Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

53. REALIDADES PARALELAS (Concha García Ros)

No, esa noche no fue a la fiesta. La consigna, “máscara y capa negra, nada más”, le había resultado demasiado atrevida. Estaba adormilado viendo una película, cuando sonó el timbre.

Abrió y se quedó perplejo. A pesar de la capa negra que le llegaba hasta los pies y  de la gruesa máscara tras la que se ocultaba,  aquella figura le resultaba familiar.

Sin dejar de mirarle, la desconocida le cogió las manos y las llevó bajo su capa. Sintió la suavidad y la tibieza de aquella piel, la que presentía en la mujer con la que soñaba todas las noches.

El baile transcurría lento, en un deleite para los sentidos. El ritmo se elevaba poco a poco. El cuerpo rotundo de ella, ya sin capa, sobre el suyo. Su pelo, ondeando rítmicamente, y la máscara impertérrita le excitaban sobremanera. Cuando se acercaba al éxtasis quiso arrancársela, para descubrir el rostro de la mujer amada. Entonces, el cuerpo de ella se desvaneció entre sus brazos, desapareció.

Despertó en el sofá, junto a la máscara y la capa que no se había atrevido a usar la noche anterior. Un delicioso perfume de mujer flotaba en el aire.

52. RENACIMIENTO (Esther Gómez)

Caminaba absorta en sus pensamientos cuando fijó la vista en aquél contenedor, algo llamó su atención. Desde lejos no alcanzaba a distinguirlo, la curiosidad se apoderó de ella acelerando sus pasos.

Entre la tapa y la cubeta asomaba un trozo de tela que parecía escapar de tan innoble morada, levantó la tapadera, en ese enjambre de desperdicios encontró un vestido de novia.

Al cogerlo entre sus manos, la vaporosidad del tul se cimbreó con decisión dejando en su caída una majestuosa cola. El poderoso blanco dejaba paso a un gris mortecino, algunos botones estaban desprendidos y diversos descosidos salpicaban su estructura.

Sus ojos se iluminaron mientras lo rescataba de la basura, al amparo de la imaginación empezó a tratar aquella prenda. Preparó un barreño de jabonosa agua, sus puños frotaron con delicadeza sus manchas. Se hizo la luz.

Cortó el vestido por la cintura, con la parte de arriba hizo un turbante al que cosió cintas de colores. Caía en cascada el arco iris. La falda la remangó en las caderas, por detrás, suelta y orgullosa la larga cola.

Aquel vestido en su transformación renacía a otra posibilidad.

Don Carnal invita al disfraz. El baile de mascaras queda inaugurado.

 

50. «UN BUEN MARIDO, ANTES FUE UN BUEN HIJO» (Rosy Val)

Eligió un vestido algo sobrio, aunque perfecto para la ocasión… ¡hoy conocería a sus futuros suegros!

Sentados a la mesa, la anfitriona miraba con reservas el anillo que ella presumía en su dedo, Carmen se hacía cargo, Simón sería el primero de sus cuatro hijos en independizarse.

Las conversaciones se cruzaban entre los comensales, cuando una voz sobresaliendo de las demás…

Madre, ¡qué sabrás tú, si no tienes ni idea!”

Las palabras que atajaron aquel interminable silencio sonaron como una bofetada…

Es verdad, hijo, si yo de eso no entiendo”

Terminaban el segundo plato cuando la misma voz, ahora más enérgica…

¡No callarás, no, anda y ve a por el postre, porque lo que es la comida…!”

Entonces Carmen, se acordó de la mujer más sabia que pasó por su vida, se acercó a la que iba a ser su suegra, le comentó algo al oído y le entregó el anillo, se abrazaron emocionadas. Despidiéndose de todos con un recogido “lo siento, disculpadme” huyó del hombre que hoy no llevaba puesta la máscara con la que ella le conoció.

 

La abuela y sus sabios consejos… “Cariño, desconfía de un hombre que no respete a su madre”

49. Metamorfosis

 

 

 

Hendió la espada en su abdomen atravesando las entrañas. Fue la única forma de matar al animal que llevaba dentro; la fiesta de disfraces continuó y ahora la máscara sonreía, mientras un río púrpura recorría desde la comisura de los labios, hasta anegar su endemoniado cuerpo.

47. PASION

Posé mi mano izquierda sobre su desnuda piel a la altura del fondo del valle de su espalda en su zona lumbar. Su piel era la piel. El trémulo calor que de aquel feraz valle emanaba, transmitiendo a mi mano la más placentera y cálida sensación que ningún dios tendría a su alcance, hizo estremecer cada parte sensible de mi cuerpo, pero sentí que aún no era el momento de perder la noción del tiempo, ni el sentido. Mi otra mano, la derecha, llevaba tiempo abrazada débilmente a su izquierda, y ambas separadas corta distancia de nuestros cuerpos, como palomas suspendidas en un claro y pulsante aire lleno de armónicos melodiosos y sutiles de la música que ocupaba el espacio del salón. Llevábamos bailando, abrazados y extáticos, varias horas. Justo en el momento de iniciar otra de las piezas del concierto, mis dos manos descendieron hasta alcanzar sus leves Hoyuelos de Venus que antojáronseme como lechos de lino sobre tibia escarcha. Cuando pude fijar mi vista sobre su boca que entreabierta esperaba la llegada de la mía, en un gesto mayor de gratitud y placer, pude ver a través de su antifaz, que de sus ojos afloraban sendas lágrimas.

