Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

634. SEÑAL, de Golondrina

Jamás se atrevió a contar a persona alguna, lo que le sucedía.
Su corta edad, su inexperiencia, la ausencia de su madre, la obligó a no confesar lo que iba a buscar cada día, en medio del bosque.
Ella siempre se sintió parte de él. En sus momentos difíciles o cuando alguna esporádica alegría la invadía, se escondía en el bosque, sola y buscando la protección que no encontraba en su hogar.
Se sentía acompañada por cada árbol, pájaro o animalito que se le cruzaba en el camino.
El día que su padre, feroz, la golpeó una vez más, huyo a su refugio y una voz la recibió, amparándola.
No veía a nadie, pero la voz que escuchaba le llegaba nítida, como una caricia suave, para su alma lastimada.
Busco a su alrededor la presencia de alguien, pero solo un búho dormido y algunas mariposas, le hacían compañía.
Pensó que no podía ser real, que alucinaba, cuando la voz le aseguró que la custodiaría siempre y la conduciría hasta la felicidad total, junto a su madre.
La púrpura del cielo se ocultó en el horizonte y los párpados de la niña se entrecerraron, llamando a las sombras.

633. RAYO DE LUNA SOBRE FONDO VERDE, de Madreselva 2

Desde el claro, un farallón de abetos lo detiene, tantas son las leyendas que corren sobre el Bosque Prohibido, tantas almas perdidas en el laberinto azul de sus recuerdos.
Pero para ser caballero debe atravesarlo, llegar a la laguna, escuchar el silbido de las ninfas, resistirse a su olor de loto y madreselva, abatir el dragón que le corroe.
La noche lo sorprende. Envuelto en las tinieblas, el brazo preparado a vencer contratiempos, el caballero avanza. Las luciérnagas, inmóviles, lo conducen a un manantial oculto entre la hiedra. Allí, a la luz de la luna, blanca y traslúcida, una doncella espera. Sentada en una roca, en la margen desnuda de hojarasca, le indica el camino a lo profundo. Su mirada verdosa lo hipnotiza, lo llama con voz irresistible. «Ven conmigo».
Es grande su hermosura. Es excesiva. Es casi dolorosa.
El caballero se despoja de armadura y broquel, de capa y escarcelas; se entrega al frío de su mano, a la verde mirada que lo roza en un beso inmortal. «Ven conmigo».
Navega el caballero en la mañana, los brazos extendidos hacia un cielo de árboles, mudas su voz, su espada y su rodela.

632. LOS OJOS DE LA NOCHE, de Madreselva 2

«Niño, si te pierdes, quédate siempre quieto». Pero el bosque lo asusta a cada paso, con su agitar de hojas, su hilván de telarañas, su silbido animal, fantasmagórico.
Sentado en el regato, el niño extiende su cena recién recolectada: fresillas y duraznos con que engañar el hambre y el agua del arroyo, juguetona. «Ya vendrán», se convence.
Si permanece quieto, si sigue los consejos de su madre, lo tendrán que encontrar, abrazado a las piernas, con frío y somnoliento pero vivo. Tan vivo como esos lobos que aúllan a la luna, como el reptar de víboras y el lúgubre volar de las lechuzas; vivo como el tembloroso rocío que se posa en los helechos, como el cuento de ogros que le baila en las sienes cuando intenta dormir tan solo un poco. «Ya vendrán», pronuncia entre dos sueños, atento a esos ojos que, hace un rato, entre arbustos de boj y de tomillo, se clavan en su triste soledad, en su niñez por siempre inacabada, que se acercan con el silencio propio que preludia la muerte.

631. MI BOSQUE, MI CASA, de Madreselva 2

La sierpe del camino asciende entre el hayedo.  Con dócil pesadumbre, los corimbos de algún serbal en flor se desvanecen. El olor del lentisco, el murmullo acerado del arroyo y un aleteo azul de mariposas le niegan el avance. La niñez la persigue, tan breve y tan remota.
Entonces conocía el modo de volver, la fuerza de los robles taciturnos, la amargura del tejo, la madriguera abrupta de los zorros, el silencio necesario a las luciérnagas.
Manuela cruza el puente de madera. El agua entre las piedras aúlla sin descanso. Una rama desciende y se desliza sin prisa por llegar a mar abierto, por perder en las olas su cordura, su sensación feliz de ser un árbol.
Se asoma a la corriente. Calla y duda.
También ella es la rama desatada, desgajada y marchita; también ella navega sin sosiego, la empuja el agua brava de una vida nerviosa a flor de piel. «Lo intenté», se convence. Mas, por mucho que Manuela regrese a la ciudad, ella es salvaje, sus deseos se bifurcan y entretienen cual tronco caprichoso de avellano. Y el corazón le late apresurado a la luz del sendero que pronuncia su nombre.

