Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

77. ¿Quién soy?

Los domingos no madrugamos y a mi hija le gusta venir a mi cama a despertarme. Una careta de cartulina sobre su pequeño rostro le da la excusa para abalanzarse sobre mí, gritando “¿Quién soy?”

Siempre le respondo que es la princesa de mi corazón y ella se enfada. “No, soy Barbie” o “Que no, soy Caperucita».

Mientras la abrazo e inventamos juntas el porqué del personaje de turno en nuestra casa, me siento auténtica, sin el peso de las máscaras que debo ponerme cada día para enfrentarme a la vida.

Tengo un armario lleno y me las voy cambiando a lo largo del día. La de la chica feliz que no necesita nada más, cuando llega mi madre por las mañanas para llevar a María al colegio. La de la secretaria eficiente que tiene todo bajo control, cuando mi jefe me da los buenos días. La de pepita grilla, con la expresión estudiada del tú ya no me importas nada, cuando sermoneo a mi exmarido por no venir a ver a la niña…

Pero, cuando me veo reflejada en esos ojillos pícaros que me miran a través de una careta, no tengo ninguna duda: por ella, sé quién soy.

76. DE COMPRAS (Rafa Olivares)

Sus caras resultaban conocidas a cualquiera, pero nadie recordaba haberlos visto nunca juntos. Al llegar a aquella calle comercial tan exclusiva,  las cámaras de seguridad no tardaron en detectarles y una discreta vigilancia se organizó en su entorno.

 

Anduvieron pausadamente, charlando y deteniéndose a mirar algunos escaparates, hasta que decidieron entrar en una lujosa joyería. En menos de lo que tardaron en decir «buenas tardes» media docena de agentes cayó sobre ellos, les derribó y quedaron esposados.

 

No llevaban armas, ni reales ni simuladas, su documentación y tarjetas de crédito parecían legales y sus huellas no se correspondían con las de ninguno de los casos pendientes de resolver.

 

Un afamado cirujano plástico certificó, tras analizarlos detenidamente, que sus rostros eran naturales y no habían sufrido alteración alguna.

 

Finalmente la conclusión no pudo ser otra. Se trataba de ellos, de los genuinos, de los auténticos, de los mismísimos Anonymous y Joker.

 

75. Complicidades

Cuando bajaba, él le asestó una fuerte cachetada; ella se tambaleó, en su infelicidad. Recuperó el equilibrio y con buen ritmo concluyó el descenso.

Entró en el comedor con la mejor de sus máscaras.

Los invitados alabaron la comida y las finas atenciones de la anfitriona. En el salón de baile,  él le pasó el brazo por la cintura y le susurró al oído: «¡Cuánto te quiero!». Ella, le clavó el acero de su mirada. Él cayó al suelo fulminado, con tal estruendo que temblaron los cimientos de la casa.

Ella se quitó la máscara.

Los convidados, con eufórica complicidad, se despidieron de la justiciera señora, besando su inflamada mejilla.

Mientras, en el jardín, alegremente silbaban los grillos.

74. Translocación

Translocación

Mi imagen era inusual, una bella mujer con peluca blanca y vestida al gusto de Luis XVI. La máscara se ajustaba tan bien, ni yo me reconocía. Cuando llegué a la fiesta,  me dediqué un buen rato a exhibirme con placer. Sentía las miradas de muchos y me gustaba, me gustaba mucho. Reparé entonces en Lord Byron. Una sensación se apoderó de mi vientre, y aunque no era desconocida, hizo que temblara de miedo y sorpresa. Nunca había sentido por un hombre un deseo así, tan voraz, que me provocaba dolor. Él se acercó a mí y sin mediar palabra, me besó, un beso dulce a pesar de las dificultades al llevar máscaras. Quise derretirme en él, quise fundirme con él, y lo debió sentir igual porque cogió mi mano para sacarme de allí.

En el taxi seguimos besándonos, y aunque no quería pensar, no podía evitar intuir su reacción cuando descubriera mi secreto, ni podía entender que me estaba pasando, el lio de emociones y sentimientos encontrados que estaba viviendo.

Extenuados encima de la colcha, pude por fin sonreír tranquilo. Acaricié su nariz al tiempo que le decía – encantado, soy David -.

-Encantada David, y yo Elena-.

