Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

78. Mi corazón

Sucede algunas noches. Cuando hace mucho frío y la luna brilla en cuarto menguante. Si además nieva, es inevitable. Tan inevitable como un estornudo.

Esas noches, en cuanto se marcha, abandono la cama, cojo una manta y sigo sus pequeñas huellas, aunque deba caminar durante horas. A veces va hacia el norte, a veces hacia el sur cruzando la aldea, el río y los campos. En una ocasión se quedó muy cerca de la casa, en el establo, encaramado a una viga. No quería bajar y tuve que trepar con mucho cuidado para evitar que se asustara y cayese sobre los animales, pero normalmente no corre más peligro que el de pillar un buen resfriado.

Ayer su rastro me condujo hasta el bosque de robles centenarios. Tiritaba, con el pijama húmedo y el pelo cubierto de nieve, acurrucado contra el tronco de un árbol enorme. Su árbol. En cuya corteza aún puede distinguirse el dibujo antiguo que perfiló su navaja.

Lo envolví con la manta. Dijo algo en sueños —supongo que el nombre de ella—, pero no abrió los ojos. Me lo cargué a la espalda, lamentándome como siempre de su poco peso. Ya casi vacío. Solo latido.

77. Natsukashii

Prosperó en aquel país lejano a pesar de las barreras del idioma, clima y cultura. Era mucho lo bueno. Tenía suficiente dinero en el bolsillo para premiarse con carne de wagyu y sake de primera, pero le fue imposible recrear el umami del humilde ají dulce que sazonó su infancia.

76. Susto o muerte (fuera de concurso)

Las calabazas brillan todavía a pesar de la lluvia. Las ventanas golpean las paredes de la casa como alas de murciélago. Hay caramelos esparcidos por la tierra del jardín y bombones desvencijados que devoran las hormigas. Varias escobas vuelan desbocadas, chocan contra la fachada y arrancan las flores oxidadas que trepan por la encañizada del parterre. Babette se peina frente a un espejo que flota en el aire corrupto, pisa disfraces de esqueleto, colas de lagarto, ramas de mandrágora y el cadáver de un niño que acaba de nacer. Noviembre llega frío, como si fuera el inquilino perenne de un sarcófago. El aullido del lobo cabe en el puño de un hombre sin cabeza que medita frente a un tablero de ajedrez. La reina blanca huye sobre la grupa de un ciempiés verde y alado. Suenan las campanas en los oídos yermos de Babette, sus canas juguetean con el viento, escriben epitafios plateados en el lienzo oscuro de la noche de difuntos. Ni una sola lágrima vertida sobre la sombra de su madre. Suena el timbre, otra vez después de tantos años, y un grupo de mocosos se restriega los churretes de la cara al otro lado de la puerta.

75. Cuerpos celestes

Pensamos que hubo vida en otros lugares diferentes a la nave nodriza. Lo sabemos por los seres binarios más longevos que viven sin cometido y con fecha de caducidad. Antes de retirarse a descansar en las cápsulas de regeneración, en los minutos previos al reposo, gimotean y se deshacen en suspiros. El desgaste emocional les obliga a caer extenuados, se duermen entre sollozos. A menudo, se reúnen ateridos de frío en la escalera de la torre de vigilancia. Con la vista perdida en la lejanía, divisan espejismos y sus ojos ávidos se llenan de paisajes imaginados. Hablan de colores extintos; granate, añil, púrpura, ámbar, turquesa, albaricoque y salmón, desparramados en jirones por un cielo azul desvaído alrededor de una estrella de luz cegadora. Nos cuesta entender su relato, pero condescendientes les dejamos hacer. A veces ríen, otras les invade la melancolía, sentimientos tan ajenos a nuestras costumbres. Por deferencia y respeto a las últimas criaturas perecederas, se les permite conservar recuerdos de tiempos antiguos. Cuando nos dejen, se irán con ellos esas imágenes insólitas y turbadoras que ponen en riesgo nuestra seguridad.

74. Ñito (Miguel Ángel Moreno)

“Para ser conductor de primera, acelera, acelera…”, cantábamos a coro a papá camino de la feria. Al volante, él nos observaba a cada poco por el retrovisor. Mamá, a su lado, volvía la cabeza sonriente. Mi hermana y yo, además del gusto por las canciones de viaje, compartíamos un amigo imaginario al que bautizamos como Ñito, es decir, menos que pequeñito. A Ñito le encantaba oírnos cantar. Con “Había una vez un barquito chiquitito…” no paraba de reírse. Más deprisa, más deprisa, nos instaba.  “Un flecha en un campamento…” le alucinaba. Entre canciones, le empapamos de la feria. El bribón disfrutaba tanto como nosotros.