630. EL BOSQUE SOBRE LAS OLAS, de Ardilla Voladora

Una vez, el rey de Suecia mandó construir una armada para dominar el Báltico. Cien escuadrones partieron a talar los bosques cercanos a Estocolmo. Las hachas asolaron la región. Como guerreros exangües caían los árboles, uno tras otro, profiriendo alaridos milenarios.
– ¡Nos vengaremos!– gritaban al desplomarse.
Allí mismo los serruchos desgajaban los troncos. Inmensos tablones viajaban hasta los astilleros en carretas de bueyes.
Al retirarse los hielos, zarparon a la guerra. A la semana el vigía observó unas yemas que despuntaban del mástil, unos brotes en la proa. Poco después empezó a menguar el ritmo, los navíos no avanzaban. En vano exhortaba el contramaestre a sus remeros que bogasen más rápido. Estaban en alta mar, encallados sin remedio.
Días después las naves se llenaron de ramas. Al poco los barcos se elevaron y quedaron suspendidos en el aire, cada vez más alto. La madera crujía bajo los pies. Las quillas estallaron en pedazos. Perforando lo que se interpusiera en su camino, se abrían paso los troncos. Finalmente, libres de sus carcasas, los renacidos árboles se agitaron, arrojando a los soldados al vacío. Por último despegaron sus raíces y partieron de vuelta a casa, dando grandes zancadas sobre las olas.

629. CON CADA HOJA, de Brizna

Penetran en mí los aromas a romero y a tomillo mientras un tibio sol, que me recuerda al otoño, calienta mis articulaciones haciéndoles rejuvenecer por un momento.
Ese roble, sobre el que grabamos un corazón y nuestros nombres, es solícito conmigo y mientras descanso a sus pies, desplaza sus ramas para que penetre ese sol… y los recuerdos. Nuestro primer beso, nuestro primer juramento de amor eterno. Y tu adiós, cuando me descubriste tu enfermedad y alojaste en mi alma el sufrimiento. Con cada hoja… un recuerdo. Con cada día… un consuelo, pues más cerca te tengo.
Apoyo mis escasas fuerzas sobre un bastón que se lleva mi juventud poco a poco, y con paso lento desando el camino en el bosque, no sin antes volver la vista a ese roble celoso, cómplice  testigo de nuestros recuerdos.

628. VENERABLE DAMA VERDE, de Junco 2

No parecía posible, pero aún estaba allí. Mark pudo comprobar otra vez el rasposo tacto de aquel roble añejo, de aquella “venerable dama verde”, como decía él. Sus raíces habían engordado, de sus hojas ya solo se podía encontrar el color oxidado que las teñía, pues parecía que el letal filo de la guadaña estaba haciendo su trabajo más rápido de lo esperado. Mark se apenó por ello. Al alcance de sus fastuosas raíces y a la boca de ese tupido bosque, conoció a Sara por primera vez y, desde ese momento, aquel árbol fue su punto de encuentro. Hasta que ella murió. “No”, reconoció Mark. Había venido una última vez,  pero no era a causa del amor y la pasión, sino del dolor y el calvario que estaba aguantando. Recordaba haberse puesto a llorar como un niño apoyándose en su corteza, aunque ella se quedó impasible ante su escena plañidera.
Entonces su hija le llamó desde la lejanía con una voz casi inaudible. Mark se marchó lentamente echándole una última mirada de reojo a aquel roble, aquella dama que le había visto en la cúspide del sufrimiento y del amor.

627. EJÉRCITO DE PAZ, de Lince

El árbol de largas ramas, de pequeñas hojas y colores vivos, apaga el largo despertar nocturno de todo un mundo de pequeños seres vivos y enciende el de otro dando paso al ruido del día.
Con el árbol se esconde el suelo del cielo, guardando con sus caídas hojas tesoros vivos, tesoros muertos, sombra plácida que escapa de los rayos dorados del día abierto.
Y no está solo, está bien acompañado de los suyos, casi en formación vigilando el correr de los días, atentos pero indefensos frente a la barbarie de quienes otrora empezaran a desarrollar en ellos su futuro, de donde descabalgaron para continuarlo por si solos.
Verde sobre la faz de la tierra, pulmón lleno de vida, como espadas de la paz clavadas en el corazón del amor.
Debajo del árbol mis brazos abiertos enganchan sus ramas y la energía explota a raudales, atravesando un solo circuito de colores, tesoros, futuro, paz y amor.
Algún día, no cabe duda, al despertar se tendrán que levantar, en armas.

