Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

44. Cuaderno de campo

Día veinticinco del año dos mil ochocientos

Los ejemplares han iniciado una especie de cortejo. Se miran de modo intenso para luego proceder a un complicado protocolo de tocamientos. El macho exhibe su órgano reproductor mientras la hembra lo introduce en su cuerpo, sin emitir sonidos continúan moviéndose a un ritmo acompasado hasta que caen exhaustos sobre el suelo.

 

Dispongo de suficientes datos para decir que este tipo de actos van a facilitar la reproducción de la especie, aunque la probabilidad de supervivencia es casi nula, en todo el planeta solo quedan cuatro parejas.

Una leyenda almadiana cuenta que en la antigüedad millones de estos seres poblaban la tierra. Construyeron todo tipo de artilugios para facilitar sus vidas, alcanzando altos niveles de desarrollo. A cambio destruyeron ecosistemas y provocaron una crisis climática. Como consecuencia un virus desconocido acabó con todos, y los escasos supervivientes perdieron la capacidad de hablar.

Desde el laboratorio de alta seguridad en el que me encuentro, puedo asegurar que estos individuos multiplican su poder cuando están juntos. 

Concluyo que se trata de una especie muy peligrosa, la tierra vivirá más segura sin ellos.

 

43. Colofón onírico de una pareja acomodada

Apenas hablan entre sí. Cada anochecer, cuando el sol encuentra su refugio y la luz yace en el lienzo de un pintor consumido por la absenta, Margot se baña en los ojos de Fidel. No dice nada, pero él sabe que después de darle un beso seguirá el rastro de los grillos, que escapará por la ventana cubierta con el tul húmedo de su iris como único vestido, que volverá antes de que el rocío o la carama conquisten el haz de las hojas de amaranto, con la piel reverdecida y el vaso de sus senos repleto de una leche transparente.

Apenas hablan entre sí, pero cuando Margot acomoda la almohada y busca un libro en la mesilla, Fidel acaricia su melena y penetra en sus ojos como quien penetra en una gruta mil veces explorada, recorre galerías y regatos y exprime gota a gota los recuerdos. Después se da la media vuelta y se acurruca en su lado de la cama, escala a los rincones a contarle a las arañas historias que ha encontrado en una copa de armañac, a pintar corazones oxidados con las manchas de humedad que condecoran las paredes, mientras la muerte duerme en el armario.

42. Fa

Desde que el maestro Sabatini creó cierta atonalidad en sus composiciones al no utilizarme, más por despiste que por innovar como creen los críticos, mi vida es un infierno. Aquel azar lo encumbró como el gran renovador de la música clásica, y ahora todos siguen sus reglas. El pentagrama se ha convertido en mi particular camino de espinas. Do, Re y Mi me observan desde abajo con desprecio, lo percibo aunque intenten disimularlo con un saludo que apenas dura una fusa, mientras cuchichean entre ellas con sus ruidos profundos y graves. Sol, La y Si me miran por encima del hombro, con aires de superioridad y unas sonrisas falsas que no ocultan sus agudos e hirientes acordes de corcheas revendidas, como si yo fuera una apestada. Los músicos, tan agradecidos siempre de que mi sonido diera equilibrio a sus composiciones, me inspeccionan con ojos vacíos, y me acaban ignorando. El público, además, se ha acostumbrado a los saltos estridentes de las nuevas sinfonías, sonatas, conciertos, valses, divertimentos. Muy a mi pesar, nadie me echa de menos. A la espera de alguna oportunidad que de momento nunca llega, deambulo por mi espacio sin ton ni son, invisible, inaudible, olvidada entre silencios.

41. Retazos de la historia (Miguel Á. Molina)

Deambula por la cabeza del escritor, deseoso de abandonar esa especie de limbo en el que se halla y poder protagonizar alguna de sus historias.
Sabe que esa celda lóbrega donde lo mantienen cautivo ha secado la imaginación del autor y por más que lo intenta no consigue hacerse notar en su mente.

Una madrugada, cuando ya tiene decidido desvanecerse para siempre, la musa lo encuentra arrinconado en una de las pesadillas del escritor.
Desde el primer cruce de miradas el personaje anhela que sea ella quien lo saque del anonimato. Y durante varios encuentros están a punto de llegar más allá, pero ninguno se atreve a dar el último paso.

