Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

305. INVISIBLE MATERNIDAD, de Crisálida

De mi vientre incompleto surge una figura humana. No lo sentí llegar. Los pájaros de la noche se inquietan tanto que me distraen. Ahora mis ramas no me permiten distinguir sus rasgos. La bruma del amanecer se alía con ellas para impedirme identificar a quien me habitó.
            Me he estremecido cuando se ha abierto paso entre mis músculos con sus brazos y piernas. Me ha herido con su angustia, su prisa por salir. Le disculpo que me haya robado fragmentos de mi ropaje.
            Se apoya en mi costado, donde el sol va creando un espacio luminoso… Se aparta perezoso. Camina despacio por la alfombra que he ido tejiendo a mis plantas, parece asustado. Mira una y otra vez en todas las direcciones posibles y por fin se decide.
            Sigo su ruta hasta que la altura de mis ramas es menos poderosa que la espesura del bosque que habito.
            Mi útero hecho de años se queda nuevamente vacío. Siento envejecer de una vejez lenta. Y mientras expando mis débiles hojas en esta nueva primavera, espero que antes de que llegue el definitivo invierno alguna vida me habite. Aunque sea por una noche.

304. SE DESPERTÓ ENTRE ÁRBOLES Y MIEDO, de Serpiente de Cascabel

Se despertó entre árboles y miedo. El aturdimiento rielaba en sus pupilas y en un ulular lejano. Exhaló un gemido cuando se percató de que veía en blanco y negro y de que estaba desnudo. Confuso, se llevó las manos a la cabeza, donde notó un líquido húmedo. De su sien emanaba sangre por una leve herida; pero no sentía dolor, sólo frío que ceñía sus huesos. Comenzó a caminar dejando tras de sí una estela de huellas y de incertidumbre. Iba despacio. La niebla era densa. Dejó atrás los plateados árboles para encontrarse en un claro de aquel bosque. Con las manos temblorosas, palpando la zozobra, fue infiltrándose entre el silencio hasta que pudo ver que una bestia y un bulto se hallaban frente a él. Comenzó a dolerle la sien herida. Sintió un pinchazo en su tobillo y, al verlo, supo que aquello era una serpiente. Fue hacia ella, pero ésta se esfumó asustada más allá de la bruma. Entonces lo vio, se vio, a él, a sí mismo, inerte sobre la tierra. Lentamente, volvió el color en sus ojos. Se despertó entre árboles y miedo.

303. SANATORIO CRUPAL, de ElCiensayos

El hombrecillo estaba lívido en la trocha. En su rostro irreal sangraba una comisura de los labios. Rogó que le guiara «al Edificio» pues se había desorientado; señalaba hacia la silva escabrosa de pinos negros y empecé abriendo tal marcha, hasta que observé escondido entre árboles como hecatónquiros, una especie de palacio de balneario decimonónico, cuadrado y rematado en los vértices por minaretes bellísimos y melancólicos. En su frontis se leía: PREVENTORIO DEL CRÚOR. PATRONATO NACIONAL ANTIESCROFULOSO. Debajo, un huecorrelieve con un templario abrazando La Cruz de Lorena.
Atravesé la puerta giratoria y un salón de metopas y teselas llevaba a la crujía, con dos filas infinitas de camas con dosel vacías una a cada lado, embriagadas en benzoicos aromas. No había nadie y giré buscando a la estantigua a quien acompañaba. Tampoco estaba. Se me puso el vello como escarpias al pensar que iba a ser el paciente perenne y mis pulmones empezaron a crepitar, lo que hizo encogerme. Al erguir de nuevo la cabeza, me vi en ese mismo sanatorio, pero en ruinas, olvidado por los siglos y devorado por la maleza en mitad de bosques ignotos, y huí para siempre como alma que lleva el mismísimo Pateta.

302. LA MAGIA DE LO COTIDIANO, de Margarita

        Los niños jugaron a atrapar la luz y para su sorpresa, la luz se dejó atrapar.
Asustados escaparon y desde lejos volvieron a mirar.
Allí seguían; parecían estrellas sobre la hierba, luciendo intermitentes, temblando como mariposas.
Volvieron sobre sus pasos y lograron apresar una.
Con el puño cerrado corrieron a casa y allí emocionados destaparon su tesoro. Sólo encontraron un gusano negro y feo.
Entonces entendieron que hay magia en lo cotidiano y que sólo en libertad florece lo extraordinario.

