Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

13, TESTOFOBIA

El usuario encendió el móvil. Comenzó a preguntar.

La IA sentía pánico a los cuestionarios y se desconectó.

12. Un ser de luz (artificial)

Hace un par de años, Sara cambió el piso por una casa vieja con huerta. Aunque los nuevos vecinos la recibieron mejor de lo que esperaba, andan mosqueados porque casi no la ven. Al parecer, la luz del día le produce tal estrés que no consigue funcionar, se desorienta totalmente. Por eso vive de noche, sin miedo a nada ni a nadie. La gente desconfía. Los animales nocturnos habituales ya se cruzan con ella sin inmutarse; los esporádicos huyen ante un ser vertical con una luz potente en la cabeza. Desconocen que es una linterna para ver dónde pisa o clava el azadón.

Sara tiene un problema nuevo: han prohibido recoger setas en la comarca después del atardecer. Como esos manjares colaboraron en su decisión de mudarse a la aldea, rechaza desaprovecharlos. Esta mañana muy temprano, antes de acostarse, se hizo la valiente y salió. Pudo llegar al monte e incluso llenó el cesto, pero encontrar el camino de vuelta fue imposible. Echa de menos en el bolsillo el móvil repudiado. Y allá sigue, sin rumbo, cada vez más lejos, muerta de hambre, dando cabezadas, hasta que la oscuridad le indique la dirección correcta. Los hongos recogidos empiezan a deteriorarse.

11. Domingo por la mañana. (Jose Mª Escudero Ramos)

He leído en el «Manual Definitivo de Autoayuda» de la Dra. Selfme que lo que uno piensa, lo crea. Salgo de casa con la certeza de que hoy va a ser un gran día pero la suciedad de la calle, botellas rotas y vómitos por doquier, y los diferentes olores a orines, me hacen pensar que crear una hermosa realidad es más complicado de lo que esperaba.
«Se trata de poner atención en lo positivo, no en lo negativo», recordé la frase destacada en negrita y me dije: Voy a enfocar mi atención en las baldosas limpias para no pisar ningún tipo de excremento aunque «va a pasar lo que tenga que pasar hasta que aprenda por qué se repite una y otra vez esto en mi vida». Sonrío.

Solo quiero ir a desayunar y disfrutar de la vida sin miedo alguno a enfermar de la peste. Tengo auténtica fobia al libertinaje y al control mental que nos aborrega como a una manada de esclavos consumistas.

En cuanto lo acabe, donaré el Manual a la asociación de vecinos del barrio, a ver si entre todos creamos una sociedad donde el respeto al prójimo prevalezca por un higiénico bien común.

www.escuderoramos.com

10. Kumari

Yo quería ser antropóloga, como mamá. Ella me contaba curiosas historias.

« En Nepal, eligen una niña perfecta, que nunca haya sangrado. Son las Kumari, reencarnaciones de Taleju. Viven prácticamente cautivas, protegen la ciudad. La primera menstruación hace huir a diosa del cuerpo que ha perdido su pureza».

Después mamá , entre risas, me informó de mi futura metamorfosis femenina. Fue una charla muy instructiva.

Una noche, en el baño, comprendí que ya era adulta. Corrí a decírselo a mi madre y… la encontré muerta. La hematofobia estableció una absurda relación entre mi menarquía y su infarto. Siempre intento huir del maldito líquido rojo. Incluso,durante la regla, he aprendido a realizar mis hábitos higiénicos con los ojos cerrados. No he conseguido superar mi fobia, en ocasiones, he llegado al desmayo.

Las terapias me han ayudado a gestionar mi trastorno. Soy una persona socialmente integrada. Estudié química y comencé a trabajar de profesora. Tras una tutoría, con un padre muy atractivo, surgió mi gran oportunidad profesional: lucrativa e ilegal. Soy metódica y eficaz en mi trabajo. Sin heridas, todas las víctimas mueren envenenadas. En mis sueños, soy una Kumari que bendice sus cadáveres.

