Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

275. UN MOMENTO MÁGICO, de Erica Arborea

El poeta vive muy cerca de un bosque de Cantabria. Cada mañana  se interna en él  para pasear porque las hojas amarillas del otoño, el susurro del agua en el riachuelo, el canto de las aves, el aroma de los arándanos en flor y la brisa entre las hayas, le inspiran.
Un día, por un azar maravilloso, fue testigo de un  hecho tan sorprendente que ni él podía imaginar.
Cuando las campanas de la ermita tocaban para el Ángelus, una gacela de lomo dorado y un brioso corcel de crines de plata, coincidían para ir a apagar su sed al arroyo.
La naturaleza, queda silente para admirar la belleza de los dos animales
Al terminar de beber, con gestos pausados y armoniosos, parecían decirse mil cosas que el poeta traducía así:
–Eres hermosa pequeña gacela; cuídate de los cazadores, quiero verte otra vez mañana.
–Me cuidaré amigo mío. Y tú, aunque logren someter tu cuerpo, no pierdas jamás tu  espíritu salvaje.
Después, tras mirarse a los ojos, la gacela dobla su testa hasta casi tocar la tierra, el corcel relincha dulcemente, y yéndose por distintos caminos, desaparecen en la espesura del bosque.

274. LA VOZ DE ESE PAISAJE, Mariposa Libre

Hoy han dicho en las noticias que el mundo se acaba mañana.
Ya no había prisa, ni motivos para preocuparse o sentirse avergonzado.
Las facturas pendientes sobre la mesa y el desorden  no tenían importancia. 
Mi acostumbrada soledad volvería a ser testigo de lo que sucediera, a mi lado siempre, tolerándome hacer memoria de otro tiempo en el que existir era feliz.
Cerré los ojos y rememoré aquel lejano amanecer, viendo el despertar de los Cerezos en Flor.
Era como si un manto de nieve se hubiera posado sobre los árboles, la suave luz, del sol naciente, pincelaba los huecos de las ramas, disfrazándolos de ángeles.
El aire traía su perfume dulce y generoso, como una ofrenda a los sentidos, aleteando por mi pelo, dejándome gozar de la esencia de su aroma.
El silencio daba paso a un cortejo de jilgueros levantando el vuelo, bajo un cielo inmaculado que abría el camino del horizonte y llegaba a confundirse con aquellas hectáreas de belleza.
Con la visión divina, de aquel bosque inolvidable, que albergaba en la memoria, abrí los ojos, y ante mí aparecieron los edificios altos y la espesa bruma urbana.

273. LA ENCINA, de Encina 2

Todas las tardes del verano del 66 que la memoria me deja atisbar,  las sitúo debajo de la encina; a su sombra y al resguardo de su copa. Han transcurrido los años  y todavía ahora son para mí  los mejores momentos que he pasado nunca.
La lectura de libros nunca olvidados, el silencio, el paisaje impresionante, la soledad acompañada de la presencia imponente de la encina serán siempre instantes  irrepetibles.
 Crecía alta, grande y majestuosa; su viejo tronco presentaba innumerables signos del paso del tiempo, incluyendo cicatrices de un fuego asesino que tampoco pudo con ella. Es ancha, fuerte, rotunda;  como escribió Machado:
 “Siempre firme, siempre igual, impasible, casta y buena”.
 Tanto tiempo llevaba en el lugar, que circulaban bellas historias sobre que tan venerable  árbol había sido mudo testigo del paso de gallardos y arrogantes caballeros, hermosas doncellas,  príncipes destronados y pícaros ladrones;  que  al pasar cerca  quedaban embelesados con la sensación irrefrenable de paz y libertad que se respiraba en su regazo.  Y… ¿Queréis saber lo mejor?…  LA ENCINA todavía está allí.

272. PLENAMENTE FELIZ, de Flora

Fui pisando hojas muertas durante todo el camino hasta llegar al bosque. Observé la luz a mi espalda y la penumbra que se abría ante la idea de continuar en solitario por una vereda desconocida, en una serranía que visitábamos por primera vez. Ya me habían informado en la residencia de que los paseos debían ser breves, sin alejarnos del entorno, constantemente avisando del recorrido. Pensé en la negrura que me desafiaba, en la cara rancia de la monjita, en mis hijos, y seguí sencillamente por donde iba, hacia la oscuridad, hacia mi travesura de octogenario aventurero, cuando una acacia gigantesca me sorprendió llamándome viejo. Al girarme, una mariposa echó a volar con una sonora carcajada. Lo primero que se me ocurrió fue decir en voz alta: ¡No he bebido! El bosque recobró vida después de un ligero jolgorio, relajándose, y yo con él. Era la plenitud de la placidez. ¿A dónde iba a ir después de una sensación tan mágica? La decisión fue quedarme, y aquí sigo, desde hace ciento cincuenta años, con todos los animales, plantas, duendes, hadas y demás espíritus del bosque.

