32. Gluglú
Sentí molestias en la boca mientras tomaba el aperitivo. Con gusto me hubiera arrancado la dentadura postiza allí mismo. Pero no dije nada a mis amigas. Los veinte años al lado de Ramiro me entrenaron para disimular frente a cualquier mal trago. En cuanto regresé a casa, me la quité. ¡Qué alivio! Y al momento escuché una voz armoniosa y profunda pidiendo socorro. Aunque imaginé la presencia de un espíritu, no sentí miedo —si fuese mi difunto sonaría como una chicharra—. “¡En el vaso!”. Entonces vi al hombrecillo, con sus gritos de barítono, encaramado en lo más alto de la prótesis dental, casi cubierta por el agua. Acerqué el dedo y le salvé la vida. Para mi asombro, no me dio ni las gracias. Al contrario: exigía y exigía. Me ofrecí a prepararle un baño relajante —una de las obligaciones de su lista infinita—. Le pareció correcto. Abrí el grifo del lavabo y eché sales aromáticas. Primero, coloqué el tapón sobre el desagüe con la misma exactitud que cuando perdí el anillo de casada tubería abajo.
Al día siguiente, me compré unas gafas progresivas antes de entrar en la cafetería. No quiero más sorpresas entre los frutos secos.
Las personas con verdadero atractivo son aquellas que no se dan cuenta de que lo tienen. Solo alguien así, en este caso una mujer, podría recibir la visita sorprendente de caballeros diminutos en cualquier momento, algo que no le sucede a sus amigas, ni a nadie más que se sepa. Como quien no quiere la cosa, sin darse importancia, lejos de alterarse, como le habría sucedido a cualquiera, su preocupación es comprarse unas gafas, no vaya a ser que incurra en antropofagia involuntaria si se repite una escena similar.
Un relato muy imaginativo, en el que situaciones sorprendentes son aceptadas por la protagonista como parte del juego cotidiano. No sabemos lo que sucederá si a alguno de estos hombrecillos se le ocurre declararle su amor; ella tampoco, pero seguro que, solo con improvisar, toma la decisión acertada, eso parece formar parte de su naturaleza.
Un abrazo y suerte, María
Gracias, Ángel, por tu comentario. Para mi esta mujer tiene algo especial y se merece ser feliz en la vida, sin sobresaltos. Un gustazo leerte, como siempre.
Un abrazo grande.
Qué genial y divertido, María. Por si fuera poco con los virus, ahora hay que tener cuidado con lo que se pilla cuando vas a tomar algo con las amigas. Un beso y suerte con este relato tan sorprendente y asombroso.
Jajaja, cierto. Al menos, a los hombrecillos podemos verlos. Solo hay que tener vista de lince.
Un beso, compañera.