Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

40. REGALARÉ TU NOMBRE, de Hada

Aún no sé cómo llegué hasta allí, probablemente alguna amiga harta de mi melancolía decidió, desesperada, hacer un último intento con la naturaleza ya que nada había podido hasta entonces con un dolor de tan dura coraza.
Poco a poco el bálsamo del paraje se coló por los poros de mi piel y mi alma.
Y un día me encontré con mi sonrisa en el espejo. Me costó reconocerla, le daba a mi rostro un aspecto divertido, retador y envolvente, que había olvidado. Recordé que siempre decías que era lo que más te gustaba de mí.
Me paré a escuchar el silencio rasgado por los trinos tempranos de los pájaros, desde mi ventana contemplé el sinuoso sendero que los árboles dibujaban… Era el entorno que me había rodeado los últimos veinte días, el que –paciente- me había devuelto a la vida.
Salí afuera y corrí –agradecida-, y grité y  grité tu nombre, se lo entregué a los árboles, a los senderos, a las ardillas, a los riachuelos, a las flores silvestres, a todos les regalé tu nombre, segura de que ellos sabrían custodiarlo y que si me olvido alguna vez de ser feliz siempre puedo volver a buscarlo.

39. LUCECITAS EN LA NOCHE, de Erizo

    La noche empezaba a apoderarse del bosque. El reflejo de la Luna Creciente invadió la madriguera de Erizo. Este abrió un ojo, luego el otro, y bostezó. Salió de su nido, observó la Luna y le dedicó un comentario, como hacía todas las noches: “Te estás poniendo gordita otra vez, ¿eh? Así te veo mejor”. Le sonrió y empezó a rodar por los alrededores hecho un ovillito de pinchos, riendo feliz…Era lo que más le gustaba hacer: dejarse llevar por la inercia y aparecer cada vez en un lugar diferente y nuevo del bosque.
     Mientras tanto, cerca del arroyo, un grupo de luciérnagas revoloteaban en busca de algún buen manjar. De pronto, oyeron un golpe, se sobresaltaron y brillaron como sólo en esas ocasiones suelen hacer. Se acercaron y vieron un pequeño ser lleno de púas tambaleándose entre la hojarasca.
     “¡Ay, ay!”, exclamó Erizo, rascándose la cabeza. Miró a su alrededor y se asustó porque no veía con claridad…, estaba todo difuso, borroso… Entre esas imágenes confusas percibió lucecitas moviéndose entorno a él, envolviéndolo, pegando vueltas y más vueltas, como abrazándolo.
     “¡Las estrellas!¡Las estrellas!…¡Han bajado por mí!”, y sonrió.

38. PESADILLAS, de Termita

Hace dos semanas enterré mis miedos en un agujero del bosque junto a las raíces de un viejo arce. Cavé durante horas hasta que el hoyo fue lo suficientemente profundo como para que quedasen atrapadas todas mis pesadillas. Aun así, el fantasma de la chica que asesiné me sigue atemorizando por las noches. Ha cobrado forma de árbol y sus ramas son tan decrépitas y punzantes como la cuchilla de una guillotina. A veces, el espectro se desplaza por las paredes con sus garras sedientas de sangre, con sus hojas ansiosas por devorarme. Me atormenta con el silbido del viento, con el ruido incesante de los pájaros o con el palpitar de las almas que se alojan en su tronco. Viene a por mí. Quiere llevarme.
Cuando enciendo la luz comprendo que todo ha sido un sueño horrible. Son las tres de la mañana. Para matar la angustia, cojo un libro de la mesilla de noche y trato de leer unos capítulos. Con sus afiladas ramas abriéndome en canal resulta muy difícil seguir el argumento.

37. INVIERNO, de Ent

Habían caído bolas de naftalina del cielo, Wis se preguntaba cómo era posible que aquel granizo fuera tan perfecto y tan helado. El ruido de la tormenta en el tejado y en los cristales ensordecía cualquier otro sonido aislado. Pero le pareció oír algo distinto en el exterior. Ella desconocía el miedo. Era valiente y atrevida, por eso no le importaba vivir en el bosque, en lo alto de la montaña, sola y alejada de la aldea; al contrario, le encantaba, podía explorar mejor el infinito sintiéndose más pequeña. Así que salió a la oscuridad a ver qué ocurría. Una de las ramas del  arce gigante que se hallaba  a la entrada se había quebrado por el azote del viento. La oscuridad absoluta era la dueña del espacio. «¿Y si ahora una sombra…?» -pensó-, pero se rió de su propia ocurrencia, al instante. Siempre inventando situaciones al límite de lo humanamente soportable. Volvió de nuevo al interior de su casa, atizó los leños de la chimenea  y continuó escribiendo en paz su relato de terror.

