Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

90. CINE, de Jasper

La película ya había empezado cuando la pareja se sentó delante de mí. Pude ver las siluetas recortadas contra la pantalla. Al principio no noté nada, pero cuando ya habían pasado unos minutos percibí la esencia de un perfume que conocía. Puede que fuera ella una de las dos siluetas abrazadas que tenía delante. En ese momento la película estaba en una sucesión de escenas nocturnas y apenas podía distinguir nada, pero entonces ella hizo algo que ya no me dejó duda sobre su identidad: se sacudió el pelo de una forma que sólo la persona que yo conocí podía hacerlo. Mi memoria sumó el olor y aquel movimiento de anuncio de champú y como un resorte me levanté y salí a la noche estrellada. Recordé los versos de Neruda: “en noches como ésta la tuve entre mis brazos”.

89. EL ÁRBOL PREDESTINADO, de Cazador Furtivo

Al cumplir sus quince años, según el ritual de su pueblo situado en el corazón del bosque, María tuvo que hallar su árbol predestinado. Es preciso, el árbol era el que elegía al niño, llamando su nombre, para desvelarle el futuro: tú vas a ser carpintero, tú – pescador, tú – tejedora… y del tronco de dicho árbol tallaban barcos, muebles, telares y otras cosas que traían suerte al niño elegido.
       María recorrió todos los senderos del bosque, sin oír palabra alguna, hasta a la puesta del sol. Entonces, divisó un abeto aflautado que brillaba en una mágica nube de luz. Una voz irreal, suave y fascinante llamó su nombre: María…  Se acerco encantada y lo abrazó. Se quedó así toda la noche, escuchando sus dulces y melancólicas palabras.
       ¿Qué te dijo el árbol? preguntó su madre. ¿Vas a ser tejedora, cocinera?… ¿monja?… ¿o te vas a casar con el Príncipe Azul? La niña negó con dulzura: me dijo que me amaba tanto, que nunca nos íbamos a separar…
       La próxima primavera, María murió súbitamente y del aflautado tronco tallaron el pequeño ataúd en que la niña y el abeto siguieron durmiendo abrazados, inseparables, por la eternidad…

88. HUYE, de Jabalí

Llevaba media hora huyendo. Las piernas como bielas de tren, el vaho espeso en la noche triste, los túneles de ramas negras… y no paraba de repetirse, sintiendo el corazón en las sienes: “ojalá hubiese hecho más ejercicio”.

87. RITUAL, de Savia

A medianoche (a juzgar por la altura de la luna) y aterida por el frío, me tumbé sobre las hojas decidida a morir. Abandoné las esperanza de un rescate mientras el dolor de mi pierna me enseñaba una lección de magnitudes. El viento interpretaba una melodía orquestral. «Una marcha funeraria magnífica»- pensé. Me acordé de mi niña bonita. De cuanto la iba a echar de menos. Me acordé de mis padres, de lo mucho que sufrí al perderlos. Vacié mi mente, me relajé y me sentí preparada para ceder mi calor a la atmósfera y vaciar definitivamente mis pulmones. Y cerré los ojos. Pasados unos minutos, me levanté y caminé los escasos 100 metros que me separaban del jardín trasero de mi casa. Una vez más, mi pequeño ritual en mi «pequeño bosque privado» me hizo sentirme a salvo. Una vez más.

86. PEREGRINA DEL BOSQUE, de Junco

Lentamente, paso tras paso, sólo sintiendo la suave hierba bajo mis pies… Extiendo los brazos como si de pájaro que fuese a alzar el vuelo se tratase… Las puntas de mis dedos acarician madera, hoja,  viento… Lentamente, paso tras paso, respirando profundamente para que el aroma de la madre tierra penetre hasta mis pulmones insuflándoles más vida de la que jamás fui capaz de sentir. Nunca un silencio tan lleno de sonido fue tan maravilloso. El bosque habla miles de lenguas, pero todas ellas hablan como una sola.
Sigo recorriendo un camino sin sendero, y a pesar de no saber que me deparará, sólo curiosidad infantil que pensé que hacía tiempo que había perdido es mi compañera. No necesito más. Hermoso horizonte se presenta ante mí…  Lentamente, paso tras paso, entro en simbiosis con todo aquello que me rodea, me abraza, me hace partícipe. Aquí no soy una extraña entre extraños…aquí solamente un pájaro que quiere alzar el vuelo soy.

