Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

511. HERENCIA, de Lithobates

Erase una vez un niño que plantó un árbol chiquitito en su jardín. Cada día lo regaba, lo rodeaba, saltaba a su alrededor y cada semana medía su crecimiento. Al principio, el niño creció más que el árbol pero, con el tiempo, no pudo abarcarlo con su abrazo. El niño fue padre, abuelo… y sus hijos, sus nietos… siguieron la tradición y cada uno de ellos plantó un árbol junto al suyo. Así de generación en generación. Hoy nos toca a nosotros.

510. LA NIEBLA, de Musgo Silvestre

Baja cada vez más despacio, se esconde por los troncos, por el musgo, entre los altos ramajes; queda como una sombra tendida bien pegada a la tierra…
En esta hora que se ausenta el día, he cruzado el bosque y entre los claros oscuros, me confundí con ella.
– ¡Me he perdido!
Grito con miedo pero mi voz está lejos y nadie siente lo que digo.
No tengo nada más que hacer, me dejo envolver por LA NIEBLA, ya formo parte de la naturaleza sonora.

509. EL CRIMEN, de El Pato

A  Leidy
El lobo llevaba más de tres días internado en las profundidades del bosque. El frío  y el hambre habían reducido su deseo fervoroso de llegar a la casa de la abuela. Sabía que difícilmente  cumpliría su empresa; y si lo hacía, sería  juzgado  por sus conciudadanos  con la pena más alta del bosque. Deseó ardientemente quedarse allí, cerca del tilo enorme  que lo vio nacer; pero,  si lo hacía –aparte  de ser juzgado- , defraudaría profundamente   las enseñanzas de sus padres.  Así que corrió, corrió como alma que lleva el diablo.
La casa de la abuela se hallaba en el pico más alto de la montaña; su perverso hermano gemelo se la había mostrado más de una vez. Entró apresuradamente a la habitación, con la esperanza de evitar la tragedia. Su esfuerzo fue en vano: el cadáver de la abuela se hallaba apuñalado en la cama, sin ningún signo vital. Desesperado, huyó del  lugar con la certeza que sería victima de la calumnia más infame de toda la literatura.

508. ESPÍRITUS DEL BOSQUE, de Sirope

Llevo tantos años aquí que olvidé mis raíces. Puedo decir, a gritos y desde lo más alto, donde acaricio nubes, que soy feliz. Siempre hay algún imbécil que llega  queriendo dejar huella, hiriendo a alguno de nosotros, en nombre del romanticismo o de la eternidad. Nos tatúan números, letras,  símbolos de lo que creen amor. ¡Triste quien  perpetua su amor a golpe de cuchillo!  Afortunadamente, cada vez son menos,  la Princesa Ecología les sonríe desde alguna conciencia.

Importan los que pasan por este Bosque y dejan que su esencia flote  junto al aroma que  Hada Flora usa para impregnar la Bruma y el olor a  Tomillo y  Eucalipto, ellos se quedan acompañando nuestra Eternidad:  Abetos, Sauces, Olmos,  Encinas, Brezos, Jaras Buganvillas, Duendes y Duendecillos, la Ninfa que juguetea con la Mariposa, ahuyentando la Niebla que se enreda entre  Verdes Helechos y cubre  alguna Hoja Caída, la Hoja de Luz,  quizás una  Hoja Seca que duerme en la Hojarasca  recibiendo La Lágrima del Sauce  y el Eco de la Cascada alegre, mientras la  Bruja Umbría humedece el Sendero  que serpentea hasta La Cabaña del Cazador Furtivo. Soy el árbol más viejo del Bosque.  Quizás yo mismo soy el Bosque.

507. EL VIEJO CAMPANO, de Árgoma

Otra tarde que la niebla sube por el valle cubriéndolo todo, llegara a los puertos antes que el sol se esconda tras las peñas. Camina Toño por el bosque, pensativo, sube a ver las yeguas, como siempre quiere echarlas mas arriba, donde los pastos están sin tocar aun. Ha pasado por los mismos lugares una, dos, tres, mil veces, la roca enorme solitaria, el árbol partido por un rayo, el claro donde alguna vez vio al lobo… Siempre es igual. Pero esta vez ve algo entre unas matas que le llama la atención, se acerca y recoge un campano, sorprendido se da cuenta que es de \»la vieja\», una vaca tudanca de Fermín, un vecino. Mejor dicho era, porque la vaca murió va para 10 años. Lo guarda y cuando baja al pueblo rodea por el callejo que va a casa de Fermín. Le encuentra de espaldas en el patio reparando unas hoyas, no le ha oído, así que despacio saca el campano del morral y lo menea, Fermín deja lo que esta haciendo y sin girarse dice: el campano de \»la vieja\».
Toño lo posa en la tapia de piedra y sigue para su casa.