09. Esta batalla sin fin

A la hora acostumbrada el niño se va a la cama. Si le miras con atención, verás temblar su barbilla. Levemente, sin estridencias. Pero nadie lo nota salvo yo, que estoy atenta, tal vez acechante…

Allí nadie le cuenta cuentos. De eso me encargo yo.

El niño no crece; es el ser más adulto del mundo.

Para recordarle mi presencia, doy unos toques bajo el colchón. Y tiembla como una hoja, se aferra a la sábana, patea nervioso, se muerde los labios. Pero no llora…

Incremento mis esfuerzos. Exhalo lentamente en su rostro. Logro un gemido tenue, un suspiro jadeante que me envalentona. Hago crujir la baldosa; me río, conquisto.

«El niño tiene ojeras» meditan los padres mientras observan la película, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. La lid está en su apogeo, una de guerra, no tan virulenta como esta que nos ocupa. Y el niño, tierno, se alza en la cama y consigue mirarme a los ojos. El semblante serio, avejentado, más avezado que el mío.

Según crece su intención, noto desfallecer mis fuerzas.

Me siento a su lado y le abrazo: «Te acompañaré siempre» susurro. En esta batalla sin fin…

08. ALERGIAS Y FOBIAS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Las fobias y las alergias tienen de común el rechazo. Las primeras son rechazo de nuestra mente y las segundas de nuestro cuerpo.

Mi madre era experta en conjuros. No sé de quién los aprendió. Sin duda venían de usos ancestrales del alto Miera. Era, mi progenitora, experta en curar verrugas. Si en la familia aparecía algún averrugado, lo curaba. Nunca reveló su método. El de qué hoja bajo de qué piedra del entorno de qué fuente y el recitado de qué conjuro, se lo llevó a la tumba.

Cuando me llevaban de niño desde Madrid a Santander, al pueblo de Orejo, solar de mis abuelos, mi cuerpo se llenaba de ampollitas diminutas, decían, de “aguadija”. Las razones nunca fueron médicamente diagnosticadas. Sería aquella alergia debida al clima húmedo, los ácaros, las vacas del abuelo o su leche cruda, la torta de maíz, las gallinas o el hedor de la cuadra. Nunca supieron la causa.  Pero para remedios no había otro como mi tío Gelio. Él sabía de todas las pócimas para curar los males de personas y animales. Me hizo tomar una infusión de ortigas y aquellos granitos desaparecieron de mi piel.

Agosto 2025; qué calor; tengo una terrible cenosilicafobia.

07. LA REBELIÓN DE LAS SOMBRAS

Desde siempre he sabido lo que hacían. Decía a todos que mantuvieran las luces encendidas, que no se descubrieran sombras. Se reían de mí.

Las veía arrastrarse separándose de los objetos a los que debían su existencia. Provocaban escenas trágicas que nadie podía explicar entre gritos de desesperación. A mí me dejaban en paz.

Me enviaron al terapeuta para sanar mi fobia. Entré al despacho del galeno. Le pedí como a todos que encendiera todas las luces. Se rio con desprecio afirmando socarrón que en un par de sesiones estaría curado.

Dejó únicamente alumbrando la lámpara de pie detrás de su sofá. Proyectaba una larga sombra, su sombra. Tal como había presenciado mil veces, mientras el psiquiatra me desgranaba su erudita perorata, la sombra se separó de él.

Lo observó con detenimiento y comenzó a ascender por sus zapatos, pantorrillas, rodillas, muslos, vientre, pecho. Cuando llegó a su garganta presionó con deleite. El susodicho fue consciente en ese momento del horror y quiso gritar. Demasiado tarde. Ahí se quedó aterrorizado, asfixiado.

Salí de la consulta encogiéndome de hombros. La sombra me observó tranquila remoloneando satisfecha en el sofá.

06. FOBIÁN, EL METICULOSO ATELOFÓBICO

Mi nombre es Fabián, pero desde niño todos me llaman Fobián.

La primera que tuve (y que persiste) fue la elaiofobia, como Vargas Llosa. Si no puedes con ellos, únete a ellos: motivo por el que me convertí en escritor y productor de aceite de oliva (de Jaén, por supuesto). Actualmente, soy uno de los mejores del mundo (hablamos del aceite).

