32. La primera vez
No sabe que va a morir, ni siquiera le pasa por la cabeza. Solo se deja llevar, mecido por el traqueteo de la camioneta, obediente —como no podía ser de otra forma—, camino a las afueras de la ciudad.
El recorrido es breve. El vehículo se detiene junto a la cuneta, todos bajan y el oficial le manda que se coloque al lado de sus compañeros, perfectamente alineados. Lo que sucede a continuación le agarra por sorpresa. El grito de «carguen» hace que se ponga a temblar; con la orden de «apunten» se olvida del miedo y en su cabeza se desborda un torrente de pensamientos dispares: asesinato, injusticia, huida. Resignación. Pensamientos que se apagan con la detonación de los fusiles, pues en ese instante ya está muerto.
Pero él aún no lo sabe. Tendrá que esperar unos días, a que la camioneta le lleve de nuevo a las afueras de la ciudad y reciba la orden del oficial de formar un pelotón junto a sus compañeros; a que se oigan los gritos de «carguen, apunten, fuego». Entonces, cuando apriete el gatillo sin pensar en nada, lo sabrá.
A los soldados se les adiestra para que se conviertan en armas bien engrasadas que no cuestionan ninguna orden, aunque ésta les convierta en cómplices de una barbaridad, en el instrumento ejecutor del asesinato de personas inocentes, que no pueden defenderse, sometidas a juicios sumarísimos y arbitrarios. Sin embargo, son, antes que soldados, personas, que sienten y padecen, que saben que han contribuido a una injusticia. Alguno de ellos, al menos esa primera vez a la que alude el título, siente que con esas muertes ha muerto también parte de él mismo, hay una inocencia que nunca recuperará, y una conciencia que va a recordarle que con un leve gesto de su dedo índice una vez acabó con personas desvalidas.
Tu relato muestra que quien más pierde es quien lo pierde todo y no hay pérdida peor que la de la vida, pero la angustia que produce un fusilamiento puede tener más de un punto de vista, verse desde el otro lado.
Un abrazo y suerte, Lluís
Efectivamente Ángel, has expresado la intención del relato perfectamente con tu comentario. Incluso los que están detras de un fusil pueden sentir miedo, miedo a perder esa inocencia que mencionas, a convertirse en algo que nunca quisieron ser. Gracia y suerte a ti también. Un abrazo.
Es terrible lo que nos cuentas en tu relato, pero más terrible es que suceda en la realidad.
Entiendo en la primera parte, para hacerlo más cruel, se trata de un simulacro de fusilamiento para hacerlo realidad en días posteriores.
Suerte, Luis
Gracias por tu comentario, María Jesús. En realidad, la primera parte no es un simulacro, es real. Lo que ocurre es que el protagonista es un soldado novato que no sabe que se hacen esos fusilamientos y, la primera vez que le obligan a disparar, le entra una mezcla de miedo y rabia, aunque no tiene más remedio que acatar las órdenes. La «muerte» de ese momento hace referencia a la pérdida de inocencia; a partir del segundo fusilamiento ya está resignado y dispara sin sentir nada, o sea, como si él mismo, de algún modo, estuviera muerto.
Plas, plas, plas, plas!!
Un relato que impacta (aunque menos que el disparo de un fusil).
Bravo.
Un petó, Lluís.
Carme.
Muchas gracias, Carme, me alegro de que te guste. Petons.