506. HIJO DEL BOSQUE, de Légamo

El desconsolado llanto de un recién nacido en un bosque llegó a oídos de un viejo ovejero en la canícula del verano. El pastor adoptó al neonato encontrado en medio de la maleza como a su propio hijo que creció con las adornadas historias que le narraba sobre su nacimiento en el bosque.
Un día en la escuela el niño dijo que él era el hijo del bosque. Todos los niños se desternillaron de risa. Le decían que eso era imposible, que esa patraña se la había inventado ese lunático senil del pastor, y al unísono todos comenzaron a berrear llamándole “estiércol de campo”. Además, su pelo negruzco y su tez renegrida incitaba más a ello.
El niño salió corriendo con los ojos vidriosos hacia el bosque y en medio de la hojarasca rompió a llorar maldiciendo al viejo pastor.
Una suave brisa aquietó el viento de mistral tocando las húmedas mejillas del chico simulando el roce de las caricias. En la superficie de su epidermis sintió un tacto tan perfecto que el niño comprendió que ese viejo loco tenía razón. Presintió que el alma del bosque se compungía por él. Sintió que era hijo del bosque.

505. CONSEJOS, de Seta Venenosa

—Cuidado con el Hombre —musitó Gran Pino.
—Cuidado con sus chispas —agregó Fresno Blanco.
Pequeña Acacia desperezaba sus frágiles ramas en la brisa del amanecer, escuchaba y trataba de memorizar los consejos de los que ya daban largas sombras. Más allá, el Joven Abedul reía por las cosquillas que le hacía una ardilla de cola esponjosa y parda.
—Sobre todo, si con el viento —aclaró Gran Pino.
Pequeña Acacia empujó sus raíces hacia el fondo. Pensó en el Hombre —que jamás había visto— y en sus chispas: lo supuso, a él, alto y fuerte como un algarrobo y, a ellas, filosas como los rayos azules que precedían a los truenos. Pero la imagen le resultaba imposible de asir y se le desvanecía aún más cuando intentaba trenzarle el silbido del viento.
—¿Y qué debo hacer si llegan hasta aquí? —preguntó con su vocecilla verde como el musgo.
Gran Pino y Fresno Blanco se miraron entre sí: no tenían la respuesta. Si el hombre con sus chispas llegaba a la par del viento, en el interior de cada árbol se evaporarían los misterios, y serían cenizas todos los pinochos que por las noches poblaban sus sueños, sin que pudieran evitarlo.

504. EL ERMITAÑO, de Hacha y Tajo

La pregunta le trepanaba los sesos. En tiempos de soledad, sin tentaciones, todo había resultado más fácil, con ayunos y rezos le  alcanzaba; aunque muy a su pesar era un hombre aún joven, y brioso. Las complicaciones comenzaron con la visita de esa pobre señora, y del jovencito ciego: los ojos inútiles de éste ya repletos de luz y de vida, el vientre yermo de aquella no cesaba de parir. El bosque se había plagado de lisiados y decrépitos; también de mujeres. “Volveré por la noche”, había dicho sugestiva la condesa K., joven de escote abultado y hombros tersos. No pudo concentrase en las oraciones. Devoró con avidez la magra comida. Observó la llama de los cirios, los íconos. Estaba perdido. Se sabía indefenso frente los encantos de aquel ángel malévolo. Cuando el hermano lego vino a retirar la bandeja con el plato, le pidió que no cortara leña, él mismo lo haría; sólo que le acercara el hacha, y el tajo. Su confesor había dicho que la hermandad no veía con buenos ojos el uso del flagelo, sin embargo, jamás se había referido al eventual caso de una mutilación. ¿Se atrevería?

