Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

24. Para Amparito

—Es muy rico.

— ¿Eso es bastante?

—Eres pobre.

—Me duele con él. No me mojo.

—A tu padre le mandé con otras mujeres; al burdel de la capital, en el carro de la yegua.

— ¿Porqué?

—Yo era pobre. Me dejó la alianza de casada y unas vacas.

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El murmullo de las olas acompaña los estertores del agonizante. Se desangra a borbotones. Se apaga con su mirada de idiota; fija, ésta última vez, en las lumbres de las estrellas de un cielo sin nubes.

Ella escupe la carne en la arena, y con la cara bañada en sangre pasea hasta la orilla. Se sumerge desnuda en el agua tibia del verano, bebe un sorbo de mar y se enjuaga la boca. Regresa limpia junto al cadáver; rebusca la cartera de los billetes y la deja ostentosa sobre la parte mutilada.

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Al entierro acude toda la aldea. La viuda recibe pésames esquivos, condolencias maliciosas, y palabras forzadas; aunque conserva la máscara de siempre, el rictus ignorante de los vicios del marido.

De espaldas al féretro, las manos en el regazo, sus dedos juegan con el anillo de boda. Quema aún, pero ya tiene destino: un agujero compartido entre los comederos del ganado.

23. Por favor, no pregunten

En la cena de la fiesta de máscaras me sentaron en un lugar políticamente incorrecto, a la diestra de Berlusconi y a la izquierda de Stalin. No me pregunten qué pintaba yo en aquella celebración, agarrotado, rodeado de mármoles suntuosos, con camareros de frac y caretas de Pierrot. Abosorto entre un enano con alzas y una sinuosa rubia portando el bigote de cepillo de Stalin, admiraba la cubertería de plata, cuando, justo al hacerme con la bandejita de los canapés —una joya de la orfebrería—, y devorar el último, la celada se me atascó, obligándome a buscar consuelo en el vino. Lo consumí a espuertas, quijotescamente, con una pajita.

Aquella noche decadente, surrealista, me sentí dentro de un cuadro de Grosz: un cura, junto a un banquero corrupto, bendecía a un tipo con un orinal en la cabeza. También había un médico. Y un bombero. El primero decía: «vuelve en sí» mientras el segundo aplicaba un soplete a mi celada.

Amanecí encerrado en un calabozo, casi desnudo y con dolor de cabeza. La prensa aseguró que bajo mi armadura había más plata que en las minas del Potosí. ¡Patrañas! ¡Hoy ya nadie soporta a los Quijotes!

 

22. Mariposas nocturnas

En un oscuro café del centro, un hombre y una mujer acaban de sentarse en la esquina de la barra del bar. La mujer lo observa con curiosidad. El ventilador gruñe en lo alto.

El hombre se despliega en su propia exposición. Pareciera que teje una tela con sus palabras. Se explica a sí mismo desde los orígenes, muestra los mapas de su itinerario vital: detalles de la infancia,  viajes  y servicio militar. Utiliza aumentativos para realzar sus hazañas, diminutivos para disimular sus errores. Dibuja su perfil con precisión.Inocentemente se entrega a la meticulosa exhibición de sus vísceras, la piel transparente, los ojos brillantes.

Suenan las doce de la noche, el calor sigue siendo pegajoso.

La mujer lo empieza a observar con la mirada aburrida de un entomólogo que acaba de tropezarse otra vez con una especie de lo más vulgar, un insecto enredado bajo la crisálida que él mismo ha urdido.

Mira el reloj, otro ciclo se ha completado. Se levanta y lo abandona en su metamorfosis inversa de mariposa a oruga.

El aire caliente entretenido por el ventilador contempla la escena.

21. SOLAMENTE SOY UN HOMBRE

Le pido un minuto. Sólo un minuto para abrazarla durante mil años.

Ella acepta e, imantados, bailamos un Réquiem.

El líquido salitre de sus ojos riega mi cara. Y, al mirarla, sé que morir será un pequeño precio a pagar ante el privilegio de haberla conocido. De haberla tenido.

Aparento entereza, pero por mis venas corre un universo de miedo.

Después María, mi María, se empeña en ponerme la máscara de piel de cabra que ella misma cosió.

Nos despedimos con un «hasta luego» sabiendo que, en segundos, metamorfoseará en un definitivo «hasta siempre».

Abro la puerta, salgo a la calle y… el disfraz facial no sirve de nada.