36. EL BOSQUE SE HIZO A LA MAR, de Bellota

Hoy pasta el ganado en la colina que limitan las limpias aguas del Miera y el Aguanaz.
De aquel bosque no queda recuerdo, solo queda…“el nombre”.
Para vestir de quilla a perilla, en las atarazanas de Guarnizo, carabelas, galeras y galeones, fueron cortados los robles más sólidos. Se diezmó la foresta. La sierra y el tronzón, incansables, rumiaron nuestra “selva” trasmerana. Los urogallos atontados por el chute hormonal de sus amores, fueron merienda fácil de leñadores.
Huyeron los corzos, los jabalíes y los lobos.
Después llegó lo peor, las pequeñas piras de humo de lento ascenso de los humildes carboneros de carbón vegetal desaparecieron.
Las fábricas de cañones de Riotuerto y Liérganes devoraban energía. Todo valía, tanto troncos como ramas. No se hacía ni selección ni reposición, se arrasaba.
La madera que no terminó siendo trabajada para construir las cureñas y cureñines de las armas navales, terminó hecha picón en la barriga de los hornos de las fábricas cañoneras. Aun no se utilizaba el carbón mineral y fundir en moldes fusiformes el hierro de Cabárceno, exigía toneladas ingentes del vegetal.
Todo en El Bosque de Entrambasaguas fue victima del hacha, incluso el patrón de su vistosa iglesia: San Juan degollado.

35. PERTENENCIA, de Canarina

Caminaba en el bosque. No sabía adónde iba, ni el porqué de sus pasos. Pero allí, entre los árboles, se sentía acogido por el verdor palpitante de la vida.
Se había despertado de madrugada para ver las constelaciones. Era uno de sus alimentos: las estrellas y sus nombres, las nebulosas, los cúmulos, las gigantes enanas.
Cogió un abrigo y salió a la noche. Así fue como se encontró en el bosque inmenso, inmenso como su tristeza. Caminar en la noche frondosa le resultaba algo atávico, que no podía ni quería controlar. Entre los troncos se sentía seguro, en paz.
Las cortezas emanaron un ligero efluvio, el suelo chasqueó bajo sus pies y únicamente extrañó el titilar celeste. Tropezó con ramas, apartándolas sin temor. Sentía que el bosque le pertenecía de siempre, que los árboles eran su familia, que lo protegerían, que le darían el amor que nunca tuvo. Fue de este modo como lo encontré, abrazado a un árbol y con las extremidades enroscadas a un tronco. Del torso nacían brotes nuevos y por su piel se paseaban bichos minúsculos, arañas y lentos escarabajos. Le adiviné una sonrisa sosegada. Los ojos aún reflejaban el brillo de las estrellas.

34. SUBLIME ELFO, de El Elfo 2

 Así amaneciendo, en medio del bosque se enmarañaba una canción que hacia transportar mi imaginación hasta la luna; de pronto muchas hormigas se rifaban trozos de mis pies,  que inconscientes habían aplastado su casa;  corrí, sin poder con explicaciones quitarme sus angustiadas carrerillas que subían por mis piernas y me  mordían como señal de venganza por el daño causado.
Ya quisiera ser simplemente un elfo para pasear por el bosque  y cantar con las doncellas que se ocultan en los hongos mágicos, ser un elfo para simplemente elevar mi vuelo y besar sin recelo al árbol, que agigantado se mese en su propia casa, o para conversar con el más de todos los sabios; para aprender que ellos:  los árboles del bosque, siempre sabrán equilibrar el universo y que lo hacen sin reverso para que l mundo respire sin tropiezo.
Ser el elfo que grita un pare a la humanidad, ser el elfo que enamore la diosalidad de los astros, de lo oculto de la belleza celestial,  hijo del bosque, protector de su huerfanidad, proteger el bosque para salvar la humanidad… La ropa tuve que despojar para una a una  de mis amigas, las hormigas, desprender sin extirpar.  

33. CANCION DE CUNA PARA UN MIRLO COJO, de Tejo2

Salió al jardín y se sentó en la tumbona, frente a la montaña. Era una mañana fresca, con el sol oculto por algunos jirones de niebla trepando por las laderas. Iba a comenzar a leer cuando, por el rabillo del ojo, un movimiento le hizo volver la cabeza y sonreír. Allí estaba el mirlo cojo, caminando a saltitos cerca de ella, a la caza de algún insecto. Lo vio capturar un saltamontes, sostenerlo en el pico y escabullirse entre las ramas camino del nido.