503. TE ENCONTRÉ AL FINAL, de El Hada Polvorilla

Estoy adentrándome en tu bosque, del que tantas veces me hablaste, se que no te encontraré aquí, pero conocerlo me ayuda a conocerte más a ti. Recuerdo que me hablaste de un pequeño pantano escondido entre los árboles, no se hacia dónde dirigirme, todo me resulta similar. Me llega un olor extraño, aquí son muchos los olores, pero éste es diferente, huele a menta fresca, como tu aliento cuando me besabas. Oigo que me llamas, se que es imposible, pero tu voz me llega nítida, aunque lejana.
Mis pasos dirijo hacia el olor y hacia tu voz, seguro son imaginaciones, pero por alguna señal me tengo que guiar. Mientras camino voy recordando tus brazos, tus besos, tus ojos enamorados, no me fijo por donde piso, ensimismada en mis recuerdos.
¿Qué sucede? Metí los pies en algo blando, no los puedo sacar, busco dónde agarrarme, de dónde tirar, me hundo, me asusto… Grito pidiendo auxilio ¿pero quién me va a escuchar? agotada me dejo llevar… Me rindo a este barro frío, que me va a tragar. Siento tus labios en los míos, dándome aliento para respirar, el calor sube por mi cuerpo y envuelta en tu abrazo permanezco sin más…

502. EL BOSQUE DE LOS DUENDES, de Llanura

Tras una extensa llanura, que parecía interminable, llegué al río. No sin dificultad, logré cruzar al otro lado. De pronto el valle se convirtió en un frondoso bosque, con árboles tal altos que no dejaban ver el cielo. Las ramas se entrelazaban formando tal espesura que apenas dejaban pasar la luz del sol. Llegó un momento en que la vegetación era tan densa que dudé si seguir adelante. Quedé paralizada. Estaba nerviosa y asustada, como no había estado jamás.
De pronto apareció un duende. Tomó mi mano y me guio a través de los misterios del bosque. Había árboles cuyos troncos estaban huecos, y daban paso a pasadizos secretos que eran atajos para moverse por el subsuelo. Algunos árboles eran puertas secretas que comunicaban con el mundo de los humanos. ¡No era de extrañar que los duendes fueran capaces de esconderse tan bien a la vista de los hombres! Otros tenían escaleras de caracol escondidas en su tronco, que subían a la copa, donde las hojas se convertían en blando algodón sobre el que saltar tan alto que era posible llegar a tocar las estrellas. Y desde donde deslizarse velozmente hasta el suelo por lianas cual si fueran toboganes gigantes.

501. LA CIMA DEL BOSQUE CAUTIVADOR, de Musgaño

Me até los cordones de las botas de monte de manera que los dos cabos encerados quedaran exactamente a la misma altura; sacudí enérgicamente los pies para que se desprendiera de las suelas la tierra reseca  y me dispuse a intentar llegar a la cima más alta del bosque.
El camino comenzó con una pendiente suave de hojarasca crujiente. Disfruté acariciando con mis pies aquel manto sin dueño. Levanté la mirada y  el paisaje me conmovió con su belleza desnuda.
Pronto alcancé uno de mis lugares predilectos de aquel recorrido, una cueva que nadie había profanado antes que yo. Acaricié el musgo suave que cubría los alrededores, jugué metiendo mis dedos entre la humedad y, bajo la tierra, encontré un codiciado tesoro.
Reanudé la marcha y el bosque formó una planicie de ensueño en la que me tumbé a descansar. Posé mi cara en el césped aterciopelado y allí disfruté de su olor y suavidad.
Sentí que la cima no quedaba lejos,  así que aceleré el paso con firmeza y movimientos acompasados. Finalmente alcancé la maravillosa cascada torrencial que, de forma generosa y con un placer de todo punto indescriptible, colmó mis ojos, mi vida y todos mis sentidos.

500. EL VIAJE DE LOS RELATOS, de Manantial Brumoso

Atravesé el Atlántico en mi aeroplano de tela, y como iba al ras del océano parecía que era arrastrado por musas acuáticas que en la península ibérica tenían nombre. Soplaban Nuberos  y Ventolines. Había leído en mi libro digital, formado a mano con hojas del árbol de luz, sobre la mitología cántabra. Llegué al bosque por mar; creí ver al hombre pez. Pretendiendo conocer las tierras de donde provenían los relatos, descendí al sur subiendo la montaña. Mientras caminaba entre los tejos alguien tiró una pedrada, lo adjudiqué al malvado Ojáncano o a travesuras de Trasgus. Al cruzar el río confundí libélulas con Caballucos del diablo. Encontré tendida en la hierba la corona de flores de la Anjana. Escuché la flauta del Musgoso. Supuse Ijanas robando miel de la colmena; un Trenti disfrazado de corteza. En la cocina de la estancia que me dio posada encontré las pequeñas huellas de harina del Trastolillo. Imaginé pero no vi criatura alguna. Cansado me eché a dormir y desperté con otros ojos, en otra Cantabria. De noche hubo fiesta, los susurros y las voces del bosque se dejaron escuchar. Las historias eran ciertas, pasearé en forma de fuego y lechuza con las brujas.

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