37. Agencia de Viajes Patrióticos
Después de organizar safaris de ensueño, visitas a las profundidades de los fiordos, viajes por la enigmática Ruta de la Seda o circuitos para descubrir la auténtica Polinesia, mi agencia se encontraba en quiebra. Y yo, su director, con un pie en la calle. Entonces se me ocurrió la idea de los Viajes Patrióticos. Encargué un estudio de mercado para localizar el lugar de mayor impacto. Y después rehipotequé mi casa. Con el dinero del préstamo, mandé construir el mirador. Majestuoso. En la mejor meseta fronteriza. Sabedor de la importancia de las escaleras, no escatimé en gastos. Cien peldaños equilibrados hasta llegar a la cima. Los necesarios para escuchar por completo los mensajes entusiásticos de la audioguía. Así, con el corazón insuflado de orgullo, las vistas resultarían aún más espectaculares. Y el éxito ha sido apoteósico. Tanto que la lista de espera alcanza los seis meses. (Lástima del aforo limitado). Porque todos los clientes bajan enaltecidos los cien escalones. Arriba baten palmas y entonan canciones mientras observan el espectáculo: siseos de arcángeles en el cielo transformados en estruendo, en fuego purificador. Y al final lo sublime: el derrumbe de los edificios enemigos alcanzados por las bombas.
Asistir como público y a distancia a la destrucción de la civilización ha de ser escalofriante, aunque también interesante, como una película de terror, o más bien apicalíptica con la que se sufre y, paradójicamente, se disfruta, e incluso, puede servir de aviso para no llegar a ese cataclismo. El problema es que se trate de una realidad y no de algo teórico, y como todo lo que sube baja, acaben descendiendo a ese infierno.
Por otro lado, qué buena visión empresarial la de tu protagonista
Un abrazo y suerte con este original relato, María
Pues sí, Ángel, esta historia es «real» y no consigo quitármela de la cabeza. Fíjate que había escrito otro relato sobre escaleras y volví a recordar la imagen de los informativos. Lo vi en la televisión, grupos de judíos acudiendo a un montículo para contemplar cómo las bombas destruían los edificios de la vecina Gaza. Aplaudían, vitoreaban y cantaban felices llenos de fervor. Terrible. Así que no pude resistirme. Esta vez, lo que tenía clarísimo era el final de la historia.
Un abrazo grande. Como siempre, muchas gracias por comentar.