Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

317. UN REGALO INOLVIDABLE, de Riachuelo

He vuelto al bosque. Mis hijas, enseguida, buscan cobijo bajo las ramas de los árboles. Corren de un lado a otro hasta llegar al lugar que buscaban.
-¡Mamá, ya hemos llegado!
 Soplé las diez velas de la tarta. La sala estaba repleta de regalos. Curiosamente sólo puedo recordar uno, el que escondía mi tía en sus manos. Semillas de chopo. Me parecieron ridículas e insignificantes. Además, su destino estaba bajo tierra, y debía desprenderme de ellas. ¿Qué regalo era aquél?
Cuando llego, ellas están inmóviles, intentando alcanzar con la vista la copa del chopo. Hay muchos más alrededor, pero han elegido ése para hacer una parada. Comemos algo y luego jugamos al escondite. Me toca pillar a mí y me abrazo al árbol para contar. 1, 2, 3, 4, 5, 6… Con el paso de los años me he dado cuenta de que hay cosas que sólo se entienden retrospectivamente. El obsequio no fueron las semillas, ni siquiera lo fue el árbol, sino respirar aire puro, escuchar el canto de los pájaros, u observar el correteo de las ardillas. Todo se había diluido en el cemento. Hoy vuelvo al bosque.

316. TEMFLORES, de Flora

    Para recompensarte con mi néctar, en el intercambio de sustancias, te estaba esperando. Llegaste con los primeros rayos de sol. Lo saben las caricias de las otras flores, mecidas con la misma brisa del valle. Querida Abh – Eja, me sorprende tu delicadeza procurando equilibrio a todo el planeta. Nada sería posible sin tu eficacia polinizadora, tanta laboriosidad. Me asombra ver a este humano hablando de nosotras, que nos reconozca imprescindibles para poder hablar de belleza. La sensibilidad de las plantas, luces para corazones enamorados. Me alegra que la gente escriba. El tono y las formas, la paz en las cosas. Siento acercarse con exceso a las vacas pastando, creo estar en su trayectoria. Incluso unos cerdos parecen buscar la cercanía de los chaparros. Nosotras no deberíamos estar aquí, pero ya no hay remedio. ¡Báich, báish! ¡Hála! ¡Al bosque! Les anuncio con polen, temblándome desde el tallo hasta los pistilos. Caro trueque.

315. LABERINTO, de Palosanto 2

Me perdí en un bosque de encinas, olmos y pequeños arbustos. Cuando trataba de orientarme, los búhos y musgos me regañaron diciendo que yo no era escritor. (Pensé que en algo tenían razón, pues si lo fuera, sabría salir del atolladero). Un zorro viejo, amo del lugar, recriminó mi falta de originalidad. Todos empezaron a ulular y con la caída del sol mi situación se tornó desesperante. Sabía que ya estaba casi en la mitad del bosque, luego empezaría a salir. Sólo debía esmerarme en no desesperar. Seguían diciéndome que no podría contar una historia en doscientas palabras. (Lograrlo sería salir del lúgubre acertijo). Pero pude entender que las ciudades, los bosques y los textos se conforman de seres necesarios: hombres, árboles y palabras; cada uno conservando su individualidad. Apareció entonces el árbol más grande que yo haya visto y con gruesa y grave voz dijo: —Ya estás saliendo de tu encierro, has pasado la noche intentándolo, mereces ver el sol del nuevo día.
Nadie lo creerá, pero los árboles se alinearon para permitir mi paso triunfante. Extenuado miré hacia atrás y quedé estupefacto: solamente había doscientas palabras en hileras, como una cascada, separadas por hierba, bellotas y algunas florecillas.  

314. LA ANJANA, de Haya

El abuelo Juan nos contaba muchas historias, pero nuestra favorita era, sin duda, la historia de la Anjana.
«Un día, cuando era joven, el abuelo se perdió en el bosque. Anduvo varias horas sin encontrar el camino de regreso y decidió sentarse a descansar a la orilla de un riachuelo. Estaba inclinado tratando de beber, cuando vio, reflejado en las aguas, un rostro de mujer. Rápidamente giró la cabeza para encontrar a una joven bellísima con el cabello del color de las hojas en otoño y los ojos verdes como el bosque en primavera.
-¿Quién eres?-preguntó
-Soy una anjana del bosque y voy a conducirte a tu hogar-contestó, y su voz recordaba el susurro del viento.
El abuelo tomó la mano que la Anjana le tendía y caminó a su lado hasta que divisaron las luces del pueblo.
Pero, tras recorrer el camino, los dos supieron que no podrían separarse sin ser desdichados para siempre.
Sin embargo, las anjanas deben pagar un caro tributo por abandonar el bosque: perder la inmortalidad y dejar allí su voz.
En ese momento del relato, todos mirábamos a la abuela, que sonreía muda contemplándonos con sus ojos verdes como el bosque en primavera.