271. EL PODER DE UNA MARIPOSA, de Margarita

Cuando nació no lloró… simplemente me miró asustado, lo malo fue que pasaron los años y siguió igual.
Algo en su cerebro nació quebrado y le condenó al ostracismo. Los que le amábamos sufríamos viéndole crecer en soledad.
Un amigo me aconsejó que fuéramos al campo y lo hice como hacen las cosas los padres, aunque sea sin fe, aunque sea sin esperanza.
Miró el bosque, los árboles y el río con indiferencia absoluta haciéndome notar su malestar con un rictus de enfado.
De pronto se levantó como una exhalación y echó a correr, naturalmente le seguí y oí por primera vez el sonido maravilloso de su risa. Perseguía a una hermosa mariposa que despreocupada iba parándose de flor en flor, libando, volando, posándose.
Durante un momento nos aproximamos tanto que mi pequeño acercó su dedito tembloroso hacia ella… naturalmente salió volando hacia el cielo.
El niño rompió a llorar con desconsuelo, hasta que  se me ocurrió enseñarle fotos de la mariposa; ante mi estupor sonrió y me dio un abrazo.
Terminó el día y terminó el sueño, él volvió a su autismo y yo a mis intentos desesperados por alcanzarle, pero aquel momento aún calienta mi corazón.

270. TESORO, de Leño Viejo

Apartó bruscamente las hojas de un alcornoque, para encontrarse con el único sendero que le guiaría a su tesoro.  Con gesto encrespado en ristre, arrastraba su pata de palo entre la hojarasca. La madera resbalaba por el rocío, que más que caer dormía en aquella zona del bosque, donde el Sol no recordaba cómo llegar. Él no estaba acostumbrado a transitar esos terrenos. Un capitán pirata,  nunca debía alejarse de su barco lo suficiente como para perder de vista el palo mayor, pero la cita era inaplazable.
Por fin llegó al claro que andaba buscando. Hincó la pala en el suelo y comenzó a cavar. Tardó horas en hallarlo. El agujero era profundo, no podía permitir que nadie diera con el cofre. Lo ocultó tras su casaca para abrirlo, receloso de que alguien le vigilara. Sus temores se desvanecieron al comprobar que su corazón seguía allí, sano, vigoroso, latiente. Con una mueca de satisfacción, cerró el cofre y lo volvió a enterrar. Un pirata sanguinario no se podía permitir tener corazón, pero lo guardaría allí hasta que llegara el tiempo de amar.

269. CANTABRIA, de Musgo 3

Soñaba entre Molino del Bonco
Y Senderos del Agua
Y me vino el olor a tierra adentro
Húmeda por la escarcha
De la noche pasada
Me encontré con Rodrigo Reinosa
Deambulando por su tierra
Y entonando sus poemas
Ya casi olvidados
Me enseñó sus bosques llenos de Espinardo
Rucamor, Arenarias, y Mayas
La vejez de un viejo Roble
La frescura del Fresno
La altivez del Arce
La profundidad del Abedul
Los milagros del Tilo
Y el fruto del Castaño y Avellano
Los aromas del Sauce, Eucalipto y Aliso
Nos despedimos
Junto a un gran Alcornoque
Y me dijo:
Dile a mis amigos
Diego Alonso, Marisa del Campo,
Miguel Ángel Argumosa, Jesus Cancio,
Concha Espinosa, Jose Luis Hidalgo,
Jose Mª Pereda y Alvaro Pombo,
Que lo que esta noche
Te enseñé, no fue un cuento
Fue un sueño
Entre San Vicente del Monte
Y San Vicente de la Barquera,
Cantabria mi tierra,
Aquella que aquel la visita
Y un trozo en su corazón se lleva.

268. LA ROSA ROJA, de Colibrí

           Dijo el ruiseñor si le traía una rosa roja –
           ¡Pero no hay rosas rojas en mi jardín – dijo el duendecillo.
Desde su nido en lo alto de la Acacia, lo oyó el benteveo. Miró a su alrededor y se puso a pensar.
La felicidad depende a veces de cosas tan simples. Levantó  vuelo el benteveo entre los sauces y ahí la vio, entre las madreselvas, roja, brillante y sedienta de amor.
La tomó en su pico y suavemente la alzó separándola de su tallo. Pero el benteveo sabía el secreto de la pena del ruiseñor, y se mantuvo silencioso en el pino, pensando en los misterios del amor.
De pronto desplegó sus alas y emprendió el vuelo y se remontó por los aires. Atravesó el bosque como una sombra y como una sombra planeó sobre el jardín donde estaba el ruiseñor.
Éste yacía quieto. Lo llamó, lo picoteó, pero nada. De amor había muerto. Puso la rosa roja sobre su cuerpito inmóvil y ahí se quedó.
Es un precio muy alto para una rosa roja – pensó.

