Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

46. EL BOSQUE QUEMADO, de Bellota

Aquel otoño del año 112 quemáronse muchos bosques.
Un rayo en el fresno que custodiaba la busta de monte de Flavio, estalló en metralla sobre las ramas de los vecinos robles, el suelo de aquel seco otoño y el tejado de corteza de abedul del chozo.
Los corzos saltaban despavoridos. Otros animales corrían con sus crías en los dientes.
Lo demás quedó al albur del ábrego. Dos días de llamas y siete de brasas. Nueve noches de fuego visible desde el hoy pueblo de Lavín, hogar de Flavio, en el fondo de la Gándara, y desde Velliga, hoy Espinosa de los Monteros.
Lluvias y torrenteras se llevaron las cenizas hasta el Asón, donde se juntaron a las que los regatos arrastraban del incendio del bosque sagrado de la tribu ocupante del valle de Marrón.
Estos dos incendios dieron nombre a dos lugares: el uno Busquemao en el portillo de la Sía y el otro Bosquemado en Ampuero. Uno fue testigo del repoblamiento de Soba por los castellanos y del otro salió Pelayo hacia Covadonga, en el año 912 acogió la juventud del primer Conde de Castilla, Fernán González y en 1605 le dio a la Virgen por hacerse la “Aparecida”.

45. MALEZA INSANA, de Saúco

Recorrió una y otra vez las veredas, sin encontrar nunca el camino principal. Perdido en la broza, desbordado por la hojarasca, hubiera querido salir de la espesura, descubrir un claro en la floresta en el que el sol no tuviera obstáculos. Después vino la lluvia, que inundó los canalones, y todos los tubos. La humedad le volvía loco, aún más. Daba vueltas alrededor del mismo árbol, hasta que el vértigo y los mareos le hacían desvanecerse. Maldecía una y otra vez el bosque del que nunca pudo salir. La lobotomía le había condenado a permanecer en él.

44. EL ÁRBOL SABIO, de Ent

Nos sentábamos bajo su sombra a merendar, mientras nuestra abuela iba desgranando bellas historias que siempre, siempre sucedían en el bosque.  Era la que más sabía de viejas leyendas y nos encandilaba escucharla. El árbol parecía que participara en el relato, protegiéndonos con sus inmensas ramas y aéreas raíces. Me proporcionaba seguridad.
De adolescente me gustaba pasar mis horas solitarias en aquel rincón familiar, al tiempo que le explicaba mis problemas y la incomprensión de los adultos. Me sentía apreciada.
Cuando me casé iba al bosque para visitar a mi querido amigo, y allí seguía como siempre, imponente y acogedor.
Más adelante le presenté a mis hijos para que  se conocieran y era yo quien recordaba los antiguos cuentos a su cobijo.
Ahora ya, vieja y cansada, he subido por última vez a despedirme, y él, tan grandioso y majestuoso como siempre, ha mecido sus ramas afablemente en un largo adiós.

43. BOSQUEJO DE MISTERIO, de El Cuclillo

Los bosques encierran secretos, todos lo sabemos, ¿quién no ha oído miles de historias acerca de relatos fantásticos que acontecen en un follaje boscoso?
Pero yo no creo que sean ciertos, hay mucho mito en todo eso e incluso gente inescrupulosa que lucra con la ilusión y la curiosidad ajena.
Sin embargo, ciertos testimonios que son de mi más absoluta confianza, aseguran que en los confines del globo, allá por el recóndito extremo sur, hay bosques que se comen  árboles. Sí, aunque cueste creerlo es así, toda madera que caiga al suelo, sea naturalmente o por la escasa labor humana que en esos sitios se permite, en cuestión de días desaparece misteriosamente, sin que nadie se la haya llevado, sin que termita alguna la haya siquiera tocado y lo que es más sorprendente aún, sin dejar rastros.
Todo tiene su explicación racional, de todos modos la labor de estos casi invisibles seres estudiados por la micología, realmente puede desconcertar al mejor y más sagaz de los investigadores.

42. LOS HABITANTES DEL BOSQUE, de Lobo

En el bosque hay árboles con ojos, brazos y piernas que de noche despiertan, te miran y si tienen ganas de bromear te persiguen un rato hasta que huyes espantado. En el bosque hay enanos bromistas, duendes canallas que te hacen preguntas que no sabes responder. En el bosque hay bellas ninfas que enamoran y libidinosos sátiros, ogros gruñones y hadas caritativas buscando desamparados a los que proteger. Por el bosque también pululan niños abandonados, lobos feroces y chicas traviesas que se han escapado de casa. Un maníaco armado de un hacha o de una motosierra, buscando a alguien con quien emplear su herramienta y también, también otro, no menos maníaco, armado con un bolígrafo y un cuaderno, buscando inspiración para escribir este relato.

