Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

149. OJOS PARA UN BOSQUE, de Ardilla 3


Ojos para un bosque recorrer, rápidamente, sin control, o eso parece. Bajo un manto de estrellas, que hace poco no estaban y que ésas si que correrán para mañana volver.

Una familia espera la luz del amanecer para dejarse ver, para dejar de esperar, de vigilar. Pero puede que tal vez mañana no estén y no se habrán ido, estarán… sin estar, con el alma ausente ¡muertos! y entonces éstos si estarán sin control, desaparecidos, pero tal vez y si les acompaña la suerte, mañana el bosque estará otra vez lleno de ojos para ver, para caminar, para disfrutar de él, en definitiva, para contarle al mundo un cuento.
Ahí va un componente de esa familia, es una ardilla preciosa de pequeñísimas dimensiones, rápida, vuela o… eso parece. Ya no está, se ha ido. Por allí parece que se asoma otra, desaparece pero viene otra y otra, y otra más, el bosque se llena de vida, de sombras, de ruidos, y correteos, de crujidos de hojas y ramas, de ese juego que les caracteriza, aunque no jueguen, y sobre todo se llenarán de ojos… de ojos para un bosque.
Los ojos que esta noche estén o no… te estarán mirando.

148. EL SECRETO PERDIDO, de Ardilla 2

Maltrecho y con una profunda herida en el costado avanzaba renqueante hacia una muerte segura el anciano Marchew, aquel que una vez fuera líder de todo el pueblo Dartar, respetuosos seres milenarios, habitantes de los espesos bosques de Dostarchek, allá donde lindaban los caminos de La Tierra Antigua.
Los Hombres, en aras de su continuo afán de expansión, habían atacado el poblado de forma despiadada, arrasando en minutos todo lo que durante generaciones habían erigido los Dartar pacíficamente y en perfecta comunión con su entorno.
La Madre Naturaleza, agradecida por los cuidados del pueblo Dartar, les había revelado muchos años antes un importante secreto, el cual estaban dispuestos a compartir, pero Los Hombres no quisieron escuchar, ¿de qué les serviría un misterioso e intangible secreto, cuando podían hacerse con nuevos territorios de incalculable valor material?
Marchew, con su último suspiro de vida se agarró firmemente al tronco del árbol que le iba a ver morir, miró por última vez a su alrededor, sonrió y se recostó en la tierra húmeda; junto con él quedó enterrado en el bosque para siempre el gran secreto de los Dartar, aquel que Los Hombres jamás poseerían: el secreto de la felicidad. 

147. HOLA, AMA, de Rebeco

Hola Ama:
Sí, soy yo. Tu hija. Estoy aquí en medio del bosque, en aquella cascada que un día te mostré, la del Rio Asón, ¿te acuerdas? Tú nunca fuiste muy buena para recordar los nombres de los lugares. Hoy es domingo y como hace un día estupendo me apetecía caminar por un paraje esbelto. Se me ha ocurrido venir aquí, aunque creo que no ha sido buena idea. Me han venido a la memoria aquellos días de nuestras vidas que pudimos compartir en la montaña, en la naturaleza, en el único sitio donde dejábamos de discutir y donde el humor siempre era bueno. Es un alivio estar sola, porque he roto a llorar y esa es una de las actividades que hago mucho mejor en soledad. Lloro porque hubo un tiempo en que conseguimos ser felices, lloro porque ya no podré verte nunca más ni siquiera para echarte la bronca porque comes poco, lloro porque no recuerdo que fuera capaz de abrazarte y decirte lo mucho que te quería. De todas formas, aunque triste aquí estoy tranquila, lo peor es volver a casa, porque allí ni siquiera tengo paz, y la protección de la naturaleza resulta entonces inalcanzable.

146. LA PIEDRA, de Raiz 2

Allí, en el río infinito, estaba ella. Las aguas cristalinas la acariciaban suavemente, la rozaban con sus susurros de gotas. Todos los días se despertaba observando. Sus compañeras, como ella, aguardaban. A veces, se percataba de que alguna ya no se hallaba en su lugar de siempre. Y se sentía feliz. Todavía podría ocurrir el milagro. Ella no tenía prisa, no sentía impaciencia, podría esperar eternamente, allí en el río infinito, sintiéndolo por su piel de piedra.
En días cálidos aparecían las manos jóvenes, sumergidas en aquel río sin fin, pero nunca se fijaban en ella. Nunca la tocaban, nunca la elegían. ¿Cuándo llegará esa mano que la escoja? Entre todas las demás, a ella, la más bonita, la más redonda. Entonces lloraba, pero en el agua resultaba imposible adivinar qué gotas eran lágrimas. Ella sufría por no ser la elegida.
Hasta un día que una mano se sumergió en el agua fresca de aquel río infinito. Y aquella mano se posó en la piedra anhelante. La mano la recogió con delicadeza y la llevó a su casa, la cuidó, la secó y la mimó. La piedra era feliz en su nueva vida, observada por ojos que la encontraban hermosa.