Desesperada por ver cómo el literato desecha una idea tras otra, la musa se decide a unir sus caminos. Deja de lado las miradas y las indecisiones, toma de la mano a su nuevo amigo, y con tono dulce comienza a susurrarle al escritor.

Cuentan que fue así como la musa logró sumergir al personaje en el universo creativo del escritor. El lugar donde sucedió esto prefiero no recordarlo. De ella nunca se ha sabido el nombre, el novelista se llamaba Miguel; el personaje, hoy inmortal, Alonso Quijano.

 

39. LA DURA INVESTIGACIÓN (Rafa Olivares)

Al otro lado del microscopio, el lambettococo se comporta como si supiera que lo están mirando.  Juega, baila, se esconde, se disfraza y se contonea con un tipo de vacile que confundiría con el de Koch cualquier becario que hubiera abrazado la ciencia huyendo de las letras. Pero lo que más provoca la ira del profesor Lambetto es que aparezca, en la fotografía ampliada, sacando la lengua, bizqueando y poniendo las orejas de soplillo.

38. Miradas

Sentados en la consulta, esperábamos nerviosos el diagnóstico. Ya nos temíamos lo peor, aunque intentábamos mantener la esperanza. El doctor, se sentó frente a nosotros, nos miró fijamente y nos explicó con voz grave la enfermedad, su tratamiento y los cuidados requeridos. Enseguida nuestras manos se buscaron bajo la mesa. Las estrechamos y entrelazamos. Ambos adivinamos una necesidad imperiosa de sentir piel con piel. Estábamos en un verdadero aprieto pues la cosa revestía la máxima gravedad.

Por unos segundos casi esbozo una sonrisa al evocar aquellos instantes felices compartidos a lo largo y ancho de toda una vida en su compañía. Nuestra complicidad era tal que me bastaba mirarlo a los ojos para saber cómo estaba o qué pensaba. Y entonces sucedió. Nos miramos porque queríamos saber cuánto nos quedaba, pero ninguno preguntó. Nos bastó unir y apretar las manos y dejar que el silencio nos empapara a todos. Nos miramos sí, nos miramos y lo supimos. Y eso fue todo.

®mpazdelcerro

37. SU BOCA – EPI

Era su primera visita a la consulta y su minifalda y sus labios perfilados de un rojo intenso me recordaron a la malograda Margaux Hemingway en Lipstick.
Incliné el sillón y el tacto de su pelo me enervó.

Me deslicé con el taburete hacia su costado.

Abrí su boca y sus labios me quemaron los dedos, la miré, me miró y cerró los ojos, me acerqué y olí su perfume.
Le puse un anestésico y me agarró la muñeca y al hacerlo puso el codo sobre mí. Introduje el líquido anestésico en el pliegue vestibular de la mejilla, ella se relajó, pero no retiró su codo.
La lengua, húmeda y sonrosada se movía acariciándome los dedos, tuve que concentrarme en la preparación de la cavidad de la caries.

Obturé el agujero. Cuando encendí la lámpara halógena, su boca se llenó de una luminosidad azulada. Mis ojos iban a los suyos y nuestras miradas confluían, ella movía su brazo y su codo me acariciaba, yo me entretenía en su boca, lengua y en un roce furtivo en sus pechos.
Nuestras respiraciones se acompasaron y enlentecieron, nos quedarnos suspendidos en el tiempo hasta que una patada de mi enfermera rompió el hechizo.

36. ESCUCHANDO SILENCIOS (Isabel Cristina)

Kike llegó muy tarde a casa; ya estábamos sentados a la mesa.

Papá lo miró enfadado y con la boca bien apretada; dominaba todo el espacio. Fue  entonces cuando la abuela carraspeó, intentando cortar con su vieja garganta ese helado aire familiar.

Yo siempre prefería cerrar los ojos, queriendo eludir el mal rato que suponía dar plantón a la hora de la cena en nuestra casa.

Mamá sabía que lo mejor era acariciar el hombro de papá, consolarlo  ante esa maldita y repetida impuntualidad; ella, con su media sonrisa rosa y alineada, intentaba amortiguar un poco la situación, rebajar tensiones…”Tal vez podríamos tomar el puré de verduras antes de que se enfriara”- pensaba.