41. EL ÁRBOL, de Trébol

Viernes. Otro día sin más. Mismo trabajo, mismas caras, misma vida… Convencida que lo que se quiere a los 20 no es lo mismo que a los 40. Vienen a mi mente recuerdos de mi niñez, cuando vivía con mis padres en aquel bonito pueblo de montaña. A las afueras había un frondoso bosque. Mi sitio preferido era una explanada de escasa vegetación donde había un árbol peculiar. En su grueso tronco, yo hacía muescas para señalar el día en que me ocurría algo especial, al lado escribía la fecha.
Decido que mañana volveré a ese lugar. En el viaje, voy pensando si mi árbol tan especial continuará  allí. Cuando llego, camino hacia el bosque con cierto nerviosismo. Me sitúo frente al árbol, veo que mi calendario de días especiales sigue allí. Me quedo observándolo durante un momento, suavemente va apareciendo una muesca debajo de la última que yo hice, con la fecha de hoy. Una breve brisa sopla, las hojas del árbol se mecen y escucho: “Los días sólo son especiales porque nosotros hacemos que lo sean a través de pequeñas cosas. Hoy para mí es un día especial, tú regresaste a visitarme”.

40. REGALARÉ TU NOMBRE, de Hada

Aún no sé cómo llegué hasta allí, probablemente alguna amiga harta de mi melancolía decidió, desesperada, hacer un último intento con la naturaleza ya que nada había podido hasta entonces con un dolor de tan dura coraza.
Poco a poco el bálsamo del paraje se coló por los poros de mi piel y mi alma.
Y un día me encontré con mi sonrisa en el espejo. Me costó reconocerla, le daba a mi rostro un aspecto divertido, retador y envolvente, que había olvidado. Recordé que siempre decías que era lo que más te gustaba de mí.
Me paré a escuchar el silencio rasgado por los trinos tempranos de los pájaros, desde mi ventana contemplé el sinuoso sendero que los árboles dibujaban… Era el entorno que me había rodeado los últimos veinte días, el que –paciente- me había devuelto a la vida.
Salí afuera y corrí –agradecida-, y grité y  grité tu nombre, se lo entregué a los árboles, a los senderos, a las ardillas, a los riachuelos, a las flores silvestres, a todos les regalé tu nombre, segura de que ellos sabrían custodiarlo y que si me olvido alguna vez de ser feliz siempre puedo volver a buscarlo.

39. LUCECITAS EN LA NOCHE, de Erizo

    La noche empezaba a apoderarse del bosque. El reflejo de la Luna Creciente invadió la madriguera de Erizo. Este abrió un ojo, luego el otro, y bostezó. Salió de su nido, observó la Luna y le dedicó un comentario, como hacía todas las noches: “Te estás poniendo gordita otra vez, ¿eh? Así te veo mejor”. Le sonrió y empezó a rodar por los alrededores hecho un ovillito de pinchos, riendo feliz…Era lo que más le gustaba hacer: dejarse llevar por la inercia y aparecer cada vez en un lugar diferente y nuevo del bosque.
     Mientras tanto, cerca del arroyo, un grupo de luciérnagas revoloteaban en busca de algún buen manjar. De pronto, oyeron un golpe, se sobresaltaron y brillaron como sólo en esas ocasiones suelen hacer. Se acercaron y vieron un pequeño ser lleno de púas tambaleándose entre la hojarasca.
     “¡Ay, ay!”, exclamó Erizo, rascándose la cabeza. Miró a su alrededor y se asustó porque no veía con claridad…, estaba todo difuso, borroso… Entre esas imágenes confusas percibió lucecitas moviéndose entorno a él, envolviéndolo, pegando vueltas y más vueltas, como abrazándolo.
     “¡Las estrellas!¡Las estrellas!…¡Han bajado por mí!”, y sonrió.