85. LATIDOS DE UNA CORTEZA, de Madera

Era del color templado del fuego, como lo es el cielo cuando se apaga la luz de un día soleado de Octubre. Y como lo hace la noche, atardecía en silencio, legando su regazo a aquellos que le visitaban sin más pretexto que el de sobrevivir a los sueños, sin más razón que la de soñar otras vidas. Con sus ojos, como nudos, contemplaba cómo se acurrucaban los duendes a la par que escribían poesía, mientras los senderos de débil trazado acariciaban sus arreboladas ruinas.
Estaba muerto, sí, pero ya no sufría. No tenía hojas, pero las sentía.
Lucía una melena tosca que aclaraba con el rocío, la peinaba con esmero y así le daba la sombra al rayano castaño que le sostenía.
Estaba muerto, sí, se había ido con prisa, pero no había en aquella floresta una corteza que germinara más vida.

84. FUSIÓN, de Lombriz

Aquel amante de la Naturaleza, de los bosques milenarios y de las montañas, se instaló con poco bagaje en el fondo de un bosque tupido y virgen. Enfermaba cada día de belleza, inmerso en el follaje, respirando el aire que se colaba entre las ramas y elevando su cara al sol recibiendo vida y calor.
Un día se retiró a un claro del bosque y desnudo se acostó sobre las hojas caídas de los árboles, mirando al cielo y cegándose con el caliente sol. Al poco, su cuerpo se fue hundiendo en el húmedo colchón de musgo y líquenes; lombrices, caracoles, babosas y serpientes se acercaron, subiendo por su cuerpo, los pájaros se posaron sobre el pecho, las enredaderas lo envolvieron con un traje de clorofila y cuando cerró los ojos, toda esa naturaleza viva comenzó su sinfonía: las lombrices penetraron por sus orificios, las babosas se colaron por la boca, las serpientes se tragaron sus dedos, los pájaros le sacaron sus ojos y las raíces lo penetraron a través de sus poros. Se fue fundiendo con el suelo hasta desaparecer y quedar convertido en el suelo mismo del bosque, como en un hermoso y fantástico abrazo de absorción vital.

83. EL PINO, de Tierra

Este árbol inmenso, allí, apostado en el camino, guarda secretos inalcanzables para nuestra razón. Sus raíces, apoyadas en la tierra, y como símbolo perfecto de pertenencia, asombran por sus formas extrañas y la fuerza que mágicamente emana este fruto de la vida.
Desde su tronco, brotan de este cuerpo unas especies de deformaciones, como tumores, que el propio elemental fue desarrollando para defenderse de las agresiones en su larga existencia.
Mas allá, una rama totalmente seca, muerta, recuerdo de una noche de tormenta y un rayo que fue a parar justo allí, en ese espacio aparentemente sin vida, pero que es ahora la morada feliz de aquel pájaro carpintero.
En un rincón, en medio de su gran cuerpo, hay como una herida nueva, falta parte de corteza y desde una gota casi ínfima de su savia pegajosa y amarilla, el pino derrama una lágrima de dolor.
Cuanta vida ha pasado aquí!
Solo me atrevo a abrazarlo en silencio, con el alma quieta y ansiando oír alguna vez, aunque sea en sueños, la arritmia de sus hojas penetrando en mi ser.