73. ALGÚN DÍA NO ME QUITARÉ LA MÁSCARA…

Tras las máscaras se esconderían el amor y el dolor, la mentira y la verdad, juventud y vejez, ficción y erección, lo que somos y lo que nunca podremos ser, algún futurible nobel y consagrados barrenderos, verduleras tímidas y políticos honrados… Este año sería espectacular: los Stones irían disfrazados de Beatles, Blancanieves embarazada de siete, Machoman vestido de bailarina, el Hombre Invisible como himself, el incombustible Diablo vestido de rojo o los insustituibles Arlequín y Casanova, y además yo, calva desde hace siglos, con estos pelos… la nit de Carnestoltes prometía. Tan solo debería escoger una buena pareja.
Desde primera hora de la tarde ya estaba preparándome para la fiesta, esta vez sí, con el inútil espejo siempre cerca. Todo hilado al milímetro: los rizos perfectos, las pestañas insultantes, los glúteos provocadores, la hoja curva afilada y reluciente. Sin embargo, un año más, con el carmín ya en los labios, decidí no asistir al baile: seguro que a alguien se le habrá ocurrido disfrazarse de mí.

72. sexo enmascarado

No me gusta cómo ha terminado esto. Aquí desnudo junto a ésta desconocida a las cuatro de la madrugada en un garito lleno de gente en pelotas fornicando sin ningún pudor. No sé cómo he podido hacer caso al descerebrado de Juan. Que si «ven que no pasa nada», que si «nadie se va a enterar»… Yo aquí poniéndole los cuernos a Rebeca mientras ella duerme tranquila en nuestra cama. Me estoy arrepintiendo, pero… ¡uf, que fiera me ha tocado! ¡Menos mal, había cada callo por ahí! Bueno, «a lo hecho, pecho». La propuesta era difícil de rechazar: «Fiesta Orgiástica de Máscaras» en un club de intercambio, pero además sin necesidad de llevar pareja, «Día del Soltero». La tía está de muerte y le gusta el sexo, ¡si señor! Que lástima que Rebeca no sea así.

Anonimato, máscaras, desconocidos, sexo sin tapujos… Una lástima no volver a verla. No puedo dejarla ir así, no podré olvidarla nunca. Y sin soltar palabra en toda la noche ninguno de los dos. ¡Que oscuro está esto!

-No puedo evitarlo, perdona, ¿cómo te llamas?-

-Rebeca, ¿y tú?-

 

71. La reina yerma

Había sido repudiada por no haber podido engendrar al heredero. Los consejeros del monarca, los cortesanos y el galeno real consideraron su infecundidad una cuestión de Estado. «Repudiadla, majestad, es yerma…». Así fue desterrada a una mísera cabaña en los confines del reino.

De inmediato, se ordenó un nuevo matrimonio para el monarca. La elegida, una enigmática joven emparentada con los más ilustres nobles. En dos semanas se celebraron los esponsales y siete meses después parió un niño…

La esposa estéril supo del alumbramiento y, abandonando cualquier esperanza de que el soberano dispusiera repatriarla, claudicó en los lechos de contumaces pretendientes. Al poco tiempo quedó encinta. Tras la confusión inicial, sobrevino la ira…

Coincidiendo con el baile de disfraces de palacio, se presentó ante todos con su hijo en brazos dispuesta a resarcir su honor. Cuando el soberano los tuvo delante sobraron explicaciones. Ambas figuras narraban la historia del engaño…

Una a una, fueron rodando las máscaras de los conspiradores, junto a sus sesgadas cabezas. El monarca, reo de cobardía y sabedor ahora del fraude, no se atrevió a pedir perdón a su reina, tan solo, arrodillado, ansió besar su sombra mientras ella le daba la espalda con orgulloso donaire.

70. Màscaras

La habitación, expectante, se abre a los sentimientos, a las emociones que, en esa mañana, acogerá su interior. Las sillas conforman un semicírculo enfrentadas a dos asientos vacíos donde, en uno de ellos, duerme un micrófono. Las ventanas son golpeadas por las gotas de lluvia suicidas que abandonan el cielo desorientadas. El mercurio de las luces bosteza y empieza a iluminar la estancia. Unos pasos irrumpen en la fantasmagórica sala y deja pasar el frío gris del exterior. Sonríe. La magia está preparada. Sólo resta confiar en las sinergias, en las energías que se puedan producir en ella.

(Movimientos. Abrazos. Silencios. Campo. Alegría. Recuerdos. Amor. Soledad. Mensajes. Angustia. Sonrisas. Cuestiones. Actores. Reencuentros. Arcano. Sollozos).

El mercurio duerme. Las sillas se recogen en silencio. El micrófono se ha trasladado a su casa de cartón. En las ventanas siguen sucediéndose los suicidios masivos de gotas extraviadas. Las paredes de la habitación sudan, crujen en silencio, lloran en la oscuridad. Alguien cierra la puerta. Ellas acogen nuestros miedos y nuestro transcurrir por la vida pero nadie es capaz de calmar sus lamentos, sus secretos, su alma.

