Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

SEP45. APPLE, de María Elejoste Larrucea

En recursos humanos estaban acostumbrados a recibir de todo, así que un folio con un dibujo de un árbol de manzanas verdes y la leyenda de: «pronto, pronto…» no les impresionó lo más mínimo y acabó en la papelera.
Una semana después se repetía la carta con un árbol de rojos frutos que rezaba : «el tiempo se ha cumplido«.  A alguien le pareció raro y avisó a su superior, por si acaso, nunca se sabe…
Cuando en la siguiente destacaba una manzana más grande, más roja, más perfecta sobre todas las demás y la frase gritaba: «Estoy preparado y ¿tú?» entonces saltaron todas las alarmas. Se investigaron las quejas más recientes de clientes, se revisaron los expedientes de las últimas personas despedidas, incluso se contrató a un equipo de expertos psicólogos.
A final de mes se recibía una sabrosa manzana con un mordisco que decía «Pruébame» y se adjuntaba el curriculum de un joven publicista. Todo se relajó y fue contratado de inmediato. Llegó a ser el mejor, la manzana se volvió multicolor y él se hizo de oro. Hoy su imperio nos ha seducido a todos y la fruta del mordisco es plateada, color del dinero. Adios Steve.

SEP44. PUERTO SIN FIN, de Luis Cruz Cubero Villalba

Recuerdo las intensas palabras de mi director de carrera la noche anterior: «a pie de puerto, Jesús y Dani se pondrán a tirar del grupo, los rivales irán cayendo como fruta madura… tú ánimo, que la Vuelta es nuestra”. Puede que en nuestros planes fueran cayendo, pero ya llevamos cinco de los diez kilómetros, y todavía veo la rueda de mis perseguidores en la general. En ese momento, yo pienso que ya no puedo, tengo dudas de mi vida y de mis proyectos. Me pregunto ahora por qué estoy aquí, por qué dar pedales es mi oficio, por qué tenemos que estar aquí… ¡Vaya! Otra pendiente de vértigo en mis ojos, los oídos me zumban, no entiendo nada. Pero después, miro la carretera y lo entiendo todo: veo la rueda de mi compañero de Jesús, pienso en su ayuda durante tantas carreras y comprendo una oportunidad. Jesús me hace una señal y yo entonces cambio el desarrollo y sé que es mi momento. Cuando quedan cuatro kilómetros para la meta, la multitud me jalea, y yo no sé si ganaré por fin la carrera, pero daré todo por esos compañeros, por esta nuestra pasión que es el ciclismo.

SEP43. ÁRBOL DE VENENO, de Mª Carmen Gómez Caro

Salgo de casa dando un portazo. Las lágrimas se asoman a mis ojos y no sé a dónde ir. Hace frío y no he cogido el abrigo. Camino sin rumbo, quizás hacia allá…quizás. Te necesito, pero me vuelves la espalda. No quiero pensar ahora, sólo quiero que la tierra me acoja y me consuele. Mis pasos son erráticos en esta ciudad dormida o muerta. Una herida vieja se vuelve a abrir en mi pecho, y vuelven a salir ramas de viejas penas y racimos de llantos, como cosechas inesperadas. En este árbol de veneno madura una extraña fruta amarga.
He llegado andando al cementerio  y sin ningún sentido, me abrazo a la verja y me siento en el suelo. Todo en mí es lágrimas y furia, y un desear a la vez morir y que llegue el mañana.
Al amanecer, cuando me trago la fruta amarga, vuelvo a casa despacio, sin llorar, entro en nuestro dormitorio y me acuesto a tu lado. Tú duermes fingiendo que nada ha pasado, pero el escape de tu moto está caliente y hay manchas de barro en la entrada. Que me estuviste buscando, lo sé. Que me has perdido esta noche, lo sabes.

SEP42. ¡QUÉ INJUSTA ES LA VIDA!, de Cándido Macarro Rodríguez

Jorge había salido de cacería.
Depredador de playa décadas atrás aguardaba una presa que ya nunca llegaba.
Se agitaba incómodo sentado en la orilla.
La razón no era otra que su trasnochado y minúsculo bañador tipo slip, ridículamente pequeño por donde se le colaba la arena y le provocaba intensos picores.
 La talla del bañador nunca varió con los años, pero la de Jorge había crecido a la par que su vanidad y su obstinación por negar lo evidente.
Por detrás, la exigua prenda cubría sólo una mitad y dejaba al aire la otra, sin poder delimitar si era el “cu”, o era el “lo” la peluda parte que asomaba fuera.
La prominente barriga le caía en cascada hasta el inicio de sus escuálidos muslos y una profunda y permanente marca de calcetín rodeaba sus “jilgueriles” canillas adornando al desfasado quijote.
Incapaz de soportar más el picor decidió incorporarse estirando disimuladamente aquel diminuto taparrabos, pero por una sencilla ley física acababa menguando en el lado opuesto a donde recibía el tirón, dejando asomar, para desasosiego del resto de bañistas, sus precarios atributos, que mejor hubieran debido permanecer ocultos.
Apolíneo playboy de juventud degeneraba, ignorando las señales, en maduro casi pocho.