Por su parte, mi hermano pretendía que funcionara aquello de buscar los ojos de papá y mirarlos de esa manera especial que le pedía paciencia  lanzándole  sus antiguos recuerdos de juventud. A veces le daba resultado. Así que, antes de entrar en casa, nuestro adolescente, rebosante de hormonas,  enamorado y plagado de granos, había ensayado su estúpida expresión que lo declaraba un incomprendido y, a menudo, todo quedaba en nada cuando nuestro inteligente chucho corría a saludarlo moviendo desesperadamente la cola.

35. EL BESO MÁS LARGO

Salí de la fiesta un rato. Te veía tan entretenida con el resto que no pensé que me pensaras. Me di una vuelta, escapé a respirar la noche y a fumarme un cigarro que me supo agridulce. Cuando volví, tú estabas fuera, me buscabas, y me contaste una historia que te había puesto triste. En tus ojos, los ojos más bonitos de todos los universos, un lago verde rebosaba lágrimas. Vi en tu cara la cara más triste del mundo y sentí unas ganas tan tremendas de besarte que sólo fui capaz de no decir ni una palabra, de no mover ni un solo músculo, de no escuchar absolutamente nada que no fuera aquel silencio negro de la noche iluminado sólo por la luz de tus pupilas. El brillo de tus ojos abría puertas, mi deseo cobarde las cerraba.
Pasó el momento y no hice nada, y aún hoy – años después-  me atormenta la torpeza de no haberme tropezado con tus labios. El beso más dulce de mi vida es ese beso que no fue, y es el más largo.

34. Castaño claro casi azul

Hace tiempo que evitamos mirarnos a los ojos. De forma tácita hemos elaborado una minuciosa estrategia, para evitar esa colisión visual. Durante el día, la maniobra evasiva es muy sencilla. Los niños, la tele, la comida… Pero la verdadera pericia esquiva sucede en el silencio de la noche, cuando compartiendo aún la misma cama y, por educación, nos decimos un “buenas noches” aprovechando el último click mirando a la lamparita.

Hay veces que sucede. Es algo inevitable. Sólo entonces, cuando tu azul edén  impacta en mi marrón miel, los cristales de nuestras ventanas se llenan de vaho, aunque fuera el sol se muestre especialmente radiante.

33. Amores que matan

Se bebían la vida. Les quemaban las horas en las manos y no querían perderse ni tan solo un segundo. Siempre juntos y siempre dispuestos a la aventura. A lomos del vértigo, el riesgo y la velocidad. Y los cuatro tenían, en secreto, un amor en común. Enamorados de la más misteriosa y seductora. Pero aquella noche que estrenaron con la misma ilusión que las anteriores, los ojos de Jesús, el benjamín del grupo, se encontraron por fin con los de ella, temblones y grises como un cielo de lluvia. Surgiendo así un flechazo fulminante.

Del accidente, sus tres amigos salieron con heridas leves.

32. CAFETERÍA CUPIDO

CAFETERÍA CUPIDO

 

Daniel estaba sirviendo los cafés a aquellas mujeres que solían merendar allí todos los viernes. Ese día había una nueva incorporación, era difícil no clavar los ojos en sus preciosos ojos azules, mentalmente Daniel recordó la rima de Bécquer y se sonrió. Luego supo que esa sonrisa tampoco pasó desapercibida para Malena.

Entre churros y chocolates charlaban animadamente sobre amor y sexo. ¡Cómo no!, se lamentaban de lo complicado que era coincidir en tiempo y vida con la persona ideal.

Malena se levantó y al pasar por su lado, Daniel pensó que entraba de sopetón en un estado de limerencia absoluta, necesitaba que esa diosa pelirroja se enamorara perdidamente de él.

De todas las amigas fue ella quien pidió la cuenta y cuando el apuesto camarero, todas se habían percatado de ello, fijó su mirada en Malena no hizo falta más, un roce de sus manos y un “mañana te espero para desayunar”.

Daniel despertó temprano envuelto en un aroma a petricor que lo sacó de la cama apresuradamente, se bebió las calles hasta la cafetería temiendo que la lluvia arruinara su cita y entonces la vio cruzar la avenida bajo el paraguas.

Daniel tomó su mano, ella le sonrió.

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