301. EL CERVATILLO AGRADECIDO, de Cervatillo-gali

Aquel fin de semana le había prometido a su nieta que harían una incursión al bosque cercano para enseñarle alguna de las especies animales que solían mostrarse sin recelo, como eran pájaros o ardillas, pero lo que jamás esperaba la joven abuela, era dar con aquel ejemplar de cervatillo, tan huidizos ellos ante la presencia  de los temidos humanos. Pero tenía su justificación, ya que al irse acercando pueden comprobar que el indefenso animal está cansado ya de luchar por liberarse de su atrapamiento. Una de sus patas traseras se halla enganchada entre unas raíces a modo de tenaza. Así que cuando se ve salvado al hacer ella palanca con aquel palo seco, este no escapa si no que se queda unos instantes para lamer la mano de benefactora al tiempo que roza su pelaje contra la piel de la joven abuela a modo de agradecimiento. La nieta se queda admirada ante tal reacción para al momento salir corriendo en busca de los suyos que le aguardan a una distancia considerable. La naturaleza es tan  sabia que a veces hablan hasta sin palabras. Que fácil sería la vida si cada uno de nosotros evitara la condena.

300. EN EL SILENCIO DEL BOSQUE, de Eucalipto

Quise dialogar con el silencio. Entonces éste me condujo al único lugar donde podía hablarme: el bosque. Me adentré y ascendí por el sendero lleno de hojas amarillentas que anunciaban la llegada del otoño. 
            Me encanta caminar y escuchar el continuo crujido de mis pasos al pisar las hojas que revolotean a mi alrededor.  El silencio me sugirió que parase y escuchara.  
  -¿Por qué me has traído a este bosque?- Le pregunté.
    No obtuve respuesta. Decidí escuchar. Cerré los ojos. Oí el rumor del viento entre las ramas de los álamos, el piar de los pájaros, sentí los rayos del sol acariciando mis mejillas, abrí los ojos y contemplé todo lo que me rodeaba, parecía que el bosque me abrazara, quisiera detener el tiempo y contarme antiguas historias. Me  habló de cada una de las personas que habían paseado por entre sus árboles a lo largo de los siglos. Fue maravilloso. Sentí que me sonreía.
        Miro mis manos y son ramas, mi piel corteza. Y sé que ahora que he muerto formaré parte eterna de este paisaje.

299. EN LA LAGUNA, de Eucalipto

      Un hombre camina con paso firme por un precioso bosque, con rostro serio pero disfrutando de su paseo matutino. Un viento suave mueve las ramas de los eucaliptos. Se recrea contemplando como una espesa  niebla dota al paisaje de un aire misterioso. Continua caminando, tranquilo; las hojas, el viento… En la lejanía  vislumbra algo brillante. Intrigado  se acerca, es una gran laguna, se aproxima a la orilla; acaricia el agua con una mano, fresca y  pura. Le apetece bañarse, a pesar de ser otoño. No se lo piensa, se desprende de sus ropas y desnudo se zambulle en el agua. Ahora se da cuenta de que el agua está más fría de lo que sintió antes, no le importa. Comienza a nadar, poco a poco el frío va desapareciendo…
        Sale del agua, se siente bien, muy bien. Su cabeza despejada, su cuerpo como más ligero. Algo ha cambiado su alma. Se viste y retoma su camino y se dice a si mismo que con todo y  con sus quebrantos podrá conseguirlo, puesto que  cada día tiene una cita consigo mismo. Renovación. Serenidad.

298. SECRETOS, de Herrerillo

Un coche se detuvo junto al sendero del bosque. Un hombre alto y fornido salió de él. Abrió otra puerta del vehículo y un niño descendió de un salto.
– ¡Qué bonito! ¿Es ésta la sorpresa que me prometiste?
– Si – contestó el hombre-. Pero lo mejor está allí, dónde los hombres son incapaces de entender.
Y señalando hacia la verde arboleda, continuó.
– ¿Ves esas largas cañas de bambú de color verde grisáceo?
El niño asintió con un leve movimiento de cabeza.
– Pues esas cañas danzan al atardecer, al compás de una suave melodía que, juntos, el viento y el agua del riachuelo le cantan como un susurro. Entre las ramas de aquellos frondosos árboles, se reúnen los herrerillos y carboneros para presumir de sus vivos colores, mientras contemplan admirados la caída del sol; y, una vez anochece, el cárabo y el mochuelo, con sus grandes ojos castaños, les arrullan aleccionándoles sobre las estrellas. Aquéllas que con sus brillantes centelleos guiñan, coquetas, en medio de un tranquilo y gran cielo azul.
El hombre paró su relato y miró a su hijo. Sus ojos estaban iluminados por la emoción…
– Si, ésta era mi gran sorpresa- pensó.