626. COMO SI…, de Raiz 3

Como si de un vehículo se tratara el viento me lleva de viaje por el mundo sin yo saberlo. Así parece que perpetúo la especie que en mi interior cobijo, eso sí siempre y cuando logro germinar y desarrollar el crecimiento de la existencia, para lo cual es necesaria cierta humedad y un suelo nutrido y acogedor. En ese camino del aire estaba cuando recalé en un lugar en el que el viento se convierte en música celestial, dónde no es necesario más que parar para poder asentarse y reposar como semilla de mi especie, junto al río que lo atraviesa, para con la humedad precisa poder crecer, desarrollar la estirpe de mi linaje que viene desde un lugar hermano pero lejano del otro lado de la montaña, pero que el viento y el azar me llevan a poder enraizar en este bosque de hayas, al que un helecho como yo podrán aceptar. Formo parte de este paraje, para a la orilla del río tratar de embellecer con mi verde y mi frescor, participando de la melodía que con el paso acompasado del viento acertaré a tocar junto con las demás hojas de los pobladores de este mi nuevo hogar.

625. ABUELO, ¿QUÉ ES EL BOSQUE?, de Raiz 3

Hay mi pequeño es como si lo viera……
¡Está allí donde la tierra toma vida en toda su extensión, sobre ella y debajo de ella. Donde la fauna y la flora nacida para habitar allí, crece debajo y sobre su manto. Árboles de hojas diversas, frutos rojos y verdes, marrones y ocres colores,  encierran un espectáculo armonioso y acogedor. Se tiñe de tonos diversos y matices ricos según la época del año por la que atraviesa, pero siempre permanece en su interior la infinitud de la vida que atesora. Es el oxígeno de la biosfera. Es la casa de seres fantásticos, a la vez reales y siempre misteriosos. El bosque es eso la casa de la naturaleza y de la vida, del mundo original del que parten las raíces y dónde crecen las razones para vivir desde lo más puro!
Sí mi niño aunque no lo creas eso es y te aseguro que estaba por todos sitios hace muchos años, pero hoy peligra su existencia.
Abuelo ¡quiero ayudar a cuidarlo! ¿Me llevarás a ver uno?
Sí, te llevaré y a buen seguro, nada más verlo……., sabrás cómo cuidar y respetar algo tan bonito como mágico.

624. ENTRA LUZ, de Raiz 3

Entra luz desde arriba, me llega al instante, sé la hora del día por su intensidad, por su calidez. Me huele todo a fresco húmedo de mañana incipiente, sana en los adentros de su espesura, de curiosa hermosura. De la vivencia en este paraje, viene a mis sentidos un estremecimiento de frescor regado de verde generoso que aletea por hojas de esbeltos vegetales con distinto tamaño y grosor, concretados en árboles y especies herbáceas, clases diversas, siempre presentes en la espesura de su conjunto, en el dibujo de caminos caprichosos por los que se deslizan especies de una fauna variada enriqueciendo un entorno, espectáculo de vida en tremenda y sincera armonía, formada por una melodía simpar de hojas rozadas, pisadas de animalillos serpenteantes por el tupido manto vegetal al deslizar sus movimientos por una naturaleza de frutos caprichosos. Misteriosas leyendas de seres maravillosos y fantásticos pobladores de este singular entorno por mí querido, soñado y amado desde la más tierna infancia a la que en este momento regreso y le pongo fin a mi vida en el partir para otro mundo, sabiendo su permanencia infinita capaz de acoger el descanso al pie de un roble sereno de mi bosque terreno.

623. QUÉ FUE DE…, de Brezo

Cada día la mujer atravesaba el bosque para ir al pueblo, donde trabajaba como dependienta. Vivía junto a un claro de la arboleda, en una vieja casa de madera que había heredado de su abuela. Recorría el camino sin inquietud: ya no había alimañas por los contornos y los temibles lobos de antaño estaban ahora en una reserva acotada, casi extinguidos.
      A pesar de su madurez avanzaba con brío. Su rostro ajado se iluminaba con un brillo infantil al contemplar las florecillas del sendero; no se atrevía, sin embargo, a arrancarlas y trenzar con ellas un ramillete, como hubiera hecho en otro tiempo, pues acaso fueran una especie protegida.
      Su marido, casi siempre desempleado, la acompañaba a veces. Era leñador pero apenas encontraba más ocupación que olivar las ramas secas y más bajas de los árboles.
      Escrutó la vereda señalizada para los excursionistas que se proyectaba ante sí, y aceleró el paso. Suspiró hondo mientras se estiraba el raído abrigo de paño rojo, ya descolorido, que le quedaba estrecho. Hacía frío y se puso también la capucha; algunos rizos cenicientos pugnaron por escaparse del gorro. Un pensamiento fugaz la sorprendió: “Caramba, cómo ha cambiado el cuento”.

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