29. Música celestial (Francisco Javier Igarreta)
La escalera que arrancando desde el pasillo contiguo al refectorio subía al piso donde se encontraban las celdas, parecía diseñada según las directrices de alguna tortuosa mente. Tan anárquica sucesión de tramos, giros y descansillos, sin duda respondía a algún secreto motivo. En un lugar indeterminado del laberíntico desvarío un pequeño recoveco daba lugar a una exigua capillita, suficiente para encajar una extraña pintura. Bajo la alquímica cobertura del óleo ocultaba su identidad un personaje representado de espaldas.
Aquella noche, poco antes de la hora de Maitines, la abadesa Hermenegilda Dunord tuvo uno de sus cíclicos arrebatos. Contraviniendo la lógica propagación del eco, su grito recorrió las más enigmáticas anfractuosidades de la escalera. Transformado en obsesivo lamento fue modulando sus notas hasta trocarse en subyugante armonía. Severo Manontroppo, inquisidor de infausta memoria, no pudo permanecer por más tiempo impasible y desprendiéndose de su anclaje en el pasado dio la cara. Tras contemplar en la trama del lienzo su terrible impronta esbozó una mueca ambigua, recompuso su figura y se dejó seducir por los liberadores matices de la melodía. Sus acariciantes inflexiones le hacían presagiar un acorde perfecto. La abadesa siempre estaba dispuesta a dar el do de pecho.
Un relato intenso, interesante y misterioso, con elementos mágicos, en los que se mezcla lo sobrenatural y los instintos más humanos, con elementos de buen humor y una música de fondo que suena muy bien, en una historia con muchos elementos que encajan de forma armónica.
Un abrazo y suerte, Javier
Me alegro de que lo hayas visto así Ángel.Muchas gracias por comentar. Un abrazo.
Me parece un micro muy onírico: la escalera tortuosa, el personaje de la pintura de espaldas, el grito que se convierte en melodía… Hasta los nombres de los dos personajes tienen su aquél. Por cierto, no sé si tengo la mente sucia, pero me parece entrever un final alternativo entre la abadesa y el inquisidor.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias Rosalía por tu comentario. La mente, como la escalera tiene su propia final.Un abrazo.
Su propia dinámica, quería decir.
He pensado igual que Rosalía, el final parece abierto y lo deja a la imaginación de cada uno.
Se ve que ambas tenemos una imaginación muy fructífera.
Has retratado con acierto el ambiente opresivo y misterioso de una abadía.
Pues sí Rosa, como dices, un final abierto para un ambiente de clausura. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.