Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

57. Escalera de corazones (La Marca Amarilla)

Ella le miró a los ojos y supo que se marcaba otro farol, pero él insistía en repetir que no, que no quería a María, su compañera de oficina, ni había quedado ni pensaba en ir a tomar nada con ella, que esos rumores eran infundados.
Ella sopesaba retirar su envite y tirar sus cartas de despechada sin motivos, confiar de nuevo, apostar por la relación, y así se lo insinuó.
En ese tenso instante él le dijo «yo te quiero de verdad, María».
Y ahí terminó la partida, y el juego. Ella no perdería nunca más.

56. El charlatán de humo

Estábamos en el río pasando la tarde, como tantas otras durante el verano. Escuchamos alboroto procedente del pueblo, al principio no le dimos más importancia que a la pesca de pececillos. El ruido fue en aumento y decidimos acercarnos hasta la plaza donde vimos congregados a todos los habitantes, incluso a mi abuelo y sus tres compañeros de cartas. Algo importante debía ser aquello para que hubieran interrumpido su partida de mus. Haciéndonos un hueco entre la muchedumbre, pudimos observar al orador provocante del tumulto que escuchaba entusiasmado.

Hablaba de un país extraño, donde la gente se mira a los ojos, es feliz y tiene tiempo para conversar. Dónde se enamoran del alma y se envejece acompañado. El extranjero, tras una larga verborrea, extrajo un sombrero de una maleta que llevaba consigo, del que salió una espesa niebla. Cuando disipó, tras unos largos segundos de incertidumbre, el hombre había desaparecido y con él gran parte de los presentes. Los pocos que quedamos en la explanada nos miramos sin saber si reír o llorar.

Unas jornadas después el forastero regresó al pueblo anunciando su presencia. Esta vez sin charla previa, la niebla envolvió todo y después tan sólo quedaron las piedras.

55. Cartas

Cuando su único hijo tuvo que emigrar, la madre, viuda y analfabeta, le hizo prometer que le contaría cómo era su vida en su nuevo país. Tiempo después recibió emocionada la primera carta. Del sobre salió un torrente de agua salada que parecía no tener fin, con la postdata de la estridente sirena de una fábrica. Así supo que había encontrado lo que buscaba tras un largo viaje por mar.

Le preocupó que en la segunda carta apareciese una melancolía como la que se pegaba a la piel los días sin sol y las tardes de los domingos, pero pronto llegó otra llena de aire primaveral, aroma de flores y la mirada de unos preciosos ojos verdes.

El tañido alegre de las campanas de una iglesia y una lluvia de arroz y pétalos de rosa inundaron su corazón en el siguiente envío, que acabó por desbordarse cuando, meses después, se vio sorprendida por la sonrisa de dos gemelos. Desde entonces, lo que más ilusión le hizo fue recibir ese sabor intangible que le dejaba cada beso de sus nietos.

Ella, sin embargo, solo pudo hacer llegar una carta a su familia. La última. Vacía. Sin nombre. Sin remite. Sin destino.

54. S3R3ND1P14 (Juan Manuel Pérez Torres)

Tras un rato en la sala de espera, en la pantalla apareció por fin aquella rara combinación de letras y números del papelito (que intentaba descifrar sin éxito) que la máquina de recepción le había proporcionado. Se acercó a la puerta donde la esperaba el doctor.
– ¿Viene usted sola a la ecografía?¿Su marido no está?
– Sí doctor, vengo sola, mi marido está trabajando. Es mago ¿sabe? Hace muy buenos trucos y, a estas horas, está desaparecido.
– Ja, ja, ja, me gusta su buen humor.
– Gracias, a veces, como hoy, le hago de ayudante…
La distendida conversación se desarrollaba mientras la joven se colocaba en el potro y se dejaba poner el gel en el vientre.
– Precisamente ayer, quizá algo más tarde que ahora -continuó el doctor-, presencié un espectáculo de esos y el mago hizo desaparecer un naipe del mazo en mis propias manos…
Se hizo un silencio largo mientras el ginecólogo escrutaba la pantallita del ecógrafo.
– En fin, doctor… ¿se ve ya si es niño o niña?
– Pero… ¿Qué? ¿Perdone? ¡No es posible! ¿Es el as de corazones? Sí… ¡Esa era mi carta!

