91. La Dama de las Líneas
Era alta, pálida y con rasgos diferentes a la gente de la zona. Aunque hablaba español, se le escapaban, de vez en cuando, palabras en un idioma desconocido. Cada vez que iba por provisiones al pueblo, la bruja María compraba escobas. Con la carga al hombro, regresaba a la árida llanura donde vivía, sola, en una choza. Al poco rato, se levantaban las polvaredas que se creía eran producto de sus vuelos sobre el desierto. Decían que despegaba, envuelta en nubes de polvo, con el chispazo de los celajes prendido entre las briznas de sorgo de la escoba; pero nadie la sorprendió nunca en esas actividades mágicas. María alejaba a cualquier mirón a escobazos, mascullando imprecaciones en su natal alemán.
Los rumores cesaron, cuando se pudo contemplar, desde lo alto de los cerros o en un aeroplano, cómo cada centímetro cúbico de gravilla barrido por la arqueóloga, dejó al descubierto las figuras de una araña, un mono, un colibrí, una ballena y otros geoglifos hilvanados contra el fondo oscuro del desierto de Nazca.