02. BABILONIA, BABILONIA
El tiempo, convertido en dulce ensueño, vagabundea por las callejuelas tortuosas de Babilonia.
El alfabeto cuneiforme cuelga en racimos de las palmeras ágrafas, las escribas redactan cartas de amor en el abdomen de las abejas, las cortesanas decoran su gineceo con incendios extintos.
Las portadoras de vida construyen zigurats sobre sus úteros, las parturientas rompen a gritos las aguas del Éufrates, y las sacerdotisas de la diosa Ishtar brindan por las recién nacidas en las estancias del templo donde se almacenan las constelaciones.
En los áticos de adobe sobre el río las marineras se emborrachan con jarras de cerveza y dátiles, y luego bajan a las tabernas a recitar huracanes a las mujeres ciegas que fríen tortas de mijo en la sartén de los solsticios.
A lomos de un toro alado, la Gran Reina reescribe la estela de leyes que el difunto Hammurabi hiciera grabar a las puertas de cada uno de los eclipses que componían su imperio.
Y en los mercados ya no se venden al por mayor ojos y dientes, pues la Señora de Babilonia ha impuesto que a partir de ahora, la justicia la habrán de impartir las domadoras de fieras a golpe de Satisfyer.