Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

51. DECIR MAGIA, de Raíz

Aquel era un bosque triste, callado, sin gracia y sin alma. Los pájaros no tenían voluntad de alegrarlo con sus trinos, ni el agua del río, de arrullarlo con sus ecos. Las sombras se veían apagadas, y los árboles, solitarios en sus alturas. La vegetación del suelo había comenzado a perder sus hojas, y la que no, se secaba sin remedio. El aire ya no era puro porque se había olvidado de correr detrás de los sueños, y allí, estancado, acumulaba un tiempo sin retornos.

Pero un día, el día en que ellos planearon irse de campamento al bosque y la noche los acogió bajo su carpa de exploradores, algo pasó. Los jóvenes, él y ella, descubrieron el amor, y al primer beso, la magia se escapó de la carpa y cobró vida en la espesura.
No hicieron falta ni hadas ni gnomos, un sentimiento bastó para lograr el prodigio.

50. UN ENCUENTRO, de Muérdago 2

Esa noche la luna lucía esplendorosa en su fría belleza. Las ramas desnudas de los árboles se alzaban al cielo para intentar en vano acariciarla; mientras, el misterioso aleteo de las aves y el corretear furtivo de las alimañas dejaban su poso de desasosiego en el ánimo de Cristina, que avanzaba penosamente a través de la espesura. Ya no le parecía tan romántico el paseo bajo el auspicio nocturno.
Estaba a punto de desesperarse cuando encontró una vieja cabaña. Sonrió, pues el humo de la chimenea delataba que estaba habitada. Confiada, llamó y entró.
Un decrépito anciano echaba leños a un hogar que crepitaba animosamente.
–Pasa, joven –invitó el hombre sin volverse–; ahí te quedarás helada.
–Gracias, creo que me he perdido.
–Suele ocurrir, este bosque tiene sus misterios… Ponte junto al fuego y caliéntate, hallarás en ese puchero algo de caldo –aleccionó el viejo mientras se retiraba discretamente a las sombras–. Sírvete.
 –Ha sido una suerte encontrarle –comentó Cristina mientras llenaba un tazón–, me han dicho que el bosque está completamente deshabitado.
–Y no le han engañado, joven.
Estas últimas palabras sonaron como salidas de una tumba. Ella se giró lentamente, temblando. Estaba completamente sola.

49. LA SAVIA DE LA SANGRE, de Fronda

Mientras su hijo corría tras la pelota en el calvero del bosque, la mujer, guiada por el instinto de supervivencia, se aproximó a un viejo roble. Tras contemplarlo durante  un largo minuto, la joven madre, en un impulso, envolvió el tronco del roble en un emotivo abrazo. El niño, que había seguido los movimientos de su madre con el rabillo del ojo, atraído por el extraño gesto de su progenitora, corrió hacia el árbol y, al instante, se sumó al abrazo. Y, entonces, ocurrió el prodigio que madre e hijo jamás olvidarían: entretanto sentían que la savia corría por sus venas, las raíces del viejo árbol se nutrieron con la sangre de la vida. Fue en ese instante cuando un coro de pájaros interpretó las notas del Himno a la Alegría.

48. EN EL ÚLTIMO MINUTO, de Fronda

Era tarde, pero no demasiado tarde. Aún tenía tiempo de encontrarla. La buscó durante las siguientes horas, y, cuando todo parecía perdido, en el último minuto de la noche, la encontró. Estaba temblando en el bosque, junto a una encina.
       -¿Tienes frío?
       -No.
       -Entonces, ¿por qué tiemblas?
       -Temía que esta vez no me encontraras.
       -Tonta. Ven a mis brazos.
       Y la aurora y la noche se fundieron en la luz del alba.

47. EL GUSTO POR LO PEQUEÑO, de Fronda

A pesar de su esplendorosa belleza, ella sólo se fijaba en las personas menudas. En el bosque había aprendido que a veces lo grande es pequeño y lo pequeño, grandioso; y era una excelente aprendiz, ella, Blancanieves.

46. EL BOSQUE QUEMADO, de Bellota

Aquel otoño del año 112 quemáronse muchos bosques.
Un rayo en el fresno que custodiaba la busta de monte de Flavio, estalló en metralla sobre las ramas de los vecinos robles, el suelo de aquel seco otoño y el tejado de corteza de abedul del chozo.
Los corzos saltaban despavoridos. Otros animales corrían con sus crías en los dientes.
Lo demás quedó al albur del ábrego. Dos días de llamas y siete de brasas. Nueve noches de fuego visible desde el hoy pueblo de Lavín, hogar de Flavio, en el fondo de la Gándara, y desde Velliga, hoy Espinosa de los Monteros.
Lluvias y torrenteras se llevaron las cenizas hasta el Asón, donde se juntaron a las que los regatos arrastraban del incendio del bosque sagrado de la tribu ocupante del valle de Marrón.
Estos dos incendios dieron nombre a dos lugares: el uno Busquemao en el portillo de la Sía y el otro Bosquemado en Ampuero. Uno fue testigo del repoblamiento de Soba por los castellanos y del otro salió Pelayo hacia Covadonga, en el año 912 acogió la juventud del primer Conde de Castilla, Fernán González y en 1605 le dio a la Virgen por hacerse la “Aparecida”.

45. MALEZA INSANA, de Saúco

Recorrió una y otra vez las veredas, sin encontrar nunca el camino principal. Perdido en la broza, desbordado por la hojarasca, hubiera querido salir de la espesura, descubrir un claro en la floresta en el que el sol no tuviera obstáculos. Después vino la lluvia, que inundó los canalones, y todos los tubos. La humedad le volvía loco, aún más. Daba vueltas alrededor del mismo árbol, hasta que el vértigo y los mareos le hacían desvanecerse. Maldecía una y otra vez el bosque del que nunca pudo salir. La lobotomía le había condenado a permanecer en él.