145. SUCEDIÓ EN EL BOSQUE, de Yedra

La débil luz del sol teñía de rojo el bosque, como un funesto presagio de lo que sucedería horas después. El joven guerrero ajustó el casco sobre su largo pelo rubio y se acercó al gran árbol que crecía a pocos pasos del campamento. Pronto comenzaría la batalla, una batalla que muchos daban por perdida, contra un pueblo llegado desde más allá de las montañas. Acarició lentamente la corteza del árbol, el mismo árbol que había servido para crear el talismán que pendía de su cuello, el árbol bajo cuyas ramas había prometido fidelidad eterna a la alegre muchacha que ahora era su esposa. Clavó sus ojos claros en las negras oquedades de la corteza y rogó con todas sus fuerzas que ocurriera un milagro que les permitiera ganar la batalla. A modo de despedida dedicó un saludo marcial al viejo roble y se volvió hacia el lugar del que procedía la amenaza mientras, detrás de él, sus compañeros comenzaban a despertar lentamente y en el cielo, como si un ser superior hubiera escuchado su silenciosa plegaria, comenzaban a arremolinarse las oscuras nubes que poco después descargarían toda su furia sobre las legiones del gobernador Publio Quinto Varo.

144, QUEMA DE SUEÑOS, de Willow

Alma de bosque mojada en lágrimas descansa sobre su lecho de hojas secas. Nadie conoce de su tristeza y del dolor que siente dentro. Ella no hace daño a nadie pero muchos de los hombres que se adentran y se dejan atrapar por su abrazo sí. Antes de que el sol de un nuevo día nazca, un cielo en llamas amanece despuntando sobre el humo que le obliga a decidir su destino en apenas unas pocas horas, quizás el último que ella vea. Alma de bosque, dulce como la miel, sigue esperando a la joven primavera. Sus colores siempre han sonrojado sus mejillas, ahora pálidas y frías. Ahora su cabello se tiñe de ceniza, ya no quedan flores que adornen el vientre de un lugar de mágica esencia como Alma de bosque. Con los ojos cerrados ella siente que su piel se deshoja poco a poco. El calor abrasador de las llamas derrama su melancolía hasta hacer que pierda la esperanza. Y de su silencio, nace un grito temible, bañado en la soledad de una muerte segura que hace temblar la tierra. Alma de bosque se evapora como la lluvia, en lágrimas de tristeza, se pierde para no volver.

143. TRES BELLOTAS, de Yedra

En un claro del bosque, rodeados de hojas y setas crecen tres robles. Dicen que los plantó Adela, una anciana lugareña poco antes de morir. También se cuenta que cuando su hijo menor la vio salir de casa se percató de que apretaba algo en su mano izquierda y al preguntarle qué era ella, misteriosamente, respondió “son mis recuerdos”.
Su hijo, un hombre de cuarenta años la obligó a abrir la mano y vio que solo llevaba tres bellotas. Ella, adelantándose a su pregunta dijo:
– Sé que parecen tres bellotas, pero en realidad son recuerdos: ¿ves esta tan pequeña? La recogí el día que conocí a tu padre, cuando él regresaba de llevar a pastar el ganado y yo acudía al bosque a recoger setas. Esta más pequeña la encontré poco antes de dar a luz a tu hermano, y estas hendiduras en la caperuza sois tu hermana y tú. La tercera cayó del roble que hay frente a casa el día que nació mi nieta. Siempre han estado conmigo y cada vez que las miro revivo todos esos buenos momentos. Ahora quiero plantarlas antes de estar demasiado débil, así el día que yo falte mis recuerdos continuarán viviendo.

142. TESTIGO, de Canarina

Volví al claro del bosque. Allí la había encontrado.
Los castaños contornaban un pequeño círculo y en la parte alta, un monolito marcado de antiguas inscripciones. La piedra era alta, casi como una persona, con tenues líquenes amarillos cerca  de la tierra.
Por ella regresé. Por oír su voz ronca, de granito y magia, de sabiduría milenaria. Volví para escuchar las historias del bosque, del bosque que había visto crecer y morir, arder y volver a nacer, extinguirse para retornar siempre joven. Creí que estaba cansada de ser piedra, que tal vez le hubiera gustado ser ardilla, erizo, gorrión o ciervo.
Pero no, su orgullo era ser el testigo de la vida alrededor, de la mano agradecida de la naturaleza y de la cruel del hombre. Testigo eterno de las estaciones y los ritos, del fuego y la lluvia. Respetada por los árboles, era el cofre que guardaba los secretos que sólo ellos conocían, una relación que no me era dado alcanzar.
La acaricié largamente. Alrededor, el bosque de castaños, marrones por el otoño agitaba sus ramas, como un cántico a la roca que contenía el misterio de la vida.