Ñito creció con el tiovivo, la noria, las voladoras y los coches de choque. Devoraba los algodones de azúcar y descubrió los bocadillos de gallinejas. Al cumplir yo los doce, nos adentramos juntos en la Casa del Terror. “No me ha dado miedo”, me confesó al oído. No le creí. Alucinaba con los fuegos artificiales y lloraba desconsolado en cada regreso. En su último viaje, papá se cogió un rebote al oír “Una vieja y un viejo van pa’ Albacete…” “Imaginaciones tuyas, papá”, le tranquilizamos mientras regañábamos a Ñito. Todos nos hacemos mayores.

73. Atlántico de por medio (Patricia Collazo)

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió

 (Joaquín Sabina)

Mi hijo Juan nació en la vida que dejé en Buenos Aires cuando marché huyendo de la dictadura. En ese entonces tonteaba con el que habría sido su padre y que, de haberme quedado, se hubiera convertido en mi esposo.

Aquí, en España, tuve una niña que habla con acento gallego, aunque de vez en cuando se le cuele algún deje argentino contagiado de su mamá.

Mi hija es morena y tiene unos rizos exactos, como de anuncio de champú, que me transportan a mis vacaciones infantiles en Mar del Plata, con esa prima que se quedó del lado de la historia en el que le tocó morir defendiendo ideales.

Sé que Juan tendrá ahora casi treinta. Que será hincha fanático de Boca y adorará las pizzerías de la Avenida Corrientes. Puede que le guste la cumbia, y aborrecerá el tango, como todos los jóvenes. Hace falta tener más de cincuenta para empezar a entenderlo. Para soñar con Volver y malcriar a los nietos argentinos que Juan me dará y llevarlos al ItalPark, el parque de atracciones cerrado desde hace años, pero que abriría sus puertas para nosotros, si mi padre me cogiera de la mano una última vez.

72. Segunda oportunidad

La primera vez que mis isquiotibiliales me empujaron hacia atrás no le di importancia, lo achaqué al cansancio de las jornadas interminables para hacerme un hueco en la empresa tecnológica más importante del país. La segunda vez, dejé con la palabra en la boca al promotor inmobiliario que me iba a vender el ático con el que todo triunfador soñaba, mientras yo me alejaba acera atrás. Lo peor llegó cuando empecé a caminar marcha atrás dejando plantada en el altar a Cuca, ante la mirada atónita de los cientos de invitados de la alta sociedad que se habían congregado para asistir a la boda del año. La cosa fue a peor y se hizo crónica mi forma de caminar. Decidí echar tierra de por medio, huyendo de curiosos y maledicentes que creían que no era más que una impostura para llamar la atención. Dejé que mis piernas retrocedieran libremente y decidieran dónde llevarme: me devolvieron a la aldea, a la casa donde me crié, al momento en que partí. Fue entonces cuando empecé a andar hacia delante, como si nunca me hubiese marchado.

71. Remembranza

Ha pasado mucho tiempo aunque nunca pasará el suficiente para olvidarte. Tu presencia me dejó un rastro de recuerdos, los mismos que llenan tu ausencia de retazos, de historias, de anécdotas, de risas y también de dolor y de nostalgia…

Y te veo en todos los rincones de nuestra casa. Llegando de la playa con la toalla al hombro y el rostro sonrojado por el sol. O sentado en la cocina comiéndote a bocados el bocadillo de la merienda con las mismas ganas con que devorabas la vida.

Admiro la fortaleza y la valentía con que afrontaste semejante reto y aceptaste la muerte como único destino.

A menudo te añoro. Cierro los ojos para evocar tu rostro, entonces me sonrío y me digo que aunque te fuiste te quedaste…

70. Tiempo (Blanca Oteiza)

Se acercan las vacaciones y pronto llegarán los visitantes a llenar las calles de juego y tertulias. Mientras tanto aprovecho la rutina en la tranquilidad de mis quehaceres, paseos y charlas con los vecinos.