313. SACRIFICIO VERÍDICO, de La Enredadera Fluvial

Cuenta una vieja leyenda india una de las más tristes historias de amor en los tiempos antiguos.
En un modesto poblado, habitaba una pequeña tribu indígena. Los amos de los bosques. Los dakotas.
El joven “Ojo Penetrante” se debatía día y noche en demencia. Amaba en secreto a la más bella muchacha que se haya erguido sobre el crepúsculo. Su nombre era “Cielo Estrellado”.
Guiado por un impulso de desesperación y angustia, reunió el valor acometido y dirigiéndose a ella, le suspiró declaraciones nacidas de su alma.
Con el pasar de los años, una terrible epidemia azotó la aldea, llevándose con ella a multitud de pobres desdichados. También arrasó con “Cielo Estrellado” quién murió sumida en la pesadumbre.
La noticia de la muerte de su amada no tardó en llegar a oídos de “Ojo Penetrante”.
Con una actitud altanera, miró al cielo y emprendió su promesa. Escaló con esfuerzo un interminable despeñadero que daba a luz a una gutural cascada. Una vez en la cima, respiró con dureza una bocanada de aire puro, justo antes de precipitarse al vacío, dejando que su cuerpo inerte impactase con las lomas de la montaña, hundiéndose en el abismo.

312. NUESTRO BOSQUE, de Buganvilla

            El día es agotador, las horas y los minutos se desvanecen antes de que podamos tomar conciencia de ellos.
El tiempo pasa sigiloso, escondido y nadie le ve. Las carreras y el estrés se agolpan en nuestra vida diaria y ni tú ni yo, somos capaces de tomar aire y mirar a nuestro alrededor. Cuánto trasiego de gente, de vidas sin saborear.
El bosque nos espera una noche más para escuchar nuestras historias, para entender nuestros vaivenes. Paseamos bajo la luz de la luna, mientras los búhos escuchan atentos nuestros dilemas y nuestros proyectos.
En un susurro me cuentas tus aciertos, en un suspiro te cuento mis anhelos. No debemos molestar a las aves que pronto madrugarán.
Escuchamos el silencio, el aire huele a paz.
No sabemos, no podemos, no queremos vivir lejos de nuestro bosque, el que nos espera cada noche para escucharnos, para regalarnos esas horas y minutos que el día nos roba sin compasión.

311. PIEDRAS, de Buho

            Me encuentro en el suelo, después de haberme golpeado con alguno de los troncos que me observan desde sus copas. Soy pequeña ante la grandiosidad del bosque. Alguien me arrojó aquí. Estoy aturdida, como fuera de lugar. Recuerdo que antes de ser lanzada, me encontraba en un camino, esperando a que algo ocurra. Y ha pasado. Me acompañan en el suelo, hojas marrones, restos de piñas, cortezas, ramas rotas y alguna que otra piedra que desconozco. Varías rocas, con musgo y hierba, parten el suelo, junto con las salientes raíces de los árboles más viejos. Mi redondeado cuerpo protege la huella de algún pequeño animal. Desconozco la fauna de este lugar. Estoy perdida. En mi camino no era así, ya que conocía lo que me encontraría en él. Aquí he de comenzar de nuevo y eso siempre nos cuesta. Acostumbradas a ser transportadas en cualquier bolsillo o bolsa. A ser lanzadas y abandonadas en cualquier lugar, llegar a un sitio nuevo nos ha dificultado la integración. Siempre hemos cantado, ya que se notaba que no pertenecíamos a ese lugar. Como me pasa ahora. Yo no pertenezco al bosque, sino a las piedras del camino que llevan a él.

310. KADYRÁNTROPO, de ElCiensayos

Mi padre era aficionado a la caza, pero no cobraba piezas. Viajábamos a Los Pagos de sus ancestros, cordilleras cubiertas por cedros; había un pueblo rodeado de pomares donde escuchó por primera ocasión hablar de «Lampo» El Jabalí Blanco. Bien podréis advertir que era un barrunto asaz legendario, mas mi progenitor se lo oyó al jorguín de la villa, una anciano nigromante albino que transcurría sus jornadas libando hidromiel que Él elaboraba y como trilero con siete muñecas rusas en los hastiales de la plaza, solazando a los viajeros, y si alguien ganaba, en prenda, le poetizaba con improvisación y oficio en un pergamino, verbigracia. Haiku Bisiesto: «Vencido Enero//Los Veintinueve Infantes//Sitian Febrero»
Tan sugestivo era que mi padre creyó en la bestia mítica de Lo Silvestre y porfió cazarlo. El jorguín fue apocalíptico: «¡Alguandre!»  Anduvimos tiempo y al no conseguirlo, lo olvidó. Sin embargo anteayer noche, por la pista forestal atropellamos algo. Nos pasmamos ante un inmenso jabalí albo, muerto bajo las ruedas. Nos fuimos inopinadamente.
Hoy en el refugio forestal, un cablegrama nos comunica que el jorguín murió de manera enigmática la misma noche.
Y ni rastro del animal en la pista.