Una mañana, tiempo atrás, había peinado su cabello, algo canoso ya, y había dejado sobre la hierba un montoncito de pelos que habían quedado enganchados en su cepillo. El mirlo los había cogido y se los había llevado al nido. Sería lana de nido, lecho de alguien. Esos tres huevos, si llegaban a nacer, serían como sus nietos.
Ella leía mientras la niebla levantaba, y de pronto, unos pajarillos negros con el pico amarillo como baberos de niño bien, comenzaron a aletear en el tibio aire de la mañana. Entonces, muy despacio, comenzó a entonar una canción de cuna. La niebla había despejado y el sol ya iluminaba la cresta de la montaña.

MENSAJE PARA LOS HABITANTES DEL BOSQUE

… vuestra buena acogida es un estupendo regalo navideño… gracias.

Quería advertiros dos cosas. El formulario falla a veces y no os dejará enviar los relatos si tienen más de 200 palabras. Podéis utilizar el mail para enviarlos para total confianza de que nos llega.
Otra de las dudas que me consultan: intento hacer un par de entradas al blog diarias para publicar lo que nos va llegando, pero es posible que algún día sólo pueda hacerlo en una ocasión, así que no os preocpuéis si vuestro relato no se publica inmediatamente (no está automatizado y requiere de nuestra preparación); pero reclamádmelo si han pasado 24 horas, porque entonces sí que es posible que NO nos haya llegado.

Estamos tremendamente contentos con la aceptación de este blog… en nombre de las gentes del Molino de Bonaco y del Sendero del Agua queremos agradeceros vuestra participación y la larga lista de mensajes y correos que nos habéis enviado valorando tan amablemente esta iniciativa.

32. YO, ARDILLA, de Rebeco

Paso la mayor parte del tiempo correteando por los troncos de los robles y de las hayas. Me encanta pasar la mañana saltando de copa en copa, emborrachándome con los olores de los pinos. A veces descanso un momento sobre la rama de un abeto para escuchar el canto del petirrojo. Aunque no puedo despistarme y aguzo el oído por si se acerca algún animal no bienvenido. Cuando aprieta el hambre busco bellotas, nueces, cualquier alimento que pueda sacar de la vegetación o que esté caído en el suelo. Lo llevo firmemente entre mis manos de ardilla y ágilmente alcanzo uno de los agujeros que algún pájaro carpintero diseñó para dar cuenta del festín. Tengo unos dientes afilados y largos que pueden abrir cualquier cáscara que recubra los frutos. No se me resiste nada. Después vuelo de árbol en árbol buscando algún amigo para jugar. Y me encuentro felizmente con una comadreja. Ella alaba la forma de mi cola peluda y mullida que me guía en  el aire, y yo le cuento las últimas novedades de las alturas.

31. EL LEGADO DE ARDILLA, de Hiedra

Sabía que se estaba haciendo mayor: cada vez le costaba más trepar por los árboles y ya no era tan ágil como antes. Sin embargo, creía que todavía podía aportar experiencia y sabiduría al grupo y mientras se valiera por si misma seguiría impartiendo sus enseñanzas. Pero un día, su cansada vista le jugó una mala pasada y lo que ella pensaba que era una tierna castaña resultó ser una pequeña piedra que hizo que su preciado y blanco diente saltara por los aires. El grito de dolor se oyó por todo el bosque y sus habitantes corrieron a ver qué había ocurrido. La anciana ardilla, creyendo que se había convertido en una carga incapaz de alimentarse por sí misma huyó lo más rápido que pudo y cuando el resto de los animales encontraron el diente partido y vieron las huellas de su amiga no pudieron contener las lágrimas sabiendo que jamás volverían a verla. El joven tejón enterró la pequeña pieza de marfil en la fértil tierra  y de repente comenzó a llover con armónica suavidad. Un increíble árbol brotó. Y de sus ramas colgaron las más tiernas castañas que jamás se pudieron comer en aquel bosque.

30. PRIMERA HORA, de Elfo

Cándido despertar sonoro de las luces. Ingenua hora la de la luz del alba.  Desperezado el día, columpia sus reflejos en gotas de rocío no estrenadas. Aromas nuevos a trufa oculta, a humus, a bayas, a frutos y a madera. Brotes menudos entre ramas traviesas jugando a ser un árbol. Roces secretos entre las tenues hojas que aún se esconden. Y en alguna parte pájaros sabios que anuncian canturreando sus distancias.  En esa vieja lucha, fiel a su espacio el ave, astuta, vigilante,  sigue clamando al cielo su lugar en la tierra. Por todas partes, ignorando el murmullo de verdes, orugas laboriosas, nidos  sin dueño, agujeros labrados por la hormiga en la roca, madrigueras, refugios, pequeñas cuevas codiciadas, trampas, cornisas y atalayas.

Y en el aire armonía de timbres no ensayados: graznidos, susurros  sibilantes,  brisa, viento, corriente y remolinos. Y en el paisaje aire, luz, penumbra, niebla enredada trepando ese rayo insolente que se atreve a anunciar la mañana en un  lugar en el que nadie duerme.

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