Me reconocen, me apresan, me torturan y, junto a dos ladrones, muero crucificado en el Gólgota.

20. Bruma resacosa

La sala se llena de miradas secretas que observan sin ser vistas detrás de las capas de terciopelo. Los cuerpos bailan abrazados, algunos insinuando movimientos más íntimos que recuerdan noches de lujuria. Máscaras indiscretas que se mezclan en el gran salón decorado de querubines con mirada pícara, donde sus alas parece quisieran echar a volar hasta el mármol ajedrezado del suelo para esconderse entre los invitados de la fiesta, bajo los disfraces de las damas confundiéndose con las plumas o los dorados de sus exuberantes vestidos. Las horas se suceden sin importar a los presentes, los relojes ajenos prosiguen con su viaje del tiempo. La noche va ocultándose introduciéndose en el agua del horizonte que va tornándose en naranjas rosáceos.
En la fría madrugada puede observarse la silueta de Santa María la Salud entre la niebla fina que cubre la laguna.

19. Encuentro en la fiesta

Le dijo a Sofía, su mujer, que trabajaría hasta tarde para terminar por fin el proyecto que se traía entre manos y poderlo entregar al día siguiente. La verdad es que le apetecía echar una cana al aire. En la fiesta de disfraces, se quitó el anillo de casado, lo metió en el bolsillo interior del chaleco de su esmoquin y ocultándose tras la máscara, se dispuso a disfrutar de la noche. Pronto puso los ojos sobre el más bello cuerpo de mujer que bailaba en aquel salón, con el morbo añadido de que sus gráciles movimientos le recordaban a su fiel esposa, que en esos momentos disfrutaría de dulces sueños.

Al quitarse la máscara veneciana en la habitación del hotel, el rostro impenetrable de su mujer, multiplicándose en un laberinto de espejos frente al tocador, lo dejó petrificado.

18. CIENTO CINCUENTA LEONES

Me disfracé con piel de cordero y rondé tu puerta. Anhelaba contemplarte, escuchar tu risa, sentir tu magia desplegada allá por donde tu silueta se deslizaba.

Pero no te diste cuenta.

Tú danzabas radiante, como la princesa del cuento. Ciento cincuenta leones, disfrazados de príncipe azul, te hacían la corte. Yo, con mi piel de cordero, me conformé con entrar a tu fiesta de máscaras. Compré la entrada vendiendo mi alma al mejor postor.

Pero no te diste cuenta.

Los leones corren peligro de extinción, tan solo ciento cincuenta disfrutan de libertad en la sabana africana. Preciosa libertad de amar y no ser amado, odioso cautiverio de amores pagados. ¿Qué prefiero, ser uno de los ciento cincuenta que viven en inestable libertad o uno de aquellos cuya tranquila vida discurre ante miles de personas que pagan por verlos? Me conformo con mirarte a lo lejos.

Pero no te diste cuenta.

Allí, con mi disfraz de cordero entre ciento cincuenta leones, me batiría en duelo para salvar tu honor de princesa prometida. Pero tú, infeliz, preferiste ser devorada.

No te diste cuenta.

Los leones no se han extinguido. Yo me quité la máscara.

17. La curva de su sonrisa

Hoy es la fiesta. Hace mucho calor. Mi madre disfraza a Sara con alas de hada y un inusual vestido de tirantes. Después la maquilla. Ella se cambia la raya de lado dejando el cabello suelto sobre su espalda. Yo tengo que ponerme de largo, como un ninja. Nos abraza con cuidado, rogándonos que nos portemos bien: papá está nervioso porque quiere causar buena impresión. Al salir, nubes negras presagian tormenta y mamá se queda llorando porque no ha logrado disfrazarse.
Cuando llegamos, los Fernández reciben encantados a mi padre. Enseguida se pone el traje de payaso y se dibuja la enorme sonrisa roja. Todos, niños y mayores, rien alborozados con él.
Suena un trueno y comienza a llover. Pedrito y su primo proponen que salgamos al jardín, a desafiar a los relámpagos. Me niego e intento disuadirles, pero ellos nos arrastran fuera, llamándonos cobardes. La lluvia nos empapa; los brazos de Sara se despintan y florecen los cardenales de su blanquísima piel. Al escuchar su llanto, algunos invitados acuden preocupados. Un silencio espeso nos rodea: rezo asustado para que nadie se empeñe en quitarme la ropa mojada.
Tras el ventanal, se invierte la sonrisa de papá resquebrajando su máscara.