53. Trampantojo (Sara Lew)

Caminando al mediodía por el desierto las cosas se ven diferentes. Con la cabeza ardiendo y los pies abrasados lo irreal cobra sentido. El oasis está solo a un paso, como ese agujero en la arena que aparece de improviso y te succiona, transportándote a una cueva de cuya pared surge, como un milagro, agua fresca de una grieta. Bebes, te mojas y bebes, retozas sobre las rocas y disfrutas de aquella maravillosa sensación de encontrarte a resguardo. Ya descansado, comienzas a preguntarte dónde estás, cómo llegaste hasta allí y qué hacías deambulando por aquel páramo abrasador. No hay respuesta para eso, solo el convencimiento de que aquella masa negra que hay al fondo de la gruta ha comenzado a moverse y a medida que se va acercando se disgrega en miles de murciélagos que no parecen vegetarianos. Piensas en que tu suerte está echada pero no, al menos no todavía. En una pequeña localidad al norte de Alemania, cerca de Bremen, cinco chavales de unos trece años están barajando nuevamente las cartas de personajes de su juego de mesa favorito.

52. Tres deseos

El ático le pareció poca cosa, y ante sus ojos surgió una mansión descomunal, donde las últimas habitaciones se perdían en el horizonte. Su novia de toda la vida le resultaba demasiado sosa y ante sus ojos apareció una extranjera de cuerpo escultural y rostro felino. Comprendió que no estaba a la altura y ante sus ojos su atuendo vulgar se transformó en traje de Armani, y su hablar, tosco y barriobajero, adquirió la delicadeza de políglota experto. 

Ahora, él se lamenta en inglés de no encontrar personal para limpiar la mansión, en italiano escupe reproches cargados de celos, llora en portugués las ausencias de ella, soporta en francés el desdén de su mirada arrogante, esquiva, de gata. Y maldice, en los siete mil idiomas que habitan el mundo, el día en que su madre le pidió que quitara el polvo a las lámparas acumuladas en el desván. 

51. La añada

No es del pueblo, lo acaba de descubrir y le gusta. A ella le atrae lo de fuera, lo diferente. Y no hay rubio con ojos azules que no la encandile. Pero este también se irá—en cuanto acabe la cosecha de la uva— dejándole una pena casi tan grande como el chasco que se llevará cuando compruebe, pasados unos cuantos meses, que tampoco su cosecha heredará sus rasgos; será moreno, igual que ella, con los ojos negros, como los de ella. Y ya van tres.

50. Mutus Dedit Nomen Cocis (Juana María Igarreta)

¿Quién va a imaginar que la grieta de una piedra de un parque oculta una joya? Cuando el sol incide con sus rayos en el pequeño diamante que corona la sortija, multitud de reflejos irisados surgen de la oquedad.

Laura presenciaba una tarde en la calle cómo un apuesto mago realizaba un sinfín de juegos con una baraja española; en un momento él la invitó a que escogiera mentalmente dos cartas de las veinte que estaban dispuestas sobre la mesa. La joven anotó su elección en un papel y lo guardó en su cartera. Cuando, tras haber mezclado los naipes varias veces, el prestidigitador adivinó cuáles eran los que figuraban en la nota, ella dejó escapar una exclamación de asombro. El mago se ofreció a desvelarle las claves de aquel juego de nombre impronunciable. Laura accedió y la magia los hizo abrazarse bajo la luna pocos trucos después. Pero pronto se rompió el hechizo y a la muchacha las caricias de él se le antojaron caras. Al escabullirse del ilusionista el anillo que bailaba en el dedo corazón de ella salió despedido.

A Laura no le queda ninguna duda, ¿quién mejor que un mago para hacer desaparecer cualquier cosa?

49. El solitario viajero que ama sus Ray-Ban

Acepté la mision de exploración en solitario al Planeta Recóndito porque el viaje  era una huida elegante del matrimonio al que nunca debí entrar.

Hoy, tras la larga travesía, he llegado a destino donde descubro que los nativos son  humanos que, curiosamente, usan unas horribles gafas oscuras en ambientes interiores. Me reciben amablemente y algunos señalan mis gafas. No  comprendo lo que dicen porque mi app traductora se está actualizando, pero amo mis RayBan, no pienso regalárselas y, por si las moscas, no me  las quito.

Me llevan a una ciudad extrañamente hermosa donde paseo libremente entre gente esbelta que en su mayoría usa gafas de sol. Como algunos no las usan, me quito las mías y veo que esta gente tiene ojos bellísimos que me atraen como imanes.