267. UNA CASA EN EL BOSQUE, de Tejón

Estaba haciendo un reportaje fotográfico en el bosque cuando encontré aquella casa. Allí estaba Jorge mirando fijamente al horizonte, como si esperara que fuera a aparecer alguien. Estuvimos charlando y me dijo que me presentaría a su hija.
– ¿Viven juntos aquí?- le pregunté.
– Sí, ahora está fuera pero volverá enseguida.
Me invitó a entrar en la casa. La mesa estaba puesta y de la cocina salía un magnífico olor a pollo asado. Me llevó a la habitación de su hija, estaba llena de trofeos y diplomas. En las paredes colgaban algunas fotografías de ella, pero una me llamó la atención.
– ¿Su hija es militar?
– Sí, se marchó a la guerra hace dos años y hoy vuelve, la estoy esperando. A todo esto, ¡tengo que sacar el pollo del horno!
Jorge se metió en la cocina y yo salí por la puerta trasera. Allí había cientos de bolsas de basura, todas llenas de pollos asados.
Entré de nuevo en la casa. George estaba sacando el pollo de la cazuela y se disponía a tirarlo a la basura. Le detuve, mire a sus ojos llenos de lágrimas y le dije:
-¿Le apetece que comamos juntos?

266. AL OTRO LADO, de Álamo

Le gustaba acercarse al límite del bosque y asomarse a mirar al otro lado. Lo que veía, oía y sentía allí era tan distinto a su hogar que no podía evitar sentir la fuerte atracción de aquel mundo misterioso. Aquellos colores, aquellos olores, aquellos sonidos evocaban algo en lo más profundo de su ser. ¿Sería paz? Se preguntaba cómo sería cruzar la línea que separaba aquellos dos mundos, vivir como todos aquellos seres maravillosos que veía, oía y sentía cuando su curiosidad le llevaba hasta allí.
¿Cómo sería vivir al otro lado?
El límite del bosque representaba en realidad el límite de un anhelo, de un sueño. Cruzar, adentrarse en un mundo donde su imaginación construía paisajes extraordinarios, magia decorada de infinitos trazos verticales creciendo hacia el sol y sostenidos por el inevitable caos de las pequeñas cosas que pueblan el suelo.
¿Cómo sería vivir al otro lado?
Después de soñar, daba la vuelta hacia su mundo. Tal vez mañana. Y volvía a su hogar, en el centro del bosque.

265. ELUARDO, de Moral

Eluardo lo dijo sin recordar que tenía poderes. Duende insensato. ¡Nunca se lo perdonaría!
—Papi, quiero una luciérnaga nueva.
—Cuando el sol haga florecer los almendros, cariño.
—¡No! La quiero ahora. Todos mis amigos tienen una luciérnaga azul. La mía está pasada de moda…
—Anabela, tu mascota se pondrá muy triste si la cambias por otra.
—Voy a ser el hazmerreir de la pandilla. Necesito la luciérnaga azul, ya.
—Eres caprichosa e insensible. No mereces ser un duende si piensas así.
—¡No saldré al bosque sin mi nueva luz azul!
—¡¡Como desees!!
Y sus palabras sellaron los oídos de la pequeña, desdibujaron sus ojos y difuminaron su figura con un destello cobalto, ondulante: un mar turquesa sin fondo. Centelleó una viscosa luz celeste y se movió, en torno a los pies del arrepentido padre, el insecto fosforescente más brillante que jamás había visto.
Desde entonces, Eluardo camina por el bosque con su nueva luciérnaga azul: la envidia de la chiquillería, la pena de un duende furioso y justiciero.

264. SENTENCIADO, de Musgo 2

El frío me despierta. Me quito la venda de los ojos. Estoy desnudo. Es de noche. No. No lo es; pero la densidad del bosque produce ese efecto.
Antes: el tirón hacia el furgón, los golpes, la venda, la cuerda alrededor de pies y manos, las horas de viaje, la caminata con los ojos tapados, los tropiezos, las caídas, las ordenes de seguir que escupen mis captores, el palo que me sume en la inconsciencia.
Ahora: el frío, la conciencia de estar en un bosque, la parálisis, la desorientación, la incapacidad de reacción, el pánico y el dolor intenso que me produce caer en la cuenta de que quien haya ordenado esto pertenece a mi círculo más íntimo de familiares y amigos. Solo ellos saben que padezco de una brutal y feroz nictohilofobia.

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