38. PESADILLAS, de Termita

Hace dos semanas enterré mis miedos en un agujero del bosque junto a las raíces de un viejo arce. Cavé durante horas hasta que el hoyo fue lo suficientemente profundo como para que quedasen atrapadas todas mis pesadillas. Aun así, el fantasma de la chica que asesiné me sigue atemorizando por las noches. Ha cobrado forma de árbol y sus ramas son tan decrépitas y punzantes como la cuchilla de una guillotina. A veces, el espectro se desplaza por las paredes con sus garras sedientas de sangre, con sus hojas ansiosas por devorarme. Me atormenta con el silbido del viento, con el ruido incesante de los pájaros o con el palpitar de las almas que se alojan en su tronco. Viene a por mí. Quiere llevarme.
Cuando enciendo la luz comprendo que todo ha sido un sueño horrible. Son las tres de la mañana. Para matar la angustia, cojo un libro de la mesilla de noche y trato de leer unos capítulos. Con sus afiladas ramas abriéndome en canal resulta muy difícil seguir el argumento.

37. INVIERNO, de Ent

Habían caído bolas de naftalina del cielo, Wis se preguntaba cómo era posible que aquel granizo fuera tan perfecto y tan helado. El ruido de la tormenta en el tejado y en los cristales ensordecía cualquier otro sonido aislado. Pero le pareció oír algo distinto en el exterior. Ella desconocía el miedo. Era valiente y atrevida, por eso no le importaba vivir en el bosque, en lo alto de la montaña, sola y alejada de la aldea; al contrario, le encantaba, podía explorar mejor el infinito sintiéndose más pequeña. Así que salió a la oscuridad a ver qué ocurría. Una de las ramas del  arce gigante que se hallaba  a la entrada se había quebrado por el azote del viento. La oscuridad absoluta era la dueña del espacio. «¿Y si ahora una sombra…?» -pensó-, pero se rió de su propia ocurrencia, al instante. Siempre inventando situaciones al límite de lo humanamente soportable. Volvió de nuevo al interior de su casa, atizó los leños de la chimenea  y continuó escribiendo en paz su relato de terror.

36. EL BOSQUE SE HIZO A LA MAR, de Bellota

Hoy pasta el ganado en la colina que limitan las limpias aguas del Miera y el Aguanaz.
De aquel bosque no queda recuerdo, solo queda…“el nombre”.
Para vestir de quilla a perilla, en las atarazanas de Guarnizo, carabelas, galeras y galeones, fueron cortados los robles más sólidos. Se diezmó la foresta. La sierra y el tronzón, incansables, rumiaron nuestra “selva” trasmerana. Los urogallos atontados por el chute hormonal de sus amores, fueron merienda fácil de leñadores.
Huyeron los corzos, los jabalíes y los lobos.
Después llegó lo peor, las pequeñas piras de humo de lento ascenso de los humildes carboneros de carbón vegetal desaparecieron.
Las fábricas de cañones de Riotuerto y Liérganes devoraban energía. Todo valía, tanto troncos como ramas. No se hacía ni selección ni reposición, se arrasaba.
La madera que no terminó siendo trabajada para construir las cureñas y cureñines de las armas navales, terminó hecha picón en la barriga de los hornos de las fábricas cañoneras. Aun no se utilizaba el carbón mineral y fundir en moldes fusiformes el hierro de Cabárceno, exigía toneladas ingentes del vegetal.
Todo en El Bosque de Entrambasaguas fue victima del hacha, incluso el patrón de su vistosa iglesia: San Juan degollado.

35. PERTENENCIA, de Canarina

Caminaba en el bosque. No sabía adónde iba, ni el porqué de sus pasos. Pero allí, entre los árboles, se sentía acogido por el verdor palpitante de la vida.
Se había despertado de madrugada para ver las constelaciones. Era uno de sus alimentos: las estrellas y sus nombres, las nebulosas, los cúmulos, las gigantes enanas.
Cogió un abrigo y salió a la noche. Así fue como se encontró en el bosque inmenso, inmenso como su tristeza. Caminar en la noche frondosa le resultaba algo atávico, que no podía ni quería controlar. Entre los troncos se sentía seguro, en paz.
Las cortezas emanaron un ligero efluvio, el suelo chasqueó bajo sus pies y únicamente extrañó el titilar celeste. Tropezó con ramas, apartándolas sin temor. Sentía que el bosque le pertenecía de siempre, que los árboles eran su familia, que lo protegerían, que le darían el amor que nunca tuvo. Fue de este modo como lo encontré, abrazado a un árbol y con las extremidades enroscadas a un tronco. Del torso nacían brotes nuevos y por su piel se paseaban bichos minúsculos, arañas y lentos escarabajos. Le adiviné una sonrisa sosegada. Los ojos aún reflejaban el brillo de las estrellas.

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