Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

120. El hotel de sus fantasías (Elysa Brioa)

—¡Buenas noches! Hotel El Buen Descanso, dígame…
—…
—Sí, tenemos libre…
—…
—¡Ah, entiendo! Si el señor fuera tan amable de describir sus gustos podría asesorarle sobre la disponibilidad.
—…
—No, lo siento, no está disponible. La habitación Psicosis es una de las más solicitadas.
—…
—¡Ah, comprendo! Si me permite la recomendación, sería más apropiada para usted la llamada El resplandor o El muñeco diabólico…
—…
—Sí, sí, por supuesto, caballero, están totalmente insonorizadas, además estamos lejos de cualquier entorno urbano, solo hay una carretera que apenas tiene circulación…
—…
—No, señor, solo admitimos efectivo.
—…
—¡Muy buena elección, señor! Procedo a realizar su reserva: Habitación El muñeco diabólico para los días 11, 12 y 13 de Julio…
—…
—¡Oh, no se preocupe! Tenemos un excelente servicio de limpieza, están totalmente familiarizados con las manchas de sangre…
—…
—¡Oh, claro! Puede disponer de un surtido completo para su entretenimiento. El catálogo de victimas que puede solicitar es muy amplio. Tenemos en existencias: Varios políticos corruptos, un par de financieros rapaces…
—…
—¡Sin duda, señor! Su habitación dispone de un sofisticado equipo de herramientas de tortura y eliminación.
—…
—¡Le esperamos! Estoy seguro que disfrutará de su estancia.

119. APOCALIPSIS (Jes Lavado)

En la número 9, Supermán se rasca la inmensa barriga, apura el vaso de güisqui  y se tira un pedo que agujerea los mugrientos calzones rojos y rasga las cortinas. Después arroja varios billetes a una prostituta que le mira con odio entre toses ahogadas.

En la 11, Batman se inyecta heroína mientras observa a un adolescente bailar desnudo frente a él.  Lobezno aúlla a cuatro patas y gimotea como un cachorro cuando una dominatrix  anciana le azota las nalgas.

Dos puertas más allá, Spiderman recorre las paredes cazando arañas que ingiere con deleite y repite como un mantra la palabra «Albacete«.

En la recepción, Wonder Woman derrama sus 160 kilos sobre el mostrador. Empalma un cigarrillo con el siguiente, la atención fija en una telenovela.  Pero la interrumpen Supermán, que baja a por hielo, y Batman, que se ha quedado sin condones. Entonces comienzan las noticias, con sus aviones comerciales derribados, sus guerras fratricidas y sus madres desconsoladas cargando a hijos muertos en los brazos. Lo de siempre.

—Fue un terrible error contarles la verdad. No debimos permitir que dejaran de creer en nosotros —murmura Supermán.

—Que les jodan —masculla Batman.

Spiderman, entretanto,  hace pucheros encaramado a una lámpara.

118. TE ESPERO DESPIERTA

Hay lugares fascinantes en mitad de la nada. Cadáveres de piedra que atraen a caminantes ávidos de misterio. Julia no era inmune a esa magia, y aquella noche estrellada todo parecía tranquilo.

La luz de la luna iluminaba un viejo hotel de carretera otorgándole un aspecto azulado. Ella no pudo evitarlo. No reparó en la hora, ni en que estaba sola…, solo frenó y guió sus pasos hacia la entrada.

El lugar permanecía intacto. Sus antiguos ocupantes parecían haber marchado con prisa, sin mirar atrás. Subió al piso superior recorriendo un pasillo infinito, lleno de habitaciones con nombre. Julia posó su mano en el pomo de una puerta llamada Sara y lo giró …. Un olor dulce y húmedo embriagó sus sentidos relajando su cuerpo. Avanzó sin pensar, alargando su mano hacia un vestido de novia, rasgado y sucio, que dormía sobre la cama. Sus dedos se perdieron en el tul, aquel olor a fruta exótica provenía de él. Se desnudó.  Ponérselo fue inevitable. Sentirlo sobre la piel le dotó de nuevos sentidos, de ideas extravagantes, de una fuerza desconocida…

Sara abandona la habitación dejando tras de sí una puerta llamada Julia. Prisionera en un vestido de novia, palpita una pequeña luz.

117. AQUELLA NOCHE

AQUELLA NOCHE

   El exterior del hotel no parecía haber sufrido variaciones. «Mejor así», pensó. Que todo siguiera igual, que nada hubiese cambiado. Solo así podrían recuperar la magia de aquella noche, la única en la que se habían sentido realmente vivos. Cuando traspasaron la entrada, respiró aliviado. La diminuta recepción permanecía exactamente como la recordaba.

– Buenas noches.

– Buenas noches. Queríamos una habitación.

– Bien. Necesitaré…

– Claro.- Muy a su pesar, el corazón empezó a latirle con fuerza.- Disculpe, ¿está libre la 110?

– Eh… Sí, señor. ¿Quiere…?

