04. LA REINA Y YO
Qué hago aquí atado a un poste con una docena de arqueros reales dispuestos a asaetearme a la orden del capitán.
Un humilde zapatero a quien el inescrutable destino ha llevado a ser el asesor de borceguís, sandalias, escarpines, alborgas y chanclas para su Ilustrísima Majestad la Reina.
La Doña se hacía ver cada vez más por el modesto taller de donde salía plenamente satisfecha, eso me hacía ensoñar en medio de fastuosas reverencias.
Mis sencillas entendederas empezaban a vislumbrar que algo más había, quizá por sus ojos brillantes o sus labios sonrientes.
Diría yo que la sangre hierve cuando menos debe y los ardores deberían guardarse en otros cajones más tranquilos.
En la siguiente visita atreví a susurrar a la Excelentísima que sus pies eran divinos. De ahí al catre real fue un instante. El Rey se enteró y éste es el resultado.
El oficial va a bajar la mano cuando se oye una voz femenina que grita alto. Todos se arrodillan ante su presencia mientras afirma potente: “Entre mis potestades está la de nombrar chambelán y eso hago en este momento, soltadlo esbirros”.
Ahora me visten con terciopelos y chorreras bajo la atenta mirada de su Magnánima Esencia.
Una infidelidad puede castigarse con la muerte, o convertirse en algo correcto, asumido, porque todo el mundo mira para otro lado, porque quien lo quiere es alguien con poder sobrado para cambiar o fabricar excepciones a cualquier norma o costumbre. Hacer de lo incorrecto algo correcto está al alcance de unos pocos, por lo general, poderosos.
Un saludo y suerte, Pablo.
Pablo, buen final ha tenido este zapatero. Además, ¿de que sirve ser reina si no puedes nombrar chambelán a quien quieras? Divertido y sorprendente.
Un abrazo y suerte.
De zapatero a noble de cámara en un plis plas. Le valió la pena el susto.
Vuelvo del diccionario de consultar chambelán, así que gracias por el divertimento. Buenísima la voz del protagonista. Saludos