16. HUELLAS DEL PASADO

Julia entró en aquel baile con su mejor máscara. Y no se la quitó hasta despertarse una mañana en la «Suite Luna de Miel» de un hotel de Puerto Vallarta.

De los meses de intenso amor, solo guarda la tarjeta del psiquiatra. Al ignorante que duerme junto a ella le hará falta.

15. VENGANZA

Me había extrañado mucho que aquel guaperas que conocí en la discoteca, me invitara a una fiesta el siguiente finde. A mí, con mis gafotas de miope y mi irreductible acné.

Cuando llegué, me sorprendió que solo los chicos ocultaran sus caras con máscaras y más cuando comprobé que las de las féminas eran en justicia dignas de ser escondidas: dientes sobresalientes, narizotas, y en fin, todo un catálogo de atentados contra la hermosura.

Pronto entendí la finalidad del festejo cuando, al dirigir mis pasos a los lavabos, pude escuchar la conversación entre risas de tres de los asistentes.

–Este año no tenemos nada que hacer, seguro que gana Jacobo.

– ¿De dónde habrá sacado a ese callo?

Noté como me sonrojaba mientras la ira me subía a la cabeza reclamando venganza contra esas hienas. Me habían invitado a un concurso de feas.

En el baño y tras refrescarme la cara, comprobé que dentro del armarito de las medicinas, se encontraba un jarabe contra el estreñimiento ideal para mis propósitos. Así que de regreso, propuse al dueño de la casa  preparar mi cóctel especial solo para hombres.

–Ya verás -le dije guiñándole un ojo- querréis quitaros enseguida los pantalones.

 

 

 

 

14. Las apariencias engañan

Cuando Laura entró en su habitación se sorprendió al ver un sobre rojo posado en la mesita de noche. Era una invitación para dos personas a un baile de máscaras. Llamó a su amiga y vecina de habitación Alice, que como ella estudiaba en Venecia con beca Erasmus. Debían llevar de disfraz una capa negra con capucha, larga hasta los pies y otro detalle, no llevarían nada debajo.
A la hora prevista, las recogió una lancha cerca de su residencia en Fondamenta Croce . Llegaron enseguida a uno de los palazzi que bordean el Gran Canal. Era cerca de las doce cuando un caballero se acercó a ellas rogándoles seguir.
Las introdujo en una sala circular donde nueve personas ordenaron que se colocaran en el centro y que se quitaran las capas, a lo que ellas no respondieron. Después de un instante repitieron la orden, en ese momento se oyó el tañido de una campana marcando las doce. Las jóvenes no dudaron entonces y las capas cayeron al suelo. Las miradas libidinosas se transformaron en un rictus de terror al contemplar la metamorfosis de aquellos cuerpos hermosos. No les dieron tiempo a reaccionar, los dos bellos ejemplares de lobas se lanzaron sobre ellos desgarrándoles vivos.
En lo alto de la Basílica dei Frari se podían ver las siluetas de dos lobas aullando a la luna llena.

13. Alimañas (Susana Revuelta)

Aunque cada día me esmeraba en cambiar las sábanas de hilo empapadas en sudor y limpiar sus llagas purulentas, nunca abría las ventanas. Así conseguía que las visitas que recibía sir Cedric fueran breves: ninguno de aquellos parientes lejanos soportaba el pestazo más de unos minutos. Cuando aparecían los sobrinos, enseguida les desenmascaraba y le susurraba al anciano: «unos buitres con corbata acechan tras la pueeerta, dos hienas con lazos de organdí merodean impacieeentes…», y sus alaridos les espantaban del todo. Si venía la enfermera a pincharle, le atemorizaba con vampiros y sanguijuelas. Vamos, lo que se me iba ocurriendo. Tan solo conmigo se sentía en paz. «¡Mi adorada Henriette, esposa mía!», deliraba mientras le enjugaba el sudor de la frente. Sir Cedric no se había casado nunca, pero no quise quitarle la ilusión.

Una noche, después de darle su tisana, le propuse hacer las maletas y alejarnos de aquella jauría. Sin mucho esfuerzo le sonsaqué la combinación de la caja fuerte que, fisgoneando, había descubierto detrás del aparador. A la mañana siguiente, el viejo no respiraba. Recoloqué el cojín de damasco en la butaca de orejas y me senté a esperar sin prisa la llegada del doctor.

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