Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

406. EL QUE ROBA A UN LADRÓN, de Cascada

Ayer Herminio subió al bosque, como siempre que dejaba de llover, con sus botas de agua, un chubasquero y una bolsita. Quería coger unos pocos caracoles y volver a casa. Los limpiaría y prepararía como le enseñó su madre y le encantaban a su mujer Sagrario. Pero resbaló en una zona empinada del sendero, de tal modo, que se fue deslizando y paró al toparse con unos arbustos. Se levantó, maltrecho y dolorido, pero al ir a recoger su bolsa se dio cuenta de que del barro asomaba algo. Lo tocó, era metálico, comenzó a escarbar con curiosidad. Por fin logró entender de qué se trataba: una caja fuerte, no muy grande, de las que se tienen en casa. Con el corazón al galope, la desenterró, la metió en la bolsa. ¿Qué contendría? ¿Por qué estaba escondida? Corrió a su casa pensando en cómo la abriría.

Días después, Ernesto, un muchacho de un pueblo cercano, removía la tierra en ese mismo lugar. ¡La había enterrado allí! ¿Dónde estaba la caja fuerte de su abuela? Necesitaba vender las joyas de la vieja para pagar la deuda con su camello. ¿Qué maldito ladrón se la había robado?

405. AQUEL VERANO, de Tejado

Desde el atardecer hasta entrada la noche le gustaba correr por la ciudad con una breve incursión en el bosque. Cuando sus pasos se acercaban al portalón viejo y desvencijado un tropel de recuerdos acudía a recibirle y durante todo el trayecto repicaba en sus sienes.
Era un día seco como tantos de ese verano en los que se asaba la uralita de los tejados de las cabañas y los rayos de sol obligaban a cerrar fuertemente los párpados. Las puertas y ventanas se entornaban logrando un poco de sombra y frescor en la penumbra de las estancias.
De una botella rota, un trozo de cristal atrajo para sí toda la luz y se condensó en él, prendiendo la hojarasca y las llamas nacieron para arder con todo su fulgor y su dominio abrasador arrasando en poco tiempo pastos, rastrojos y parte del bosque. Toda la vecindad actúo rápidamente. Luchaban contra el fuego y en un momento de descuido envolvió a varios jóvenes. Aún peligrando su vida se adentró y salvó a uno de ellos. Después… solo recuerda gritos que ahora trata de olvidar. La vida sigue y hay que avanzar.

404. EL PRINCIPE Y LA LUCIÉRNAGA, de Argiope

Cuando ella entra al bosque por la derecha, él sale por la izquierda. Ella, luciérnaga enamorada, lo busca entre los árboles con la esperanza de verse brillar en sus ojos, de iluminarle la boca. Sueña con esa escena, ella y él frente a frente, recortados contra la luna redonda y ante el mundo. Pero jamás encuentra su mirada. Casi nunca se cruzan sus caminos; y si lo hacen, él, príncipe del castillo dibujado majestuoso al fondo, dueño del bosque entero, pretendiente de princesas y demás, ni tan siquiera repara en su existencia secundaria. Por eso, ella, anhela a diario con desesperación el momento breve en el que estando cerca, aun sin mirarla, él le da la mano para saludar al público al bajarse el telón.

403. SALIDA 249, de Hojarasca 3

Tomé la salida de la autovía en una decisión repentina, fascinado por la mancha rojiza del sol poniente sobre la ladera arbolada. Aparqué el coche en un pueblecito y me adentré en el bosque por un sendero, atento a la luz irreal, mágica, que se filtraba entre las copas de los robles. Descubrí que el horario es un invento urbano cuando la noche me sorprendió sin noción del tiempo. Más allá de las sombras atisbé un brillo amarillento y minúsculo, probablemente el rectángulo de un hueco en un lejano edificio. Me acerqué con la esperanza de que alguien tuviera a bien transportarme hasta el pueblecito. Nada más abrirme la puerta, la dueña de la casa me dijo, como si aguardara mi visita, que uno de los apartamentos estaba libre y preparado. Acepté, ¿cómo no hacerlo, ni dejarse agasajar con una buena cena? Más tarde, a solas en la habitación, probé la cama con esa consciencia recién estrenada de un niño que por primera vez se tumba en una cama como dios manda. En la mesilla había un librito que hojeé, veinte breves relatos en el índice. Escogí uno al azar: «Tomé la salida de la autovía en una decisión repentina…»

402. LA MAGIA DEL BOSQUE, de Luciérnaga 3

 En el bosque se esconden los más recónditos y mágicos lugares del planeta.