82. LA DECISIÓN, de Nemeton

Es tan pequeño. Los medicamentos no parecen mejorar esa extraña fiebre y la inquietud de su respiración. Ya hace tres días que le encontramos en medio del bosque, con el pulso a punto de apagarse por la sangría que le produjo esa dentellada junto al cuello. Todos dicen que fue Birko, porque iba con él y no ha aparecido. Pero esa no era la dentellada de un samoyedo.
Sé perfectamente que es su padre. Viene a por él. La semana próxima se cumplirán dos años de su propia desaparición. Se fue una mañana a hacer un poco de leña y jamás volvió: un rastro de sangre que se perdía en el monte, ese fue su único rastro. Pero estas tres noches he oído sus aullidos. No sé si es una llamada para nuestro hijo o una advertencia para mí. Sabe que conozco la leyenda del Bosque Negro y lo que debo hacer para poder salvarle; pero sólo hay un crío en el pueblo que pueda ser sacrificado antes de que haya cumplido 7 lunas llenas… nuestro hijo más pequeño. Maldigo sus entrañas negras.

81. EL ALMENDRO, de Camino

Todas las mañanas ando y desando treinta y cinco veces el camino que va de la casa al almendro. Y por las tardes, otras treinta y cinco en verano, y quince menos en invierno.
Al principio la gente del pueblo me saludaba amablemente – ¿dando su paseo, Agustín?, es bueno hacer ejercicio- me decían. Cuando llegaron las primeras lluvias, las mujeres me reñían preocupadas desde las ventanas. Más tarde, pasaron a ignorarme y a murmurar a mi paso, como lo hacíamos nosotros cuando veíamos al niño tonto de Mercedes hablando solo en la plaza.
Pero continué con mis paseos, y aunque había días en los que me desalentaba, ¿recuerdas como desaparecen las lindes del camino bajo las nieves de diciembre? Yo ya había memorizado tus huellas cuando llegó el temporal.
Amor mío, ahora tengo que dejarte, temo que alguna bicicleta madrugadora borre mis pisadas de ayer y no pueda volver a poner mis pies sobre los tuyos antes de que volvamos a vernos.

80. EL ZUMBIDO, de Suelo

Soy el mayor. A mi alrededor los jóvenes se alzan, en busca de la luz. Sin embargo, soy yo el mayor. Disfruto del rumor del agua, que filtra la tierra a mis pies. Disfruto del viento, que mece mis brazos. Disfruto de la luz, de la luna incluso. De los pequeños voladores que hurgan curiosos mis oquedades. Hasta la llegada del zumbido. El zumbido se acerca, más cada día. Lo noto en el suelo. Mis hermanos caen, por cientos. Ha llegado el momento, el zumbido está aquí. Me desarraigan. No se porqué.

79. DETALLES INTERIORES, de Musgo

Sí, el bosque está lleno de magia y si abrazas ese árbol que te gusta, te entregará sabiduría, estabilidad y firmeza; su visión desde lo alto del Monte Saria, recovecos de los ríos y los claros, donde soles otoñales son las luces vaporosas, celestiales, descubriendo mil sorpresas.
Mariposas danzarinas y microclimas, sobrevuelan los silvestres azafranes de corolas violetas o camomilas, que son marco del color acanelado y el dorado de los juntos acerados, coronados por simientes, ya resecas, sujetados a fangueras y arenales.
Te mostrará cada planta y cada seta, cada tronco escalonado por los hongos, transitado en nuestros sueños, por los duendes diminutos…
Ha escuchado el estrellarse de los higos madurados, las castañas erizadas, avellanas y las nueces. Y fue tentado a caminar sobre frutos otoñales.
Oye el río y la cascada, custodiados por los robles y cajigas centenarias, enraizados y arteriales, aquietados como sendas naturales, aferrándose a riveras cenagosas que limitan las corrientes. Frescas aguas que han saciado caminantes, con la paz o con amores, en turbados plenilunios o en crepúsculos radiantes.
Vio flotar las margaritas aprehendidas a largos tallos, enraizadas en los fondos remansados, irisados por la blenda, las arcillas, pedregales…
¡Es mi árbol!

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