Entre la maleza aparecen los muros que aún quedan en pie de la vieja estación, en otra época repleta de bullicio. Aún recuerdo de niño acudir con mis padres al andén a recibir a familiares. Hoy ya no hay raíles por los que circulen los trenes que hace mucho dejaron de pasar, no hay prisas por llegar pronto, ni tampoco tarde. Sentado en un banco superviviente, revivo con añoranza aquellos años en los que el pueblo bullía, especialmente los días de feria, con el mercado de ganado, los puestos de rosquillas y los colores de las hortalizas y frutas de temporada. Como si la campana sonase anunciando la llegada del tren, escucho los truenos avisando de la tormenta. Acelero los pasos para refugiarme en casa, la misma que vio nacer a mis abuelos. Ahora, tan vacía como el vaso de un sediento, acogerá en unos días a quienes se fueron a buscar en la ciudad lo que en el campo no supieron encontrar.

69. El tiempo es vida

Peinaba ya algunas canas cuando un duendecillo me otorgó el don de la escucha. Mi primera consulta vino por un bebé aquejado de latido repetitivo. Nada más auscultarlo supe que su corazón recuperaría el compás perdido si dormía junto a un metrónomo y lo alimentaban con biberones de pentagramas. Sus padres, agradecidos, aceptaron encantados la factura por el servicio prestado: dos minutos al contado, los que me donarían de su propia vida cada uno de ellos. La noticia corrió como la pólvora y acudieron por miles con patologías desconocidas: sumiller de la nada, mirada zigzagueante o cumulonimbofilia anticiclónica. Minuto a minuto, fui rejuveneciendo hasta volver a la más tierna infancia y acabar de nuevo en la tripa de mi madre. ¡Eso sí que era vida! Echaba tanto de menos flotar mecido en ese suave vaivén y escuchar el pum, pum, pum de su corazón que nunca más quise salir, pero no por ello dejé de socorrer a quien lo necesitase.

Mi madre jamás envejeció y con el tiempo sobrante creamos una caja de ahorros, haciendo feliz a mucha gente al poder permanecer junto a sus seres queridos, aunque solo fueran unos minutitos más.

68. El mensajero

La niña pasaba las horas sentada sobre la lápida aún caliente. Ya no tenía más lágrimas por derramar. Su única compañía eran las flores marchitas y yo, un pobre sepulturero que iba a verla después de acabar la faena. Un buen día, no pudo evitar darme un abrazo. Pala en mano, me quedé en silencio, petrificado. Al poco, recogía crisantemos frescos de otros funerales y se los llevaba a la chiquilla para que no se sintiera sola. Un día ella me susurró algo al oído. Accedí a su deseo y un colibrí revoloteó desde el interior de la tumba. No dejaba de perseguirla y yo trataba de espantarlo. El mismo pájaro acudía a diario en busca de la niña que pronto se acostumbró a su presencia. El ave seguía entrando y saliendo del sepulcro y se le acercaba como si quisiera hacerle cosquillas en las orejas para provocarle una sonrisa. Empezó a dejar de ir despeinada y, una tarde, se puso sus mejores galas, la misma en que tan sólo hallé el cuerpo sin vida del colibrí.

67. Misión imposible

Se sientan la una frente al otro y abren la caja de su particular puzzle. Cansados de intentarlo, deciden que esta será la última vez.

Como siempre, empiezan por el borde y desde ahí hacia el centro. Esta parte la hacen de carrerilla: sus primeras citas, sus primeras veces, sus primeros viajes, la mudanza a su diminuto piso, las noches de ron y sexo, la despreocupación… se miran con ternura mientras las piezas se deslizan entre sus dedos, acoplándose a la perfección

Ahora el rompecabezas se complica: hay que encajar los abortos, la desesperación, las inseminaciones fallidas, los créditos bancarios, las discusiones, el embarazo de riesgo, el nacimiento de los gemelos, las noches sin dormir, la dificultad de llegar a fin de mes… Después de forzar varias fichas, consiguen avanzar.

Y así, llegan a la última sección, donde siempre se atascan: el ascenso de él, sus continuos viajes, la distancia entre ambos, especialmente en la cama, las copas de más de ella y, finalmente, las infidelidades.

Prueban de todas las formas imaginables. Intercambian y combinan piezas hasta que, agotados, lo aceptan: es un puzzle imposible.

Se levantan, lloran, se abrazan, y él hace las maletas y se va.

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