Dicen que bajo su tierra, los gnomos cantan sus romanzas, mientras las piedras preciosas salvaguardan.
Dicen que a los más grandes robles los elfos trepan con mucha gracia, con sus juegos y sus danzas custodiando la bienaventuranza.
Dicen que las hadas, misteriosas y muy sabias, poseen grandes alas doradas y las virtudes de las palabras.
Dicen que las hermosas ninfas habitan lo más maravilloso de las entrañas, con su hermosura y apostura encantando las criaturas.
También dicen que hombres lobo en la penumbra acechan, cada noche caminando sobre zarzas en busca de una buena caza.
Por tanto, si en las cercanías del bosque te encuentras y asustado te hallas, no temas, pues las hadas y los elfos te aguardan. Pero si el aullido de un lobo te parece escuchar y sobre una piedra una hermosa criatura te ha parecido divisar, sin duda, tu imaginación no te juega malas pasadas.

401. MIEDO TRANSMITIDO, de Vertiente

Allí, donde levantas la mirada y la vegetación recorta el cielo, donde la brisa acaricia los eucaliptales, donde la hojarasca chisca ante el trotar de los caballos. Allí donde puedes oir el río. Justo ahí aparece, según dicen, una figura que no es terrenal. Al lugar llegaba Jacinto en busca de sus lecheras. El pequeño tenía temor por lo que se comentaba respecto al bosque. Es una confusión a los sentidos.
El menor debía encontrar la manera de vencer el miedo. Caminaba su caballo, cada sonido era aterrador; su respiración se cortaba. Cerraba los ojos para no ver la irrealidad.
Día a día se fue relajando, se permitía disfrutar de los gestos de la naturaleza. La irrealidad fue su aliada en el arreo.
Creando relación con la mujer, la desafía, sin verla; casi con el deseo de conocerla. Ella nunca respondió, comprobó que era tan solo una fantasía.
Jacinto ha podido afirmar que su curiosidad ha servido para salvar una dificultad, perder el temor a lo desconocido.

400. NUNCA ES TARDE, de Cascada

Las primeras luces del alba empezaban a dibujarse en el cielo cuando Ángel e Isabel aparcaron su coche al final del camino. Caminaron por el sendero que se adentraba en el bosque. Las gotas de rocío iban mojándoles la ropa, el pelo, las manos, la cara. Se acordaban del lugar, habían pasado cuarenta años, pero ninguno de los dos se había olvidado de aquello. Por fin, la encontraron. Junto a un riachuelo que ahora parecía seco, no como entonces, seguía el haya junto a la que se besaron y escribieron A x I, aún se distinguían las iniciales. Un beso prohibido antes de que sus vidas tomaran rumbos diversos. Cada uno con una historia destinada a fracasar. Un reencuentro casual hace cinco años que despertó los recuerdos y avivó las brasas. Se miraron a los ojos y, sin mediar palabra, se besaron de nuevo.

“Vamos, no vayamos a llegar tarde” dijo Ángel. Tomaron el sendero hacia el coche. A mediodía se celebraba en el ayuntamiento su boda civil. Muchos menos invitados que en sus respectivas bodas de hace cuarenta años, sólo aquellos que habían sido capaces de entender que nunca es tarde para vivir el amor.

399. CARTA DE AMOR, de Quiróptero en la noche

El último otoño debió transcurrir en blanco y negro, pues no recuerdo haber percibido los colores. ¿Te lo imaginas?

Tampoco hubo quietud durante este invierno, ni fue excitante la primavera.
Rodolfo, el guardabosque, no volvió por el alcornocal, desapareció sin dar explicaciones o consuelo. ¡Pobrecillo! Quizás tampoco él pueda soportar venir aquí y no verte.
También le echo de menos, ¿sabes? ¡Aunque no tanto como a ti, claro! Incluso añoro aquellos ronquidos que amenizaban sus siestas. Hasta donde me alcanza la memoria siempre las durmió aquí, acurrucado entre los dos, protegiéndonos a la vez que se sentía protegido.
¿Te acuerdas de las historias que nos contaba? A mi me daban miedo pero tú disfrutabas tranquilizándome porque, en el fondo, nunca te las creíste del todo. Pensabas que exageraba cuando afirmaba que las explosiones lejanas eran disparos de cazadores y los chirridos procedentes del pinar el sonido de motosierras.
Pero ya ves, tenia razón. Me pregunto porque no apareció ese día, era el encargado de proteger nuestro alcornocal. Te habría salvado.
¿Le habrá ocurrido algo grave? Ni siquiera volvió para recoger la hamaca y se le está estropeando en el suelo.
Es normal, sin tu presencia aquí ya nada se sostiene.

