28 Ajuste de cuentas (Ezequiel Barranco)
Sentí miedo a pesar de que habían pasado más de treinta años desde salí de casa. Nada había cambiado, la estantería llena de libros cubiertos por una fina capa de polvo, el cuadro de encima de la chimenea —una mala imitación de Olympia de Manet— la mesa y cuatro sillas desvencijadas.
Creía que había borrado el pasado, pero al acercarme al armario azul tras el que nos escondíamos mi madre y yo en las noches de borrachera de mi padrastro, reviví la amenaza y el miedo a sus gritos y golpes.
Entré en la buhardilla oculta tras el armario que nos servía de refugio. Solo había un camastro cubierto con la vieja manta, con la que nos protegíamos del frío. Cogí la pistola que mi madre escondía bajo una baldosa y que nunca llegó a utilizar. Estaba cargada y la vacié con rabia sobre el sofá, el cuadro y el armario, como si quisiera destruir al pasado del que no podía librarme. Guardé la última bala para la foto en los tres, en la que él, abrazándonos a mi madre y a mí, parecía mirarme orgulloso y burlón, pero me quedé inmóvil, petrificado, y no me atreví a disparar.
Dicen que el tiempo todo lo cura, pero hay traumas que quedan grabados en el alma para no marcharse jamás. El miedo y la impotencia dejan escrita su impronta con tinta indeleble. Ni siquiera, de forma simbólica, como puede ser disparar a una foto, es posible el desquite y el descanso.
Una historia sobre una ira injustificada que a su vez genera otra, reprimida por el miedo, dolorosa y sin remedio.
Un abrazo y suerte, Ezequiel
Gracias, Ángel, por tu comentario.
Cómo siempre has captamo perfectamente la intención de mi relato, pero en esta ocasión discrepo contigo, creo que la ira del protagonista está perfectamente justificada.
Esa bala que no consigue salir hacia la foto lo dice todo. Cuenta la ira que el miedo aún atenaza. Por cierto, pobre Manet que no había hecho nada… 😉 Suerte y un abrazo, Ezequiel.
Gracias por tu comentario, Rafael. Esa sensación de impotencia ante el miedo es absolutamente real y, a veces, insuperable.
Lo de Manet, a mi tambié me da pena, pero a Olympia la vemos muchas veces en ambiente sórdidos.
Entre la ira y el miedo, nos cuentas una historia que pone los pelos de punta. Muy bien traída esa primera persona. Al final, con ese disparo que no se atreve a dar, nos siembras la duda de si la ira es solo hacia el padrastro o si también hay algo de enfado contra uno mismo. Creo que hay una preposición cambiada, fruto seguramente, de las últimas correcciones, pero se perdona por la intensidad del relato.
Un abrazo y mucha suerte.
Gracias por comentar, Anna. Creo que hay situaciones que nos pueden llevar al odio y si no se resuelve, a un odio indiscriminado, contra el agresor, contra la humanidad y contra uno mismo.
Estoy llegando al convencimiento de que no soy capaz de terminar un relato sin una errata. Muchas gracias por tu observación.