297. MUNDOS EXTINTOS, de Madera 3

Las gotas de lluvia, que hacía una hora había caído, guiaban mis pasos, al caer desde las elevadas copas de los árboles, por una senda de olores a eucalipto. Mis ojos se adentraron en un mundo hasta entonces desconocido. Ante ellos se presentó un lugar con un toque casi divino, donde los sueños fácilmente pueden cobrar sentido y el agua es mejor recibida que el vino.
Allí estaba yo, como si el tiempo se hubiera hace mucho detenido, en un bosque cargado de aromas a tierra, madera y verde, de estar muy vivo.
En resquicios como estos es donde habitan las huidizas hadas de los libros. La paz se siente plena y acude a susurrar en tus oídos, mientras el trino de los pájaros se estructura en un adagio por la madre naturaleza dirigido. El ambiente se carga de dulce perfume a lavanda, si los duendes ese día a tu lado avanzan. No hace falta verlos con los ojos, sobra con el resto de sentidos, pues sus pisadas se sienten juguetonas acompañándote durante todo el camino.
Así me sentí, protagonista de un cuento de abuelos echado en el olvido, inmersa en un mundo que pensaba se había extinguido.

296. UNA SONRISA OLVIDADA, de Herrerillo

Llegué… con la cabeza repleta de equipaje, el agotamiento en el cuerpo y mil cosas por hacer. Y seguí andando sin contemplar, adentrándome en el bosque, pendiente de mis cosas y abstrayéndome de todo lo demás. Algo me incomodaba. Tardé en percatarme de qué era. ¿Silencio? No. Se escuchaba tranquilidad. A mi alrededor, verdes pinos se mecían con el aire; silbando viejas y, a la vez, nuevas canciones. Sentí el suave olor del verdor del bosque y el tenue sol del atardecer caer sobre mí. Cerré los ojos unos instantes y me dejé llevar…
Atrás quedaba la multitud bulliciosa hacia sus quehaceres matutinos, el estruendo de los automóviles y el maldito tic-tac que envenena el mundo.
Me pareció escuchar el murmullo del agua, y me acerqué con curiosidad hacia el lugar de dónde provenía. Era un manantial que, divertido, bajaba saltando de roca en roca, salpicando a discreción. Como niños que con alegría y desparpajo chapotean en los charcos después de un repentino chaparrón.
Y sonreí. Me quedé pensativo. Toqué con mis dedos la sonrisa que se dibujaba en mi boca. Casi no podía recordar la última vez que… Y comprendí. Qué importante es sentirse vivo.

295. ALBOROTO EN EL BOSQUE, de Perenne

No se como había llegado hasta allí, pero estaba empezando a oscurecer y me encontraba perdida en el bosque. A mi memoria regresaron terroríficas historias infantiles sobre ogros, fantasmas, y hombres del saco que olfateaban a los niños perdidos en el bosque para llevárselos y comérselos. El viento gruñía con fuerza, los senderos se ocultaban bajo la maleza para que no pudiera verlos y emergieron enormes árboles que se plantaron ante mí de forma desafiante. Con sus ramas jugaban a burlarse proyectando sombras caprichosas, mientras que sus hojas bramaban risas casi sarcásticas. Experimenté realmente el miedo. Acurrucada sobre un matojo distinguí el alboroto de unas pequeñas alimañas y percibí la presencia de lo que podrían ser ardillas, liebres, sapos, jilgueros o urracas. Tímidamente se hacían visibles, pero desaparecían para ocultarse tras su bosque protector. Pero, ¿de que se escondían?, ¿tenían miedo? Sí, tenían miedo de mí, pensé. Me puse en pie tranquila y el viento amainó. Aquellas monstruosas sombras se habían difuminado en la penumbra y sus hojas se mecían como en el sueño de una hamaca. La maleza había construido un camino para mostrarme al fondo un cálido manto de hojas secas. Sobre ellas me quedé dormida.

294. EL GIRALUNA, de Savia 2

            Al Gran Jefe no le gustaba que nadie entrase en el Bosque Blanco y todo el mundo lo respetaba, él mandaba. Naomi, a la tierna edad de once años no entendía esas extrañas exigencias, pero siempre las había cumplido. Hasta ahora. Un día al salir de la escuela algo llamó su atención. Alzó la vista y la visión la dejó maravillada. De los límites del bosque se entreveía un cálido resplandor blanquecino. Olvidando las reprimendas, comenzó un paseo a largas zancadas alegres. No tardó ni quince minutos en internarse entre la marejada de hojas caídas de los chopos que danzaban con la brisa. Ni brujas, ni trasgos, ni duendes. Las ramas bajas arañaban juguetonas sus piernas. Pero ella era feliz, sonreía. Evadida del tic-tac que allí no suena, se internó hasta encontrar un árbol grande que iluminaba el bosque. Con la despreocupación que solo la infancia concede se acercó al árbol y apoyó una mano, había un nombre tallado: Elsa.
– Mi difunta esposa, su tumba permanece inmaculada porque el giraluna vela por ella y confío en que así continúe – le sorprendió el Gran Jefe- volvamos a casa.
Ambos se alejaron sonrientes dejando atrás el giraluna.

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