398. LOS PELIGROS DEL BOSQUE, de Lagestroemia

            —Caperucita, coge esa cesta con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días sin ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te entretengas por el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca, sobre todo, a los niños y a los ancianos.
            —Ya voy, mamá  —responde, sumisa, la niña.
            Y así, alegre por volver a casa de su abuelita, la pequeña alcanza las estribaciones del bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de una amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón serrano que gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el mullido musgo que tapiza la sombra del enorme roble y se empapa del variado embrujo nemoro-so.          
            De pronto, le viene a la memoria el peligro anunciado por su mamá y,  olvidando las mil tentaciones que le ofrece la foresta, reanuda el camino. Siente hambre y tentada está de tomar alguna golosina de las que lleva, pero, desiste.
             Tam, tam, tam.
            —¿Quién es?
            —Soy yo, abuelita, ábreme. Te traigo una cesta con provisiones.
            —Hola hija, ¿qué tal estás?
            —Bien, abuelita, bien, pero estoy hambrienta.  ¿Qué tienes, hoy, para  comer?
            —Estofado de lobo.

397. MI ÁNGEL PROTECTOR, de Luciérnaga 3

La frigidez del bosque alcanzaba con pudor mi corazón.
Perdida en las lejanías e íntegramente desorientada, caminaba sobre el rociado musgo que cubría la tierra, buscando desesperadamente el rocoso alcorce del que me había desviado.
El miedo se extendía cada vez más en mi ser, y cada minuto que pasaba olvidada en aquel tétrico y sombrío lugar, más temor sentía mi desdichado corazón.
El aullido de los animales resonaba como un eco explayándose a mi alrededor y la luna, demasiado joven todavía para irradiar su esplendor, vigilaba cada paso que daba desde el hermoso firmamento.
De pronto, pude divisar entre la aglomeración de arboles un centelleo que chisporroteaba con gracia en la tenebrosa oscuridad. Corrí hacia el, intentando eludir el pánico y conservando la esperanza.
El provenir de aquel pequeño centelleo resultó ser una pequeña luciérnaga, que fulgurante, volaba a mi alrededor iluminando una diminuta porción del terreno.
Sentí la desesperación y la locura apoderarse de mi y grité con ansia intentando ser escuchada. La luciérnaga cesó su vuelo y se posó. Presa del delirio supliqué a aquel animalito que me mostrará el camino de vuelta y que me guiara con su luz.
La luciérnaga, mi ángel protector, obedeció.

396. La Anjana del Bosque Cántabro, de El Hada Polvorilla

Desde el más pequeño al más grande, de todos cuido.
Del pequeño gusanillo…Vueltas, vueltas… ¡Qué mareo!… No me atrevo a abrir mis ojos… Tiemblo al pensar lo sucedido. La hojita era verde, tierna, no tendría que haber caído. Me sujeto como puedo, miro… Mi improvisado barco choca contra una roca del río, y sin más preámbulos me zambullo, mi cuerpecito frío se hunde, me resigno a mi suerte.
El calor llega de dentro, y miro sus ojos, brillantes, azules como el cielo, sonríe y me deposita en el suelo.
Del asustado conejillo… ¡Mamá, mamá, muévete!, tienes que correr… Mi cuerpo se pinta de rojo y mi madre no se mueve, tengo hambre y oigo retumbar mis oídos con sonidos desconocidos. Un golpe seco, y el suelo se precipita contra mi hocico. Duele, duele mucho… se derrama mi vida entre las piedras.
Una presión cierra la herida y sus ojos claros iluminan mi miedo, mi soledad, el calor llega de dentro y me duermo en su regazo.
Estoy seguro de haberle dado, ¡maldita rama! qué arañazo… ¿Qué ocurre? Todo está frío, oscuro… Esos ojos tan claros… el frío llega de dentro… ¡Mejor me largo!
Hasta el cazador ha sido salvado…

395. EL REGALO, de El Hada Polvorilla

He caminado durante años por este bosque milenario. Una mañana al salir temprano para mi paseo diario. Andaba con la mente perdida, enredada en mis problemas cotidianos… De pronto me sentí sobresaltada, silencio, me asustó tanto silencio. Miré a mi alrededor, nada parecía fuera de lugar, todo estaba como lo recordaba, pero no, algo faltaba… Ni las hojas secas sonaban al caminar.
Me quedé quieta… No se qué esperaba… Pero mi pecho se agitaba con ansiedad. Mirando a mi alrededor fui notando que todo cambiaba de color. Los verdes eran rojos, los marrones, azules… Me costaba reconocer mi entorno, y algo en mi también se transformó. Eché raíces que penetraron en la tierra fría, húmeda del bosque y mis brazos creciendo, se llenaban de brotes. Pude sentir la vida transportada en mi savia, sentí que era bosque, vivo, tierno, húmedo.
De nuevo abrí los ojos y todo había recuperado su ser, cada cosa volvió a su lugar, a su color, pero no, todo no, yo ya nunca sería igual, mis lágrimas caían derramadas sobre mis pies que volvían a pisar, firmes, la corteza viva, rica que recibía agradecida cada gota que llegaba, y me regalaba… Una pequeña flor.

Nuestras publicaciones