Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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La belleza y la virtud, la incierta historia de la labriega emperatriz

No quiso saber si estaba embarazada ni el nombre de aquel ser enjuto y medio loco que se metió en su cama a medianoche. Quería salir de su mundo de odres litigantes, de huestes de borregos, de bálsamos curalotodo. Todavía resonaban los alaridos de placer en las paredes mal encaladas de su alcoba, en el papel grosero de las páginas de aquella novela que nunca supo leer, en el fondo impreciso y turbio del aguamanil. Fue un acto de caridad o, quién sabe, tal vez un grito de socorro, una oración desesperada, un incendio provocado en un edén de trigo. Bajó su ventana, el rocín en el que llegó al trote enflaquecía por momentos, apenas tomaba algo de agua, pero desde que desapareció su caballero no volvió a probar el heno, ni aunque lo molieran a palos. Marchó una noche de septiembre con un hato a sus espaldas, las riendas del jamelgo en una mano y el vientre algo abultado. La luna escondía su brillo entre las nubes y el canto de las ranas amortiguaba a coro sus pisadas. No miró atrás ni una sola vez, ni quiso acordarse más de cómo se llamaba aquel lugar que abandonaba para siempre.

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