– Se lo agradecería- la mirada recelosa del recepcionista parecía reclamar una explicación.- Allí pasamos una noche inolvidable, no sé si me entiende.

   El tipo le devolvió una sonrisa rijosa. “No sé si me entiende”, qué ridiculez. ¿Cómo podía aquel individuo entender lo que había significado aquella noche? En realidad, nadie podía.

  Por fin llegaron a la habitación. La misma cama ruidosa, el mismo gotelé en las paredes, la misma reproducción de un anodino paisaje impresionista.

   Descolgó el cuadro y extrajo con cuidado la parte posterior. Tanto tiempo soñando con aquella noche… Cuatro años y un día, para ser exactos.

   Uno tras otro, los billetes cayeron sobre la colcha.

116. Obsesión (Barlon Mrando/Juan Fuente)

No habían pasado ni dos horas desde que empezó su turno en el hotel y ya le podía la ansiedad de subir a verla. La noche avanzaba a pasitos lentos, abrazándose a las agujas del reloj, mientras él esperaba a que llegase la hora muerta a partir de la cual ya no entraba ningún cliente. El cielo estaba limpio, desnudo e inocente, y la luz de la luna serpenteó para alcanzar la diana de sus voraces ojos. Al subir, sus pasos parecían fantasmas que evitasen despertar a los ancianos escalones de madera. Al fin entró en la habitación de la buhardilla, la que se venía usando de trastero. Y allí estaba ella, temblorosa e incapaz de huir, asomada a la ventana.

Mientras la miraba, impaciente, abrió el maletín y fue montando el instrumental. Pronto la haría suya, como a todas las demás. Sin una queja.

Solo los primeros tartamudeos del amanecer le hicieron terminar la tarea, recoger el telescopio y aguardar a que un firmamento sincero le permitiese adorar alguna otra estrella.

115. Eterno llanto efímero

No recordaba cómo había llegado allí. Despertó con el dolor de las primeras contracciones. Sus gritos no obtuvieron ninguna respuesta. Las paredes amortiguaron su eco entre los desconchones de varias capas de pintura. Una pequeña lamparilla parpadeante iluminaba intermitentemente sus ojos llorosos, mientras sus manos estrujaban la sucia colcha de color indefinido. Sobre ella las encontró, dos días después, el gerente de aquel tugurio. Su historia apenas ocupó unas líneas en la prensa local, que ni siquiera pudo dar sus iniciales. La habitación 23, al fondo a la derecha del único pasillo de aquel hostal de carretera, no estuvo vacía ni 48 horas. No es un lugar donde se pueda exigir mucho, pero algunos clientes se han quejado del llanto de un bebé que no les deja terminar la faena.

114. Sabia elección (Jerónimo Hernández de Castro)

La recepcionista verificó los datos de mi reserva antes de entregarme la tarjeta de acceso. Tras agradecer su amabilidad, no quise darle detalles del motivo de mi visita. Al fin y al cabo tenía una cita con la directora al día siguiente.
Debí decir algo de sus ojos. Mi elección del hotel para el congreso oftalmológico que organizo fue motivada por los rostros de las imágenes promocionales y sus ojos, redondos como los de un cómic japonés. En mi recorrido por las dependencias, todo el personal y los clientes exhibían esa extraña mirada, que no puede escaparse a un especialista ocular como yo.
Ya en mi suite el rostro de la directora apareció bruscamente en la pantalla de plasma con un mensaje de bienvenida y allí permanece sonriente e imperturbable. La tarjeta y mis llamadas a recepción resultan inútiles para abandonar la habitación en la que sigo atrapado, sin comunicación con el exterior. En el espejo del baño mis párpados se curvan por momentos y aumentan de tamaño. Sin pretenderlo, mi expresión adopta el aire suplicante de todos cuantos he conocido en este lugar, implorando que nos permitan huir.

113. SIN ÁNIMO DE OFENDER (Mercedes Marín del Valle)

Siempre había un sinfín de camiones aparcados. El aspecto externo del local tampoco me gustaba mucho, grandes letras en tonos chirriantes dominaban la fachada. Ni un árbol, ni una macetita. Sillas de plástico verdes y amarillas bajo un toldo ajado de color naranja y rayas blancas. Las necesidades fisiológicas dieron un golpe de estado tremendo a mi razón y muy a mi pesar, aparqué en el hueco que había entre un camión y un autobús. Cuando entré me hice de cruces, nunca mejor dicho, más de treinta hombres identificados por sus alzacuellos, hablaban a gritos. Uno llevaba mitra roja. Los camioneros a su lado parecían angelitos asustados.
Me dirigía ya al baño cuando escuché una frase soez que me dejó perpleja, apreté el paso, quería a toda costa pasar desapercibida.
El de la mitra se levantó y se abalanzó sobre mí. Dos de los clérigos intentaron detenerlo, pero hizo falta la intervención de los camioneros que con palabras amables y un café cargado, lograron reducirlo.
Al abandonar, no sin ciertos nervios el lugar, escuché como uno de los camareros explicaba: el del gorro rojo es el novio. Ya no saben que inventarse para celebrar el fin de su soltería.