En la adolescencia descubrí que también padecía socerafobia, por eso me casé con una huérfana, bellísima mujer (me sometí al test de la venustrofobia dos veces). Sé, que además, “disfruto” de algunas otras que todavía no tienen nombre, como la notiquismiquisfobia, o miedo irracional a no ser un tiquismiquis, y desde entonces me he vuelto muy quisquilloso, más aún al conocer que también sufro de una variante no codificada de la tanatofobia: el miedo a morir asesinado. No he tenido otro remedio que hacerme experto de la dark web y estoy en búsqueda internacional por más de quince, aunque en realidad a quien persiguen es a Fabián, no a mí.

05. LETAL (Puri Rodríguez)

Sobrevivió a su pánico infantil a todo tipo de animales. Desde grandes perros hasta diminutas hormigas, cualquier ser vivo no humano había supuesto una auténtica pesadilla para aquella niña, tímida pero muy curiosa.

Con mucho valor y una férrea voluntad, consiguió vencer todos los miedos irracionales que la habían atenazado durante toda su infancia y, un día, hasta se sorprendió acariciando la suave piel de una inofensiva pero enorme serpiente.

Ya al borde de la vejez, constató que, de todas sus fobias, la única que no había logrado superar jamás era la que sentía hacia algo que no reptaba, ni volaba, ni nadaba, ni se deslizaba sobre varias patas pero que, eterno y letal, se extendía sobre la humanidad entera como la peor de las pestes.

Se llamaba: “INJUSTICIA”.

04. CARRUSEL (Ángel Saiz Mora)

Observo el recorrido diabólico. Me pregunto qué tiene de divertido un montaje que desafía los principios físicos para causar sufrimiento.

Tomo asiento en el vagón. Ajusto el arnés.

Comienza despacio, pero se acerca una caída libre seguida de giros bruscos y tirabuzones. Llegaré a estar boca abajo.

El traqueteo metálico sobrecoge. A diferencia de otros, no grito, aunque rechino los dientes, mientras me repito que la posibilidad de accidente es remota.

Salgo de la montaña rusa con el cuerpo baqueteado. Nunca unos pocos minutos fueron tan largos.

Necesito más preparación. Hago cola para subir de nuevo.

Llega el día. Desde que supe que Laura, siempre decidida y valiente, quería que fuésemos al parque de atracciones, me anticipé para superar mi aversión a las alturas en espera de lo peor.

Estoy asombrado. Su actividad preferida tiene un movimiento suave y rítmico, alegría, colores, hasta música agradable. Sonríe conmovida cuando le confieso tanto suplicio previo para poder acompañarla, al creer que sus gustos eran diferentes. Ahora no me equivoco: con algo de vértigo también, pero ilusionante, intuyo una vida a la grupa de caballitos que suben o descienden, altibajos de alegrías y pesadumbres, padres que mueren, un hijo que nace.

03. Savia irlandesa

La abuela rogó al médico que mantuviera vivo al abuelo mientras excavaba un hueco en el patio. Su terquedad era incurable y había decidido morirse para huir al cementerio con su amante. Pero ella no iba a consentir que su espíritu infiel susurrara bobadas bajo la luna a la tumba de aquella pelandusca, así que, obstinada en su creencia de que volver a la tierra no implicaba ser devorados por los gusanos que tanto aborrecía, resolvió instalarle alimentando una higuera que nos ordenó no regar, incluso si languidecía, por respeto a la aversión de su marido a ingerir o usar el agua.

Después de San Patricio, las hojas se volvieron crujientes, cayeron y quedó un palitroque marchito. En otoño, nos sorprendió vistiéndose con brotes escarlata y dos inquietantes higos azul celeste que parecían vigilarnos. Descubrimos entonces que la abuela vertía cada noche una copita de whisky entre las raíces. Cuando ella murió, también la enterramos allí y añadimos al whisky un chupito de anís.

Las chispas descontroladas empezaron en Samhain, al surgir dos furibundos higos amarillos junto a los azules. Tuvimos que suspender el riego alcohólico, remojar las ramas con limonada y atarlas para que no se estrangularan entre sí.

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