44. EL ÁRBOL SABIO, de Ent

Nos sentábamos bajo su sombra a merendar, mientras nuestra abuela iba desgranando bellas historias que siempre, siempre sucedían en el bosque.  Era la que más sabía de viejas leyendas y nos encandilaba escucharla. El árbol parecía que participara en el relato, protegiéndonos con sus inmensas ramas y aéreas raíces. Me proporcionaba seguridad.
De adolescente me gustaba pasar mis horas solitarias en aquel rincón familiar, al tiempo que le explicaba mis problemas y la incomprensión de los adultos. Me sentía apreciada.
Cuando me casé iba al bosque para visitar a mi querido amigo, y allí seguía como siempre, imponente y acogedor.
Más adelante le presenté a mis hijos para que  se conocieran y era yo quien recordaba los antiguos cuentos a su cobijo.
Ahora ya, vieja y cansada, he subido por última vez a despedirme, y él, tan grandioso y majestuoso como siempre, ha mecido sus ramas afablemente en un largo adiós.

43. BOSQUEJO DE MISTERIO, de El Cuclillo

Los bosques encierran secretos, todos lo sabemos, ¿quién no ha oído miles de historias acerca de relatos fantásticos que acontecen en un follaje boscoso?
Pero yo no creo que sean ciertos, hay mucho mito en todo eso e incluso gente inescrupulosa que lucra con la ilusión y la curiosidad ajena.
Sin embargo, ciertos testimonios que son de mi más absoluta confianza, aseguran que en los confines del globo, allá por el recóndito extremo sur, hay bosques que se comen  árboles. Sí, aunque cueste creerlo es así, toda madera que caiga al suelo, sea naturalmente o por la escasa labor humana que en esos sitios se permite, en cuestión de días desaparece misteriosamente, sin que nadie se la haya llevado, sin que termita alguna la haya siquiera tocado y lo que es más sorprendente aún, sin dejar rastros.
Todo tiene su explicación racional, de todos modos la labor de estos casi invisibles seres estudiados por la micología, realmente puede desconcertar al mejor y más sagaz de los investigadores.

42. LOS HABITANTES DEL BOSQUE, de Lobo

En el bosque hay árboles con ojos, brazos y piernas que de noche despiertan, te miran y si tienen ganas de bromear te persiguen un rato hasta que huyes espantado. En el bosque hay enanos bromistas, duendes canallas que te hacen preguntas que no sabes responder. En el bosque hay bellas ninfas que enamoran y libidinosos sátiros, ogros gruñones y hadas caritativas buscando desamparados a los que proteger. Por el bosque también pululan niños abandonados, lobos feroces y chicas traviesas que se han escapado de casa. Un maníaco armado de un hacha o de una motosierra, buscando a alguien con quien emplear su herramienta y también, también otro, no menos maníaco, armado con un bolígrafo y un cuaderno, buscando inspiración para escribir este relato.

41. EL ÁRBOL, de Trébol

Viernes. Otro día sin más. Mismo trabajo, mismas caras, misma vida… Convencida que lo que se quiere a los 20 no es lo mismo que a los 40. Vienen a mi mente recuerdos de mi niñez, cuando vivía con mis padres en aquel bonito pueblo de montaña. A las afueras había un frondoso bosque. Mi sitio preferido era una explanada de escasa vegetación donde había un árbol peculiar. En su grueso tronco, yo hacía muescas para señalar el día en que me ocurría algo especial, al lado escribía la fecha.
Decido que mañana volveré a ese lugar. En el viaje, voy pensando si mi árbol tan especial continuará  allí. Cuando llego, camino hacia el bosque con cierto nerviosismo. Me sitúo frente al árbol, veo que mi calendario de días especiales sigue allí. Me quedo observándolo durante un momento, suavemente va apareciendo una muesca debajo de la última que yo hice, con la fecha de hoy. Una breve brisa sopla, las hojas del árbol se mecen y escucho: “Los días sólo son especiales porque nosotros hacemos que lo sean a través de pequeñas cosas. Hoy para mí es un día especial, tú regresaste a visitarme”.

40. REGALARÉ TU NOMBRE, de Hada

Aún no sé cómo llegué hasta allí, probablemente alguna amiga harta de mi melancolía decidió, desesperada, hacer un último intento con la naturaleza ya que nada había podido hasta entonces con un dolor de tan dura coraza.
Poco a poco el bálsamo del paraje se coló por los poros de mi piel y mi alma.
Y un día me encontré con mi sonrisa en el espejo. Me costó reconocerla, le daba a mi rostro un aspecto divertido, retador y envolvente, que había olvidado. Recordé que siempre decías que era lo que más te gustaba de mí.
Me paré a escuchar el silencio rasgado por los trinos tempranos de los pájaros, desde mi ventana contemplé el sinuoso sendero que los árboles dibujaban… Era el entorno que me había rodeado los últimos veinte días, el que –paciente- me había devuelto a la vida.
Salí afuera y corrí –agradecida-, y grité y  grité tu nombre, se lo entregué a los árboles, a los senderos, a las ardillas, a los riachuelos, a las flores silvestres, a todos les regalé tu nombre, segura de que ellos sabrían custodiarlo y que si me olvido alguna vez de ser feliz siempre puedo volver a buscarlo.

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