SEP41. MACERACIÓN EN ALMIBAR, de Estíbaliz Dilla Muñoz

-¡Cómo echaba de menos esa sonrisa!- así da gusto volver de las vacaciones. ¿Depresión postvacacional? ¿Quien yo? Si estaba deseando venir a trabajar, donde sino iba a estar mejor mirada, que por esos preciosos ojos azules. Me he convertido en 58 kilos de fruta madura. Cada palabra de elogio que me brindas mi piel la absorbe como si fuera un melocotón con esa pelusilla que al tacto resulta tan grata,  y no hace falta sacudirme mucho para caer del árbol de la soledad. Cada palabra la anoto, cada mirada la reflejo y cada vez que tocas mi brazo y me dices que está blandito y fresco, me dan ganas de pegarte un bocado. Nuestras conversaciones de tortolitos son absurdas pero endulzan nuestro día a día. De lunes a viernes aparezco con una sonrisa, sabiendo que la estás esperando, al igual que esperabas mi regreso en septiembre después del calor del verano. Alimentamos un amor eterno que sabemos nunca se consumará, pero es tan difícil renunciar a esa complicidad que creamos en cada frase, en cada risa; es como una droga, no podemos dejar de ingerirla y si seguimos consumiéndola nos hará más adictos, pero nos hace tan felices.

SEPT40. ATARDECER DE FRUTA, de Magdalena Carrillo

Aromas de albaricoques, tardes de melocotón, colores de membrillo.  Puesta de sol tras la ventana y voy cociendo poco a poco la mermelada. A fuego lento, lentísimo, se va extendiendo el aroma por toda la casa. Año tras año, toda una vida.
Escribo y doy vueltas, escribo y doy vueltas.
Con mucha delicadeza y cuidado, para que no se pegue al fondo de la cacerola. Pruebo y añado azúcar. La magia de la cocción se instala en la cocina como las palabras se colocan en nuestros labios. A solas y sin pedir permiso. Ambiente del atardecer de los largos días del verano que ya se anuncia. Imágenes de antiguas caravanas cruzando desiertos, dorados, como los albaricoques, como las arenas, como los últimos rayos de este sol que ya se oculta.

SEPT39. FRUTA DE SU TENTACIÓN, de Teresa Elena Hernández Villagómez

La primera mordida fue simple, tan dulce que ni la cáscara restó sabor a la pulpa suave y voluptuosa que paladeaba.
El néctar le escurría por las comisuras en un festín lujurioso, después encajó de nuevo la dentadura en esa suave fruta madura, tan jugosa y apetecible como su olor lo adelantara.
Lentamente deleitó sus sentidos con esa insospechada tentación, paso a paso, sin prisas, bocado a bocado hasta saciar su antojo.
Un grito acompañado de tres golpes secos en la puerta lo interrumpieron: ¡Policía!.
Salió entonces de su trance y se dio cuenta de lo sucedido. De sus labios escurría sangre fresca y horrorizado  soltó de sus brazos a la joven que había conocido apenas un par de horas atrás.
Ella yacía en la cama con la ropa desgarrada y la carne cercenada a mordiscos.
En su delirio, esposado y sin posible defensa, él sólo gritaba que había sido culpa de ella, ella que era fruta de su tentación.

SEPT38. SIEMBRA, de Teresita Bovio

Burbujas de colores alteradas hormonas explotaron en mi sangre cual pimpollos
Rojo  río inundó la tierra nueva de promesas, el virginal surco con amor fue abierto  Comenzó el milagro de amorosa siembra. Primero fue un latido y luego una certeza
Germinó la semilla regada con estrellas Sin anuncios mi cuerpo desató la tormenta.
Y el viejo río amigo derribó las compuertas, un torrente carmín arrasó la cosecha.
Sumidos en la pena, mi cuerpo tierra yerma segó todos mis sueños
No hubo frutos madures guardados en mi cesto

SEP37. LA ABUELA, de Luz Hernández Baute

Sentada en la mecedora acaricio la piel reluciente de la última  criatura de la saga. El contraste de mi mano arrugada con  su delicada carita me traslada a las  tardes de cosecha de mi infancia. Madre colocaba debajo de los  melocotoneros dos grandes cajas, la roja, «para hacer mermelada«, la azul, «para poner en almíbar\. El olor a la fruta nos perfumaba varios días. Más que los melocotones. De pequeñita creí que la ropa y los zapatos nuevos que madre nos traía  también se recogían de árboles de alguna otra parcela. Cuando encuentro mi infancia escondida en los pliegues de mi piel, nueve décadas revolotean debajo de mis párpados y mis suspiros se perfuman con esencia de melocotón.
 Las risas de las mujeres de la casa  escapan del calor de la cocina y  me despiertan a la niña, que se retuerce inquieta. Yo le canto una nana, otra vez, como me encomendaron cuando fueron llegando los nuevos vástagos. Fue la primera vez que me sentí melocotón, como fruta madura que cae en la caja roja.

SEP36. LA MUSA DEL BODEGÓN, de Ricardo J. Gómez Tovar

Se presentó ante él con la plenitud de una fruta madura, alumbrada por encendidos colores perfumados por embriagadores aromas, aunque en el bodegón que reflejaba sus últimos años de vida artística la recordaba mucho más verde. Afirmaba haber venido a quedarse en su estudio, un desangelado cubículo en el que apenas cabía él y cuyos angostos límites no podían tolerar más que aquellos que han nacido con máculas de pintura en la retina. Deslumbró, encandiló, fascinó y cegó con sus múltiples capas de ocre, rojo y granza, sin dejar ni por un instante de mirarle a unos ojos que evitaban la exuberancia de su mirada. Ninguna de estas tretas dio resultado hasta que la recién llegada le descubrió su lienzo. Él se quedó entonces absorto ante aquella naturaleza muerta llena de vida, tan rebosante de madurez en su técnica como en la lozanía de los frutos recreados en la pintura. Buscó ahora la mirada que había evitado, absorbiendo su osadía, esa encarnada y jugosa máscara que aunaba el talento deseado y la inspiración perdida. Después avanzó hacia ella con avidez y le tapó los ojos con una mano. El espejo le vio estampar orgullosamente su firma en la tela.

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