siguiendo el rastro a través del bosque. El rojo de la sangre, sobre el blanco de la nieve, le recordó las tartas de frambuesa que preparaba su madre los días de celebración, y que comían todos juntos mientras su tío tocaba la trompeta. Lo encontró tumbado junto a un árbol, tiritando y sangrando abundantemente, así que, mientras ofrecía un cigarrillo al wehrmacht, no pudo evitar una sonrisa. No parecía tan fiero como cuando los tanques atravesaban el pueblo y las gentes se escondían en casa por miedo a esos hombres de mandíbula cuadrada y mirada asesina.

 

Empezaba a nevar nuevamente mientras Václav admiraba la escopeta de caza, regalo de su tío Kornel, el mismo que tocaba la trompeta alegremente en las fiestas familiares. Era un arma ya desgastada por el uso, pero hermosa por constituir una tradición familiar, y que había pasado, de mano en mano, desde su dueño original, el abuelo Kazimír, hasta él.

 

Fue entonces cuando el soldado alemán le sonrió, mientras pronunciaba algunas palabras indescifrables para el bueno de Václav. Y éste, apoyándose en la escopeta familiar, se incorporó y apuntó al lugar donde le enseñaron que lo hacen los buenos cazadores. Justo entre los ojos.

117. Cuando ni haciendo el indio se consigue lo que uno desea

A falta de respuesta en las misivas el hombre deja una manzana justo en el borde del nevado camino. Cree otra vez que no será en vano su cometido, y muy posiblemente, antes que llegue la noche a su punto más álgido acabará con lo que se ha propuesto. Duda. Está cansado de tener que esperar. Las esperas son a veces agoniosas, por eso antes de volverse intransigente, y perder los nervios decide cambiar de táctica. No funcionará, piensa. Quizás debería acudir a la técnica de un especialista, que le abra los ojos, y enfocar de nuevo la situación, para solucionar el problema de raíz. Duda. Se mira el torso. No le quedan demasiadas costillas. Le vence el valor que imprimió en sus primeros días, angustiándole. ¿Qué será de mi vida?. Por momentos se vuelve gélida, porque ellas borran al pasar las huellas que dejan sobre el blanquecino suelo. No quieren que nadie les señale. Para vencer la derrota piensa comprar una serpiente. Sería un atractivo añadido. ¿Picarían?. Difícil. Sabe que ninguna está dispuesta a sucumbir a la mordedura de la manzana, todo porque su físico no es el estipulado en los cánones de belleza.

116. Cazador

Seguí el rastro en la nieve hasta el bosque. Las huellas se dirigían al refugio. La encontré exánime en el lecho. Desgarré sus ropas congeladas. Expulsé el frío de su cuerpo con las caricias más procaces. Con alivio sentí la violenta erupción de los pezones contra el paladar de mi boca. Tenía órdenes que cumplir: el corazón palpitante de Blanca.

El día del nacimiento de Blanca, el espejo mágico profetizó: “Será la más bella del reino. Y al florecer destruirá a todos”.

“Matadle. Arrancad su corazón”, fueron las órdenes. Pero fue más grande mi deseo.

Escondí a Blanca en mi guarida invernal.  Y pude ver competir la hermosura, cabeza a cabeza, con la maldad. Pronto, sus ansias de poder la hicieron tener contacto con el espejo.

“¿Quién es el guerrero más bello del reino?”

“Naosim, el hijo del rey del Norte”.

A mis espaldas,  utilizó  sus artes oscuras de mujer para atraerlo. Juntos, los dos jóvenes conspiraron por la corona. Fracasaron.

Del príncipe, ya me había hecho cargo.

De ella, ya estaba saciada.

Con el puñal, extraje la víscera del pecho.  En mi cabeza, un nuevo mandato:

“Regresad al palacio, reina mía. Ahora eres la más hermosa”.

 

 

 

115.CAVA LA SULTANA (II)

Suena el despertador y recuerda que no tiene que levantarse. Se enoja por haber olvidado silenciar el reloj ya que es día de descanso. Al cabo del rato se ha desvelado y decide levantarse, podrá aprovechar para desayunar con tranquilidad y de paso, escuchar los discos que le regalaron para su cumpleaños. Se coloca un batín, descorre la cortina, sube la persiana y el espectáculo es asombroso. Ha caído una fuerte nevada y todo aparece blanco, así que ya no habrá música por el momento, sino que se irá a pasear por las murallas y arrabales de la fortaleza; igual tiene suerte y se tropieza con Cava La Sultana, donde dicen aparece en días de fuertes nevadas caminando con babuchas de lentejuelas, traje de seda malva y velo del mismo tejido. La leyenda cuenta que si te cruzas con sus bellos ojos negros, tendrás el soplo de vida que solo ella infunde, adquirirás la sabiduría de los emires que vivieron entre las murallas y podrás gozar de la alegría del agua que fluye en los manantiales, por lo tanto, se lanza a la aventura y a la vuelta, nos contará que sucedió.

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