309. PLEGARIA POR MI ÁRBOL, de Árbol

Me arrodillé a orillas del bosque. Había ahí un árbol, frontera del bosque, que yo planté.
Lo miré con ojos tristes, él me miró con ostíolos de la despedida. Le hablé con voz de lamento, él me acarició con susurro de aires dulces.
      Hermano árbol derrotado por el tiempo, auguro tu regreso en el retoño que descansa con paciencia y ya se acostumbra a la sonrisa de mis manos. Mi sangre ha de nutrir tu savia, oh, documento perdido de mi infancia, y cuando vuelvas, mi nombre volverá contigo, pues a tu lado me hice hombre.
Guarden tus hojas sol de ahora, como mis ojos guardan nuestro sol conjunto, y que se edifiquen juntos nuestros nidos, para que juntas píen nuevas voces.
Que regrese tu sombra en el verano a regarnos de pájaros el patio y la siesta, con sonido alegre de niñez que desconoce fatigas. Te veré: serás pájaro en vuelo, serás rama platicándome en la siesta del estío. Generoso, construirás el aire en que tranquilos dormirán mis polluelos.
Otra vez será tu fronda, verde y canto. En ti estallará el almíbar que me permitirá saber, ya viejo, si aún soy quien a tu lado ha crecido.

308. ATARDECER, de Árbol

Atardece en el bosque. Trabajo hasta media tarde, llego a ver el último arañazo con que la luz moribunda intenta aferrarse al horizonte arbóreo, previa caída al viejo abismo de las sombras de esperanzas magras.
 Volverá. No crean en padres celosos, diarios amarillos teñidos de sangre, vecinas chismosas, niñas lindas vestidas de envidia.
          El crepúsculo en cada alerce será espléndido nuevamente, magnificado por el haloque ella impregna a las cosas. Cuando ella regrese cargando dulce rubor de novia fresca, sonreirá la madera sutilmente, inhibiendo lo malo sin vivirlo.
            Ella dijo “el martes”. No vino al bosque a perfumarlo y jamás fallaba. Esperé al martes siguiente. No vino ese martes, ni el miércoles.
            Pasé por su casa el sábado. No llamé. El lunes llamé. El padre no me quería: se justifica, nunca fui muy trabajador, me han gustado la música, la noche, las mujeres.
Pero cambié. Por ella. El padre me odia. De celoso, nomás. Por eso me dijo las mentiras más viles: que la asaltaron, que… Entendí: la prefería muerta antes que conmigo. Respondí  que la hallaría…
          Volverá. Nunca crean en padres celosos, diarios amarillos que se tiñen de sangre, vecinas chismosas, niñas lindas vestidas de envidia.

307. EL HACHERO, de Árbol

    Como siguiendo un rito purificador de sus culpas, desprendiéndose de un engarce de esmeraldas ensangrentadas de savia, el hachero limpió, engrasó y guardó su hacha.
Las aves lo miraban, callando su trino, acusándolo con su silencio. Pájaros sin nido lo señalaron con un rumor de alas.
Cual guardadas en ánforas invisibles y etéreas que lo condenaban al ostracismo, las hojas aún verdes pero moribundas, planearon largamente a su alrededor, para tocarlo, para preguntarle antes de dejarse morir.
       El hachero pasó junto a mí, sus ojos buscaron los míos. Quizá buscaba comprensión, quizá complicidad. Le fue menester hablarme, disculparse, explicar.
    –   Treinta y tres pesos – dijo.- Eso es lo que gané hoy. Por eso no miro al árbol, porque pese a la tristeza que me da voltearlo, sé que en cada rama anida la comida de mis hijos.
        Deshojado, el hachero dejó el bosque. Lo dejé irse en silencio, sin preguntas, no le dije nada. Pobre hombre. Pobre hombre. Amante del bosque, del árbol, y comer su pan con gusto a savia de su hermano. ¿Qué podría haberle dicho?
Pobre hombre, ya bastante lo derriban las aves, que en su callar le gritan en la tarde: “asesino, asesino, asesino”…

306. ESCENA ATIGRADA, de Argiope

Iros a buscar moras, dijo mi madre sentándose sobre la manta, anda, que me duele la cabeza. Y nos es que se le quitara comiéndolas, es que así la dejábamos tranquila un rato pensando en sus cosas. Que para eso nos llevaba al bosque. Mi hermano y yo no es que fuéramos malos, lo decía siempre ella, es que éramos traviesos. Se hartaba de repetirlo a todo el mundo. Y las tenderas no nos quitaban ojo, las tías. Yo no sabía bien cuándo lo éramos y cuándo no. Miraba a mi hermano a ver si se lo notaba, ahora sí, ahora no. Y nunca coincidía con los chillidos de mi madre.
La dejamos mirándonos desde aquel claro del bosque. Cogíamos moras para los bolsillos y  nuestras bocas. Y entre las zarzas, la vimos. Negra y amarilla, como lo tigres pero con patitas alrededor. Mi hermano dijo: mátala, que es venenosa. Y ahí vi que mi hermano era travieso. No, dije yo, mejor la cuidamos en casa hasta que se haga grande y luego la soltamos que corra, pobrecilla. Recogimos once más. Y se las llevamos a mamá que, al acabársele las cosas de pensar, se había dormido sobre la manta.

Nuestras publicaciones