141. PROMESAS, de Sendero 2

Mi madre hundía los pies descalzos en la tierra oscura del lecho del río, casi al pie de la cascada, junto al álamo más grande. Pestañeó. Se le humedecieron los ojos. Sonrió como una bella durmiente recién levantada y dijo:
– Sería maravilloso poder quedarse aquí para siempre.
Vino hacia mí, me acarició, sonrió, y emprendimos el camino de vuelta a través de la arboleda.
– Te prometo que volveremos, se está tan bien aquí …
No nos quedamos, ni regresamos nunca. Nos volvimos a casa, a seguir con nuestros miedos y treinta años después uno de esos miedos se la llevó. El día que la incineramos, rompí a llorar por todas nuestras promesas rotas. Quizás esa fuera la primera que recordaba. Ni siquiera sabía dónde estaba aquél bosque.
Las promesas están para sentirse culpable – pensé.
            Pero mi madre, tozuda incluso ausente, se empeñó en hacerme ver lo contrario. Encontré en su viejo monedero una fotografía de la cascada, y detrás, mi nombre y el nombre de un pueblo.
Siempre llevaba los sueños a mano, por si había que cumplir alguno.

140. AL PIE DEL ÁRBOL, de Sendero 2

Vinimos por primera vez cuando aún no nos habíamos atrevido a cogernos de la mano – eran otros tiempos, nos lo tomábamos con más calma, aunque los anhelos eran los mismos -. Resbalé en hojas muertas y tú caíste sobre mí intentando ayudarme. Te vi reír con tantas ganas, que no supe reprimirme. Nuestro primer beso en los labios nos lo dimos empapados y con barro hasta los ojos.
Dijiste que querías una historia de amor de las que acaban con una persona muy viejita hablando a su amor de toda una vida ya ausente. Hasta tenías elegido el árbol a cuyo pie querías descansar. Me trajiste muchas veces. Yo te hacía enfadar, fingiendo no saber encontrarlo en medio de este bosque de castaños. <> rezongabas. Al final, te saliste con la tuya.
Qué magnífica seta de colores con la que has adornado el lecho de hojas donde concebimos a nuestro hijo. Aún me ruborizo al recordarlo. ¡Cómo me conoces! Ya sé que no es comestible, no te preocupes, no haré tonterías. Te echo de menos. Volveré pronto, y creo que será para quedarme.

139. MI SETA, de Sendero 2

Mi seta es la más bonita de este bosque. La adquirí un día de  sol que vino después de un día de lluvia. Es una seta peligrosa, yo creo que eso aumenta su atractivo, como sucede con tantas cosas en la vida, pero me han dicho que eso es una tontería. Un listillo dice que es una amanita muscaria, pero yo la veo más como una vivienda unifamiliar para enanitos del bosque. Yo lo sé, porque soy un enanito del bosque, pero he crecido demasiado, engordado, y me he visto obligado a dejar el reino mágico y a vivir y trabajar con humanos.
Un hada que vive conmigo – que insiste en que no es un hada, aunque la única prueba que me da es que no tiene alas, y yo sé que las hadas de verdad no tienen alas – me ha dicho que la seta se habrá momificado a estas alturas. Le he dicho que no es verdad, y que un día, cuando regrese a mi tamaño, la convenceré y regresaremos al bosque.
Ella insiste en que es todo una tontería, y en que deje de comerme todo lo que encuentro por ahí, por muy bonito que me parezca.

138. BAJO LA LUZ DE LA LUNA, de Yedra

La luna ya había salido cuando me senté en mi piedra favorita, una gran roca que se yergue en el medio de un arroyo, y dejé que las aguas mecieran dulcemente mis pies. Hubo un tiempo en que, una vez al año los habitantes de las aldeas cercanas acudían al bosque para decorar los árboles con cintas de colores, el arroyo se teñía de escarlata con la sangre de los sacrificios y se celebraba un banquete del que yo siempre recibía la mejor parte. A cambio yo me encargaba de proteger a aquellos que se aventuraban en la espesura.
Pero ahora todo ha cambiado: las aguas del arroyo ya no son cristalinas sino opacas y las cintas han sido sustituidas por carteles de colores chillones. En cuanto a mí, ya hace siglos que nadie ofrece banquetes en mi honor, tan solo recibo restos de comida envueltos en papel de celofán.
Descendí de la piedra y contemplé por última vez los árboles a los que, como deidad protectora del bosque, he acompañado desde siempre. Dentro de unas horas, cuando salga el sol concluirá la primera fase de ampliación de la ciudad y mi bosque y yo nos desvaneceremos en la nada.

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