69. Anonimato

Apenas pudo guardar el equilibrio cuando una pantera rosa se abalanzó sobre él y vomitó un líquido amarillo que le salpicó los zapatos. El felino soltó una risotada mientras se alejaba con paso tambaleante en compañía de un troglodita que se desgañitaba cantando una regia ranchera.

Eran los últimos en abandonar la fiesta y dejaban detrás un pequeño caos que él debía ordenar. Pero no se quedaba solo. Le acompañaba la locutora que todas las noches le susurraba al oído historias tristes, o trágicas, o rocambolescas que amenizaban su anodina vida.

Entre boas y pelucas de varios colores encontró una lujosa máscara veneciana. Aunque podría meterla en la bolsa con todo lo demás, la contempló varios minutos antes de dejar la escoba, sacarse el mono de trabajo y ponérsela. Amparado en el anonimato salió a la calle y se dejó guiar por el oído.

Tal y como contó al día siguiente en su programa favorito, a pesar de que se enfrentó a ellos, no pudo evitar la tragedia. Su valentía generó numerosas felicitaciones. Además, la descripción que hizo de los disfraces facilitó la detención casi inmediata de dos implicados. El tercero, el de la máscara, nunca apareció.

68. CASTING

Circulaba por la ciudad, en pleno entierro de la sardina, cuando me dieron el stop en un checkpoint con farolillos rojos. Allí, una mujer disfrazada de letraherida, se subió al coche y me indicó que continuara. Llevaba (cómo no) unas Ray-Ban de espejo, una kaláshnikov y un perro faldero. Olía a gasolina: la mujer; el perro parecía recién salido de la peluquería. Sin quitarse el pasamontañas, me confesó enseguida que en realidad era una periodista buscando inspiración. Entendí el disfraz; no lo que vino después: Sacó una libreta, apagó la radio y comenzó a hacerme preguntas quisquillosas que, al rato, me hicieron sentir incómodo al responderlas y lleno de miedos antiguos. Ya estaba a punto de pedirle que se saltara la etapa adolescente, cuando toqué sin querer el fusil y un disparo fortuito activó el airbag (negro, enormísimo), desviando el coche barranco abajo.

A mí me rescataron con un hilo de vida; a ella pude verla, con su disfraz irreprochable, paseando por el filo de la carretera. Justo antes de desaparecer, descubrí la nota que me había dejado en un bolsillo: “Ni para un obituario”, decía. Luego perdí la conciencia, entre ecos de ladridos de aquel estúpido caniche.

67. Teatro

Un buen actor nunca saca su máscara delante del público.  Así, el que actúa es la máscara no el actor. En el mercado de mi pueblo no hay hombres ni mujeres. Hay máscaras que esconden actores. Máscaras sonrientes o serias según se entonen las palabras, según llueva o haga sol. Las máscaras son  traicioneras y toman una vida que el actor no quiere. Pero siempre gana el que va delante. En la fiesta de máscaras del mercado de mi pueblo hoy son todas trágicas. Tienen la sonrisa ladeada hacia abajo. De los actores saltan, por el hueco de los ojos, lágrimas descompuestas que resbalan acompasadas por el plástico blanco.   Miran al suelo. Allí  está la muchacha muerta. Alguien le dio la vuelta y la máscara quedó rota pegada al suelo en un charco de sangre. El rostro, por fin liberado, está completamente blanco.  Dicen que la mató un novio militar del que se había enamorado. Dicen que se llamaba Carmen.

66. Última función

En su última noche encima de los escenarios quiso hacer algo diferente. Así la recordarían siempre. Su nombre sería eterno. No lo pensaba por vanidad. O quizás un poco por eso. Era actriz. Adoraba los halagos.

Decían que su técnica era única. Siempre se había negado a desvelar su secreto, o a abrir una escuela para formar a nuevas generaciones. ‘Eso’ que sacaba cada vez que interpretaba era algo innato en ella y moriría con ella.

Aunque en su última representación no estuviera indicada para el personaje, se le ocurrió utilizarla.

En su camerino, delante del espejo, en el centro de su mesa, rodeada de sus amuletos –estampas, flores secas, fotos de su glorioso pasado,…– allí estaba, refulgente: Una máscara blanca, con una lágrima azul como único adorno.

Se maquilló y se vistió con rapidez. Y, ceremoniosamente, se colocó su máscara. Se miró triunfante en el espejo y sonrió. Pero éste no le devolvió el gesto.

Estaba lista. Salió a escena. Un monólogo de tres horas. Bailes, gritos, saltos,… arriba y abajo por el escenario. Hasta insultos. Su extravagancia final.

El telón bajó. Detrás escuchó gritos de ‘¡Bravo!’ y aplausos entusiastas. Lo había conseguido. Los había engañado. De nuevo.

 

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