45. Reality show

Despierta con el sonido contundente del tam tam. No puede moverse, está atado a un árbol. Cerca, Alex exclama:

-Eh, colega, nos han dado drogas gratis. ¡Es la leche!

Cuando consigue enfocar la vista, las sombras danzantes que los rodean se transforman en guerreros en taparrabos con el cuerpo pintado. Todos llevan máscaras. El que parece el jefe es un león con melena y todo. «Así me gusta, espectáculo, audiencia».

A su derecha, Jennifer grita histérica que quiere usar el comodín de inmunidad. La desatan y se la llevan, pero los alaridos persisten. «¡Bieeen ya es finalista!»

El león se acerca a su rival repitiendo una letanía indescifrable y le obliga a beber lo que parece sangre. Alex chilla como un energúmeno que se rinde y se quiere ir. «Será nenaza». Sonríe, el show es magnífico. Grita a pleno pulmón que ha ganado, pero «¿dónde están las cámaras, el presentador, su millón?»

Días después la cadena se enfrentará a varias demandas y al clamor del público horrorizado. Decidirán emitir un programa homenaje en memoria de las víctimas, y que la próxima temporada los concursantes lleven gps, por si se pierden en la selva.

44. Un gran baile

23 horas. Acuden los invitados, personalidades engalanadas con sus mejores trajes y joyas. El aderezo perfecto para  aquel ostentoso lugar, el Palacio de los Duques de Medinaflor. Comienza la fiesta de máscaras.

Su anfitrión, el Duque  Don Jaime,  exhibía vanidosamente su máscara de fulgentes diamantes y rubíes. Y aquel que osara adquirirla, asumiría deshacerse  de una verdadera fortuna.

Don Jaime estaba inquieto, miraba una y otra vez aquel reloj victoriano que tic taqueaba solemne, como si cada sonido fuera la orden de un general a su ejército. El grandioso salón, la joya de Palacio, se impregnaba del júbilo que los invitados  desprendían cómo nunca en aquella velada. Pero se sentía totalmente solo. Le falta algo, o quizá alguien. Sí, le faltaba ella. Pasado un buen rato, apareció. Se acercó a él. Éste le invitó a bailar. En el baile, la mirada de la dama enmascarada, penetraba más y más en los ojos de Don Jaime.

De repente, el Duque cayó al suelo. Todos los invitados se escandalizaron, algunos incluso llegaron a emitir gritos de horror. Don Jaime yacía tumbado, boca arriba. “¡No tiene ojos!”, repetían una y otra vez.

Lo consiguió, poseía aquella valiosa máscara. Ella reía a carcajadas. Lejos.

43. BAILE DE MARDI GRAS

En cuanto entré hube de admitir que los sureños sabían organizar bailes de máscaras. La chabacanería que desbordaba Bourbon Street nada tenía que ver con la atmósfera de aquel salón, que combinaba la suntuosidad de las antiguas cortes centroeuropeas con la exquisitez veneciana. Entre crujidos de seda, fui saludando con inclinaciones de cabeza a aquellos rostros tatuados de macramé y encajes hasta que él me clavó su mirada. Tenía ojos azul hielo bajo la filigrana marfil que simulaba una estilizada calavera. Su acento francés arrulló mis oídos mientras bailaba entre sus brazos. Pronto nos retiramos a la habitación que me habían asignado y nuestros labios deshilaron la noche entre suspiros.

Cuando desperté él ya no estaba. Mi anfitriona me recibió con sonrisa conocedora aunque discreta. Tras desayunar ofreció mostrarme la casa y, desganada, me dejé llevar de estancia a estancia. Sólo me interesó la biblioteca, presidida por retratos de familia. De pronto unos ojos azul hielo congelaron mi sangre. Mi anfitriona me susurró al oído: “Es Philippe Gourvennec, mi ancestro más antiguo. Murió el Mardi Gras de 1786, pero dicen que regresa al baile cada año, y pasa la noche con una joven que nunca sobrevive al Miércoles de Ceniza”.

42. El Príncipe – Mendigo

Complemento mi atuendo con un antifaz. Doy a mi rostro unos retoques con tizne. Represento una especie extinta que solía arribar, durante épocas de abundancia y fiesta, a la capital del reino. Nadie ha vuelto a verlos desde  las reformas benéficas de mi abuelo, Otón el Santo. Hasta ahora en que, vestido de harapos, me dirijo, por una puerta oculta del dormitorio, a un escondrijo en los jardines imperiales.

— ¡Una limosna en nombre de Dios! —Y mi mano salta desde los arbustos para recibir  unas monedas de mis asustados súbditos.

Alguien me golpea en la nuca. Despierto en un saco, amordazado y atado de pies y manos. A través de la  tela del costal, escucho la voz del jefe de la guardia:

—Esta vez uno logró alcanzar el palacio. ¡Pudo haberlo visto el Príncipe Feliz!

Me alzan en alto. Siento el rebote contra una superficie hirviente, los chispazos de dolor y el tirón del fuego al quitarme la mordaza. Mis gritos quedan esparcidos entre las cenizas del horno de piedra.

41. IGUALDAD DE GÉNERO

La navaja roza su palpitante yugular. La mariposa, sostenida con decisión, está escoltada por una voz rota y grave que exige sus cosas de valor.

—Quítate la máscara, cobarde, despojo, quiero ver tu cara, malnacido, niñato. Sé hombre y muestra tu rostro, venga, sé un macho y no una mujerzuela. Permíteme ver quién eres, venga, atrévete.

Sin perder de vista su cuello, se la quita. Un rostro de mujer deja sin argumentos al valiente caballero.

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