112. Habitación 209

Me estoy cansando ya de esto. Se ha vuelto tan rutinario…

Está anocheciendo. Llueve. Un coche acaba de llegar al aparcamiento. Tarda en apagar los faros y en bajar. Típico. ¿Qué excusa dará? ¿Se habrá perdido? ¿Se ha hecho tarde? ¿Mal tiempo?… Me saluda. Le miro con desgana. Pregunta por una habitación libre tras explicarme que se ha perdido. Él mira la llave de la 209. Yo ojeo mi cuaderno de reservas y decido darle la 107. Pronto regresará diciendo que la tele no se ve o que hay humedades o que… Hay olores, me dice mientras me devuelve las llaves. Entonces le doy la 209. Le pregunto que si está seguro. Sí. Parece que tiembla un poco.

Las 3 de la madrugada. Agarro el otro juego de llaves de la 209. Él me está esperando sentado en la cama. No dice nada. Le sugiero que no me mire. Me siento a su lado y le tapo la boca con la mano, aunque últimamente ya nadie grita. Le asesto 6 puñaladas en el vientre. Y otra vez a limpiarlo todo. Otra vez a esconder el cadáver, aunque… no sé, quizás con el próximo decida dejarlos amontonados, sobre la cama.

111. RECUERDOS QUE NO LO SON (David Moreno)

Si Lucas pudiera recordar sonreiría de satisfacción con sus amiguetes de guiñote repasando cada partida ganada en el último torneo del pueblo, lloraría por la emoción de escuchar cómo su nieto le llamaba abuelo por primera vez, se enojaría por la final que perdió su equipo de fútbol en la segunda parte de la prórroga por un penalti mal señalizado, le recorrería un escalofrío por todo el cuerpo al sentir de nuevo los besos que su mujer le daba durante la luna de miel, viviría como si fuera ayer el miedo que proyectaba el vuelo cercano de los aviones de los nacionales en la Guerra Civil y recordaría también la habitación 102 del hotel de carretera donde una mujer menuda, llorosa y harapienta le llevó, bien entrada la madrugada, con tan sólo cuatro años para dejarlo allí con el hombre y la mujer que harían de padres.

Pero Lucas, postrado en una silla de ruedas y con un hilo de baba cayéndosele por la comisura labial, ya no recuerda ni siquiera su nombre.

110 La posada de los sueños rotos

Henry paró el motor de su Ford. “No debí tomarme la última”, pensó. Le prometió al pequeño Alexander que llegaría a su partido a primera hora de la mañana, pero se sentía muy mareado; debía detenerse. Rosemary lo iba a matar.

Jamás se había fijado en aquel hotel, pese a haber recorrido esa carretera decenas de veces. Era un edificio desvencijado, casi siniestro, pero le serviría para echar una cabezada. Entró tambaleándose.

–Buenas noches. No he reservado, pero ¿tendría una habitación libre?

–No se preocupe  –contestó el viejo recepcionista–, aquí nadie reserva.

Henry miró con extrañeza a aquel hombre, mortalmente pálido, mientras le entregaba las llaves de la 214.

–El desayuno se sirve a las nueve  –prosiguió–. ¿Desayunará en la habitación?

–No. Partiré antes.

–¿Adónde va, caballero? –preguntó aquel hombre.

Henry dudó.

–Pues… no lo recuerdo.

–Se lo subiré a su dormitorio –dijo el recepcionista, dando por acabada la conversación.

 

A pocos kilómetros de allí, unos chavales jugaban a béisbol mientras una mujer lloraba desconsolada. La foto de un Ford destrozado copaba la página de sucesos del periódico local. Un borracho se había salido de la carretera. El accidente había ocurrido aquella misma noche. A las 02:14h.

109. Renovarse o morir

Raimundo maldijo su estampa, tras haber revisado por enésima vez la contabilidad del mes. Las cuentas no cuadraban, ni cuadrarían, por mucho que intentara aguantar el tirón. Desde que abrieron la autovía, los negocios de la carretera general que pasaba por mitad de la sierra iban cuesta abajo y sin frenos. Aquella zona se había quedado completamente muerta. Ni los camioneros paraban ya a pernoctar en su pequeño hotel.
Había llegado el momento de coger el toro por los cuernos. Avisó a un electricista para que le instalara un llamativo alumbrado de bombillas de colores alrededor de la fachada, y se fue a buscar a las guarrillas de los pueblos colindantes, seguro de que aceptarían gustosas una buena oferta de empleo. Era un hombre emprendedor, y sabía que debía reinventarse. Cuando la noche del estreno escuchó el ruido del tractor del viejo Antonio aparcando en la puerta, pensó que aún existía la posibilidad de reflotar el negocio.

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