Más tarde, el sistema traductor empieza a funcionar y oigo la interpretación de lo grabado al llegar: palabras de bienvenida e información sobre usos y costumbres locales. Al oirlas, trago saliva y me coloco rápidamente las RayBan, pero ya es tarde; ahora debo tratar de sonreir a  los nativos que me saludan y me dan su enhorabuena por mi próximo matrimonio con trece mujeres. Y cuatro varones.

48. Jugada (Alberto Jesús Vargas)

El abuelo hacía vida tabernera jugándose los cuartos en timbas clandestinas de cartas. Y en ese ir y venir,  vaciar frascas y apurar partidas,  una infortunada noche perdió capital y hacienda y cuando ya no le quedaba nada, en lugar de retirarse como gallo desplumado, tuvo la osadía de apostarse a la abuela para perderla también. Ciertas cosas, en aquellos tiempos, funcionaban así y a ella le tocaba acatar el resultado de un envite de borrachos. La abuela, sin embargo, se plantó y como lo tratado había sido sin su aquiescencia, retó al estanquero al que debía entregarse a una revancha que, apelando a su más que dudoso sentido de la caballerosidad, no podría negarle. Y como en esto de los naipes el talento puede más que el azar, la abuela se hizo dueña de la mesa y mano tras mano fue recuperando el patrimonio perdido al tiempo que salvaba la dignidad que pretendían arrebatarle. Pero la jugada final se la hizo al abuelo, que tuvo que alistarse como voluntario, muy en contra de su voluntad, para la guerra de Marruecos, advertido de que si allí no caía como un héroe, no se le ocurriera volver.

47. Extrañamiento pop (María José Escudero)

Su madre luchó cuanto pudo por sacarlo adelante. Algo le hacía temer que aquel hijo duraría lo que dura una canción corta. Era inquieto y frágil, muy distinto a sus hermanos. En el colegio tampoco hacían carrera de él. Siempre que tenía ocasión, se saltaba las clases y huía a la playa para contemplar el vuelo armonioso de las gaviotas sombrías. Cada año, por Navidad, pedía una guitarra a los Magos, pero se hizo con ella en una imprevista partida de póker al cumplir los dieciocho. Y tras guardarse una carta de recuerdo, puso letra y música a sus tormentos y se convirtió en el líder de una banda legendaria. Muy pronto descubrió la euforia, más tarde, los temblores y el insomnio. Traicionada la suerte, aún quiso tocar las estrellas y peregrinó a todo ritmo hasta la frontera del abismo. Luego no supo volver atrás y, una noche sin concierto, mientras esperaba que algún “Ángel de Orión” viniera a rescatarlo, se desplomó a la entrada de un impasible agujero negro. Reclinado sobre su palidez, exhibía la jeringuilla envenenada, los brazos heridos y el rostro apaciguado. Amanecía cuando, boca arriba, un As de Corazones daba sobre su pecho el último latido.

46. #devórame

Prometían contactos extremos con extranjeros de todo el mundo. No dudé en instalar la app. Pasados unos días llegaron las gafas y resto de gadgets. Cotilleé el menú y elegí un romántico encuentro con un francés monísimo. Recorríamos a caballo los viñedos y pisábamos abrazados las uvas ya maduras. Entonces contaba los lunares de su espalda allí mismo —sin salir de la tina— y con tanto roce enseguida se caldeaba el ambiente y fermentaba el mosto. Maridamos muy bien y pasábamos las noches tarareando bajo la vía láctea Je t’aime… moi non plus.

Empalagada de tanto amor solicité un nuevo contacto, más salvaje a ser posible, y adjunté la etiqueta #devórame. Enseguida apareció un exótico maorí. Nada más verme me tumbó desnuda sobre la hierba, decoró mi cuerpo con unas rodajitas de kiwi y se puso a gritar, a golpearse brazos, piernas y pecho con las manos y a sacar la lengua, mirándome con los ojos fuera de las órbitas. «¡Qué espanto! ¿Será caníbal?», pensé.

—¡Qué tontería! Es solo un programita —añadí en voz alta.

—¡Qué ilusa! —contestó el programita.

—¡Socorro! ¿Hay alguien ahí fuera? ¡Me ha engullido el hashtag #devórame! —grité.

—¡Bip! Reinicie aplicación. Menú actualizado —concluyó el programita.

 

Nuestras publicaciones